El poeta Ulber Sánchez nos presenta una muy interesante muestra de poetas guerrerenses en los que, entre otros, se encuentran Citlali Guerrero, Federico Vite, Julián Herbert, Brenda Ríos, Jesús Bartolo, entre otros; diecisiete poetas que dan cuenta de la vitalidad de la poesía del estado de Guerrero.
Muestra de poetas Guerrerenses
Brenda Ríos
La cuerda de plata
Libro primero
Un día me cansé de hospitales y me dejé morir,
solitariamente, mansamente, dulce.
La muerte que yo elijo, la mía, la que me pertenece.
Un día me cansé de no llegar a ningún lado,
de lo vano, lo febril, lo corporativo
y dejé de ir al trabajo.
Pude mirar por fin ya sin pudor
a los que se besan en la calle
pude mirar al enemigo
sin rencor, limpia.
Dejarme morir fue aceptar que vivía,
y el dolor que me recuerda que ésta es mi carne.
Libro segundo
Me prohibieron cantar,
pero tengo la garganta llena de voces,
tengo un coro en mí que se lanza contra mi piel,
rebelde, luminoso,
pero estéril.
Tengo el mar y sus olas,
las gaviotas enloquecidas cantan por mí…
entonces puedo seguir el canto en mi mente,
ya no material, ya no palpable.
Me gustaría tenderme al sol,
desnuda en la arena,
dormir en el agua, dejarme llevar,
tenderme a la muerte que nos alcanza hasta en la nimiedad del juego infantil.
Pero soy consciente de este cuerpo,
y lo cubro pese al calor,
lo protejo aún, como si todavía importara.
La primavera llega y no sonrío.
Me prohibieron hablar en clase y en la mesa,
las malas palabras, los malos pensamientos,
los dulces, ciertos juegos,
llegar tarde, faltar al trabajo.
Soy después de todo esto
un objeto largamente construido de una represión impulsada,
una labor minuciosa y bien cuidada de la voz que ordena la comida por mí.
Tengo ganas de salir y perderme en un bosque cuando llueva,
de mirarme en el espejo y decir ésta también es mi carne…
Citlali Guerrero
A tus pies donde mueren golondrinas
1
Sentada en la tarde
miro los colores tenues
las velas sobre el fondo verde de mis ojos
la madrugada
los días en que no duermo
2
A tus pies donde diariamente mueren golondrinas
está mi cuerpo abatido por el sol
descompuesto por pequeñas particulas
perversas y necias a la felicidad
Escondida como billetera vacía
está mi cuerpo derretido por el sol
3
Partir en cuerpo y alma me dijo
Partir le dije en cuerpo y alma
Mis alegrías se han agotado
Sueño todas las noches que soy el mismo cuerpo repetido
Me levanto y al lado encuentro una mariposa verde
He de partir mientras mi garganta se traga la amargura de mis días
El cansancio se acumula como lepra sin remedio
Partir de aquí donde somos la copia mal copiada del olvido
Mis pasos son una manía por vivir
Repetidos
Repetidos
Repetidos
Eduardo Añorve
Días epigramáticos
I
Procuras tu belleza más que nada;
ignoras que se alimenta de sí misma.
II
Pugno por decente modo de besar
el incitante culo de Lesbia
mas no envidio la sutil técnica
que usas con el adiposo de tu jefe.
III
Dios es cruel y castiga, dices.
No busques refugio en ese espejo.
IV
Como el Cristo simulas actuar y conducirte.
Es parábola su vida, ¡oh! lector de parábolas.
Federico Vite
Fisonomía de la culpa
I
Sed,
vientos de semblantes montañosos,
golpes oceánicos en la memoria,
rocas de amplio frontispicio en espera del impacto,
torrente de ansiedad en ascenso,
recuerdos de violencia desatada:
todo se guarda la piel del marinero.
II
De todos los tipos de tatuajes, prefiero los que ramifican el destino.
Variadas formas de animales adquieren su fisonomía en la selva espesa de la tinta,
son el reflejo del miedo.
