Foja de Poesía No. 257: Nabil Valles Dena

 nabil Presentamos a continuación una muestra de la poeta y narradora chihuahuense Nabil Valles Dena (Cd Juárez, México, 1989). Es estudiante de la licenciatura en ciencias de la comunicación en el ITESM campus Ciudad Juárez,  y desde hace dos años integrante del taller literario del ICHICULT, Coordinado por el poeta Edgar Rincón Luna.

 

 

 

CAPERUCITA ROJA

  

I

 

Hay un aliento que el frio dispersó en la niebla. El cuerpo de una anciana, como un enorme pez blanco flota en las aguas de un pozo.

La mirada del leñador lo distingue noche adentro, y entonces un mensaje de sombra llega al pueblo contiguo para hablar de la muerte.

De mañana una mujer robusta abre la puerta y el sopor del llanto le encarna las mejillas. Llora, y el leñador que la contempla siente pena  y maldice, la noticia póstuma que entrega.

Lejos, una muchacha vestida de rojo enjuaga en un arroyo sus pies que sangran

enumerando las horas sobre el camino pedregoso

La mujer en la cabaña del pueblo seca su rostro con el delantal y dice al leñador que su hija se ha perdido en un andar inútil.

 

 

 

II

 

La abuela ha muerto. Caperucita no lo sabe, y todavía camina en el bosque, con el cesto en que lleva, la poción que no curará el delirio de la anciana.

 

 

III

 

La mujer apoya sobre las manos la blanca frente y piensa: “Hace días que mi hija se fue. Vi sus cabellos como espigas fulgurar a la distancia en el amanecer. El viento invernal consteló de la nieve su manto rojo, y no importa el tramo recorrido para llegar a tiempo.

Temo a los buitres que desearán sus ojos, a la sombra que la noche desova, a la jauría que acechará su carne.

Y será, de cualquier forma, tarde…”

 

 

 

IV

 

En el  bosque la hipotermia muerde el cuerpo de la joven perdida. Se ha escondido en una cueva que encontró, y ahora recuerda el sabor de ciertos dulces que le ofreció su abuela.

Hace tiempo, cuando la adolescencia nació con el dolor de la menarquía. La abuela dio a la muchacha, su manto rojo de mujer mayor y la promesa de llevar para siempre el sabor del caramelo en los labios.

 

 

V

 

Otra vez es de noche. Nada se escucha alrededor. Un lobo, en el silencio vigila el sueño de caperucita. Al despertar un grito desgarra el entramado de lo oscuro. El lobo observa a la muchacha: es hermosa a pesar del polvo que cubre su piel, de la estela apagada que forma, la sangre que ha secado en sus heridas.

La belleza llama a la piedad, y el lobo hambriento, pide algo a cambio a la huésped para no comerla.

Caperucita saca del canasto los caramelos que un día le dio su abuela y renuncia a ellos narrando su historia.

“sólo puedo darte esto”- dice. Y sus ojos se marchitan esperando morir.

Pero el lobo está cansado y responde: “Quédate y duerme junto a mí esta noche. Mi pelaje mitigará tu frio. Traeré de mañana la carne de un cordero para entregarla a tu hambre”.

 

 

VI

 

La madre de caperucita habla al leñador sobre la enfermedad que consumió a la abuela:

“Por las noches velaba hablando del agua que veía evaporarse desde el piso y formar una humareda que luego dispersaba con la escoba, de un pájaro que veía ahogarse en el pozo, sin poder alcanzarlo…

La curandera del bosque halló en el insomnio la causa, y sólo el sueño de la hibernación podría sanarla.

Caperucita lleva en el canasto ese brebaje y su letargo”

 

 

VII

 

Antes del primer rayo crepuscular caperucita tiene los ojos abiertos.

Siente  la brusca respiración del lobo. Pronto va a amanecer. Retomará el camino hacia la casa de la abuela. Falta poco. Lleva bajo el brazo el sueño extraviado al cansancio de la anciana.

 

 

VIII

 

Con la luz plena del sol, el lobo y la muchacha vestida de rojo comen carne y beben sangre de cordero. Luego se levantan, reconocen el camino y apuran el paso. Transcurren horas.

