Desolación del pobre poeta sentimental, por Sergio Corazzini

Sergio Corazzini

La vida de Sergio Corazzini fue muy breve (1886-1907).  Es uno de los poetas crepusculares italianos en muchos sentidos cercano a Ramón López Velarde. Presentamos en la traducción de Mario Bojórquez la “Desolación del pobre poeta sentimental” y el poema en prosa, “Soliloquio de las cosas”.

Corrado Govoni 1884-1965, participa del movimiento conocido como Crepusculari y después se convierte en uno de los precursores del Futurismo con el empleo de las llamadas “Palabras en Libertad”. Aunque crepuscular, su intención se separa de aquella escuela en que su fuerza imaginística produce deliciosos efectos en el lector; lo mismo sucederá con el futurismo, movimiento interesado en las imágenes urbanas, la exaltación de la ciudad y las máquinas, mientras que el poeta Corrado Govoni conservará siempre un interés bucólico y rural. En una carta a su amigo Gian Pietro Lucini de 1904, define con claridad la búsqueda de la poesía crepuscular: “las cosas tristes, la música itinerante, las canciones de amor cantadas por los viejos en las tabernas, las plegarias de las monjas, los mendigos pintorescamente andrajosos y enfermos, los convalecientes, los otoños melancólicos llenos de adioses, las primaveras en los colegios casi temerosas, las campañas magnéticas, las iglesias donde lloran indiferentes los cirios, las rosas que se deshojan en sus altares a la orilla de la calle desierta donde nace la hierba…”

MB

 

 

 

Desolación del pobre poeta sentimental

 

I

Perché tu mi dici: poeta?

Io non sono un poeta.

Io non sono che un piccolo fanciullo che piange.

Vedi: non ho che le lagrime da offrire al Silenzio.

Perché tu mi dici: poeta?

 

I

¿Por qué me dices poeta?

Yo no soy un poeta.

Yo sólo soy un pequeño muchacho que llora.

Mira: no tengo más que lágrimas para ofrecer al Silencio.

¿Por qué me dices: poeta?

 

 

 

II 

Le mie tristezze sono povere tristezze comuni.

Le mie gioie furono semplici,

semplici così, che se io dovessi confessarle a te arrossirei.

Oggi io penso a morire. 

 

 

 

II

Mis tristezas son pobres tristezas comunes.

Mis alegrías fueron simples,

tan simples, que si tuviera que confesarlas te ruborizarías.

Hoy sólo pienso en morir.

 

 

 

III

Io voglio morire, solamente, perché sono stanco;

solamente perché i grandi angioli

su le vetrate delle cattedrali

mi fanno tramare d’amore e d’angoscia;

solamente perché, io sono, oramai, 

rassegnato come uno specchio,

come un povero specchio melanconico.

Vedi che io non sono un poeta:

sono un fanciullo triste che ha voglia di morire.

 

 

 

III

Quiero morir, solamente, porque estoy cansado;

solamente porque los grandes ángeles

en los vitrales de la catedral

me hacen temblar de amor y de angustia;

solamente por que, yo soy, en este momento,

resignado como un espejo,

como un pobre espejo melancólico.

 

Mira que yo no soy un poeta:

soy un muchacho triste que tiene deseos de morir.

 

 

 

IV
Oh, non maravigliarti della mia tristezza!

E non domandarmi;

io non saprei dirti che parole così vane,

Dio mio, così vane,

che mi verrebbe di piangere come se fossi per morire.

Le mie lagrime avrebbero l’aria

Di sgranare un rosario di tristezza

Davanti alla mia anima sette volte dolente,

ma io non sarei un poeta;

sarei, semplicemente, un dolce e pensoso fanciullo

cui avvenisse di pregare, così, come canta e come dorme.

 

 

 

IV

¡Oh, no te maravilles de mi tristeza!

Y no te sorprenda;

no sabría decirte más que palabras vanas,

Dios mío, tan vanas

que habría de llorar como si fuera para morir.

