Foja de Poesía No. 292: Margarita Ríos-Farjat

Margarita Ríos

Margarita Ríos-Farjat (Monterrey, Nuevo León) es abogada y poeta. Fue becaria del Centro de escritores de Nuevo León (1997-1998). Es autora de los poemarios Si las horas llegaran para quedarse (Oficio Ediciones, 1995) y Cómo usar los ojos (coedición de Conarte y Editorial Bonobos, 2010).

Instante

Anochece en la plaza

y sobre el mantel se posa la luna, resplandece en la copa vacía.

La brisa del estío apaga la pequeña vela

de una mesa provenzal.

Llega tarde la brisa, pájaro nocturno,

no le hemos dejado más que un mendrugo, un pedazo de pan.

Se lo lleva y lo agradece,

a cambio enciende un incienso sobre el campo de lavanda

y su aroma nos alcanza

como un sueño.

Algo en nosotros resplandece.

Llave

Hay una manera de mirar que guarda una llave,

y nadie lo dice.

Y la llave seduce hacia un campo que no se conoce,

se presiente,

Y en el campo un árbol crece por debajo de los días, tomando algo

a cambio de lo que ofrece.

Lo descubre un ojo cuando está dentro de otro

y jala un nervio que no debe.

Uno de los dos se pierde. El que mira la revelación, quizá

o quien la siente.

Pero cuál de los dos recogerá la fruta, deslumbrado,

quién da el paso siguiente.

Quién sueña la piel de la tersa fruta, quién prueba en la boca

la boca de su centro.

La inocencia se envuelve de sueños vedados y se arrastra

dulce hasta las ramas

donde el tiempo se detiene, se atora

como una piedra en la garganta

y el sabor de la fruta se queda por siempre, como una sombra

perseguida, como una herida indeleble.

Y la llave que abrió el camino paralelo

ha perdido el camino de regreso.

Quien recoge la fruta

no puede volver completo.

Algo suyo se ha perdido:

ondea en lo alto de un lugar incierto

como una bandera, como la insignia de una conquista dudosa.

Negras flores

pero nunca ha sido indiferente

era un amor

un amor soterrado un amor crispado

un amor en el florero de las rosas muertas

un amor que las revive para enfermarlas en la dulce mirada de sed agazapada

en la turbia sed de aguas oscuras

era un amor odiado un sonriente amor odioso

un desvelado solecito de ojos rojos de pétalos en blanco

unas violentas flores y unos violentos ojos de caricia negra y larga

y eran los ojos cuatro flores de miel en llamas cuatro rosas en brasas

rosas de fuego punzando bajo el agua

punzando en la vida como anzuelo por la espalda

ojos de agua quemada entre las rosas

flores de lumbre navegando entre las sombras

nadie el amor solito su lúdica cáscara la semilla dura que dejó el olvido

que arrojó de vuelta

la maligna semilla que aún mira con sus ojos blancos

y tras sus ojos ya no hay nadie hubo rosas hubo un jardín en fuego

hubo una mano recogiendo la semilla una herida de espina un destino de vértigo

y una sombra perdida para siempre en la sonriente hiedra de sus ojos

pero sólo por instantes tampoco fue gran cosa

sólo el reflejo de unos ojos unas horas

no tampoco fue tan poco nunca ha sido indiferente

era un repentino solecito de ojos rojos de voraces pétalos de rosas

una sorda dulzura y unas traicioneras flores

y los vestigios retorcidos del silencio y las rapaces palabras que todo revuelven

y el florero azul

el ecuánime florero para poner las florecitas

las negras flores para siempre confundidas

La sombra

Vigilo mi sombra

el oscuro refugio

sugerente silueta de silencio negro

de caricia en guardia.

Mi sombra a un lado se alarga

descubre al sol sobre mi rostro

o repasando entretenido

mi contorno.

Y lo dejo

y mi sombra lo sabe.

Y mi sombra lo ama

me lo dice

confidente.

Mientras más sol ella más larga.

O más honda.

Y mi sombra a un lado

me alarga

en el mundo.

O me ahonda.

Y mi sombra a un lado

se alegra en el sol

y le sonríe

aunque yo no lo distinga.

Me gusta mi sombra por delante

y el dedo del sol sobre mi nuca.

