Galería de ensayo mexicano. El pobre Bertolt Brecht…, dos ensayos de Marco Lagunas

Marco LagunasEn el marco de la Galería de ensayo mexicano, ofrecemos dos atisbos a la obra del escritor alemán Bertolt Brecht que emprende Marco Lagunas, ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos y autor de Centro de gravedad (FETA, 2011).

 

El pobre Bertolt Brecht ante la crítica

 

En 1935 una comisión dirigida por el pintor Adolf Ziegler, presidente de la cámara de cultura del Reich, ordenó confiscar más de cinco mil obras procedentes de colecciones públicas y privadas, de artistas como Emil Nolde, Erich Heckel, Giorgio de Chirico, Pablo Picasso, Max Beckmann, Otto Dix, etc. La idea –cuenta Peter Adam en su libro El arte del tercer Reich– era limpiar a la cultura alemana y a sus museos del “perverso espíritu judío” y su “arte chapucero”. Con las obras confiscadas se organizaron exposiciones, la primera en Dresden que se tituló “Reflejos de la decadencia en el arte” y, poco después, el 19 de julio de 1937 en  Munich, una oficial llamada “Arte degenerado”, la cual fue inaugurada por el propio Hitler. En una fotografía de ese momento, el pintor de brocha gorda, como lo llamaba el poeta Bertolt Brecht, aparece parado frente a lo mejor de la pintura de los impresionistas, expresionistas, cubistas, de los pintores de “El puente” o “El jinete azul”. Las pinturas eran exhibidas sin marco, todas amontonadas sobre las paredes y se les colocaron etiquetas tan ofensivas y violentas que incluso al propio Hitler le parecieron demasiado fuertes: “La puta elevada a ideal moral”, “Estupidez, desfachatez, o ambas cosas a la vez llevadas al límite”. Para provocar la indignación de los asistentes, las obras fueron clasificadas con temáticas escandalosas: “Agricultores vistos por judíos”, “Ofensa a la feminidad humana”, “Befa de Dios”. Peter Adam comenta que los organizadores estuvieron a punto de poner a los directores museísticos y a los autores junto a las obras para que el público, su mejor crítico, pudiera insultarlos y “escupirles” a la cara.

            Sin duda, la quema de veinte mil libros que ordenaron los nazis el 10 de mayo de 1933 es una prueba de que a los defensores del arte positivo, sano, decente, equilibrado; de aquellos que saben bien lo que le conviene al pueblo, y por eso defienden sus intereses espirituales, sus valores; sin duda, a esos celadores ideológicos les hubiera gustado colocar junto a los artistas de la exposición “Arte degenerado”, a los escritores y demás artistas, acompañados de sus poesías, obras de teatro, novelas, composiciones musicales…, para que los asistentes los llamaran enfermos, inmorales, pervertidos… Con lo que junto a los que eran “perseguidos por buenas razones”, como Brecht, estarían parados también muchos de aquellos que, por ignorancia, por ingenuidad, o en pleno uso de sus facultades mentales, habían decidido apoyar al régimen nazi, poetas tan inigualables como Gottfried Benn. Muchos de los críticos de Brecht asistirían gustosos a una exposición así, pues entonces tendrían la oportunidad de echarle en cara, con “buenas razones” o sin ellas, que era un mujeriego, “un nene de mamá un poco cobarde”, que a pesar de ello –afirma con dramatismo la documentalista Jutta Brückner– vencía a sus amantes fascinándolas y dándoles “la impresión de ser imprescindibles, pero el precio que debían pagar era su vida”; que fumaba puros capitalistas y se ponía una gorra de obrero sin serlo, le reprocha Mario Vargas Llosa, quien de pasada recalca que él se considera el anti-Brecht; que era “un descuidado en cuestiones de propiedad intelectual” –es decir que plagiaba los textos de otros o se le olvidaba poner junto a su nombre el de las personas con  quienes los escribía–; que durante el levantamiento obrero del 17 de junio de 1953 en la República Democrática Alemana (DDR) su postura fue ambigua y miedosa; que era muy bueno para criticar al capitalismo y que tal vez fue el escritor que con más furia atacó al nazismo y a Hitler, pero fue más bien flojo para criticar a la farsa comunista de Stalin y la masacre que representaban los Gulags; o que en realidad Brecht era un equipo, una corporación privada que se aprovechaba muy bien de empleados, que como él, creían en el marxismo, y que si no hubiera sido por “sus mujeres” (Paula Banholzer, Marianne Zoff, Elizabeht Hauptmann, Helen Weigel, Margarete Steffin, Ruth Berlau), principalmente, e intelectuales como Kurt Weill, Walter Benjamin, Fritz Lang, Theodor Adorno, Caspar Neher, no hubiera realizado ninguna de sus famosas obras: La ópera de los tres centavos, Asención y caída de la ciudad de Mahagonny, La resistible ascensión de Arturo Ui, Madre Coraje, la película Los verdugos también mueren.

