Muestra de poesía de Guerrero

La-quebradaEl poeta Ulber Sánchez nos presenta una muy interesante muestra de poetas guerrerenses en los que, entre otros, se encuentran Citlali Guerrero, Federico Vite, Julián Herbert, Brenda Ríos, Jesús Bartolo, entre otros; diecisiete poetas que dan cuenta de la vitalidad de la poesía del estado de Guerrero.

 

 

Muestra de poetas Guerrerenses

 

 

Brenda Ríos

La cuerda de plata

 

 

Libro primero 

Un día me cansé de hospitales y me dejé morir,
solitariamente, mansamente, dulce.
La muerte que yo elijo, la mía, la que me pertenece.
Un día me cansé de no llegar a ningún lado,
de lo vano, lo febril, lo corporativo
y dejé de ir al trabajo.
Pude mirar por fin ya sin pudor
a los que se besan en la calle
pude mirar al enemigo
sin rencor, limpia.

Dejarme morir fue aceptar que vivía,
y el dolor que me recuerda que ésta es mi carne.

 

 

 

 

Libro segundo 

Me prohibieron cantar,
pero tengo la garganta llena de voces,
tengo un coro en mí que se lanza contra mi piel,
rebelde, luminoso,
pero estéril.

Tengo el mar y sus olas,
las gaviotas enloquecidas cantan por mí…
entonces puedo seguir el canto en mi mente,
ya no material, ya no palpable.

Me gustaría tenderme al sol,
desnuda en la arena,
dormir en el agua, dejarme llevar,
tenderme a la muerte que nos alcanza hasta en la nimiedad del juego infantil.
Pero soy consciente de este cuerpo,
y lo cubro pese al calor,
lo protejo aún, como si todavía importara.
La primavera llega y no sonrío.

Me prohibieron hablar en clase y en la mesa,
las malas palabras, los malos pensamientos,
los dulces, ciertos juegos,
llegar tarde, faltar al trabajo.
Soy después de todo esto
un objeto largamente construido de una represión impulsada,
una labor minuciosa y bien cuidada de la voz que ordena la comida por mí.

Tengo ganas de salir y perderme en un bosque cuando llueva,
de mirarme en el espejo y decir ésta también es mi carne…

 

 

 

 

Citlali Guerrero

 

A tus pies donde mueren golondrinas

 

1

Sentada en la tarde

miro los colores tenues

las velas sobre el fondo verde de mis ojos

la madrugada

los días en que no duermo

 

 

2

A tus pies donde diariamente mueren golondrinas

está mi cuerpo abatido por el sol

descompuesto por pequeñas particulas

perversas y necias a la felicidad

Escondida como billetera vacía

está mi cuerpo derretido por el sol

 

 

3

Partir en cuerpo y alma me dijo

Partir le dije en cuerpo y alma

Mis alegrías se han agotado

Sueño todas las noches que soy el mismo cuerpo repetido

Me levanto y al lado encuentro una mariposa verde

He de partir mientras mi garganta  se traga la amargura de mis días

El cansancio se acumula como lepra sin remedio

Partir de aquí donde somos la copia mal copiada del olvido

Mis pasos son una manía por vivir

Repetidos

Repetidos

Repetidos

 

 

 

 

 

Eduardo Añorve

 

Días epigramáticos

 

I

Procuras tu belleza más que nada;

ignoras que se alimenta de sí misma.

 

 

II

Pugno por decente modo de besar

el incitante culo de Lesbia

mas no envidio la sutil técnica

que usas con el adiposo de tu jefe.

 

 

III

Dios es cruel y castiga, dices.

No busques refugio en ese espejo.

 

 

IV

Como el Cristo simulas actuar y conducirte.

Es parábola su vida, ¡oh! lector de parábolas.

 

 

 

 

Federico Vite

 

Fisonomía de la culpa

 

 

I

 

Sed,

vientos de semblantes montañosos,

golpes oceánicos en la memoria,

rocas de amplio frontispicio en espera del impacto,

torrente de ansiedad en ascenso,

recuerdos de violencia desatada:

todo se guarda la piel del marinero.

 

 

II

 

De todos los tipos de tatuajes, prefiero los que ramifican el destino. 

Variadas formas de animales adquieren su fisonomía en la selva espesa de la tinta,

son el reflejo del miedo.

