Francisco Segovia (Ciudad de México, 1958) es poeta, ensayista, traductor y lexicógrafo. Con una amplia trayectoria, Segovia nos ofrece una serie de poemas inéditos correspondientes a la trilogía Partidas, poemas sintéticos y certeros. Entre los libros más recientes del autor podemos mencionar El aire habitado / Rellano y Elegía.
D e g u a r d i a
(Nuevos fragmentos)
y nosotros los guardias
alimento de los tigres
—Rikaku
También en nosotros pesa la plomada
que va hundiendo al sol en el abismo de su peso
puntual como el punto que cae siempre
en el centro de su círculo.
Los hombros derrumbándose por dentro
mientras dura aún la guardia.
*
Esperamos sedientos que terminara el día
suplicando en silencio a lo más alto.
Pero en vano.
Tampoco la noche
asperjó en el cielo
sus gotas de agua.
*
¡Es tan poca la tierra! —dijo—.
Mis padres y sus padres rastrillaron
estas mismas lajas blancas
que seguimos venerando.
A todos los enterramos
echando polvo en su boca.
Pero a poco sobre sus tumbas
volvía a pasar el arado.
¡Es tan poca la tierra!
*
El viento arrasa nuestros párpados
y borra los senderos.
¿Cómo saber a dónde vamos?
Caminos de polvo.
Caminos del polvo.
*
Piedras desabridas
que castañetean loma abajo.
El viento recorre el espinazo torturado
de ese río de temporal
como un largo escalofrío.
*
A veces una sombra
camina con nosotros.
Los jóvenes se vuelven
queriendo sorprenderla
y se miran en silencio.
Los demás clavamos los ojos
frente a nuestros pasos.
El pudor es algo
que arraiga con los años.
*
Pueblos de adobe
hincados en el polvo.
Más que casas
tolvaneras desplomadas.
Desligando la argamasa de sus labios
alguien dice que en mixteco
hasta las nubes son polvo:
“Polvo de agua pero polvo”.
Ni siquiera un aguacero aliviaría
la sed que anida en el aire.
*
Fregamos con estropajo cada día
el abrevadero y los baldes
de caballos y de perros.
Que no metan las patas
al agua donde beben.
Que no aprendan como nosotros
a engordar las cabras con cicuta
y lavarse las manos en agua puerca.
*
¿Qué hace el aire
que a veces nos acerca
y a veces nos aleja
las montañas?
Ayer respirábamos en las playas de un valle
y hoy nos ahogamos en un cerco.
*
¿Hay algo más allá?
Tendemos el oído y aguardamos
cerrando los ojos.
No nos avergüenza
dormitar al paso del silencio
y entrar a ritmo en su inercia.
Hacemos lo que la araña
bamboleándose en sus hilos
hasta que cae su presa y los tensa.
El ojo duerme
pero el oído está de guardia.
*
Entrada la noche le echamos
un puño de tierra al fuego.
La oscuridad fue apagando
actos y palabras.
Nos puso a salvo para el sueño
y nos tumbamos a dormir …
Nos despertó el destello
de un limpio fogonazo.
El relámpago nos delataba apretujados
en un recodo de la noche :
aquí el pocillo de peltre
en las piedras de la lumbre
y más allá la sombra de dos hombres
bajo una misma frazada
la silueta de las mulas y sus ojos azorados
el chasquido y la hojarasca
que dejan los roedores al huir
cerniéndose en el aire …
Y sólo después
el amplio y hondo retumbo del trueno
que llenó el pecho de la noche …
—¿Truena en tiempo de secas?
—Quizá se nos fue volando el año
y ya tocan las aguas.
—O ya nos alcanzó
el año que entra …
Pero nada podía alegrarnos.
La noche cerró el refugio que nos daba …
*
Luces a voleo y a la suerte …
¡Que alguien se haya imaginado
las estrellas en racimos!
*
—Los guijarros cantan en la orilla
pero más y mejor al fondo
donde no se oye …
—Ya verán cómo es amarga
la niebla al lado de los troncos
pero dulce sobre el agua …
—Cuando la serpiente beba
de la sangre del hombre
y el cielo grite tres veces …
Si no lleváramos despiertos tantos días
quizá creeríamos que todo es sueño.
*
Un pedrusco
—hirsuta flor de lava—
en esta orilla.
Pero en su tumbo también él
como un canto hará correr
un limpio arpegio sobre el agua.
¡Oh esperanza!
*
Bajamos al pueblo.
Hileras de puertas y ventanas
entreabiertas al silencio.
No hay nadie.
Sólo ese susurro que se arrastra
alzando polvo en el empedrado.
*
La miraron sin emoción
pero con la gula indistracta
de una partida de orcas
que cazan toda una ballena
por devorar sólo su lengua.
*
El incendio nos legó estas ruinas.
¿Cómo recibirlas sin quemarnos?
