Poemas y poética de Jorge Ortega

Jorge OrtegaPresentamos algunos poemas y una suerte de breve poética de Jorge Ortega (Mexicali, 1972). Es es poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y, desde 2007, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en el área de letras. Ha publicado, entre otros, Ajedrez de polvo (tsé-tsé, Buenos Aires, 2003) y Estado del tiempo (Hiperión, Madrid, 2005).

 

 

 

De poemas y poéticas

 

Las motivaciones de mi escritura son las que dicte el instante de la composición, las condiciones del poema. En algún momento creí en la perennidad de las poéticas, en su definitividad con base en la noción del oficio como pretexto de objetivación. Ahora opino que el hecho de pensar una poética es predisponer el acto creador, cancelar la aportación de sus aspectos satelitales, cerrarlo a su necesidad de autogestión. Arriesgarse a concebir una poética es arriesgarse a asumir en dicho mandato una concepción programática de la escritura. Si todo poema es contingente, esto significa que no puede haber poéticas globales sino, en dado caso, poéticas instantáneas, parciales. Cada poema genera su propia poética que, en sentido radical, es intransferible. Hay tantas poéticas como poemas o, bien, el poeta es una encarnación de esa poética que se difracta en los poemas que ha concebido o está por concebir. Todo poema es su poética. 

 

Si el poema entraña una experiencia efímera, la de su lectura, toda poética adolece de provisionalidad, es decir, tiende inevitablemente a la caducidad. Dada la singularidad de cada poema y la diversidad temática y formal de una summa poética, cualquier intento de formular veraz y representativamente una poética general está destinado al fracaso. Sin embargo, este fracaso delata paradójicamente la esencia de la poesía, su carácter inefable, y pone a prueba la autenticidad del decir poético. La poética es, por apuntarlo de un modo, el género de la imperfección verbal. Ahí el lenguaje manifiesta su imposibilidad de asirse a sí mismo, de definirse y definirnos, alcanzando la consagración en tamaño impedimento. Esa consagración es la poesía como arte de la palabra, como disciplina del vocablo insatisfactorio. La poesía no se distingue estrictamente por su nivel de virtuosismo, sino por la raíz de anomalía que la provoca. El poema es un síntoma de la insuficiencia del silencio o del margen de error del lenguaje humano.

 

Pero esto no impide hablar de aquellos temas o motivos que suelen frecuentar los poemas. En mi caso, volteando hacia atrás o cotejando la dirección de mis libros, puedo establecer que dos notas dominantes son la procuración de la naturaleza en cualquiera de sus formas y el tratamiento del paso del tiempo y sus implicaciones materiales, espirituales, anímicas. Creo que mi poesía se caracteriza por la preponderancia de la imagen sensorial y, en consecuencia, por la hegemonía del carácter matérico a que apela tanto el vocabulario de los textos como el correlato de su contenido. Como se ve, no persigo ni descubro el hilo negro. Conforme voy madurando como persona y autor, advirtiendo la marginalidad de la poesía en el concierto de las urgencias, los hábitos y las preferencias de la vida, el arte y la cultura, me convenzo de que el poema es, en la mejor de las situaciones, un pie de página, una apostilla, una acotación a la realidad que nos jalona y en la que nos consumimos. Mientras escribo o leo estas líneas me pregunto inclusive si la poesía no posee esos caminos elementales por los cuales fluctúan todas las posibles tramas de la narrativa.

 

Se ha dicho que mi poesía comporta determinados rasgos del llamado neobarroco, un término tan vago como impreciso para designar las aportaciones que supuestamente ampara. Considerando que las poéticas están sujetas al proceso de mutación constante que implica la maduración humana del poeta, no me corresponde a mí aseverar dónde, en qué ámbito estético o estilístico debo asentar mi proyecto de escritura. Es probable que la fama de mis inclinaciones de lector o de mis lecturas formativas haya emitido una falsa señal, ya que no solamente leo con gusto a quienes escriben como yo, sino igualmente a quienes escriben desde las antípodas. Si bien algunas voces que han alimentado mi imaginación se pudieran vincular a la condición barroca —Píndaro, Lucrecio, Ovidio, Góngora, Saint-John Perse, Lezama, Gorostiza, Derek Walcott—, también hay otras piedras de toque en cuya austeridad he templado mi dicción: fray Luis de León, Antonio Machado, Jorge Guillén, Eliseo Diego, Paul Celan, Roberto Juarroz, José Ángel Valente. Lo cierto es que mi conocido entusiasmo por la palabra y mi actitud de celebración de las apariencias de este mundo me han llevado a desarrollar un tipo de poesía que más de las veces tiende a la saturación de registros.