Pero elijo las manos oscuras del monje Nagh, su mirada oculta tras líquenes florecidos,

para dar comienzo a la cita con el dolor

de escribir en el cuerpo el nombre de la bestia que seré.    

 

 

 

III

 

El monólogo divino del escriba es coreado por el canto de otros monjes.

En trance, los tatuados reciben al animal impreso en su cuerpo. En éxtasis, cada hombre se transforma. Más allá de la bestia que llevan inscrita en la piel,

en la fauna de la tinta se regocijan los posesos, los aquí reunidos asisten a la migración del alma

y hunden sus garras, sus colmillos poco usados en el viento,

habitan la naturaleza salvaje del instante.

 

 

Nagh observa mis huellas en la sombra,

a su pensamiento espero:

Alas sin ave rodearán tu pecho

y relámpagos negros atravesarán

el cuerpo de un murciélago,

será de opacos pálpitos el latido de lo nuevo. 

 

 De mares lejanos arribo a Tailandia,

al festejo de los monstruos me uno.

 

 

 

 

Gabriel Brito

 

Memorias del recuerdo

I.-

 Admites deshilar fabáceas 

      y esconderlas.

Marchitar  los días de un árbol que viaja.

Ir al límite de la esperanza

      y comerla

      y escupirla

 dejar que caiga a un lado del mar para que no se hunda.

 

Hablarme.                   Decir:

                        “Hola, quisiera verte” 

 

¿No es eso una forma de balear la espalda?

¿no es eso una cueva sin filtros para el frío?

¿no eres tú una luz mugiendo a medio siglo de escombros y de gaitas?

 

 

II.-

Llegar justo

¿será eso cosa del invierno o de las computadoras?

 

Justo hoy

la tarde es vulnerable a la caricia de los duendes.

 

Toma mi cabello y píntalo marrón.

Haz creer que llega otoño para dormir tres horas más

                                                                       y no desvelar tus heridas.

Tiembla cerca.

Un ruido persigue mis ideas dentro de los sueños.

 

¿Sabes por qué no puedo ir cuando dices que quisieras verme?

 

Porque no haz hecho bramar la espiral del fracaso

-ahí quedan las ganas para cuando no quieras saber de mí-.

 

Así acudiré al recuerdo de los días

   en que aguardabas creyendo  “la miel puede fundir el amor

volvernos niños”.

 

 

 

 

Jesús Bartolo

 

En la cadencia de los pies

 

Se comienza por una sonrisa,

luego por un gesto indefinible.

Se sigue de largo, sin pausas

caminando en pautas por la acera.

En el recorrido se piensa en alacranes,

en posibilidades de alebrijes,

mientras el aguijón nos penetra

con su claridad hasta anocturnarnos,

hacernos crecer un bosque,

un dibujo en la ingle,

y poner el sonido de un tren en el pelo.

 

En el trayecto el agua nos guarece

de cualquier interruptor que pueda apagarnos

o dar una señal de oquedad,

un relincho de muerte o de vestigio.

La credulidad va con uno en línea recta;

derecha o izquierda del desengaño, hay en la ruta.

 

El atrás cada vez que salta hacia delante

se desvanece, el brinco no le es suficiente

para convertirse en bola de nieve.

Nuestra sombra se adelanta a toda ternura del paso,

a cada golpe de tacón se escucha un doblez del pasado.

La simetría indulgente nos acosa,

traduce el miedo al signo de la mueca,

nos retrata pues, con una indigestión de barco,

de murciélago caído sobre su barriga

sin poder con su peso, ni la dureza del paisaje.

 

El rumbo nunca termina por más aprisa que se vaya,

por más cosas que saquemos de la chistera,

por más palabras que soltemos despiertas,

la dirección es seguir,

inventar nuevas maneras de caminar.

Más vale no desandar el ámbar de lo recorrido;

recoger o tirar máscaras poco importará

si la zancada deja de ser un disfraz,

nuestra indefensión mostrará su carcajada

y no habrá alteridad donde refugiarse,

goznes donde encapsular la ira o el odio,

protuberancias de consuelo para recostar la cabeza.

 

El itinerario puede cubrirse con un sólo tranco,

con un movimiento supino de la mano,

pero es mejor un parpadeo más bien el instante

en que los párpados cubren al ojo

el destino se resguarda de la mojigatería,

del rebuzno lúdico del atrás cuando salta

con el diente dispuesto.