Pero elijo las manos oscuras del monje Nagh, su mirada oculta tras líquenes florecidos,
para dar comienzo a la cita con el dolor
de escribir en el cuerpo el nombre de la bestia que seré.
III
El monólogo divino del escriba es coreado por el canto de otros monjes.
En trance, los tatuados reciben al animal impreso en su cuerpo. En éxtasis, cada hombre se transforma. Más allá de la bestia que llevan inscrita en la piel,
en la fauna de la tinta se regocijan los posesos, los aquí reunidos asisten a la migración del alma
y hunden sus garras, sus colmillos poco usados en el viento,
habitan la naturaleza salvaje del instante.
Nagh observa mis huellas en la sombra,
a su pensamiento espero:
Alas sin ave rodearán tu pecho
y relámpagos negros atravesarán
el cuerpo de un murciélago,
será de opacos pálpitos el latido de lo nuevo.
De mares lejanos arribo a Tailandia,
al festejo de los monstruos me uno.
Gabriel Brito
Memorias del recuerdo
I.-
Admites deshilar fabáceas
y esconderlas.
Marchitar los días de un árbol que viaja.
Ir al límite de la esperanza
y comerla
y escupirla
dejar que caiga a un lado del mar para que no se hunda.
Hablarme. Decir:
“Hola, quisiera verte”
¿No es eso una forma de balear la espalda?
¿no es eso una cueva sin filtros para el frío?
¿no eres tú una luz mugiendo a medio siglo de escombros y de gaitas?
II.-
Llegar justo
¿será eso cosa del invierno o de las computadoras?
Justo hoy
la tarde es vulnerable a la caricia de los duendes.
Toma mi cabello y píntalo marrón.
Haz creer que llega otoño para dormir tres horas más
y no desvelar tus heridas.
Tiembla cerca.
Un ruido persigue mis ideas dentro de los sueños.
¿Sabes por qué no puedo ir cuando dices que quisieras verme?
Porque no haz hecho bramar la espiral del fracaso
-ahí quedan las ganas para cuando no quieras saber de mí-.
Así acudiré al recuerdo de los días
en que aguardabas creyendo “la miel puede fundir el amor
volvernos niños”.
Jesús Bartolo
En la cadencia de los pies
Se comienza por una sonrisa,
luego por un gesto indefinible.
Se sigue de largo, sin pausas
caminando en pautas por la acera.
En el recorrido se piensa en alacranes,
en posibilidades de alebrijes,
mientras el aguijón nos penetra
con su claridad hasta anocturnarnos,
hacernos crecer un bosque,
un dibujo en la ingle,
y poner el sonido de un tren en el pelo.
En el trayecto el agua nos guarece
de cualquier interruptor que pueda apagarnos
o dar una señal de oquedad,
un relincho de muerte o de vestigio.
La credulidad va con uno en línea recta;
derecha o izquierda del desengaño, hay en la ruta.
El atrás cada vez que salta hacia delante
se desvanece, el brinco no le es suficiente
para convertirse en bola de nieve.
Nuestra sombra se adelanta a toda ternura del paso,
a cada golpe de tacón se escucha un doblez del pasado.
La simetría indulgente nos acosa,
traduce el miedo al signo de la mueca,
nos retrata pues, con una indigestión de barco,
de murciélago caído sobre su barriga
sin poder con su peso, ni la dureza del paisaje.
El rumbo nunca termina por más aprisa que se vaya,
por más cosas que saquemos de la chistera,
por más palabras que soltemos despiertas,
la dirección es seguir,
inventar nuevas maneras de caminar.
Más vale no desandar el ámbar de lo recorrido;
recoger o tirar máscaras poco importará
si la zancada deja de ser un disfraz,
nuestra indefensión mostrará su carcajada
y no habrá alteridad donde refugiarse,
goznes donde encapsular la ira o el odio,
protuberancias de consuelo para recostar la cabeza.
El itinerario puede cubrirse con un sólo tranco,
con un movimiento supino de la mano,
pero es mejor un parpadeo –más bien el instante–
en que los párpados cubren al ojo
el destino se resguarda de la mojigatería,
del rebuzno lúdico del atrás cuando salta
con el diente dispuesto.
