Otra muestra de poesía argentina No. 7: Samuel Bossini

Samuel BossiniEn el marco del dossier “Otra muestra de poesía argentina”, preparado por Carlos Aldazábal, presentamos la poesía de Samuel Bossini (Santiago del Estero, 1957). Desde 2002 dirige Malvario, revista de litaratura y arte. Su poesía está incluida en el libro 200 años de poesía argentina, editado por Alfaguara y compilado por Jorge Monteleone.

 

 

Para leer la introducción que vertebra esta muestra sigue el enlace

 

 

Día de extrema oscuridad en las manos del vidente. El vidente enrojeció. Dejó caer su Labio sobre trozos de tierra seca. Algo de Amor capturó su Ojo. Como en toda derrota está nítido lo no hecho, lo que no fue tomado. El cielo despojó de acción al viento. Las aves llegaron con sus picos quebrados hasta la laguna. Era el comienzo del desierto. El inicio de la pesadez. El vacío es el peor amo para las sienes. El hombre, como especie aspira, a que todo torne a su sitio. Pero es evidente: lo desaparecido transforma. Lo nuevo, minuto a minuto, acentuará lo vago. Un día, con la obsesión de huir, lo nuevo, lo desaparecido y el desierto nos convertirán en hábito y nadie más sabrá de nosotros.

 

 

 

Animales cansados. Luciérnaga destruida. Bichuelo fijado en el orillo del sombrero. Revoloteo de almas en un desván. No podemos asir las almas. Es imposible que giren y el Beso… un Beso muy fuerte que respire agua/vaho. Las almas oscuras viven en el Rostro desgastado por el reflejo de las paredes y el silabeante sonido de los llaveros que dan saltos. Llevan detrás de su sombra el boceto de un primer Amor. Almas como isla medrosa que boquea. Entre los yuyos, las almas sorben del cuello de los insectos la interminable serenidad y así logran cierto volumen frente al espejo.

 

 

 

El invierno vació la ciudad y dejó sus rasgos. Enfrió las paredes hasta llegar al centro de la casa. A los árboles les impuso Silencio, les impuso Indiferencia. A los niños los agolpó en los sótanos y los plegó. Dios no regresará hasta el verano. Las manos acercarán al invierno una tensa duda. En cada esquina hay un disfraz abandonado. La calle a merced de las Ocas. Los papeles ruedan hasta las bocas de tormenta y cubren a la muchacha escondida. La niña tímida y solitaria hará transcurrir su invierno sobre un gato como si se tratara de un ataúd abierto. Desde fuera: la vaguedad, los lagartos pálidos, las ramas secas; la felpa, todo como una cuestión pendiente. Un ingenuo en el centro del Camino cierra los ojos, saca la lengua, que es tomada por los mosquitos. El invierno le regala al hombre un Beso de labios blancos. El Corazón del ingenuo entiende que el partir más intenso lo posee quien espera.

 

 

 

 

Hay seres que nada los asombra. Como si arrastraran una memoria de otra vida. Peor aún. Otros logran alejarse de sus vidas unas horas sin saberlo. Regresan con un recuerdo borroso de lo visto. Ellos son los sensibles. Con el tiempo se transmutan en locos o deambuladores que alimentan ocas salvajes en un cuarto de pensión. Fijan sus ojos en una página en blanco, convencidos de vislumbrar ese futuro ya percibido. A este oficio o riesgo fallido se lo conoce con el nombre de Poesía.

 

 

 

¡Oh el Amor es espléndido cuando lo vemos pasearse en el Cuerpo de otro!       

 

La Vida nos adora pero invita poco.

 

Las manos finas de la muerte acarician nuestros botones.

 

El sol crea las sombras cuando cierra un Ojo.

 

La esperanza espera del hombre lo que ella no sabe hacer. 

 

 

 

 

Por no tener las manos unidas, ambos enamorados tomaron la decisión de combatir lo avaro, lo miserable oculto bajo las uñas. Pensaron en una hoguera de hebras, de leños atizados con éter. Partir lejos del terco revés de cada trama, del cruel león que luego de rugir, se convierte en avispa. Ambos enamorados retornan al servicio de sus propias fantasías y miedos. Fantasean con un tren que los conduzca de Patagonia a Alejandría. ¿A los humanos? Una profunda Indiferencia. Tardes en que el Cuerpo olvida y construye, con su angustia y su orgullo, un falso reposo.