 

Ir en el ritmo, en la cadencia de los pies

por la planicie del asfalto pensando en el adónde,

en el lugar, es comenzar la marcha.

La capicúa para enmendarse jamás se rumiará,

lo cerca revelará su horizonte.

Lo lejos dará diez vueltas sobre sí

y encontrará el lugar perfecto para echarse.

No podremos negar que en todo esto hay un deleite,

un pez de agua dulce en celo,

un poco de sudor y de prestancia,

tal vez una forma de disimulo y un mulo

cuesta arriba con la carga de nuestros daños,

y años en minúsculos trajes de chaquira.

 

Me detengo para proponer un ademán

como quien se plantea encontrar al futuro,

aunque muchos digan que ese animal no existe,

buscaré el consuelo de su invento.

 

Qué más puede uno ofrecer, sino la oreada vida,

el pulso y el latido no alcanzan la condición de cebo,

arrojaré (pues) de carnada cada una de las partes de mi cuerpo.

 

Si el Parkinson de mis pasos me lleva al extravío,

el intento de llegar no habrá sido en vano.

Las ganas de ir redoblaré,

aunque la sonrisa del primer verso se esté pudriendo

y la distancia del punto móvil que soy, que eres, que semos,

al sitio que podemos ser, llegaré.

 

Vengo de venir viniendo y acaso el polvo no se note en mis zapatos.

Y nadie advierta en mis ojos la úlcera del cansancio.

Tal vez alguien perciba que respiro como una locomotora

cargada de esputos de mi presencia.

Tal vez sólo pase desapercibido porque la fluidez de la memoria

ha desplegado sus velas y los demás sólo se preocupan

por andar el camino en la búsqueda de sus pasos.

 

Los kilómetros que faltan, los días por llegar,

ocuparán mi afán sólo en la medida en que avance.

Metro a metro pisaré la distancia y me contaré una fábula

aunque no me sepa ninguna.

Centímetro a centímetro, micra a micra,

mi pie palpará el suelo y mi rictus comenzará a definirse.

Mi sonrisa emprenderá una carcajada

hasta encontrar su geometría y en cada uno de sus lados,

por azar o destino, las vísceras de la alegría.

 

Cada paso que de, aun sin ser necesario andar,

lo daré sin remordimiento, acaso, con un poco de miedo,

pero sin rutina o complejidad premeditada;

mi tranco en su evolución será simple,

su abertura imparcial, flexible en el cambio de dirección.

Habrá quien diga: “¡qué bonito paso!”,

en su mecánica: premonición y sorpresa se observan.

 

Lo atrás en mi zancada

sólo será un canturreo lejano

sin peso para mostrarme hacia dónde voy.

Un fósil que me dice de dónde vengo.

Sostendré la marcha para ir en la misma cadencia

del instante, del aquí y ahora.

 

Nada de ortopedias si el corazón se lesiona;

si pierdo un pie, la vida puede resolverse a saltos,

puede también seguirse a ciegas;

tunco o enamorado da lo mismo,

caminar para hacer rumbo es lo que importa.

 

Sencillamente caminar sin ocuparse de la huella,

del rastro donde alguien más beba sangre y tiempo,

de epígonos que busquen alteridad en el vestigio.

Ir sin afán de perdurar,

llevar en el paso júbilo,

destreza, chiquilleces que permitan el gozo,

el alumbramiento, un seguir asalmonado,

ruta arriba, siempre, al encuentro de Ítaca.

 

Ser el trayecto, lo pluvial del mismo.

Llover a cada pisada,

andarse monzón tramo a tramo,

trecho a trecho llovizna,

gota a gota distancia.

 

Anfibio, terrestre o alluviado transitar.

Carcomerse de agua, encharcarse de vez en cuando.

Adelgazar como chorrito y filtrarse en lo más mineral de uno.

Descubrir que por dentro, somos lagunas, esteros,

deltas, ojos de agua, pantanos.

 

Dando el primer paso lo demás es seguir.

En la flexión de la rodilla está el impulso,

el pulso acelerado, todo el cuerpo dispuesto

a partir, alma en ristre, presente a mano,

sin cartas bajo la manga, sólo el peón

dos escaques más adelante, en la torrencialidad

de sus branquias, de su aguacero.