Ir en el ritmo, en la cadencia de los pies
por la planicie del asfalto pensando en el adónde,
en el lugar, es comenzar la marcha.
La capicúa para enmendarse jamás se rumiará,
lo cerca revelará su horizonte.
Lo lejos dará diez vueltas sobre sí
y encontrará el lugar perfecto para echarse.
No podremos negar que en todo esto hay un deleite,
un pez de agua dulce en celo,
un poco de sudor y de prestancia,
tal vez una forma de disimulo y un mulo
cuesta arriba con la carga de nuestros daños,
y años en minúsculos trajes de chaquira.
Me detengo para proponer un ademán
como quien se plantea encontrar al futuro,
aunque muchos digan que ese animal no existe,
buscaré el consuelo de su invento.
Qué más puede uno ofrecer, sino la oreada vida,
el pulso y el latido no alcanzan la condición de cebo,
arrojaré (pues) de carnada cada una de las partes de mi cuerpo.
Si el Parkinson de mis pasos me lleva al extravío,
el intento de llegar no habrá sido en vano.
Las ganas de ir redoblaré,
aunque la sonrisa del primer verso se esté pudriendo
y la distancia del punto móvil que soy, que eres, que semos,
al sitio que podemos ser, llegaré.
Vengo de venir viniendo y acaso el polvo no se note en mis zapatos.
Y nadie advierta en mis ojos la úlcera del cansancio.
Tal vez alguien perciba que respiro como una locomotora
cargada de esputos de mi presencia.
Tal vez sólo pase desapercibido porque la fluidez de la memoria
ha desplegado sus velas y los demás sólo se preocupan
por andar el camino en la búsqueda de sus pasos.
Los kilómetros que faltan, los días por llegar,
ocuparán mi afán sólo en la medida en que avance.
Metro a metro pisaré la distancia y me contaré una fábula
aunque no me sepa ninguna.
Centímetro a centímetro, micra a micra,
mi pie palpará el suelo y mi rictus comenzará a definirse.
Mi sonrisa emprenderá una carcajada
hasta encontrar su geometría y en cada uno de sus lados,
por azar o destino, las vísceras de la alegría.
Cada paso que de, aun sin ser necesario andar,
lo daré sin remordimiento, acaso, con un poco de miedo,
pero sin rutina o complejidad premeditada;
mi tranco en su evolución será simple,
su abertura imparcial, flexible en el cambio de dirección.
Habrá quien diga: “¡qué bonito paso!”,
en su mecánica: premonición y sorpresa se observan.
Lo atrás en mi zancada
sólo será un canturreo lejano
sin peso para mostrarme hacia dónde voy.
Un fósil que me dice de dónde vengo.
Sostendré la marcha para ir en la misma cadencia
del instante, del aquí y ahora.
Nada de ortopedias si el corazón se lesiona;
si pierdo un pie, la vida puede resolverse a saltos,
puede también seguirse a ciegas;
tunco o enamorado da lo mismo,
caminar para hacer rumbo es lo que importa.
Sencillamente caminar sin ocuparse de la huella,
del rastro donde alguien más beba sangre y tiempo,
de epígonos que busquen alteridad en el vestigio.
Ir sin afán de perdurar,
llevar en el paso júbilo,
destreza, chiquilleces que permitan el gozo,
el alumbramiento, un seguir asalmonado,
ruta arriba, siempre, al encuentro de Ítaca.
Ser el trayecto, lo pluvial del mismo.
Llover a cada pisada,
andarse monzón tramo a tramo,
trecho a trecho llovizna,
gota a gota distancia.
Anfibio, terrestre o alluviado transitar.
Carcomerse de agua, encharcarse de vez en cuando.
Adelgazar como chorrito y filtrarse en lo más mineral de uno.
Descubrir que por dentro, somos lagunas, esteros,
deltas, ojos de agua, pantanos.
Dando el primer paso lo demás es seguir.
En la flexión de la rodilla está el impulso,
el pulso acelerado, todo el cuerpo dispuesto
a partir, alma en ristre, presente a mano,
sin cartas bajo la manga, sólo el peón
dos escaques más adelante, en la torrencialidad
de sus branquias, de su aguacero.