Mis lagrímas serían al aire

un desgranar rosarios de tristeza

delante de mi alma siete veces enferma

pero yo no sería un poeta;

sería, simplemente, un dulce y pensativo muchacho

que viene a orar, del mismo modo que canta o duerme.

 

 

 

V

Io mi comunico del silenzio, cotidianamente, come di Gesù.

E i sacerdoti del silenzio sono i romori,

poi che senza di essi io non avrei cercato e trovato il Dio.

 

 

 

V

Yo aprendo del silencio, cotidianamente, como de Jesús.

Y los sacerdotes del silencio son los rumores,

pues sin ellos no habría buscado y encontrado a Dios.

 

 

 

VI

Questa notte ho dormito con le mani in croce.

Mi sembrò di essere un piccolo e dolce fanciullo

Dimenticato da tutti gli umani,

povera tenera preda del primo venuto;

e desiderai di essere venduto,

di essere battuto

di essere costretto a digiunare

per potermi mettere a piangere tutto solo,

disperatamente triste,

in un angolo oscuro.

 

 

 

VI

Esta noche he dormido con las manos en cruz.

Me parecía ser un pequeño y dulce muchacho

olvidado por todos los seres humanos,

pobre presa tierna para los recien llegados,

y deseaba ser vendido,

ser  lanzado

ser forzado a ayunar

para poderne meter a llorar solo,

desesperadamente triste,

en un ángulo oscuro.

 

 

 

VII

Io amo la vita semplice delle cose.

Quante passioni vidi sfogliarsi, a poco a poco,

per ogni cosa che se ne andava!

Ma tu non mi comprendi e sorridi.

E pensi che io sia malato.

 

 

VII

Amo la vida simple de las cosas.

¡Cuántas pasiones vi deshojarse, poco a poco,

por cualquier cosa que pasó!

Pero tú no me comprendes y sonríes.

Y piensas que estoy enfermo.

 

 

 

VIII

Oh, io sono, veramente malato!

E muoio, un poco, ogni giorno.

Vedi: come le cose.

Non sono, dunque, un poeta:

io so che per essere detto: poeta, conviene

viver ben altra vita!

Io non so, Dio mio, che morire.

Amen.

 

 

 

VIII

¡Oh, estoy, verdaderamente enfermo!

Y  muero, un poco, cada día.

Mira: cómo suceden las cosas.

No soy, por lo tanto, un poeta:

yo sé que para ser llamado poeta, conviene

vivir ¡una vida distinta!

Lo único que sé, Dios mío, es morirme.

Amén.

 

Corazzini, Sergio, Piccolo libro inutile, en Poeti Italiani del Novecento, Pier Vincenzo Mengaldo, Mondadori, Milán, 1990, 1102 pp. 

 

 

Soliloquio de las cosas

 

…Je crois que nous sommes à l’ombre

Maeterlinck

 

Les choses ont leur terrible “non possumus”

Hugo

 

Decir las pobres cosas pequeñas: ¡Oh asfixiado de sombras! Nuestro amigo se ha ido por mucho tiempo: no volverá más. Cerrada la ventana, la puerta; su paso que cae en el silencio del largo corredor donde no se acepta más al sol, como en el vano de la campana errática, así la soledad  es su tapete verde y todo se ha acabado.

Cualquier cosa en nosotros se accidenta, cualquier cosa que nuestro amigo diga: corazón. Somos la vieja virgen; encerrada en la sombra como en su ataúd. Y tendríamos las flores. Él quiso partir, para siempre, dejó sobre su pequeño lecho negro sus violetas agonizantes. Desesperadamente hemos entrado en aquel sutil aliento y hemos pensado en una delgada tumba de la juventud, muerta de amoroso secreto. ¡Oh! cómo fue triste la pérdida cotidiana, inexorable, del pobre perfume. Y se fue como él, con él, para siempre.

