Crónicas de Babel: De Italia con amor y tinta

Rafael HerrasG.A. Chaves nos presenta sus reflexiones sobre traducción a partir de la poesía del costarricense Rafael Ángel Herra, llevada al italiano recientemente. Dice Chaves: “traducir es una experiencia tensada entre ese juego solipsista de crear lo que se desea y a esa sensualidad pesimista de escribir lo que quizá nunca llegue a existir del todo”.

 

 

DE ITALIA CON AMOR Y TINTA

 

 

Publicado por primera vez en 1993, Escribo para que existas, el único poemario del escritor costarricense Rafael Ángel Herra, acaba de ser traducido al italiano por Franco Sepe y publicado por Edizione Plumelia en Palermo. En Costa Rica, el libro ha sido reimpreso continuamente, y hasta me siento tentado a decir aquí que en mi época universitaria (a finales de los noventa), mis amigos y yo nos lo pasábamos de mano en mano. Pero eso sería mentir. En realidad, cada uno tenía una copia del libro que no soltábamos por casi nada del mundo.

Los más lo leían porque sus poemas de amor y erotismo eran fáciles de entender y fáciles de recitar como último trámite antes de quitarse la ropa. Otros, los que queríamos ser escritores, lo adorábamos por esa facilidad (por supuesto engañosa) que nos hacía creer que podíamos escribir cosas breves y amorosas todos los días del mundo.

Por un tiempo, años más tarde, un amor a distancia me llevó a militar con el partido de los lectores platónicos del libro. A los platónicos nos complacía que el libro nos excusara por no vivir amores presenciales con la excusa de que los estábamos sublimando en poesía. De ahí el título del libro, y sobre todo ese programa de un verso: Escribo para que dejes de ser esta ficción.

Algunos nos creían cursis por leer este tipo de poesía en los años en que Luis Chaves ya andaba martilleando la poesía tica y equiparándola a sillas vacías y a tipos que bostezan en la mesa del fondo. A esos les decíamos que leyeran el capítulo siete de Rayuela (“Toco tu boca, con un dedo toco el borde tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano…”) y que nos dijeran si no iba en la misma frecuencia de estas líneas de Herra: Hoy te llevo en la yema de los dedos, llevo tu piel en la yema de los dedos

Pero el problema no fue el martilleo de Luis Chaves ni el capítulo de Cortázar ni las frecuencias de Herra. El problema fue que todos éramos cursis y que Escribo para que existas nos daba licencia para serlo sin parecer del todo tontos.

Ahora, con la traducción de Franco Sepe al italiano (Scrivo perché tu esista), he vuelto a estos poemas de hace tanto y me admiro ante ese intento súbito de Herra por unir en un solo libro poética y fenomenología. Me gusta imaginar —aunque sea por el afán de introducir mis deseos— que los poemas de Escribo para que existas no se dirigen a una mujer sino a la escritura misma; o, más apropiadamente, que los poemas de Herra recurren al erotismo como metáfora de la escritura, en este caso sobre los cuerpos: Anoche aprendí a lamer; / y lamí una gota, / una sola gota de silencio / mientras te inventaba (Poema 23). Pongan “palabra” ahí donde Herra escribe “gota” y verán a lo que me refiero. Y es que el deseo que expresan estos poemas no es tanto por poseer a alguien sino ante todo por crear algo: Te inventé con mis deseos, / me inventaste con tus invenciones, / algo se inventó en nosotros / cuando yo te imaginé (Poema 30). Ya ven, quizá no andábamos tan perdidos los que veíamos en el libro un estímulo para escribir.

De entrada pareciera que traducir un libro tan breve y directo no presentaría mayores retos. Sin embargo este empeño muestra cómo lo de Herra no es tan fácil. La legibilidad de los poemas de Escribo para que existas depende, por ejemplo, de cierta naturalidad rítmica en las frases, una disposición que acumula ritmos e intensidades:

 

39

Hoy te lloró la lluvia tibia

sobre los cabellos;

hoy te bañé la piel

con salobre gozo

y con melancolía.