Y cuando sé, con los ojos asomados a la luz,

que mi sombra

atrás

aguarda. O cuando

discreta

se hace leve en días nublados

y aligera pensamientos y fantasmas.

Pero no se aleja nunca

y cuando se vaya me llevará con ella

me lo dice

sin rodeos.

Nos iremos juntas –me susurra.

Mientras tanto ella me espera

dócil

y acechante.

Y le sonrío.

Y la vigilo.

Sí, yo vigilo mi sombra

esa ración de noche y lado oscuro.

Vigilo su resguardo de misterios

la tinta negra de mi historia

lo que pongo bajo llave

y lo que a veces no me gusta

lo que a veces olvido

o finjo que olvido:

ella todo lo atesora

compasiva.

Lo ordena y lo acaricia.

Mi sombra

callado registro de perdiciones

y resplandores y secretos al oído.

Mi sombra

sutil espejo del paso del tiempo

sutil recordatorio de mi naturaleza

luminosa.

Tótem

La madera del cedro presiente

el espíritu que un día le será tallado,

y lo celebra.

La sombra del árbol conoce

el corazón del animal que la protege,

y lo proyecta.

El ojo del hombre descifra el alto equilibrio

y él es árbol, animal y espíritu.

Y lo conmemora.

Unter den Linden

Bajo las hojas serenas del tilo

sobre el espejo del agua en el suelo

bajo el cielo vuelto negro un día

sobre la ceniza de todos los cielos

bajo el trazo negro de la historia

sobre la negra penitencia histórica

bajo ecos de columna militar

sobre la columna vertebral de la ciudad

bajo la Puerta de Brandemburgo

sobre los libros ardiendo en la puerta del tiempo

bajo la roja estela del humo

sobre un muro disperso en el polvo

bajo el pasado de ventanas en astillas

sobre la ciudad saqueada

bajo memorias rasgadas en lluvias de fuego

sobre las hojas caídas, sobre los hijos de viento

bajo las nuevas ramas de los árboles

sobre la vida que arroja el final de la muerte

Bajo los Tilos camino sobre la historia

sobre la cicatriz que recorre el corazón de Berlín


Iglesia en Rumania

Caminábamos a un costado de la iglesia

limpia y amarilla como el aire

y no sé por qué a casi una década regresa

el calor de ese día y su claridad de horas

y los pasos delimitando la orilla ligera del recuerdo.

Ninguna palabra adentro hubiéramos entendido

una adivinanza en blanco, un mensaje indescifrable.

Quizá ese sería el mensaje: la duda.

O la intuición del turista que descifra

la subterránea trama de lejanas lenguas.

O la certeza sola –a secas–

limpia y amarilla como el aire,

la certeza de algo más arriba que de todos modos

no se entiende, sólo se sabe.

Ninguna palabra hubiéramos entendido

–par de turistas veteranos de sí mismos–

y sin embargo, el pan y el vino

el color de las imágenes en los vitrales

y la luz que entraba no podía haber sido distinta

sólo sencilla y brillante como el aire.

No entramos, pero el día

brillaba en Transilvania adentro y fuera de la iglesia

y de la sinagoga de Brasov y la mezquita de Mangalia

y en la hoja del árbol y en la manecilla que daba la vuelta.

La luz habla un mismo lenguaje.

Y el día nos trajo al retirarse pan y vino al aire libre

y más aire, libre,

y una bendición incomprensible

que aún brilla en el vitral del tiempo.

* Poemas del libro Cómo usar los ojos*

Datos vitales

Margarita Ríos-Farjat (Monterrey, Nuevo León). Abogada con maestría en Derecho Fiscal; becaria del Centro de escritores de Nuevo León (1997-1998). Primer lugar de los concursos Literatura Universitaria (UANL, 1993), Poesía Joven de Monterrey Alfredo Gracia Vicente (1997) y Nacional de Ensayo Jurídico (Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, 2000). Autora de los poemarios Si las horas llegaran para quedarse (Oficio Ediciones, 1995) y Cómo usar los ojos (coedición de Conarte y Editorial Bonobos, 2010,); y coautora de varias publicaciones jurídicas, dos de ellas en Estados Unidos. Poemas suyos han sido publicados en periódicos y revistas regionales y nacionales, y en más de una docena de antologías de la localidad y de presencia nacional.

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