 

Nada de prótesis si de pronto el camino fue todo,

si el almaje se cimbra ante la tormenta,

hay que dar el salto, el vacío es otra vía,

y el caer una calle larga y lluviosa.

Nada de aparatos que remplacen el golpe de la gota.

La sonoridad del latido, la armonía del dolor.

Ninguna excusa que nos picoteé.

Para aplazar el brinco, sólo hay que lanzarse.

 

 

 

 

Julián Herbert

Delitos contra la salud

 

 

Festín o circunstancia 

 

Como hace varios años que no logro dormirme,

me convertí en la noche que conocí en los libros.

Largos tramos de luna sobre rocas pulidas

y afluentes que se engastan en caracteres chinos.

La mirada de Uther en el talle de Igraine

profetizándole la muerte al duque de Cornualles–

y con ello vergüenza, guerra y blasones, triacas

de láudano que anieblan el insomnio.

Vino ático, cerveza nórdica,

vestimentas ganadas en un juego de azar.

Música de laúd, ángeles en el sueño,

sobrecitos de droga debajo de la mesa

que van de mano en mano.

 

Amanece y estoy muerto.

Me llevan por las calles como a una zalea,

enturbio los palacios, me duele la cabeza,

estoy gordo de miedo.

 

Cuando vuelve la noche vuelven mis pesadillas

y me siento feliz:

siluetas homicidas en espera del rey,

túneles que unen cárceles y mares,

codornices rellenas, sexo oral

en los baños del banquete,

Salomé y la cabeza de San Juan.

 

Frisos de plomo que envilecen las tertulias

de la mente. Fecunda periferia,

suicida rosa mística, núbil oscuridad.

Festín

o circunstancia.

 

 

El corazón del sábado en la noche

(Tom Waits bebe con Li Po)

El viento baja del bosque. La luz del bulevar

baila como una vela en el pretil de una ventana.

Cielo tibio. Las montañas forman una corona

alrededor de nosotros. Alguien habla de futbol

entre el llano dormido del estacionamiento

y los gritos que salen a la puerta del bar.

Por la barra, las luces de colores

saltan vasos vacíos,

como en un juego de damas chinas.

La música es un río tembloroso de estrellas.

Una botella de vodka

hace más transparente la luna.

 

 

 

 

Julio Zenón

 

Aroma desierto de una flor de lis

 

 

1.-

 

Voy a darte

una ciudad a modo

 

Con el cielo de caracoles

y un mar de gaviotas

 

Con un pueblo

de mariposas sembrado

 

Calles de fuego

y alcantarillas en tejados

con gatos que maúllen

 

Con un desfile

de silencios y voces

 

Y tiernas colegialas

mostrándonos la cara de la noche

 

Una raíz de imprudencia

Un rifle que dispare ciervos

 

Edificios de viento

y banquetes de vulvas

 

balbuceos de lujuria

niños de la calle

 

Y pájaros que duermen

 sobre párpados de río

 

Una ciudad sin noche

eternamente diurna

De celofán celeste

 

Te voy a dar

una ciudad.

eterna

 

 

 

 

Jorge Manzanilla

 

Ante la  estirpe de algunos  aluxes

 

Fumadores del tiempo y del henequén

   dejen el barro entre incienso

        donde la tierra húmeda espere gestos

             de un patrimonio abandonado.

 

Nacen raíces olfateadas por el monte,

al sentir su presencia

          la

   ceiba

  se

      desgrana.

 

 

 

 

Noé Blancas

 

Del otro lado

¿Y si al final no estás, de estos manglares,

ni sirena ni sílfide ni música;

ni te deshilan áncoras ni calmas,

ni te deslíe como a mí esta lluvia?

 

Farfulleras, remiendan, las luciérnagas,

murmullo intransitable, turbia angustia.

Indescifrable aullido quema su ala.

Una amarga bandada de responsos

revienta, como balsa tumefacta.

 

Alguien troncha la flor que busca, errátil,

su narcótico dulce al otro lado

de lo frágil, del ámbar fugitivo.

Convulsionado, sordo, como un charco,

mi corazón, sin voz, está vacío.

 

Ha zarpado mi barco como un ebrio

de aguaceros, como una letanía;

la brújula inmutable, mas sin costa.

¿De dónde volverá, desde qué orilla?

 

No lo fondea nadie ni lo vuelve,

ni cuencas ni caletas ni bahías.