 

Cada corte de verso es una pausa. En el único lugar donde la lectura se acelera es en el último verso, por esa conjunción “y”. De estas pequeñas cosas depende mucho de la intensidad de los poemas. Franco Sepe casi siempre mantiene esta versificación original de la cual, como dije, depende el pulso de la escritura. Incluso, en al menos una ocasión, corrige un desliz del original:

 

31                                                      31

Es sabio tu silencio…                         È saggio  il tuo silenzio…

¿O es que no te escucho                   O non mi riesce di ascoltarti

por tanto fuego                                 per il crepitare di tanto fuoco?

que crepita?

 

Por eso mismo, la extensión de las líneas se convierte en un asunto primordial. No es una cuestión de fidelidad a la diagramación original del poema, sino a la rapidez y economía de las frases. Esto también tiene que ver con los elementos fonéticos de los versos:

 

                        26                                                       26

            Acabo de gozar;                                 Ho appena goduto;

            acabamos de conocer el gozo…        abbiamo appena saputo cos’è il godimento…

 

El segundo verso de Sepe es mucho menos económico (más forzado incluso) que el original de Herra. Pero en cambio, al usar participios italianos (goduto, saputo) para los infinitivos españoles (gozar, crecer), Sepe mantiene la textura fonética del verso (acabamos… conocer…, pasa a ser abbiamo… cos’è il…). El precio que paga el traductor es transformar en rima (goduto /saputo) algo que en el original es apenas asonancia (gozar / conocer).

Pero este tipo de decisiones son raras. Más que eso, hay un problema que yo quiero llamar conceptual en las traducciones de Sepe. La brevedad de los poemas de Herra y su constante volver sobre su tema y sus imágenes (escribir, existir, guiño, lengua, humedecer, lamer, tormentas, etc.), permiten que el lector las guarde en la mente y las vaya transformando de acuerdo al avance de los poemas mismos. Este efecto, sin embargo, se pierde cuando Sepe introduce variaciones, las cuales afectan la memoria total del libro. Donde Herra siempre escribe “guiño”, Sepe a veces escribe “ammiccare” (p. 13), otras “cenno” (pp. 17 y 49), y en otra “occhiate” (p. 37). Formas del verbo “lamer” en español pasan de una página a la otra por “leccato” y por la tenue “sfiorare con la bocca” (pp. 29 y 31). Lo que en español siempre son formas del verbo “humedecer”, pasa por “irrorare” (pp. 21 y 69), y por “inumidiscano” (pp. 25 y 59). Igual pasa con “tormentas”, que en la página 41 es “tempeste” y en la 45 (entre otras) es “tormenti”. Los significados quizá sean funcionales en estos versos, pero aquí lo que importa no es tanto el significado como el eco, la relación y reaparición de las mismas palabras. Es parte del juego de Herra por encontrar “el goce en la memoria” (Poema 77), y su insistencia en ese gesto creador de escribir lo mismo de otra forma.

Opino que estas variaciones, que normalmente forman parte del repertorio de herramientas de la buena escritura, resultan dañinas en el caso de Escribo para que existas, pues la efectividad del libro se basa en gran parte en las repeticiones de estas imágenes y acciones, y el lector debe notar estas recurrencias. En al menos una ocasión, los cambios de Sepe hacen que ciertas imágenes pierdan continuidad en el libro. Así pasa con el verso “en la noche sin fin” del poema 5, que Sepe traduce como “dentro la note infinita”, apagando el eco que este verso debe hallar más tarde en estos otros del poema 38: “El día llegó también / el día sin fin…”, que Sepe traduce como “E giunse anche il giorno, / il giorno senza fine…” El continuo estado de vigilia y ensoñación del hablante, representados por esa noche y ese día sin fin, se difumina en su relación por esa noche falsamente infinita de Sepe.

Estas son minucias, claro, en una traducción por lo demás exitosa y elegante de un libro que transluce sus méritos tanto en original como en traducción. Pero también se trata de un libro que, por breve, vive de minucias, y esas son las cosas sobre las que nos gusta agonizar a los traductores.

A veces, traducir es una experiencia tensada entre ese juego solipsista de crear lo que se desea y a esa sensualidad pesimista de escribir lo que quizá nunca llegue a existir del todo.

 

***

 

Rafael Ángel Herra es un novelista y ensayista costarricense nacido en 1943. Estudió filosofía en Maguncia (Alemania) y es catedrático de la Universidad de Costa Rica en San José y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.

Scrivo perché tu esista (traducción y prólogo de Franco Sepe). Edizioni Plumelia: Palermo, 2011.

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