A lo lejos el bullicio del pueblo anuncia la llegada. En la cabaña que está junto al pozo hay una flor negra de luto.

Miran impávidos la inscripción que ha dejado la muerte: es tarde y el sueño sigue siendo una posesión anhelada.

Caperucita inclina la cabeza ante la flor. Quiere huir de la memoria: laberinto de humedades, páramo sitiado por la sombra.

Su mirada encuentra los ojos del lobo y se comprenden. Beben el brebaje de la curandera, y entonces duermen largamente, surgirán con el fuego de la primera estación, y entonces nictálopes podrán reconocerse.

 

 

IX

 

Por el camino más corto el leñador y la madre llegaron al mismo pueblo. Se han separado para buscar a Caperucita y los ojos exhaustos se llenan con imágenes nuevas:

El leñador se detiene junto a una zanja en la tierra: la  muchacha envuelta en su manto color de vino yace junto a un lobo y su respiración es una lenta sinfonía de viento.

Ese hombre que la aparta en sus brazos. Observa también al lobo que descansa y la deja, con su sueño bajo un árbol, para afilar su hacha entre las rocas.

Las señoras en el pueblo visten a la abuela para la sepultura, mientras la madre de Caperucita observa  un ave que se hunde en el interior del pozo.

 

 

 

 

POSTAL

 

Volvemos. La madrugada es el ala oscura de una mariposa que yace.

No sé cuánto tiempo dormí,

me despertaron la volcadura, un parar súbito, el abandonar la autopista.

En el espacio negro germinó la flor del fuego

 

Afuera alguien toma fotografías del accidente

y un hombre reconstruye el impacto en la suposición.

Nunca sentí tan cerca la exhalación de la muerte,

nunca esperé la anunciación del día en umbrales derruidos por el fuego.

Esta noche murieron dos conductores

 

Recuerdo el viaje que abandono con mi regreso,

pienso en la gitana a la que negué mi mano en el puerto,

en los niños que elevaron un papalote en el mar.

Caminé por la arena con el borde de un vestido empapado

y dije: el puerto es la ciudad que diseca sus sirenas en la playa

pero ahora el aire no transporta el rugir de las embarcaciones,

este viento lleva el sonido de huesos que crepitan,

debo regresar a escuchar el ruido de los trenes, al desierto.

 

El incendio cesó. Hay un empeño inútil de encontrar los cuerpos.

Paso ingrávida sobre lo destruido,

en la autopista quedan restos del vehículo que ardió,

son como el caparazón deshabitado de una tortuga.

Queda también mi piel que no olvida el olor de la ceniza.

 

 

 

CREDO

 

Creo en la sed, como en una roca golpeada por el mar

en el amor que agoniza como una paloma en la ventana

creo en mi madre escurriendo en el escupitajo del invierno

creo en la promesa de no morir, en esta imagen vacía como una caracola repitiendo la palabra oleaje.

creo en los peces muertos en las costas, en la vejez que mira hacia las redes de pescadores desaparecidos

creo que un día heredaré el silencio, los planos para la demolición de una casa en la arena

me acostumbro a una sed que no pasa

esta es la felicidad que conozco:

mi credo es una risa en el presagio del polvo.

 

 

 

INVOCACIÓN AL REVÉS

 

Déjame ahí donde me hallaste

hasta que mi piel desprenda el aroma de los libros antiguos

y la trenza crecida de mis cabellos sea la serpiente que oficie mi asfixia

Que el atrapa sueños disponga sus redes para detener mi paso

Déjame en la palabra abismo que oculta la página en blanco

en el no poder morir de este silencio

Deja mi nombre en una dedicatoria no escrita

en los cascarones de animales muertos antes de nacer

para recordar cómo era el vientre de mi madre

o ser la piedra que en lo alto remonta su incendio.

 

 

 

ORIGEN

 

El tacto de un hombre dibujó un velero sobre mi espalda

de su cuello emergía un aroma de lirios acuáticos

imaginé un pescador arrojando su red al río

hundiéndose, anegando una barca:

esta noche el pescador se inclinó sobre el agua

para darme el pez robado en el génesis del mundo.