Nada de prótesis si de pronto el camino fue todo,
si el almaje se cimbra ante la tormenta,
hay que dar el salto, el vacío es otra vía,
y el caer una calle larga y lluviosa.
Nada de aparatos que remplacen el golpe de la gota.
La sonoridad del latido, la armonía del dolor.
Ninguna excusa que nos picoteé.
Para aplazar el brinco, sólo hay que lanzarse.
Julián Herbert
Delitos contra la salud
Festín o circunstancia
Como hace varios años que no logro dormirme,
me convertí en la noche que conocí en los libros.
Largos tramos de luna sobre rocas pulidas
y afluentes que se engastan en caracteres chinos.
La mirada de Uther en el talle de Igraine
profetizándole la muerte al duque de Cornualles–
y con ello vergüenza, guerra y blasones, triacas
de láudano que anieblan el insomnio.
Vino ático, cerveza nórdica,
vestimentas ganadas en un juego de azar.
Música de laúd, ángeles en el sueño,
sobrecitos de droga debajo de la mesa
que van de mano en mano.
Amanece y estoy muerto.
Me llevan por las calles como a una zalea,
enturbio los palacios, me duele la cabeza,
estoy gordo de miedo.
Cuando vuelve la noche vuelven mis pesadillas
y me siento feliz:
siluetas homicidas en espera del rey,
túneles que unen cárceles y mares,
codornices rellenas, sexo oral
en los baños del banquete,
Salomé y la cabeza de San Juan.
Frisos de plomo que envilecen las tertulias
de la mente. Fecunda periferia,
suicida rosa mística, núbil oscuridad.
Festín
o circunstancia.
El corazón del sábado en la noche
(Tom Waits bebe con Li Po)
El viento baja del bosque. La luz del bulevar
baila como una vela en el pretil de una ventana.
Cielo tibio. Las montañas forman una corona
alrededor de nosotros. Alguien habla de futbol
entre el llano dormido del estacionamiento
y los gritos que salen a la puerta del bar.
Por la barra, las luces de colores
saltan vasos vacíos,
como en un juego de damas chinas.
La música es un río tembloroso de estrellas.
Una botella de vodka
hace más transparente la luna.
Julio Zenón
Aroma desierto de una flor de lis
1.-
Voy a darte
una ciudad a modo
Con el cielo de caracoles
y un mar de gaviotas
Con un pueblo
de mariposas sembrado
Calles de fuego
y alcantarillas en tejados
con gatos que maúllen
Con un desfile
de silencios y voces
Y tiernas colegialas
mostrándonos la cara de la noche
Una raíz de imprudencia
Un rifle que dispare ciervos
Edificios de viento
y banquetes de vulvas
balbuceos de lujuria
niños de la calle
Y pájaros que duermen
sobre párpados de río
Una ciudad sin noche
eternamente diurna
De celofán celeste
Te voy a dar
una ciudad.
eterna
Jorge Manzanilla
Ante la estirpe de algunos aluxes
Fumadores del tiempo y del henequén
dejen el barro entre incienso
donde la tierra húmeda espere gestos
de un patrimonio abandonado.
Nacen raíces olfateadas por el monte,
al sentir su presencia
la
ceiba
se
desgrana.
Noé Blancas
Del otro lado
¿Y si al final no estás, de estos manglares,
ni sirena ni sílfide ni música;
ni te deshilan áncoras ni calmas,
ni te deslíe como a mí esta lluvia?
Farfulleras, remiendan, las luciérnagas,
murmullo intransitable, turbia angustia.
Indescifrable aullido quema su ala.
Una amarga bandada de responsos
revienta, como balsa tumefacta.
Alguien troncha la flor que busca, errátil,
su narcótico dulce al otro lado
de lo frágil, del ámbar fugitivo.
Convulsionado, sordo, como un charco,
mi corazón, sin voz, está vacío.
Ha zarpado mi barco como un ebrio
de aguaceros, como una letanía;
la brújula inmutable, mas sin costa.
¿De dónde volverá, desde qué orilla?