Nuestra tristeza antaño circunspecta
aspira el humo amargo de las ascuas.
Y tose.
Tose.
*
Mascamos tierra y tenemos
los ojos llenos de polvo.
Negras costras en vez de uñas.
No salimos a la luz
ni recorremos sus plazas.
Sólo de noche rondamos
sin saber si alguna vez
vendrá el día en que el día vuelva
a tolerarnos en sus toldos.
Vagamos como espectros
en el ghetto de la noche
y sólo a veces nos cruzamos
con las mismas sombras que hace tiempo
nos enterraron vivos.
*
Tierra tan blanca que no creerías
que las piedras que el invierno echó a voleo
vayan sin embargo a germinar en primavera.
*
Siempre a tres pasos de ella
como una ola que corre detrás de otra.
Entre los dos hay un valle en sombras.
Sólo el amor llena el hueco.
*
Por el camino canto
las canciones que cantaban
los muchachos de mi tiempo.
Ahora soy viejo y me ofende
el mundo de los hombres.
Pero canto y me consuelo.
Nada ha cambiado.
Ahí están los mismos árboles
las mismas casas
las mismas melodías que aprendí
con los amigos en la calle.
¡Ah los días
que la juventud nos regalaba!
¡Días de asueto!
Mientras cantábamos
en una esquina cualquiera
el mundo ofendía a mi padre.
Nada ha cambiado.
*
De noche un pueblo:
guirnalda de farolas alumbradas.
Cuando más anhelábamos volver
a esa tibieza ámbar
encendíamos un fuego.
Aun a la intemperie era bastante
para avivar entre nosotros
una mansa intimidad
y poner su resplandor en nuestro pecho.
Globos de Cantoya
en la noche helada.
*
Morosa curva del camino
que pospone su secreto :
arcoiris derruido.
*
Pero había ese arroyo que el verano
desenredó de entre las peñas
y soltó barranca abajo.
Más bruma que agua en su caída.
Más brisa sin la brida de los vientos
antes de llegar al valle ya
con paso manso.
Había ese arroyo
entrando a la paciencia de los llanos.
*
De parte de madre —dijo—
mi familia teme a Dios y se persina
cuando atisba un extranjero.
Pero metería al fuego las dos manos
por sacar de los infiernos
a los parientes de mi padre
que también llegaron de lejos.
No tengan vergüenza entonces.
Aquí todos sabemos
que es Dios quien nos pone en la puerta
a mendigos y exiliados.
*
Al mediodía un chapuzón
nos refresca
la confianza.
—Hay dios.
Al media noche un ascua
mal avivada revive
la desconfianza.
—No hay dios.
*
Por miedo al infierno
nunca ha disparado contra nadie
que no conozca.
Dice que el diablo da
su mejor tiro a los que apuntan
a quien ni les debe ni les teme.
Por miedo al infierno nunca
al inocente ni al desprevenido.
Sólo a la gente de su pueblo.
*
Empezaba a amanecer apenas
y ya empalidecía al pie del cerro avergonzada
la luz de los enormes reflectores del castillo.
*
Anillo de bodas
hilo de no olvidar
ojo de Dios
llaga en la yema
la argolla que dejó en mi dedo la granada.
*
En el centro de la llama
arde la oscuridad.
*
Miramos desde aquí
la otra orilla del valle.
¿Por qué lo más distante
parece más sereno?
Antaño andábamos nimbados
de una suave inocencia.
Lo descubrimos sólo ahora
en estos días tumultuosos.
Y los de allá
¿creerán ellos acaso
que aquí vivimos en paz?
*
Guijarros guindas lavados por la lluvia
sus pezones bajo el agua.
Puntas de bolillo duras y morenas
sus pezones en mis dientes.
*
Nos abrazábamos los brazos
tiritando. En nuestra celda
el aire pesaba como un lago helado …
También el tiempo entumido se tendía
sobre las planchas de cemento
y dejaba la mente en blanco.
Minutos interminablemente prorrogados
que no acababan nunca
de redondearse en un ahora.
Cerrábamos los ojos
buscando hallar en las entrañas un rescoldo
que entibiara nuestro sueño.
Pero adentro sólo hallábamos de nuevo
el mismo frío de menta.
Si la vida se agitaba aún ahí
era en los espasmos que por turnos
asaltaban nuestros cuerpos en silencio.
En los labios ya sólo merodeaba
el soplo tibio que dejó el rondín
del último cigarro por el patio.
*
Nada y nadie empuja mi sangre
al tenso borbotón de la entrepierna.
Ella sola acude allí
como acude al llamado de una herida.
*
Mira lo hondo sin ver
los destellos de la superficie.
Y los destellos enceguecen su pupila …
Lo más hondo lo mira
sólo con el iris.
*
No es verdad que alguna vez
nos hayamos encontrado
en el campo de batalla
y mezclado nuestras sangres.