 

 

 

 

ESTACIÓN TEMPORAL

 

La calle que miro desde la puerta se ha llenado de nieve. A esta hora nadie está afuera, algunos la miran desde lejos como yo,  y no escuchan el aire quejarse entre los árboles. Tal vez este invierno sea más largo.

Me gusta  oír esa voz enunciando  palabras de hielo, una canción viniendo de las voces de los muertos, esa música  que recorre la noche prematura de la ciudad.

Dejo entonces la puerta a medio  abrir.

Sobre el comedor de la sala  están los libros abiertos, periódicos que hablan de cifras, de números  por estudiar. Algún tiempo ha pasado y  la espalda me duele, como duelen a los caminos las procesiones. Sigo escuchando el ruido de afuera, la noche  ensaya  un coro de vientos  muy cerca de mi oído  y las cifras se han mezclado con la luz que el invierno enciende en  la nieve.

 En medio de esta visión el sueño ha derribado una estatua, aún siento el vértigo de la caída  y hay un cuerpo inclinado sobre la mesa, con los cuadernos abiertos.

El cielo ha hecho callar a los astros,  apenas  un rayo lunar  se vierte sobre la calle. En el porche hay una  maceta que el hielo ha cubierto hasta los bordes. La contemplo. Acerco las manos y un cierto calor de vida abre una fisura en el hielo.  Extraigo  el agua del fondo, y en mis manos nacen peces, nadan peces polares en el congelado oleaje de la noche.

Ahora  soy un fragmento del mar. Adentro, una mujer duerme inclinada sobre la mesa de vidrio. El amanecer está arribando a la ciudad como un glaciar que se desprende. Hay que dejar que Alicia siga soñando, los peces se irán  pronto con la corriente. Abro las manos, los ojos, alrededor están los cálculos que estudio, los  viejos libros. El invierno dejó una cola nupcial en el  piso de la sala,  y ya no escucho la marcha del aire entre los árboles, el océano ha negado su profundidad a mis manos, tomo la escoba para sacar la nieve y regreso a este cuerpo como a una estación de paso.  Cierro la puerta. Esta noche no dormiré.

 

 

 

DECLARACIÓN

 

El resplandor me dibuja en las paredes nocturnas. Ahora escribo para decir la entrada del amanecer por las ventanas, el amarillo de la hojarasca afuera, o alguna voz dejando una cicatriz en el silencio. Escribo para abrir los baúles donde han quedado mis noches alejadas del sueño y el olor de las lluvias que escenifica el invierno.

Me reconozco a partir de estos trazos. Estrellas de otro tiempo se queman en la negrura. Reconstruyo la imagen  de una iglesia alzándose en medio de un pueblo. Es noviembre y en él andan los niños sobre sus bicicletas, suenan las campanadas del domingo, vuelvo a inventar mis pasos por las calles de tierra, los zapatos sucios, las aves que planeaban hacia el final de la tarde y pongo todo esto en las palabras para decir que es verdad, ilumino las calles  cuando escribo.

El vaho invernal de ese día empaña los cristales de las casas en el pueblo y yo intento nombrar el resto. Las palabras caen sobre las hojas, como caía la nieve sobre la cúpula de la iglesia.

Me resigno a escribir por los incendios, he comenzado a hablar el lenguaje de los desesperados, Por las palabras van los amantes que no vuelven, las embarcaciones que el mar desaparece  y la ciudad que dejaré algún día.

Escribo, dibujo los planos para una ciudad edificada por la memoria, tal vez alguien me mire entre los papeles desordenados, y desde ahí se asome a los caminos nevados del pueblo o reconozca los barcos perdidos, tal vez alguien desde esta página vislumbre el amanecer.

 

 

 

Datos vitales

Nabil Valles Dena (Cd Juárez, México, 1989). Poeta y narradora. Es estudiante de la licenciatura en ciencias de la comunicación en el ITESM campus Ciudad Juárez,  y desde hace dos años integrante del taller literario del ICHICULT, Coordinado por el poeta Edgar Rincón Luna. Sus textos han aparecido en diversas revistas y antologías literarias. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico de la ciudad.

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