 

Y, ¿de dónde vienen los poemas y por qué escribo así? No lo sé, aunque sospecho que todo surge de una conjunción de cosas: el asombro, la emoción ante lo buscado y lo inesperado, el instinto musical aunado al deseo de construir. Esa incertidumbre es precisamente el origen de la irresolución de las poéticas. Sean cuales sean las expectativas del poeta respecto a su trabajo, es difícil, complejo y eventualmente inviable contestar de manera racional, cartesiana o cabal a la interrogación acerca del qué y el por qué del hecho poético. Queda sólo entonces la vía negativa: definir la poesía por todo aquello que no es y que se nos esconde como un misterio divino, como la divina presencia se le escurría a san Juan de la Cruz. ¿Es la poesía una cuestión de sensibilidad, temperamento, perfil psíquico? Entre la ciencia literaria, el genio inventivo, la intuición verbal y el misterioso impulso de la mano que coge la pluma, la poesía es lo que acaba de esfumarse, lo que estaba y ya no está, lo que está siempre por ser, lo que ahora mismo es sin revelarse.

  

 

 

 

MUESTRA DE POEMAS DE

JORGE ORTEGA

 

Jorge Ortega (Mexicali, Baja California, México, 1972) es poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y, desde 2007, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en el área de letras. Publicó su primer libro de poemas, Crepitaciones de junio, a los 20 años de edad. Hasta ahora su bibliografía la integran ocho títulos de poesía y tres de ensayo literario. Sus libros más recientes son Ajedrez de polvo (tsé-tsé, Buenos Aires, 2003) y Estado del tiempo (Hiperión, Madrid, 2005), este último finalista único del vigésimo Premio de Poesía Hiperión convocado en España por la editorial homónima. Colabora en distintos medios culturales y literarios de Iberoamérica, tales como Crítica, Ínsula, La Estafeta del Viento, Letras Libres, Mandorla, Nexos, Revista Atlántica de Poesía y Revista de Occidente. Reseña mensualmente para la revista española Quimera las novedades en poesía. Ha ofrecido lecturas y participado en presentaciones editoriales, festivales, encuentros, conferencias y congresos de literatura en múltiples ciudades de América y Europa. Su poesía figura en las antologías poéticas de su generación en México El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora (2002), Árbol de variada luz. Antología de poesía mexicana actual (2003) y La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México (2007). Textos suyos fueron recogidos en las publicaciones colectivas A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (2005) y El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI (2006). Como investigador de la literatura se ha especializado en poesía, prosa y cultura del Siglo de Oro, poesía iberoamericana contemporánea y poesía mexicana del siglo XX. Pertenece a la Asociación Internacional de Hispanistas y a la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos.  

 

 

Hallazgo

 

Una mujer dormida en el vado del alba.

Una mujer dormida

en el sector más bajo de los sueños

como un guijarro liso

al fondo del estanque.

 

Bien parece una muerta. Lo pregonan

la escuadra que postula su rodilla,

los brazos en un gesto de abandono,

el dorso en posición un tanto incómoda,

la ausencia de resuello

por tiempo indefinido.

 

Alguien se viste a un lado

cuidadosamente, tratando

de no hacer mucho ruido o alterar

el agua del sepulcro que la habita,

su nivel.

 

La luz va esmerilando los contornos.

 

Pensar que no estarás cuando ese cuerpo

renuncie a ser un bulto inanimado

y se convierta en el papel volátil

 

que al curso de las horas encandile

—con un fulgor quizá más necesario

que el sol de los cristales—

 

los zócalos de casa

donde la transparencia que nos cubre

despliega el manuscrito

de todos sus enigmas.

 

 

 

 

Parábola de la migraña

 

El oído. La sien. El ojo.

El cántaro agobiado por el agua

y su presión de arteria.

 

Tambores muy adentro.

Tambores en el hueso de la fruta

filtrando desde dentro la descarga

rumbo a la superficie mojada por el fuego.

 

Llevar bajo la cera del semblante

un coral rojo, un rojo candelabro

de venas palpitantes. Solución:

ceder el pensamiento por un rato.

 

Pero tampoco el sueño.

 

Sus turbulencias viajan por el agua

y alcanzan la otra orilla

del cántaro apacible

con la celeridad de cualquier ruido.

 

Basta una sola onda

—el desliz de la manta—

para volver al punto de partida

y prolongar el fin.