No lo fondea nadie ni lo vuelve,
ni cuencas ni caletas ni bahías.
Infierno donde, estática, se agita
sin remitente, apócrifa, la vida.
Anónimos estigmas se me enraizan.
En ellos huracán ni sangre aúllan.
La guerra ha concluido con la guerra.
Mi herida no denuncia puya alguna.
Más allá del escampe, del Infierno,
tal vez me sobreviva, amor, tu aliento.
Tal vez el limo, ni raíz ni fruta.
Mas, ¿si al final no estás, de estos manglares,
ni te deslíe como a mí esta lluvia?
Oscar Cortez Tapia
[regreso]
Tan leve,
tan simple mi madre:
trascendental
como hoja de limón,
como salmodia del palomar
Qué rasposa su ternura
Qué gran óxido su sombra
Qué de ausencias
Ah, la paradoja tiene cinco letras
En su aire de jacaranda agotada
encuentro la fogata de otras horas,
de otras verdades
Deseo el regreso definitivo:
que su vientre
ya muerto
sea mi tumba
René Rueda
DIARIO POSTMODERNO
Tiempo: Presente continuo inicuo Lugar: Guardería ABC, Hermosillo, Sonora 5/6/09
(Lloro llantos ajenos,
paso lluvioso tengo,
voy,
huracán añorante
soy,
mi ojo porta memorias,
perturba calmas,
cimbra estabilidades,
dice: no)
Los culpables
(esos cuyo olvido nos despedaza)
Olvido,
análogo al amor del enemigo,
hoja pobre de olivo
o de laurel reseco.
Alguna vez corona de algún rey trastornado lanzado al río.
—————————-
Nombrar olvido y sentir aquel río que parte la balada
entre muerte y vida:
Profundo, caudaloso, salado río
que principia en la fuente del extravío.
Sentimos frío,
sembradas sombras destelladas somos, por juegos,
por muebles bien limados, sin aristas,
resbaladillas, osos que ríen por siempre.
Tenemos frío,
Apretamos las sábanas pero se han ido.
Intacta, lisa, no servirá tu cuna, ni para equear o descombrar tu vida.
Antonio Salinas
Enfrente de esta casa
a
En el rincón de la casa
escondido de mí mismo
no quiero convencerme de nada.
Hablo con una mancha en la pared
de donde sale una lluvia ácida.
Ahora que nadie me ve
sólo tengo voz para defenderme.
Escribir sobre la hoja
es darle cuerda a los fantasmas.
b
Sirvo la primera taza de café del día;
cargado para no continuar
incluyéndome en esta pesadilla.
Alguien abre la ventana de enfrente,
una muchacha asoma la cabeza,
trae el cabello alborotado.
Pasada la mitad del alba
descubre la cortina una anciana,
detrás la muchacha detiene el tiempo un instante
mi corazón se luce como la puerta de un árbol extinto.
Ulber Sánchez
Los que miran hacia abajo no duermen
1
Hay un ojo que mira al silencio de las cosas,
un bruñido de luz,
el adiós marcado por la cumbre del muro,
un retorno tranquilo,
muertos sosteniendo la mirada,
perros devorándose en las esquinas.
El ojo observa.
A la ciudad le han robado sus postes.
—No hay manera de dar luto, ni lágrimas, ni párpados sobre los espejos.
Aunque se ignore la equívoca llama de veladoras,
un charco de astros da una sinfonía evasiva sobre la ciudad.
Vuelto el ojo al centro se lamenta en fragmentos de lodo.
2
Cuando el centauro dormita
el sol hiere la sonrisa de las sombras,
no es posible anclar sobre espaldas de perros.
Tampoco es posible ejecutar
suicidios colectivos de orugas,
o invitar a un recién nacido a una orgía de lobos.
Por eso cuando el centauro dormita nos reconocemos en el odio.
Carlos Ortiz Zúñiga
Sobre Acalayam
Las murallas no permiten el paso,
sólo el leve rumor de las balas,
afilado el involuntario anzuelo vulnerable.
En los once días Acalayam naufraga en el caos,
sus habitantes simplemente saben del fuego,
de escombros en la madrugada.
