Foja de poesía No. 326: Juan Antonio Massone

MassonePresentamos la poesía de Juan Antonio Massone (Santiago de Chile, 20 de junio, 1950). Ha publicado, entre otros, Nos poblamos de muertos en el tiempo; En voz alta; Las Siete Palabras, Poemas del amor joven; La pequeña eternidad; En el centro de tu nombre. Es Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española.

 

 

 

A los pies de tu nombre

 

Acaso más bueno sea esperar

a que un poema salude al día

y añada gratitud a la esperanza.

 

Sin más aviso que una rama de ciruelo

se viene la mañana y el mundo crecerá

como dejar al tiempo correr,

pero sin uno.

Si algo faltara que decirse,

alguien desliza en un beso

su endeble eternidad.

 

De mi parte, saludo en ti

esa canción que a la amargura resiste.

Estoy aquí a punto de brindar

a los pies de tu nombre,

de coger del brazo al día

y darle un beso en la boca.

 

 

 

 

Consideraciones de un loco

 

Quizás no vencerá mi palabra

el chasquido pegajoso de la nada

en este lento horror que me confina.

 

Diciendo de esto a la calle de nadie,

unos pocos amigos complementan

la codiciosa obra de mi espectro.

 

Aún así seguiré velando aquí

y cuidando del semáforo.

 

Ya pueden cruzar la calle.

 

 

 

Así pasan los años

 

A uno se le van los años, se le van

sin dar con el secreto que tienen las ventanas.

 

Debajo de la piel, un rostro

es una costumbre casi perpetua

que las palabras ignoran

mucho antes de poner un pie en el día.

 

Nos atrae el sueño, los hábitos

como un abrazo que una vez diéramos

antes de enloquecer los tiempos

y no cupiesen más palabras en el alma.

 

A uno se le van los años, se le van

como un desacuerdo que se lleva en la mirada.

 

 

 

 

Esos deseos

 

Me hubiese gustado

verte llegar hasta aquí

cuando escribía: ” estoy pensando

en lo único que alboroza

al pensamiento”.

 

Hubiera querido

mostrarme lleno de ti,

completamente reflejándote.

 

Me habría gustado

una voz más cerca de ti,

ser algo en tu cuerpo

y me hubieras cuidado.

 

Hubiese querido ir

alguna vez en tu cabeza,

acaso siendo tus ojos

para saber si era yo

quien estaba en el mundo.

 

 

 

 

 

El Poema (I)

 

Una parte aún no dicha al camino,

el breve y delgado trecho de la página.

Sueñan las palabras un mejor sentir

que jamás termina por decirse.

Una a una las razones del mundo

esgrimen avaras razones de mundo.

¿En cuál borde o espesura comienza

el silencio a ser alma presentida,

alma entre dos bocas o ansiedad

de esquina? ¿En verdad cómo sentir

para decir: yo siento y adelante?

 

Un corazón semejante a mí

para que a ti se parezca podría ser

el poema. El blanco sueña palabras.

Puedes tú sentir sin restricciones.

Lo demás espera. Nos aguarda

el blando surco del silencio.

 

 

 

Las esperas

 

Se espera alcanzar labio y palabra

Se espera sea pronto nueva aurora

Se espera en horas de perfil delgado

Se espera oler promesas de la lluvia.

 

Se espera que una voz diga te quiero

Se espera arrancar olvido al tiempo

Se espera nuevo cielo de zorzales

Se espera besar el nombre de la noche.

 

Se espera al pie del mármol y la pena

Se espera en aquel día un sin embargo

Se espera que el temor calle su boca

Se espera saber al fin: hemos llegado.

 

 

 

 

Flores

 

                                  (Carlos Pedraza)

 

Muestra aquí la alegría intención de quedarse.

Gavilla de aromas derraman las flores en este vaso.

Ningún malestar interrumpe a este silencio del arte,

ni dolor ni desarraigo en el lienzo de Pedraza.

Ocres y rojos unidos alzan más alto la gracia

y contento, siempre fragante, este sigilo descalzo

del tiempo que se detiene en ojos de unos instantes.

 

 

 

 

De par en par

 

¿Cómo se hace hablar a un corazón

para sentir el gemido de eternidad

que más verde desvela y enaltece?

 

Como es costumbre en estos casos,

quiere la primavera consagrar

sus labios al aire libre que crece.

 

Llevarte, corazón, es haber comenzado

un día desde no sé qué tristeza

que no quiere exiliarse del pecho.

 

Un alma no termina de hablarse

y pretende tu buena voluntad merecer

en la prolija cuenta de la arena.