Infierno donde, estática, se agita

sin remitente, apócrifa, la vida.

 

Anónimos estigmas se me enraizan.

En ellos huracán ni sangre aúllan.

La guerra ha concluido con la guerra.

Mi herida no denuncia puya alguna.

 

Más allá del escampe, del Infierno,

tal vez me sobreviva, amor, tu aliento.

 

Tal vez el limo, ni raíz ni fruta.

 

Mas, ¿si al final  no estás, de estos manglares,

ni te deslíe como a mí esta lluvia?

 

 

 

 

Oscar Cortez Tapia

 

[regreso]

 

Tan leve,
tan simple mi madre:
trascendental
como hoja de limón,
como salmodia del palomar

Qué rasposa su ternura
Qué gran óxido su sombra
Qué de ausencias

Ah, la paradoja tiene cinco letras

En su aire de jacaranda agotada
encuentro la fogata de otras horas,
de otras verdades

Deseo el regreso definitivo:
que su vientre
ya muerto
sea mi tumba

 

 

 

 

René Rueda 

 

DIARIO POSTMODERNO 

 

Tiempo: Presente continuo inicuo       Lugar: Guardería ABC, Hermosillo, Sonora 5/6/09

(Lloro llantos ajenos,

paso lluvioso tengo,

voy,

huracán añorante

soy,

mi ojo porta memorias,

perturba calmas,

cimbra estabilidades,

dice: no)

 

Los culpables

(esos cuyo olvido nos despedaza)

Olvido,

análogo al amor del enemigo,

hoja pobre de olivo

o de laurel reseco.

Alguna vez corona de algún rey trastornado lanzado al río.

 

—————————-

Nombrar olvido y sentir aquel río que parte la balada

entre muerte y vida:

Profundo, caudaloso, salado río

que principia en la fuente del extravío.

 

Sentimos frío,

sembradas sombras destelladas somos, por juegos,

por muebles bien limados, sin aristas,

resbaladillas, osos que ríen por siempre.

 

Tenemos frío,

Apretamos las sábanas pero se han ido.

Intacta, lisa, no servirá tu cuna, ni para equear o descombrar tu vida.

 

 

 

 

Antonio Salinas

 

Enfrente de esta casa

 

a

 

En el rincón de la casa

escondido de mí mismo

no quiero convencerme de nada.

Hablo con una mancha en la pared

de donde sale una lluvia ácida.

Ahora que nadie me ve

sólo tengo voz para defenderme.

Escribir sobre la hoja

es darle cuerda a los fantasmas.

 

 

 

b

 

Sirvo la primera taza de café del día;

cargado para no continuar

incluyéndome en esta pesadilla.

Alguien abre la ventana de enfrente,

una muchacha asoma la cabeza,

trae el cabello alborotado.

Pasada la mitad del alba

descubre la cortina una anciana,

detrás la muchacha detiene el tiempo un instante

mi corazón se luce como la puerta de un árbol extinto.

 

 

 

 

Ulber Sánchez

 

Los que miran hacia abajo no duermen

 

1

Hay un ojo que mira al silencio de las cosas,

un bruñido de luz,

el adiós marcado por la cumbre del muro,

un retorno tranquilo,

muertos sosteniendo la mirada,

perros devorándose en las esquinas.

 

El ojo observa.

A la ciudad le han robado sus postes.

 

—No hay manera de dar luto, ni lágrimas, ni párpados sobre los espejos.

 

Aunque se ignore la equívoca llama de veladoras,

un charco de astros da una sinfonía evasiva sobre la ciudad.

 

Vuelto el ojo al centro se lamenta en fragmentos de lodo.

 

 

 

 

2

Cuando el centauro dormita

el sol hiere la sonrisa de las sombras,

no es posible anclar sobre espaldas de perros.

 

Tampoco es posible ejecutar

suicidios colectivos de orugas,

o invitar a un recién nacido a una orgía de lobos.

 

Por eso cuando el centauro dormita nos reconocemos en el odio.

 

 

 

                    

Carlos Ortiz Zúñiga 

 

Sobre Acalayam

 

Las murallas no permiten el paso,

sólo el leve rumor de las balas,

afilado el involuntario anzuelo vulnerable.

En los once días Acalayam naufraga en el caos,

sus habitantes simplemente saben del fuego,

de escombros en la madrugada.