En cada segundo aprenden
sobre las plegarias inscriptas en los muros,
los ejercicios de la piedra.
Su fe es un libro compacto
de repetidas imágenes montadas por el miedo.
En sus calles pasan las horas
-trenes sin retorno.
Acalayam está situada entre cascajos
de acero y metal retorcido,
bajo la anónima piel del reptil,
sepultada entre los hilos del aire y el humo.
No es posible esta ciudad sin el odio,
el temor de la muerte,
no se entiende sin la angustia y la nostalgia
de los que imaginan encontrar frente al espejo
el rostro de su asesino.
Acalayam es el ensayo del dolor,
la infinitud del vacío,
una la brisa oscura,
una abeja campaneando bajo la lengua.
La memoria se queda aprensada
remueve las piedras,
cada bulto entre las cenizas es un recuerdo.
El luto no da para más.
Adentro se enfrentan las causas,
efímeros aviones partiendo
como pájaros ciegos.
En alguna parte alguien gira
la cabeza para mirar al cielo.
El miedo se agazapa, se olvida:
hoy es una de esas tardes inútiles.
Zel Cabrera
LA MUJER Y LA MAR
I
Una mujer al pie de un abismo,
una mujer en el ojo de un ciclón
en la caricia de la penumbra,
en la sonrisa de una tragedia
una mujer que mira fijamente
que teje angustias.
Una mujer, la que no soy,
la que no fui, la que no seré
se rompe en llanto
mientras vuelve y escribe y vuelve
II
La mujer del abismo planea un viaje
y mira un paisaje marino en la pared de un baño
no entiende por qué la brisa es salada y
por qué los cangrejos se mudan de casa en el otoño.
En el cuadro todo le pertenece al viento
la mujer observa y suspira de pronto,
ha hecho un nudo con la voz para no soltar en llanto,
quiere huir, desatarse el cabello como se desatan las tormentas,
Esta mujer tiene un dolor que atraviesa el océano
Ángel Carlos Sánchez
Exposición a la ausencia
(Impresiones acerca del sentido del sinsentido)
Hoy, caminar bajo un cielo poco estable es tentalear con todos los sentidos.
Uno es tan sensible a veces que detenerse es distinto.
Los cambios de la atmósfera influyen pero no determinan a quien nos ve:
cruzamos los brazos, alzamos los hombros, nos acurrucamos en algún deseo,
observamos la claridad con ojos entrecerrados…
Lo que nos vuelve vulnerables es la añoranza
de una sombra dulce.
La melancolía es a veces un indicador grato de que estamos habitando también
otro lado del mundo donde alguien nos desea.
¿Quieres percibirme?
Entre todas las palabras, como entre todas las islas,
hay puentes por los que puede atravesar la necesidad.
Empeñados en hablar del abandono
la puerta atrancada de una casa no logra perturbarme.
Entiendo que sea complicado comprender una actitud de tanto desapego.
Quedarme sin un lugar me descompone no tan urgentemente.
La realidad nunca es historia de tanto peso como la imaginación.
Olvidar incendiados los barcos de la confianza es algo que preocupa,
respirar en el agua al ras de la memoria.
La unión entre tú y tus días me conmueve con unas imprecisas ganas de todo el cuerpo,
cuando revelas frente a frente cosas que has perdido:
besos dinteles, combas caricias, catárticas columnas.
Ahora que tu boca percibe el tiempo quebrajándose
viene de lejos el eco de un aullido,
un ulular que avisa de algo lúgubre.
Al fondo de tus palabras tu calle tal vez asoma por otras ventanas.
Todo el mundo está cada vez más ausente.
Te confieso un poco de tristeza.
Ojalá olvidara las señales que intentan describirla.
Hace algunas locuras pretendía ser un signo.
Padecimiento espiritual favorecido
por asfixiantes modos de control, las acciones cotidianas.
Mis días frenan líneas arriba ante la tentación de un sitio placentero.
Afortunadamente somos fantasía sólida.
¿Disfrutaremos mañanas subjetivas,
consciente amor detrás de las voces más delgadas?