Nosotros combatíamos
acá con ellos y ellos
allá contra nosotros
sin pisar tierra común.
Quien dice “no traigo la paz
sino la espada” no es oído
donde acampa “la injusticia
antes que el desorden”.
Pero allá en el campo de ellos
¿quién decía nuestra causa?
*
¿A dónde nos pidieron que llegáramos?
Nos parecía tocar
lomas y montañas con las manos.
Y hablábamos en voz muy queda
con los que habían cruzado
más allá …
¡Acortamos tan pronto la distancia!
Como quien mira el horizonte
a través de un catalejo
no sentimos ya el espacio con el cuerpo.
¡A dónde nos pidieron que llegáramos!
*
Había en la noche oídos
que escuchaban en silencio.
No hacíamos caso de ellos.
En su mustio rincón los cobijaba
la misma intimidad que a nosotros
nos daba la palabra.
Había en la noche manos
que tomaban el calor de nuestra hoguera
y a la mañana en el rescoldo desconfiadas
repetían con rencor
eso de anoche.
Cuando rayaba el alba
echaban tierra en las cenizas.
Había en la noche oídos
que de día cuchicheaban.
Manos que a pleno sol buscaban
su madriguera en los bolsillos.
No hacíamos caso de ellos.
Había en la noche ojos …
Siempre lo supimos
y aun así no hicimos nada.
*
Marchamos juntos —ellos y nosotros—
por la antigua pesadilla que aún
da de comer a nuestros miedos …
Conjurábamos ya la violenta mezquindad
que ahora deja en descampado la escudilla
donde tascan ratas y coyotes …
Vivimos todavía a la intemperie de esa ley.
¿Cuándo al fin despertaremos?
*
La quietud sólo si no queda más remedio.
La inmovilidad sólo si no hay más.
Pero prefiere el bamboleo
en que discuerdan una y otra rama
el swing levemente disparejo
de dos hojas.
Y a ese ritmo tiende su telaraña.
En un temblor así
se finca aún nuestra esperanza.
*
Cae la noche.
Hablo a solas.
Soy en mí mismo
como el fuego en la llama.
*
Nadie aseguraba las cuerdas
y el viento batía la lona de las tiendas
como si quisiera arrebatarnos el refugio
y el calor de nuestros cuerpos.
Nadie aseguraba las cuerdas
y el granizo ametrallaba
las enormes hojas del almendro
y apagaba la fogata donde antes
revolteaban las palabras.
Nadie aseguraba las cuerdas —para qué—
ni fincaba el campamento
en su raíz de lumbre como antes.
Las lluvia mojó las provisiones …
Nos dispersamos
lentamente en la intemperie
como las siete tribus.
Pero sin remembranza
de un paraíso ni promesa
de una tierra.
Datos vitales
Francisco Segovia nació en la Ciudad de México en 1958. Ha trabajado como lexicógrafo (Diccionario del Español de México, Proyecto de Gramáticas y Diccionarios en Lenguas Indígenas de Chiapas, Enciclopedia Británica, Oxford Spanish Dictionary, Fichero de Dudas del Español de México, etc.), como profesor de literatura (Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad de las Américas, Instituto Tecnológico Autónomo de México, El Colegio de México, etc.) y como traductor independiente para editoriales españolas y mexicanas (Fondo de Cultura Económica, Anagrama, Destino, Versal, etc.). En 1998 el International Board on Books for Young People (IBBY) lo incluyó en su “Honour List” por la traducción de El libro apestoso, de Bebette Cole (FCE, México, 1994). Ha formado parte del consejo de redacción de varias revistas mexicanas de literatura (La Orquesta, Diagonales, Fractal) y en algunas otras ha tenido una sección fija (Vuelta, Librero). En 1976 recibió la Beca “Salvador Novo”, del Centro Mexicano de Escritores; en 1988, una del Consejo Británico para escribir en el King’s College de Londres un libro sobre Thomas Malory. En 1992, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes le otorgó la beca de Creadores Intelectuales, y el Sistema Nacional de Creadores entre 1999-2005 y 2008-2011. Actualmente es investigador del Diccionario del Español de México, en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Sus últimos libros son: Sequía (poesía), Ediciones Sin Nombre, México, 2002. Bosque (poesía), Fondo de Cultura Económica, México, 2002. En el atrio (plaqueta de poesía), Taller Martín Pescador, Tacámbaro, México, 2002. SobreEscribir (ensayos), Ediciones Sin Nombre, México, 2002. El aire habitado / Rellano (poesía), Universidad Veracruzana, Jalapa, México, 2003. Sarta de abalorios (prosa), Ediciones Sin Nombre-Conaculta, México, 2003. Jorge Cuesta: La cicatriz en el espejo (ensayo), Ediciones Sin Nombre-Conaculta, México, 2004. Ley natural (poesía), Ediciones Sin Nombre, México, 2007. Elegía (poesía), Ediciones Sin Nombre, México, 2007.