            Algunas de estas críticas provienen de escritores como Günter Grass o Elfriede Jelinek, dos autores que no se pueden pasar por alto con facilidad porque sus críticas generalmente no son superficiales ni interesadas. En relación con la obra de Brecht, a la austriaca le sorprende “la conciencia del despilfarro de sí mismo como artista, lo que a Brecht le importaba mucho –a pesar de la disciplina que fue producida una y otra vez entre sus muslos y sobre su mesa de trabajo, producida como una mercancía (para que sus mujeres permanecieran ‘al pie del cañón’)”. Jelinek analiza el proceso creativo del poeta y lo hace siguiendo las líneas del feminismo y en términos económicos, “mesa de trabajo”, “mercancía”, “producción” y el más importante de todos, “explotación”. Al mismo Brecht le interesaba escribir sobre estos temas, y es uno de los primeros escritores en hacerlo: “El gran amor debe convertirse en una gran producción”, llegó a afirmar. Algo de cierto hay en el análisis de la Jelinek, pero lo más curioso del caso es que las supuestas víctimas eran como ella, mujeres inteligentes, que estaban, como las describe “al pie del cañón”, aunque más bien yo diría, que eran “de armas tomar”, o por lo menos así aparecen en los escritos de Brecht, sobre todo en sus poemas, y en las cartas que ellas escriben al poeta, a  Benjamin, a Arnol Zweig. Brecht aparece en estas críticas como alguien que las hubiera forzado a estar con él, o como si él hubiera tenido que decidirse únicamente por una de ellas, atendiendo a una regla moral en la que él, y al parecer también ellas, nunca creyó. Incluso se llega a insinuar que como consecuencia del trato con él, no sólo sus vidas, en el caso de dos de ellas, sino también sus muertes hayan sido trágicas: Margarete Steffin, que además de ser su amante fue su colaboradora, murió en un campo de trabajo ruso en 1941 debido a una enfermedad pulmonar que padecía desde hacía muchos años; o Ruth Berlau, fotógrafa, directora de teatro, que murió asfixiada en 1974 al quedarse dormida con el cigarro en la mano y se incendió el albergue para perseguidos por el régimen nazi en  donde vivía. Parece tendencioso identificar a Brecht más con sus personajes “inmorales” como Baal o Mackie Messer –los cuales llegan al abuso sexual y al asesinato– que con Jenny la Pirata, la cual podría cantar en su defensa:

 

Señores míos, mi novio me decía/ entonces a la cara:/ lo más grande en la tierra es el amor/ y no se piensa en el mañana./ Sí, amor se dice muy fácil/ pero mientras la persona envejece cada día/ y no rejuvenece/ el amor es porquería,/ nadie te pregunta por el amor,/ hay que aprovechar el tiempo,/ si no, todo se te escapa./ Pero yo les digo, de eso/ nada, eso no podrán hacerlo conmigo;/ lo que será de mí, eso/ ya lo veremos/ una persona no es un animal./ Pero yo les digo, de eso/ nada, eso no podrán hacerlo conmigo;/ lo que será de mí/ ya lo veremos;/ una persona no es un animal…/ Y si alguien da patadas, ésa soy yo/ Y si a alguien le dan patadas, ése serás tú.