 

Territorios de espera son las palabras.

De par en par amanece, el resto del día

lo emplearé en silenciarme.

 

 

 

 

El decepcionado

 

Hubiera preferido mil veces

decir que sí y estar contento;

me habría gustado una presencia

aun de secas ramas sin acaso;

hubiese apostado incluso la lengua

de las hojas a que sería feliz.

 

Pero estoy solo otra vez

y en milagros

no cree ya mi boca.

 

 

 

Para tener en cuenta

 

Del brazo de las horas, aficionadas a mí

con pesadilla y mundo, juramentadas en signar

el rostro de mis hijos y el de los hijos

de sus temores, voy. No saben conciliarse

antiguos hábitos de sueño confiado

con un pronóstico de madrugada feliz,

algo más convencido que cuando se está

muy triste o el desamparo cunde

como una palabra olvidada

en la punta de la lengua.

 

Inaudita locura de los sueños.

No cesan las fauces del abismo.

Parecen expirar los pechos habituales,

sus compañías que miran directamente al rostro

y se hiela todo menos la sangre del yo siento,

del te espero, del vamos caminando.

 

Si alguien preguntare

y yo estuviere muerto,

que se tenga esto en cuenta.

 

 

 

 

Paisaje

                                                   (Pablo Burchard)

 

Conjunción agreste de tierra silenciosa,

solaz y alivio que enamoran al verse

toman en prenda a los ojos, los agracia y traspone.

Pablo Burchard labró en esta muda apariencia

un silbo de ensueño en paisaje chileno.

 

Hacia el fondo del lienzo el camino se tuerce

y nadie sabe si llueve o si un día regrese

a sostener su luz la intemperie del tiempo.

Mientras elevan los árboles el alma de aquel sendero,

las más hermosas formas corren luego a perderse,

a dejar verdades sueltas bajo cielo inclemente.

 

Algo siempre está igual; algo queda por verse.

 

 

 

 

Para eso

 

Que la sílaba de ti

albergada en la pena

desbarate la tiniebla

en la orilla del amor

que quedara recogida.

 

Después de todo,

para eso vale ser hombre.

Para eso.

Decir a los ojos

del tiempo

ocultas razones

de que sabe el pecho.

 

 

 

 

Según

                                        

                                                           “Pondus meus, amor meus”

                                                     San Agustín

 

Según sea el peso del corazón

alcanzan valor las palabras.

Un pájaro sobrevuela, siente alivio

y el anhelo por una mujer

conoce forma tibia, no saciedad.

De ello, lo mismo vale pensar

que sentir si hay encuentro.

Trémulo silencio; deslízanse palabras

en el relieve de los cuerpos

y las caricias conocen el valor

de los resuellos. Estoy triste.

Ahora sigo alegre. Tienes que ver

con las sorpresas de mi ánimo.

 

Todavía lejos queda el alma. Lo siente

el amanecer cuando el primer vuelo

del ave esparce tibiezas de nido.

De acuerdo al peso del corazón

las palabras son menos lejanas.

Que el sueño hable de ti, la forma tibia

descansa; vuelve a ser tuyo el silencio

en los relieves del alba.

 

Este momento sabe algo de eternidad

en la boca. Otra vez digo: te quiero.

 

 

 

 

A duras penas

 

Vienen del aire palabras,

mensajes para los dedos,

aliento de hojas renacidas,

y la uña de vivir despierta

en ligero rebato de otra muerte.

 

Que no se apresure la hora

de los pasos que únicamente

a otros pasos encaminan.

De los ausentes se encargó

la vida al aplacar más pronto

la inquietud que consumían.

 

Tuvo razón lo que pensé

decirme cuando niño.

Luego, sólo quise respirar

y abrí ventanas, claraboyas,

para que el mes huyera

y presentí de las noches

lo que el día rechazaba.

 

Se confió la juventud

un largo epílogo,

ese enigma del deseo

con sueños de prefacio.

 

Al aire vuelven palabras.

El socorro que merezcan

será un hasta pronto

o espera que ya regreso.

Se trata, aquí, nada más

de acompañar promesas

con manos de alborada.

 

¿Le sabe bien al corazón

sentir propenso un hallazgo?

Me propongo únicamente

hablar despacio en el árbol

a quien acepte escuchar

de su nombre más adentro.

 

 

 

Tiempos del otro vivir

 

“Pero ¿existe algo humano sin imperfección?