No somos más que cosas en la cosa: imagen terriblemente perfecta de la Nada.

Todo tañido de la campana de la pequeña parroquia suena a muerto. Todo esto es tristísimo para nosotros, pobres pequeñas cosas solas, si él estuviera aquí. Pero se ha alejado y la campana no carcome el silencio por él, pobre querido.

Un tiempo lo vimos y lo oímos llorar sin un propósito: queríamos consolarlo, ahora, lo sentimos así tremendamente crucificado. Hoy, oh, ahora es otra cosa: ¿dónde llora? ¿por qué llora?

Ahora solloza desoladamente porque su pequeña y blanca hermana no viene, en la tarde,  como en el pasado, a hacerlo sólo un hombre, el más solo. Así él le decía mientras la abrazaba. Agregando: “Nosotros recordamos y nada como el recuerdo es un símbolo de soledad y muerte” Recordábamos muchos sucesos felices y muchos tristes acontecimientos, aunque no todos eran amargos.

Una tarde nuestro amigo esperaba inútilmente. Esperaba desde la hora de la primera golondrina hasta la última estrella… Oh, él sí que lo quería: a cada momento hablaba largo rato, como en sueños. En sueños hablaba. Antes de dormir, encendía una pequeña luz amarilla, suspendida en el muro. Quizá tenía miedo. Es algo dulce el miedo, ¡precisamente porque es de los niños!

No dormíamos; éramos la eterna vigilia, éramos el silencio que ve y que escucha: el visible silencio.

La casa debió ser muy grande. Oíamos el intercambio de voces lejanísimas y que sabíamos no venían de la pequeña plaza. ¡Oh, la ventana, si se entornara y dejara pasar un poco de sol, un poco de viento! Oh, nada se parece al corazón perdido como el sol que quiere entrar y todos los días despierta a todos los seres, triste y blanco, pálido de renuncia.

Un convento, una iglesia, un largo muro bajo, interrumpido por dos pequeñas puertas, cuyo umbral siempre era verde. La nieve quedaba intacta, delante de aquel muro, un tiempo interminable. Nuestro amigo decía que la puerta cerrada era la imagen de una gran alegría. Éramos simples, no habíamos comprendido aún esta palabra, quizá, será porque estábamos tan solos y tan desconsolados de tantos años encerrados en este cuarto!

¡Oh, los ojos abiertos desmesuradamente en la sombra terrible; se parecía tanto a nosotros! Saber ver pero no poder ver.  ¿Por cuánto tiempo desfallecimos en lo oscuro como la estrella dentro de la nube? ¿Por cuánto tiempo nuestra ceguera aparente se prohibió al sol, o, quizá, un poco de dulce luna?

Como tantos pequeños monjes en el claustro, nosotros, pobres cosas, vivimos y morimos. ¡Piedad! ¡Piedad!

¡En tanto surgen las arrugas! Estamos viejos, oh, así de viejos temiendo el fin imprevisto. Y el polvo que nosotros pensábamos, empolva, entierra cotidianamente como un sepulturero muy escrupuloso.

¡Cómo nos acariciaba la tienda de campaña, llena de viento en primavera! Ella debía acariciar así a nuestro amigo, debía hacerlo morir de espasmos. Ahora, también parece una vela de una decrépita barca inservible,  tirada junto al vano de una pequeña puerta solitaria y triste, colgando floja y vieja: hoy su caricia hace pensar en la mano de un agonizante.

Un paso. Una mano toca la llave… oh, sin pasmo: es un niño, es el solitario niño de todos los días que pasa a lo largo del corredor para caminar quién sabe a dónde, sin pasmo, es inútil.

 

Traducciones del italiano, Mario Bojórquez

 

Corazzini, Sergio, Poemetti in prosa, en Poeti Italiani del Novecento, Pier Vincenzo Mengaldo, Mondadori, Milán, 1990, 1102 pp.

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