 

            Dar a sus colaboradoras el reconocimiento que al parecer el poeta no les dio cuando vivía, es una labor necesaria y justa que los investigadores tienen que realizar. Pero me parece que emitir juicios a la ligera, tendenciosos y cargados de pasión, pues el personaje me provoca una tremenda “antipatía moral”, afirma Vargas Llosa sobre Brecht, merecen por lo menos nuestra desconfianza.

            A través de estas críticas, que no le dan al acusado ningún crédito y a veces incluso ni a las personas que lo trataron, sus tres tomos de poesía tampoco podrían salvarse del desprestigio. Esto a pesar de que escribir poemas es una actividad comúnmente solitaria, individual, íntima; y de que muchos de esos poemas han sido escritos para ellas, “las innombrables”, con algo que el poeta llama amor –que tal vez no se parece al amor burgués a que estamos acostumbrados– y con la ayuda de ellas, como lo muestra muy bien Marcel Reich-Ranicki, uno de los críticos más feroces de la literatura alemana, en su libro sobre Brecht Increíblemente arriba. Y no podrían salvarse porque el sospechosismo ya ha puesto en duda toda la obra del corporativo, o tal vez sería más exacto decir la maquiladora, Bertolt Brecht S. A. de C. V. Nos ocupamos mucho de la persona y muy poco de su obra; si tan sólo pudiéramos ocuparnos más de la persona en relación con la obra…

 

 

 

El pobre Bertolt Brecht a través de sus palabras

 

De la conversación con Brecht del 24 de julio de 1934, Walter Benjamín anota que en un pilar del cuarto donde el poeta trabaja está pintada la siguiente máxima: “La verdad es concreta”. Le llama la atención también que en el borde de una ventana haya un burrito de madera que puede menear la cabeza, al que Brecht le ha colgado un pequeño cartel donde se puede leer: “Yo también debo entender”.

            Ante sus más fervientes críticos, el pobre B. B. tal vez se presentaría junto a sus obras vestido con un traje chino, balanceando de lado a lado un letrero que tuviera escritas estas dos frases. Con ello tal vez nos estaría diciendo que su poesía es concreta, que no nos revela el estado cristiano del alma, ni nos hace experimentar algún momento místico, ni a través de ella nos acercamos un poquito al paraíso. Es poco cifrada, por lo que no se podría prestar a que los surrealistas la desmontaran y la volvieran a montar para encontrar espontáneamente nuevos significados. Si tomamos el tomo catorce de sus “presuntas obras completas” para adivinar nuestro futuro, para que nos dé alguna respuesta, nos diga el estado del tiempo o saber si siempre sí se van a privatizar los energéticos en nuestro país, seguramente nos encontraremos con una lúcida sentencia sobre el hombre, con un reclamo furioso que pondría en duda la cobardía que le achacan; o nos toparíamos con una imagen erótica digna de la censura de monseñor don Norberto Rivera, o tal vez daríamos con el título de una poesía: “Sobre la definición del matrimonio en la Metafísica de las costumbres de Kant”. Pero con ello no escucharíamos la música de las esferas como los personajes de Swift en la isla de Laputa, ni podríamos hablar con Dios, o por lo menos con el espíritu de Brecht para preguntarle en cuál de los círculos del infierno se encuentra, si por plagio, por cobarde o por su estética antiburguesa… Lo que estaríamos leyendo en este soneto sería una cruda ironía, llevada hasta la paradoja, que además de ser brechtiana, tendría un toque kafkiano. De no cumplirse el pacto social que representa el matrimonio, el cual exige el uso recíproco de los bienes y órganos sexuales, se tendrá que ir al tribunal y se procederá a confiscarlos: “Tal vez entonces consienta el consorte// en examinar el contrato con más precisión./ Y si no se conforma –como mucho me temo–/ el ejecutor judicial tendrá que intervenir”.