Y después de todo, bueno, vamos adelante”

                       K.Kavafis

 

¿Qué hora de presagio o de recuerdo

anuncia lejano y enhiesto el reloj

de la iglesia parroquial de Casablanca?

Probablemente sean las cuatro de la tarde

y regrese mi abuelo para otra vez despedirse

o no dejar de hacerlo tal como lo hizo,

con el tranco de su bastón acallándose.

 

Pudiera ser que nadie hubiese muerto

y las cuatro del reloj fuesen sólo tarde

de presentir a un cuerpo entero dando señas

al musitar un dejo de gratitud y recado lento.

 

Pudiese ser que nadie hubiera muerto

y como siempre la mampara ofreciera su cariño

mientras se vienen síntomas de no olvidar,

de estar a pocos metros de la alta voz parroquial

y tantos comensales volvieran a esa orilla

a las cuatro de estas señas, a sus vísperas,

por las huellas que no besó la muerte.

 

 

 

 

Y sin embargo

 

Al  atardecer, sentado en aquella plaza,

no era justo decir que estaba solo.

Me había enamorado de ti y ansiaba

que me hablaran de algo tuyo.

Más hosco se mostraba el mundo y tenía yo

que ser como los otros, precisamente

como esos que no estaban enamorados de ti.

 

Vanas las calles de la ciudad esa tarde.

Como un cruel mandato se confirmaba el mundo;

dirigía mi soledad al olor de tu sombra,

esa misma que tratamos de respirar al unísono

para que no huyera el amor.

 

Sentado en otra tarde, ya no estoy

enamorado de ti; es justo que lo diga

estando solo. Y sin embargo, hace tan poco,

recién no más el día volvió su rostro

para vindicar ese inolvidable modo

de sentir y estar pensando con un vaso

de viento en los labios.

 

 

 

 

Desde un bus por la carretera

 

Tan incierta como silueta

una mujer agita su adiós

y los labios viajan solos.

 

A su ventana llamará la tarde

cuando no estén ya mis ojos

y un nuevo adiós haya comenzado.

 

 

 

 

Al atardecer

 

al P. Agustín Martínez, O.S.A.

In memoriam

 

Como habitantes de un antiguo bosque

los amados muertos no cesan de allegar

su levedad premonitoria y el callado labio

del adiós sigue penando. Contigo permanecen

en el balcón de unas horas que regresan

hasta donde la infancia no soportaría

dejarlos marchar, aunque una flor

brotara del bolsillo y el amor ofreciera

sus mejillas a la luna de los montes.

 

Debo confesar la compañía de mis muertos;

ningún motivo hay para desoír sus compasiones,

aunque toda palabra ruborice en la ausencia,

así el póstumo honor o la caricia  esperada.

Para hablarles, un poco de rocío es lo que falta.

Acaso olvides renacientes brotes

que el adiós albergara alguna vez

y  para siempre.

 

 

 

 

El enamorado triste

 

¿Existe algo semejante a ti

como respaldo en esta alusión

que de ti voy haciendo

sin que en realidad seas tú?

 

 

 

 

El poema (II)

 

Inicialmente esperé decirlo

al modo de brisa anaranjada,

sin disculpas en qué distraer

lo indispensable. Pero este oficio

consiste en darse cuenta

y respirar sintiendo una mitad

de sol entre los dedos

o una cantidad hechizada de niñez

para vivir lo necesario del momento.

 

Conoce mejor la tarde

el ánimo de mis ojos.

Viento soy en que se alejan

las horas y tantas cosas

que decirle a la vida.

De eso habrás

de morir, me advierte:

de una tarde que te sienta

inoportuno.

 

Por mucho menos

que unas escasas gotas cayendo

sobre una piedra distraída,

espesa el alma y un aroma

se abre paso en la sombra.

Cosas que decir a la vida.

Sólo alusiones de lluvia

o una mancha de tarde.

Nada más que brisa anaranjada.

 

 

 

 

Una infancia

 

Yo fui un niño que tuvo patio

con un perro que se perdió una vez

y hasta el día de esta tarde no regresa.

 

Yo era un niño  que olía tierra húmeda

y fue mío despedirme de momentos

como si el día acostumbrara a morir.

 

Yo fui un niño en un patio y ventolera

con más ladridos debajo de la tierra.

La nieve parece ahora menos blanca.

 

Yo era un niño que pactó con lagartijas

y queltehues invocando nuevas lluvias

en espera de pan con mantequilla.

 

Yo fui un niño y , de en medio del patio,

una acacia con nidos  fue arrancado.

Los años aún no dicen para qué.