 

 

 

En cada segundo aprenden

sobre las plegarias inscriptas en los muros,

los ejercicios de la piedra.

Su fe es un libro compacto

de repetidas imágenes montadas por el miedo.

En sus calles pasan las horas

-trenes sin retorno.

 

Acalayam está situada entre cascajos

de acero y metal retorcido,

bajo la anónima piel del reptil,

sepultada entre los hilos del aire y el humo.

 

 

 

No es posible esta ciudad sin el odio,

el temor de la muerte,

no se entiende sin la angustia y la nostalgia

de los que imaginan encontrar frente al espejo

el rostro de su asesino.

 

Acalayam es el ensayo del dolor,

la infinitud del vacío,

una la brisa oscura,

una abeja campaneando bajo la lengua.

 

La memoria se queda aprensada

remueve las piedras,

cada bulto entre las cenizas es un recuerdo.

 

El luto no da para más.

Adentro se enfrentan las causas,

efímeros aviones partiendo

como pájaros ciegos.

En alguna parte alguien gira

la cabeza para mirar al cielo.

El miedo se agazapa, se olvida:

hoy es una de esas tardes inútiles.

 

 

 

Zel Cabrera

 

LA MUJER Y LA MAR

I

Una mujer al pie de un abismo,
una mujer en el ojo de un ciclón
en la caricia de la penumbra,
en la sonrisa de una tragedia
una mujer que mira fijamente
que teje angustias.

Una mujer, la que no soy,
la que no fui, la que no seré
se rompe en llanto
mientras  vuelve y escribe y vuelve

 

 

II

 

La mujer del abismo planea un viaje

y mira un paisaje marino en la pared de un baño

no entiende por qué la brisa es salada y

por qué los cangrejos se mudan de casa en el otoño.

 

En el cuadro todo le pertenece al viento

la mujer observa y suspira de pronto,

ha hecho un nudo con la voz para no soltar en llanto,

quiere huir, desatarse el cabello como se desatan las tormentas,

Esta mujer tiene un dolor que atraviesa el océano

 

 

  

 

Ángel Carlos Sánchez

 

Exposición a la ausencia

(Impresiones acerca del sentido del sinsentido)

 

Hoy, caminar bajo un cielo poco estable es tentalear con todos los sentidos.

Uno es tan sensible a veces que detenerse es distinto.

Los cambios de la atmósfera influyen pero no determinan a quien nos ve:

cruzamos los brazos, alzamos los hombros, nos acurrucamos en algún deseo,

observamos la claridad con ojos entrecerrados…

Lo que nos vuelve vulnerables es la añoranza

de una sombra dulce.

La melancolía es a veces un indicador grato de que estamos habitando también

otro lado del mundo donde alguien nos desea.

¿Quieres percibirme?

Entre todas las palabras, como entre todas las islas,

hay puentes por los que puede atravesar la necesidad.

 

 

Empeñados en hablar del abandono

la puerta atrancada de una casa no logra perturbarme.

Entiendo que sea complicado comprender una actitud de tanto desapego.

Quedarme sin un lugar me descompone no tan urgentemente.

La realidad nunca es historia de tanto peso como la imaginación.

Olvidar incendiados los barcos de la confianza es algo que preocupa,

respirar en el agua al ras de la memoria.

La unión entre tú y tus días me conmueve con unas imprecisas ganas de todo el cuerpo,

cuando revelas frente a frente cosas que has perdido:

besos dinteles, combas caricias, catárticas columnas.

 

 

Ahora que tu boca percibe el tiempo quebrajándose

viene de lejos el eco de un aullido,

un ulular que avisa de algo lúgubre.

Al fondo de tus palabras tu calle tal vez asoma por otras ventanas.

Todo el mundo está cada vez más ausente.

Te confieso un poco de tristeza.

Ojalá olvidara las señales que intentan describirla.

Hace algunas locuras pretendía ser un signo.

Padecimiento espiritual favorecido

por asfixiantes modos de control, las acciones cotidianas.

Mis días frenan líneas arriba ante la tentación de un sitio placentero.

Afortunadamente somos fantasía sólida.

¿Disfrutaremos mañanas subjetivas,

consciente amor detrás de las voces más delgadas?

 

 

 

 

 

 

 

 

Librería

También puedes leer