            Como buen materialista, Brecht atiende la vieja sentencia de Kant y se cuida bien de la metafísica. Cuando Baal afirma: “Mi alma, hermano, es el gemido de los trigales, cuando danzan por el viento, y el centelleo en los ojos de dos insectos que se quieren devorar”. Ahí el poeta ve como única realidad a la naturaleza, por eso la dialéctica del amor se acerca más al placer momentáneo que a ser cómplice de una tradición moral conservadora: “El amor le desgarra a uno las ropas del cuerpo como un torbellino y lo entierra a uno desnudo con hojitas después de haber visto el cielo”. En esto sigue las huellas de dos escritores a los que admiraba mucho: François Villon,el poeta bandido francés, y Frank Wedekind, el primer dramaturgo en lengua alemana que critica en sus obras los intentos de la sociedad por reprimir los impulsos sexuales.

            En su exilio en la ciudad de Los Ángeles, Brecht se burla del budismo de Christopher Isherwood, de W. H. Auden y de Aldous Huxley, y cuando Berthold Viertel dice que “la India los ha vencido” y Brecht tacha a Isherwood de “vendido”, éste no sabe qué contestar, mira la hora y se va. Por eso, una recomendación para escribir, como la que da Jack Kerouac, jefe supremo de la secta suprema beatnik, de “Permanece estúpidamente ausente”, le es ajena. Ante la tendencia, como la llama en sus ensayos Hans Magnus Enzensberger, de “adoptar oscuras doctrinas redentoras”, Brecht prefiere no alejarse del carácter social de la poesía, prefiriendo también por esto, renovar los temas con metros clásicos. Siegfried Unseld enumera algunos de ellos: balada, coral, elegía, epigrama, himno, canción (heróica, infantil, popular y cantable), oda, salmo, romance, sonetos y tercetos, cuartetos.

            De los poemas “Malos tiempos para la poesía“ y “Perseguido por buenas razones“, Enzensberger destaca la “fuerza“ y la “hondura“ con que están escritos, y afirma que sólo Brecht por su congénita astucia, su “vigor dialéctico“ y su “sabiduría impenetrable“ puede salvarse al escribir este tipo de poesía. Fernando Pessoa, Rainer Maria Rilke, Gottfried Benn, Octavio Paz… no se arriesgan en estos terrenos, en sus libros no podríamos encontrar poemas como: “Preguntas de un obrero lector”, “De dinero”, “700 intelectuales le rezan a un tanque de petróleo”, “¿Y qué recibió la mujer del soldado? ” o “El manifiesto”, un intento de Brecht por versificar en hexámetros, a la respetable manera de Lucrecio, los temas del Manifiesto del partido comunista. Su poesía está llena de rostros que expresan la dialéctica marxista; gestos del lumpen, del desclasado, del capitalista. Los poemas de Brecht son de carne y hueso, y por eso en ellos no son moda temas como la lucha de clases, la explotación, la marginación, la guerra y los que podrían llamarse sus contrarios. Por eso sigue siendo popular, a pesar de que se obstaculiza su difusión: sus óperas son cantadas con nuevos ritmos, gracias en gran parte a las primeras composiciones de Kurt Weill, las cuales canta muy bien Ute Lemper en sus grabaciones de homenaje al compositor. Bandas actuales como The Dresden Dolls (A Dark Cabaret) o Slut (Christian Neuburger y Rainer Scaller, La pirata Jenny), además de solistas como Nick Cave (el ex músico de Die toten Hosen), Campino (De qué vive la gente, Porque el hombre es un hombre), Michael Kind (Kanonnen song) han renovado sus canciones. Después de la legendaria versión de Alabama-song de The Doors, otros cantantes en inglés también la han interpretado en sus conciertos (Robbie Williams, David Bowie, Marilyn Manson). En sus últimas poesías Elegías de Buckow, en las que transgrede el ritmo de Rilke imponiéndole sus propios temas, Brecht parece un filósofo chino que ha tomado un respiro en el camino y que al levantarse para seguirlo recuerda su lectura de Horacio como consuelo: “Leyendo a Horacio. Ni siquiera el diluvio/ duró eternamente./ Acabaron bajando/ las negras aguas./ ¡Realmente, qué pocos/ han pervivido”.