 

Yo era un niño con un perro

al que asustó la muerte muy temprano

y el pálpito quedó mío sin deseos.

 

Yo quedé niño de patio sin acacia

ni perro , sin estar seguro de nada más.

En los otros se quedaba la alegría.

 

 

 

 

Biografía mercantil

 

No resta mucho por decirse.

Después de todo, hay mucha gente

con mucha prisa , en muchas calles,

obediente de muchos afanes,

de compras muchísimas veces

con que ser felices mucho menos.

¿Qué resta del sueño de otra primavera?

No queda mucho más. Se fue la tarde.

 

 

 

 

Tiempos cumplidos

 

En frente de la ventana

se explaya el patio ya maduro.

Dormita mi hermana enferma.

Más allá de sus ojos platican

las ramas intermitencia de horas,

acaso las más suyas desde que la abandonan,

esperan y desesperan del día que ya vendrá.

 

Con lentitud la mira el soliloquio

sin sospechar lo que piensa,

con lentitud y con años que ya no son,

y con años que tampoco podrán ser.

 

A escasos metros de nosotros

maduras caen las ciruelas,

porque el tiempo de sus sazones

ha cumplido su trabajo de nodriza.

Es hora de que nos dejen

y en tanto ya caen, y siguen cayendo,

un aroma desprenden hacia lo alto,

un silente aroma que tampoco

corromperá la tierra.

 

 

 

 

Canción de lo fugitivo

 

En el timbre de esta voz

repito tu blando nombre

para sentir que has llegado

y te has ido con la tarde.

 

Si algo pudiere el amor,

dame el minuto que pasa;

entre esta boca y la tuya

sea el encuentro que salve.

 

Crujen aún los peldaños

como una muda comparsa,

al pudo ser de este amor

se le fugó su milagro.

 

Cuanto sucede en el tiempo

sólo después se nos abre,

el júbilo y la miseria

mucho después de la tarde.

 

 

 

 

Con voluntad placentera

 

Como decir yo soy con cara de gerundio

y olor a cuerpo propio, dejo en claro

lo que me une a ti, muerte querida.

Cuando no quepa ya más víspera

que una hebra de tarde en los cabellos

y agazape el sol su indecisa luz

entre mis hombros grises,

cogerás en tus labios mi nombre

y entonces seré  voz de cicatriz

por donde escape el recuerdo.

 

 

 

 

En vez de porque no

 

Jamás elude el vivir

su extrañeza de porque sí

en vez de porque no.

Nadie hay que sepa callar

el resuello de sus poros

al presentir algo cierto.

 

Tan inmenso el instante

que a uno le dan ganas

de todo, incluso de la nada,

desde luego de Dios

que ha puesto amistad

entre el frágil tiempo

y su ternura de Gran Regazo.

 

En vez de porque no,

es hora de que se diga

aleluya hasta el mar

y del verde rocío

nuevamente aleluya,

siempre y cuando las madres

no arrepientan lo vivo.

 

 

 

 

  Datos vitales                      

Juan Antonio Massone (Santiago de Chile, 20 de junio, 1950). Su escritura abarca el verso y la prosa. Del primero, sus libros: Nos poblamos de muertos en el tiempo (1976); Alguien hablará por mi silencio (1978); Las horas en el tiempo (1979); En voz alta (1983); Las Siete Palabras (1987), traducido al portugués por el escritor brasileño José Afrânio Moreira; Poemas del amor joven (1989); A raíz de estar despierto (1995); Pedazos Enteros (2000); La pequeña eternidad (2004); En el centro de tu nombre (2004), además del disco “Le doy mi palabra”, antología en la voz del autor. Ensayos, antologías, numerosos prólogos y escritos en revistas y en diarios, además de interesantes colaboraciones en asuntos bibliográficos, complementan un trabajo sostenido que se traduce en 40 libros. Algunos títulos en prosa son: Pepita Turina o la vida que nos duele (1980);  Jorge Luis Borges en su alma enamorada (1988); De abismos y salvaciones (1996); Rosa Cruchaga o el eco de la transparencia (2000 y 2009), Lo que duran las palabras (2010).Algunos de los autores antologados por Massone son: Fray Luis de León, Francisco de Quevedo, César Vallejo, Gabriela Mistral, Roque Esteban Scarpa, Juan Guzmán Cruchaga, Humberto Díaz Casanueva, Joaquín Alliende, Fernando Durán Villarreal, entre varios más. Profesor de español y magíster en literatura, imparte docencia universitaria en varios planteles de enseñanza superior. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española.

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