Margarita Ríos-Farjat (Monterrey, Nuevo León) es abogada y poeta. Fue becaria del Centro de escritores de Nuevo León (1997-1998). Es autora de los poemarios Si las horas llegaran para quedarse (Oficio Ediciones, 1995) y Cómo usar los ojos (coedición de Conarte y Editorial Bonobos, 2010).
Instante
Anochece en la plaza
y sobre el mantel se posa la luna, resplandece en la copa vacía.
La brisa del estío apaga la pequeña vela
de una mesa provenzal.
Llega tarde la brisa, pájaro nocturno,
no le hemos dejado más que un mendrugo, un pedazo de pan.
Se lo lleva y lo agradece,
a cambio enciende un incienso sobre el campo de lavanda
y su aroma nos alcanza
como un sueño.
Algo en nosotros resplandece.
Llave
Hay una manera de mirar que guarda una llave,
y nadie lo dice.
Y la llave seduce hacia un campo que no se conoce,
se presiente,
Y en el campo un árbol crece por debajo de los días, tomando algo
a cambio de lo que ofrece.
Lo descubre un ojo cuando está dentro de otro
y jala un nervio que no debe.
Uno de los dos se pierde. El que mira la revelación, quizá
o quien la siente.
Pero cuál de los dos recogerá la fruta, deslumbrado,
quién da el paso siguiente.
Quién sueña la piel de la tersa fruta, quién prueba en la boca
la boca de su centro.
La inocencia se envuelve de sueños vedados y se arrastra
dulce hasta las ramas
donde el tiempo se detiene, se atora
como una piedra en la garganta
y el sabor de la fruta se queda por siempre, como una sombra
perseguida, como una herida indeleble.
Y la llave que abrió el camino paralelo
ha perdido el camino de regreso.
Quien recoge la fruta
no puede volver completo.
Algo suyo se ha perdido:
ondea en lo alto de un lugar incierto
como una bandera, como la insignia de una conquista dudosa.
Negras flores
pero nunca ha sido indiferente
era un amor
un amor soterrado un amor crispado
un amor en el florero de las rosas muertas
un amor que las revive para enfermarlas en la dulce mirada de sed agazapada
en la turbia sed de aguas oscuras
era un amor odiado un sonriente amor odioso
un desvelado solecito de ojos rojos de pétalos en blanco
unas violentas flores y unos violentos ojos de caricia negra y larga
y eran los ojos cuatro flores de miel en llamas cuatro rosas en brasas
rosas de fuego punzando bajo el agua
punzando en la vida como anzuelo por la espalda
ojos de agua quemada entre las rosas
flores de lumbre navegando entre las sombras
nadie el amor solito su lúdica cáscara la semilla dura que dejó el olvido
que arrojó de vuelta
la maligna semilla que aún mira con sus ojos blancos
y tras sus ojos ya no hay nadie hubo rosas hubo un jardín en fuego
hubo una mano recogiendo la semilla una herida de espina un destino de vértigo
y una sombra perdida para siempre en la sonriente hiedra de sus ojos
pero sólo por instantes tampoco fue gran cosa
sólo el reflejo de unos ojos unas horas
no tampoco fue tan poco nunca ha sido indiferente
era un repentino solecito de ojos rojos de voraces pétalos de rosas
una sorda dulzura y unas traicioneras flores
y los vestigios retorcidos del silencio y las rapaces palabras que todo revuelven
y el florero azul
el ecuánime florero para poner las florecitas
las negras flores para siempre confundidas
La sombra
Vigilo mi sombra
el oscuro refugio
sugerente silueta de silencio negro
de caricia en guardia.
Mi sombra a un lado se alarga
descubre al sol sobre mi rostro
o repasando entretenido
mi contorno.
Y lo dejo
y mi sombra lo sabe.
Y mi sombra lo ama
me lo dice
confidente.
Mientras más sol ella más larga.
O más honda.
Y mi sombra a un lado
me alarga
en el mundo.
O me ahonda.
Y mi sombra a un lado
se alegra en el sol
y le sonríe
aunque yo no lo distinga.
Me gusta mi sombra por delante
y el dedo del sol sobre mi nuca.