            En el libro del Zohar aparece la siguiente sentencia: “Las palabras no caen en el vacío”. Estas palabras albergan, sin duda, un sentimiento y un deseo religioso, que tienen que ver con que nuestras plegarias sean escuchadas y atendidas; tal vez también con un deseo de pertenencia a algo “superior”. La palabra se convierte entonces en algo mágico; se le otorga un dudoso poder porque realizarse no está al alcance de los humanos. Pero esta sentencia del Zohar, que seguramente a Brecht le hubieran molestado en su sentido metafísico, también puede estar dirigida a los hombres que escuchan esas palabras y las han dicho o escrito. La poesía puede no tener un fin utilitario, pero es necesaria socialmente. Dentro de la obra de Brecht ésta significa lucha contra la indiferencia, pero sobre todo participación, no es algo acabado sino que obliga a la reflexión para así poder tomar una postura. Tal vez después de leerla lo que menos hagamos sea ir e inscribirnos en el partido comunista, sobre todo si éste mantiene las viejas prácticas stalinistas, pero sí nos involucra de alguna manera, no nos deja tranquilos en los paraísos artificiales. Elias Canetti se burla de otra sentencia con fecha del 23 de agosto de 1939, justo en los momentos en que se desencadena la Segunda guerra mundial  en la que un supuesto escritor se lamenta de que: “Ya no hay nada que hacer, pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la guerra”. Le parece ridícula esta pretensión de que alguien con su pluma pueda impedir la guerra, pero entonces recuerda que fueron también “ciertas palabras, una serie de palabras recurrentes empleadas en forma consciente y abusiva, las que causaron que la guerra fuera inevitable. Si eso pueden provocar las palabras, ¿por qué no pueden impedir otro tanto? No es extraño que quien frecuenta las palabras más que otros también espere más de sus efectos que otra gente”. Y entonces Canetti escribe sobre la responsabilidad de alguien que se considera escritor tiene con las palabras. ¿Se necesitan aún poetas en estos tiempos de penuria? ¿Necesitamos aún la voz del pobre B. B. y sus olvidadas colaboradoras? Tal vez no todas las palabras caen en el vacío, tal vez éstas tienen un poder más inmediato de lo que pensamos, un poder que podría evitar lo inevitable si de verdad lo ejerciéramos y no nos quedáramos “estúpidamente ausentes”.

 

 

Datos vitales

Marco Lagunas estudió La licenciatura en Letras modernas en la Universidad Nacional Autónoma de México y posteriormente, con una beca del Servicio Alemán de Intercambio Académico, en la Universidad de Freiburg, Alemania. En 2010 se graduó como Maestro en Letras Alemanas por la UNAM con la tesis: Hacia una idea de “lo pequeño” en dos obras de la literatura en lengua alemana: La metamorfosis, de Franz Kafka, y El Tambor de hojalata, de Günter Grass. Ese mismo año obtuvo la beca del FONCA para jóvenes creadores en el área de ensayo y se hizo acreedor al Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos y a La mención honorífica en el Premio de Ensayo José Revueltas. Como parte del premio José Vasconcelos, el Fondo Editorial Tierra Adentro publicó su libro de ensayos Centro de gravedad. Ha colaborado también con reseñas, traducciones del alemán y ensayos en el Fondo de Cultura Económica, la revista Alforja, Letras libres, Hermano cerdo y los suplementos culturales México en la cultura, de la revista Siempre, y Laberinto, del periódico Milenio. Actualmente da clases de literatura y lengua alemana en la UNAM y colabora en el proyecto editorial del Fondo de Cultura Económica y la Fundación para las Letras Mexicanas con el fin de elaborar una serie de antologías históricas de la poesía en México en  siglo XX. Recientemente ha sido publicado el primer volumen, El ocaso del Porfiriato. Antología histórica de la poesía en México (1901-1910), coordinado por el escritor Pável Granados.

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