 

 

 

 

 

Escuela flamenca

 

La madre emparejando calcetines

frente al televisor,

                              y

                              una luz tenue

—entre amarilla y blanca

pero sin consistencia—

viniendo desde afuera

a esclarecer la cueva de la sala,

depósito de sombras.

 

A un lado su marido

con la pierna cruzada

y el aspecto cansino,

el rostro un tanto más iluminado

por las detonaciones de la tele

que estalla en sus imágenes.

 

El par en su rutina

dejando transcurrir las manecillas

hasta las nueve y media,

esperando la muerte en el sofá

con la mirada puesta ya en la nada;

 

en la pantalla, no en el noticiero,

en el tapiz y

                       no precisamente

en la pared,

                    y no en el revistero

sino en el monograma de la alfombra.

 

Las fotos familiares, los adornos,

las acuarelas, el piano arrumbado

por más de cuatro lustros

se adhieren al suspenso

de cuanto los rodea.

 

 

[Mandorla, 2005]

 

 

 

Autovía del noroeste

Onde a terra se acaba e o mar começa

OS LUSÍADAS, III, 20, 3.

 

Nos acercamos a la finisterra

bordeando la costa.

La niebla peina el bosque

y entre los altos robles

cariados por el musgo

enreda su enigmático sudario.

 

De pronto, en una curva,

la alfombra lapislázuli, casi ficticia

de sorpresiva y breve;

y otra vez la espesura

negándose a menguar en el asombro.

 

Los límites del orbe

no son de agua ni fuego,

de rugientes llamaradas

en un cantil sin fondo

o de cascadas que caen

interminablemente

al magma planetario.

 

Abundan las coníferas,

y el mar, en cualquier caso,

prefigura un comienzo, indica un horizonte

con su genoma que engloba

—lo sabe el renacuajo—

los orígenes de la vida.

 

[Crítica, 2006]

 

 

 

 

Lección de biología

 

El pájaro es más leve que la rama

en el jardín de la fragilidad.

 

Resbala, se desprende

una migaja de agua,

ejerce

sobre la nervadura de la hoja

el peso vertical de su abalorio.

 

Mas

el pájaro

se arraiga a las cornisas

como una marioneta

tirada por las hebras de la lluvia.

 

Nosotros, a la inversa,

no terminamos nunca

de caer,

 

igual que el cielo que se desmorona

bajo el hacha del trueno.

 

Terrícolas, el suelo nos reclama.

 

Y así, sólo compete

acatar la inercia del diluvio

y el ascenso del pájaro

 

desde un punto de mira que reitera

la imposibilidad de nuestra hechura.

 

[Textos, 2006]

 

 

 

Hacia el metro

 

La calle huele a calle.

 

En el aire desierto

gravitan los olores.

 

Polvo, aserrín, ladrillo

rociados por el alba

y su lengua de vaho

que pudre los cerrojos.

 

Las puertas se abren solas

al principio del mundo;

de los talleres envueltos

por las redes del sueño

salen los simulacros

de un incienso humilde.

 

El tiempo restablece a la mañana

los ruidos olfativos,

indicios, emisiones

de un futuro que salva

lentamente

—como el gradual despliegue de la flor—

el ancho pergamino de una nueva jornada.

 

Nada me consta:

arquitectura efímera.

 

Invisible sobre lo invisible.

 

[Nexos, 2006]

 

 

 

Numulites

 

y que el mar recordó ¡de pronto!

los nombres de todos sus ahogados.

                                                                                                       FEDERICO GARCÍA LORCA

 

Palpo una losa

y me ilumino por dentro.

 

Es el virus de lo que se preserva,

el incandescente

bacilo de las décadas caducas

que sube por la entraña mineral

a fecundar los clamores del pulso.

 

Emerge la resina

de edades sumergidas,

el jugo que atesoran

las planchas de granito

en una red de nervios insondables.

 

El pasado se infiltra en la humedad,

comienza a dispersarse

bajo la inmóvil cera de la piel

como el destacamento

de una tropa diezmada.

 

El cascabel de las viejas proezas

aumenta poco a poco de volumen

pero al cabo remata

con un fino zumbido

de espadas y estertores.

 

Un sobresalto que ni quién perciba

llena la copa del entendimiento

con una luz intensa.

 

Devoción por la piedra:

una vez más abdico

sin ofrecer resistencia

a la convocatoria de las ruinas.