Y cuando sé, con los ojos asomados a la luz,
que mi sombra
atrás
aguarda. O cuando
discreta
se hace leve en días nublados
y aligera pensamientos y fantasmas.
Pero no se aleja nunca
y cuando se vaya me llevará con ella
me lo dice
sin rodeos.
–Nos iremos juntas –me susurra.
Mientras tanto ella me espera
dócil
y acechante.
Y le sonrío.
Y la vigilo.
Sí, yo vigilo mi sombra
esa ración de noche y lado oscuro.
Vigilo su resguardo de misterios
la tinta negra de mi historia
lo que pongo bajo llave
y lo que a veces no me gusta
lo que a veces olvido
o finjo que olvido:
ella todo lo atesora
compasiva.
Lo ordena y lo acaricia.
Mi sombra
callado registro de perdiciones
y resplandores y secretos al oído.
Mi sombra
sutil espejo del paso del tiempo
sutil recordatorio de mi naturaleza
luminosa.
Tótem
La madera del cedro presiente
el espíritu que un día le será tallado,
y lo celebra.
La sombra del árbol conoce
el corazón del animal que la protege,
y lo proyecta.
El ojo del hombre descifra el alto equilibrio
y él es árbol, animal y espíritu.
Y lo conmemora.
Unter den Linden
Bajo las hojas serenas del tilo
sobre el espejo del agua en el suelo
bajo el cielo vuelto negro un día
sobre la ceniza de todos los cielos
bajo el trazo negro de la historia
sobre la negra penitencia histórica
bajo ecos de columna militar
sobre la columna vertebral de la ciudad
bajo la Puerta de Brandemburgo
sobre los libros ardiendo en la puerta del tiempo
bajo la roja estela del humo
sobre un muro disperso en el polvo
bajo el pasado de ventanas en astillas
sobre la ciudad saqueada
bajo memorias rasgadas en lluvias de fuego
sobre las hojas caídas, sobre los hijos de viento
bajo las nuevas ramas de los árboles
sobre la vida que arroja el final de la muerte
Bajo los Tilos camino sobre la historia
sobre la cicatriz que recorre el corazón de Berlín
Iglesia en Rumania
Caminábamos a un costado de la iglesia
limpia y amarilla como el aire
y no sé por qué a casi una década regresa
el calor de ese día y su claridad de horas
y los pasos delimitando la orilla ligera del recuerdo.
Ninguna palabra adentro hubiéramos entendido
una adivinanza en blanco, un mensaje indescifrable.
Quizá ese sería el mensaje: la duda.
O la intuición del turista que descifra
la subterránea trama de lejanas lenguas.
O la certeza sola –a secas–
limpia y amarilla como el aire,
la certeza de algo más arriba que de todos modos
no se entiende, sólo se sabe.
Ninguna palabra hubiéramos entendido
–par de turistas veteranos de sí mismos–
y sin embargo, el pan y el vino
el color de las imágenes en los vitrales
y la luz que entraba no podía haber sido distinta
sólo sencilla y brillante como el aire.
No entramos, pero el día
brillaba en Transilvania adentro y fuera de la iglesia
y de la sinagoga de Brasov y la mezquita de Mangalia
y en la hoja del árbol y en la manecilla que daba la vuelta.
La luz habla un mismo lenguaje.
Y el día nos trajo al retirarse pan y vino al aire libre
y más aire, libre,
y una bendición incomprensible
que aún brilla en el vitral del tiempo.
* Poemas del libro Cómo usar los ojos*
Datos vitales
Margarita Ríos-Farjat (Monterrey, Nuevo León). Abogada con maestría en Derecho Fiscal; becaria del Centro de escritores de Nuevo León (1997-1998). Primer lugar de los concursos Literatura Universitaria (UANL, 1993), Poesía Joven de Monterrey Alfredo Gracia Vicente (1997) y Nacional de Ensayo Jurídico (Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, 2000). Autora de los poemarios Si las horas llegaran para quedarse (Oficio Ediciones, 1995) y Cómo usar los ojos (coedición de Conarte y Editorial Bonobos, 2010,); y coautora de varias publicaciones jurídicas, dos de ellas en Estados Unidos. Poemas suyos han sido publicados en periódicos y revistas regionales y nacionales, y en más de una docena de antologías de la localidad y de presencia nacional.