Presentamos el trabajo del poeta ecuatoriano Victor Vimos (Riobamba, Ecuador, 1985). Es miembro fundador del Proyecto Editorial Matapalo Cartonera; Ha recibido varios reconocimientos a su obra poética y narrativa. Ha publicado “Perinola” (Noctambulario Ediciones, 2007), “Prolongaciones” (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2010), etc. Actualmente cursa sus estudios en Antropología.
plegaria del hijo vencido
nunca más la noche,
siempre la estrella disolviéndose en la mano, la orilla donde la sal ha derrotado los huesos, la pólvora atascada, espiga de infierno, en el corazón,
madre,
no queda lugar para la ternura en mi nombre, los cuervos han nevado sobre mis ojos, solo el eco de la marchitez guía los pasos, solo eco de la marchitez como una campana destrozándome el lomo, enterré al hijo lejos de tus encajes para que no atestiguaras su descenso, furiosa caída en la que tragándose los paisajes y los soles, terminó como el sedimento que envejece las cavernas,
nunca más la noche,
siempre una sábana de bruma donde escribirte colores, un pedazo de papel para imaginar que beso tu rostro de agua,
madre, no queda lugar para la ternura en mi nombre,
la casa está consumida por la inmundicia, las agujas del tiempo han arrinconado mi sombra al precipicio donde espero tu regreso, tu mano de menta, tu olor a tiza herida,
demasiado tarde descubrí mi parentesco con tus sueños, ya era un hombre que masticaba animales con mis nudillos, un hombre solamente, madre, frente a la violencia de otras voces,
tuve tiempo para escupir sobre la inutilidad de los recuerdos y lo malgasté recreando la infancia de lo ajeno, no quiero la sangre que emana de mi boca, la herradura que cargo en las cejas como decepción eterna, un hombre solamente con las manchas de un abrazo intentando sobrevivir al diluvio,
nunca más la noche,
enterré al hijo, madre,
no queda un lugar para la ternura en mi nombre.
preludio
soy un hombre que bebe copiosamente,
en mis ojos tejieron sus nidos hormigas de fuego, a lo lejos debo parecer nada más una camisa manchada de ausencia,
la gente que pasa a mi lado murmura mi nombre y tratan de que se parezca a las cicatrices del alba.
Soy un hombre que viene del lado oscuro del abrazo, alguna vez tuve libros, zapatos limpios y una mujer me esperaba a la hora de la luna abierta de costillas en mi cama,
de tanta lluvia bajo los portales mis hombros han empezado a deformarse, tienen agujeros insondables por donde seguro entrarían los pedazos de las nubes.
Soy un hombre que tiembla en las calles, que se agarra a los semáforos con la esperanza de que el mundo pare de dar vueltas, el que no ha dejado de alimentar a las palomas creyendo que esa es también una forma de enviar señales.
Yo soy el que hace callar la música en las fiestas, porque se me ocurrió un verso y no pude esperar hasta mañana para hacerlo estallar como una piñata de sangre, el que duerme en las veredas y después corre a lavarse el rostro con abundante jabón como para que no lo reconozcan, en mis bolsillos tengo espinas por eso siempre andan vacíos.
Empecé a morir en las fotografías cuando al sol se le dio por esconderse, y ahora deambula mi sombra escupiendo en el aire el último aliento. Soy un hombre que bebe copiosamente, aun sueño con escribir un hijo que no cargue mis males.
rito
ha muerto el hombre que yacía bajo mi piel,
su ebriedad irremediable, su locura intacta, su odio por el cigarro,
han quedado ahí, quietos, como pájaros petrificados junto a lo que un día fueron sus aposentos,
ha muerto temprano
no le ha sido necesario esperar al cura para descargar sus pecados,
su madre no ha estado para acariciarle las cicatrices,
apenas un ruido de mar embravecido lo ha visto partir,
ha muerto el hombre que yacía bajo mi piel,
se ha llevado la necedad de confundir el atardecer con angustia,
esa manía loca de creer que todas las canciones tristes estaban hechas para él,
no ha venido su hermana a cobijarlo con sus diminutivos,
su hermano ha estado lejos esta mañana en que ha muerto,
ahí quedan tiradas entre mis costillas
las cartas que escribía desenfrenadamente para contar de su hastío,
sus zapatos y camisas
cuelgan trístísimos en algún lugar de mi cabeza,
algunas hojas sueltas
y unas cuantas botellas ruedan por mis vértebras,
ha muerto simplemente
no ha permitido que su padre remonte las selvas para besarlo en la frente
que su perro aúlle de madrugada dolido por su agonía,
apenas un ruido de mar embravecido lo ha visto partir,
renunciar al latido de su descendencia
a la calma que encontraba en los brazos de su mujer,
ha muerto temprano
yo estoy cargando con él.
tiempo
Vago por las calles en busca de mi colmillo,
nadie lo ha visto, nadie ha tropezado con él,
en ningún lugar me han dado señal después de escuchar su descripción, lo busco desesperadamente,
hace días tengo vergüenza de mirarme en las vitrinas, de ir al salón de clases arrastrando esta vida huérfana de colmillo, he levantado piedras y palos, zapatos y pieles, y la ausencia de mi colmillo como si nada,
lo imagino tirado en algún parque, muriéndose de frío, colgado detrás de la puerta de una anciana que en él ha visto un buen augurio, pienso en mi colmillo calzando en otra mandíbula, repitiendo como un perico, una tras otra, sus mordidas,
me duele la sonrisa cuando el aire, se echa como un perro en el vacío que ha dejado mi colmillo,
ya he olido los puños de los rufianes buscando una pista,
nadie lo ha visto, nadie ha tropezado con el color de mi colmillo,
jamás nacerá otro,
soy un hombre incompleto,
un hombre perdido,
vago por las calles en busca de mi colmillo
biografía del cuerpo que se perdió entre la niebla
tambaleante busco mi cueva, la ciudad ha manoseado mis angustias, nada queda del hombre que tuvo un corazón de ángel, nada sino la soledad del metálico plumaje inservible,
perdí las manos mientras jugaba a moldear pájaros de fuego, todo lo que me queda es un par de garfios con los que bien podría destajar los rostros de medio mundo mientras corro enloquecido, pero quiero parar, detenerme en un portal a esperar que a alguien se le caiga un abrazo, lo único que pido es un metro cuadrado de paz donde sepultar mi cabeza,
nadie me dio el derecho de volver trizas los sueños de otros, y sin embargo tengo caries de tanto clavar los colmillos en esperanzas ajenas,
¿cuándo amanecerá dentro de mí? El eco de las campanas es escarcha que presagia tormentas.
Datos vitales
Victor Vimos (Riobamba, Ecuador, 1985). Es miembro fundador del Proyecto Editorial Matapalo Cartonera; Ha recibido varios reconocimientos a su obra poética y narrativa. Su primera publicación se titula PERINOLA (Noctambulario Ediciones, 2007), PROLONGACIONES (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2010), DRAGÓN (Sarita Cartonera, Lima, Perú, 2010), DESFIGURACIONES (Nulu Bonsai, Buenos Aires, Argentina, 2010), LOS POEMAS DEL BOXEADOR EN EL PUERTO (Asunción, Paraguay, 2011). Actualmente cursa sus estudios en Antropología, colabora con la prensa escrita y la docencia.