 

[Voz otra, 2006]

 


 

 

Frecuencia modulada

(“Gold”, Spandau Ballet)

 

Una canción te sigue hasta Madrid

a través de los años. El espejo

de la barra te ofrece las facciones

del muchacho que fuiste en la segunda

mitad de los ochenta. Quién diría

que tras hendir los mares y los cielos

y machacar la suela en las aceras

la radio de un lugar insospechado

que no estaba en el plan de la mañana

habría de emitir para ti solo

la pieza de un verano mesozoico.

La charla insulsa junto a la piscina,

el agua a contraluz, los camareros

de blanco y Laura, la que te gustaba,

en una mesa aparte, con su grupo.

La música por dentro, retumbando

para nadie, el runrún de la cadencia

como una forma de infundirse ánimos

desde la soledad de la garganta.

La hidra de los sueños olvidados

vuelve a asomar del pozo de ti mismo

para de nuevo hundirse en el drenaje

de tus viejas arterias. Flota lánguido

en la cerveza un girasol de espuma

que se disuelve con los comerciales.

 

[La Estafeta del Viento, 2006]

 

 

 

 

 

Rutas alternas

And a time for living and for generation

“East Coker”, FOUR QUARTETS.

 

Ya no habrá tiempo de entregarte

a lo que esquilma,

a lo que esquilma y vivifica,

vivifica y muerde.

 

Noche cincelada por la brisa.

Plazas abiertas al abismo

de los divertimentos.

Zócalos labrados

por el gusano de la contingencia.

 

Caminas al encuentro de un amigo

con bastante demora.

Tal vez ya no le alcances y la marcha

te obsequie por lo mismo

una nueva manera de perderte

en su intrincado bosque de tabernas.

 

No regreses tan pronto. No recules.

No des media vuelta.

 

No renuncies al margen

de azar que te convida el desacierto:

detrás del promontorio de la duda

aguarda la ganancia

de la revelación o el desengaño.

 

Anclado en el desierto

no habrá ya laberinto en que extraviarse.

 

Elige, pues, el más largo trayecto

para volver a casa.

 

 

[Letras Libres, versión española, 2007]

 

 

 

 

 

Café Zurich

 

     Ayer la palabra servía de marco a la conversación. Era el oleaje de nuestra prosodia circuyendo el mural de las pláticas ajenas.

     Hoy, el silencio. Callamos nosotros y los demás están mudos, como uno, en el oscuro rincón de sus quehaceres.

     Divididos por la valla de los sueños, cada quien se ha despedido de alguien, vuelve a sí mismo o regresa a confesarse con los fantasmas de la conciencia.

     Extraño es el paso del barullo al recogimiento. De un ambiente preñado de luminosas sonoridades a los cubos de sombra de la tregua.

     Transitando por las órbitas del día, recorremos las estaciones de la Commedia a través de una alameda de predecibles senderos y lazos fortuitos.

     De la plaza a la alcoba, del púlpito al espejo, de la oficina al retrete, la música del ruido va cesando paulatinamente en un alarde de muerte.

     No podemos decir, sin embargo, que todo es pérdida. La última garita del infierno comunica con la cuesta del purgatorio. “Al fondo, joven, la salida”.   

     Así, en cuanto abrimos la puerta de la habitación, saturados de mundo, nos deslumbra la colmena del sosiego, la soledad rompiendo como el alba.

 

[Crítica, 2007]

 

 

 

 

 

Cuestión de perspectiva

 

Tú no eres más sabio que el arbusto

por estar de este lado, el arbusto

que te mira sentado en el tranvía

rumbo a la incertidumbre.

 

Al margen del sendero que conduce a Roma

—desde un brocal inculto—

filma el arbusto el paso de la historia,

el tránsito del mundo en sus aristas

que se componen y se recomponen

indefinidamente, como la geometría

de un caleidoscopio.

 

Todo ocurrirá frente a sus hojas

sin necesidad de moverse.

Las tribus, los inventos, las alianzas,

la noticia del crucificado

en un solar de nadie, por baldío.

 

Mientras te desmoronas

barriendo los distritos

o trajinando comarcas

el arbusto examina, mudo y fijo,

la fuga y el repliegue

de quien se afana en hollar las veredas

en busca de algún grial.

 

                                     Sin pretenderlo

ha registrado en sus ramas permeables

la cátedra del orbe,

y su follaje tímido almacena

los secretos de las caravanas,

las cosas que los hombres se confían

pero que el aire escucha y retransmite

a los matojos donde se decanta.

 

Tal vez la sugerencia que persigues

duerma en la savia el sueño de los justos.

Acércate y pregunta.

 

 

 

 

 

Primera llamada

 

Urge contar lo que sucede

no arriba en el lenguaje

y su costra de espuma

 

sino abajo, donde

la llama se doblega

o tiembla la raíz.