 

 

 

 

Carta de despedida de un enamorado

Nada hay Amor. Nada. Ni brazos emergiendo de los bosques con dedos inclinados. Nada Amor mío. Ya nadie recuesta el Alma sobre aquel árbol que se curva sobre Agua pura y abundante. Nada hay Amor. Los cuerpos buscan un espacio donde correr de una punta a otra sin acabar como hormigas nerviosas dentro de un vaso. Unos sonidos de tijeras anuncian la levedad. ¿Quiénes se aman? ¿Podemos sentir el roce de sus labios como el Ala de una avispa? ¿Cómo Amar sin sentirse frente a un espejo construyendo un rostro? Nada Amor. Ni el ademán de leer las huellas de los rostros grabados en la almohada. Las manos pueden cerrarse y conservar un eco para luego liberarlo en un cuarto de baño. Todos somos ojos de una misma cabeza. Nada hay Amor. Puede verse con claridad cuando intentas en mitad de la Noche rehacer nuestros fantasmas famélicos y heridos. Suavemente el Cielo cambia sobre nuestras cabezas y nos hace danzar frenéticos sobre nuestros pies de toros y decir: nada hay Amor, sólo sea nuestro desvalido apego por matar y devorar la presa.

 

 

 

Sólo cuenta la visión, la Palabra y su idea de exilio. Torcer el brazo al único sentido. Partir para añadir. Besar con todos los poderes que nos fueron otorgados. Optar por la Belleza porque sólo hay que tomarse el trabajo de rechazar. Ser sombra de lobo. Mano abierta que expone un Ojo sin pulpa. Esperar que lo colmado en el mundo nos abra los brazos. Meditar y soñar. Lo que has amado es sombra dos veces.

 

No hay nada de lo que has perdido que no vuelva a Ser.

 

 

 

Circular. Abarcar. Dar. Sensación de un pie sobre la nuca. Éter. Flor. Preguntar. Preguntar. No saber nombres ni hábitos. Cada Ojo buscando sus barcas, sus colinas. Salir sin buscar. Esperar dentro de cierto estado donde ese estado se encuentre. Volver a salir. Fábula vagando en nuestro costado ileso. Circular. Desenredar. Enredar cuellos de ocas. No que ya no existe, sino con qué lo reemplazamos. ¿Preferir o amar? La diferencia estriba en que ¿Dios espera y los ángeles buscan? o ¿En que una Mano, distraída, roza lo que la ausencia deja caer para inmovilizar los labios?

 

 

 

 

Arte poética I

 

Hacer una pregunta. Callar. Si se nos hecha encima un viento, disfrutarlo. Repetir la Pregunta. Llevar dos monedas en las manos y jugar con ellas. Preferentemente hacer puntería desde cien metros para derribar el cuello de un Cisne. Insistir con la Pregunta. Buscar la calle que nos aleje del laberinto y otra que nos introduzca. Detenernos. Mirar atrás, nunca a los costados. Ver y perderse. La acción y el Amor definen el camino. Ver lo mismo dos veces, es ver dos cosas. Olvidamos la pregunta. No hacemos otra. Olvidar la pregunta es la respuesta.

 

 

 

 

En ocasiones la poesía me permite regresar a alguna Palabra que fue mía. La veo con lástima. Algo raspada. Ella se arquéa con algo de vergüenza. Me cuesta mirarla a los ojos. No son ya ojos. Pone en punta sus labios aún rojos pero ya secos. Nos reconocemos poco a poco sin ninguna alegría. La Palabra abandonada queda tan sola como el poeta cuando la retuvo. No es saludable quedarse mucho tiempo junto a ella. Haríamos los mismos poemas. No era Yo en esa Palabra. No había un espejo para mí en ella. Partí. No hice ninguna mención en mi diario. Tampoco refugié este encuentro en un sueño. No sentí que la piel tuviese necesidad de más. La indiferencia nos hará bien a ambos.

 

 

 

 

Datos vitales

Samuel Bossini (Santiago del Estero, 1957). Publicó los poemarios El sonido y la furia (1981), Para una fiesta nocturna (1983) y Oscura tierra (1991). El libro Mundo natural, al que pertenecen los poemas antologados, aún permanece inédito. Residió desde 1983 hasta 1989 en Europa (España, Italia, Francia y Portugal). Poemas y textos fueron publicados en diarios y revistas de Argentina, Chile, Uruguay, México, España, EE.UU. y Ecuador. Desde 2002 dirige Malvario, revista de litaratura y arte. Su poesía está incluida en el libro 200 años de poesía argentina, editado por Alfaguara y compilado por Jorge Monteleone.

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