 

Urge invertir el cono

y denunciar su fondo,

atraer el clamor de las arenas

que la corriente submarina

ondula.

 

Respira y sumérgete.

Asciende y recupera lo que has visto

para alivio de quienes esperamos

en el espejo de la superficie.

 

Mucha tinta ha corrido

y seguimos en ascuas.

 

Alumbra un poco más tu circunstancia,

acerca la linterna a los abismos

para buscar la llave entre las rocas.

 

 

 

 

 

Nocturno de El Albaicín

                                                                                        

El agua es la sangre de la tierra

—seguramente ya se ha dicho antes.

 

El agua es la sangre de la tierra

y viaja desde lejos, por debajo,

para surgir del centro de la piedra:

hidrante mineral de las edades,

profundo corazón.

 

                               Y viaja

desde lejos o cerca

para volcar su curso

al pie de nuestra sed.

 

Mira el dorso del río

tatuado con las hojas del castaño;

míralo y queda curado,

recobra la vista una vez más.

 

Oye la fuente allá, con su continuo

monólogo de dios que se desangra

pero que nunca llega a fenecer,

sino por el contrario,

que adiestra nuestro oído

para el canto del pozo.

 

Es medianoche y alguien sigue hablando

entre las parras y la hiedra oscura.

 

Suave dicción del agua que no cesa

de transcurrir detrás de los postigos

como una serenata primitiva.

 

Danos, oh numen, el punto de apoyo

para sobrellevar este prodigio

hasta el amanecer

aunque no comprendamos su lenguaje.

 

 

 

 

 

El momento

 

Hemos sustituido la cortina

con papel albanene. Y sin quererlo

obtuvimos así la luz exacta,

la intensidad de luz que perseguimos

durante lustro y medio.

 

Intensidad de luz que entra descalza

en las paredes blancas de la sala,

en el diáfano aljibe

donde amortigua el sol,

donde hasta el sol se anula y cristaliza

en lombrices translúcidas.

 

Y no es la intensidad sino su modo,

el gesto de filtrarse al comedor,

aderezar la mesa,

encandilar las páginas de un libro

leído al mediodía.

 

El ángulo, la forma

en que redimensiona los objetos

ya dentro de la casa,

el viso con que alivia el azulejo

como un mantel de agua

de quietos resplandores.

 

Lástima que nos vamos, lástima que el espacio

no esté para nosotros a la vuelta

de recorrer el mundo.

 

El momento esperado

llega cuando partimos.

 

[Revista de Occidente, 2007]

 

 

 

 

 

Discante

 

He entrado al laberinto y he salido de él herido de incredulidad. Mojé los oídos en rumorosas fuentes que se dejaban escuchar desde muy lejos y refresqué los ojos en el aura de barnices jamás vistos, errando en poner nombre a lo que no lo tenía. La exactitud de ciertos tonos me ha redescubierto los innatos conjuros de la pigmentación. El trazo de los planos y las formas —ángulos, volutas, líneas rectas de altura ciclópea— depuso en la pupila su aguja de mica deslumbrante. La caída del agua me confió en una esquina rosada el álgebra de su música oculta, su esbelta cabellera de plateados y fugaces logaritmos. He venido sin cámara al país de yo-estuve-aquí, pero ni la palabra sirve de espuela para retener la permanencia del instante. Es el intraducible palimpsesto de lo que se percibe, la ociosidad de la glosa, ese no lenguaje que implica quedarse el testimonio o reservarse el derecho a declarar; la insuficiencia del grabado, la inutilidad del vocabulario que corre en vano hacia el destello del peplo de una ninfa en jardines más bellos que lo imaginado. Crucé el arco de entrada bajo mi propio riesgo y he regresado sumido en el largo silencio de los desahuciados.

 

[Letras Libres, edición mexicana, 2008]


 

 

 

 

Mercado de antigüedades

 

Pones la vista donde nadie.

 

No en el destello,

la chispa,

el filoso metal de la codicia

derrochando pepitas de esplendor.

 

Sí en el paño de sombra

que cuelga de la rama,

el paisaje gastado

con la mirada de todos los días,

el sarro de la fuente en abandono,

la barba de los muros.

Enclaves del descuido

para fundar un nicho.

 

Cuánto rincón sin dueño

bajo el cardumen de las apetencias.

Cuánta plaza dispuesta a ser tomada

que sólo el deterioro tiene en cuenta.

 

Sobran las asideros

pero faltan las manos.

 

Lo que los otros miran de soslayo

—la piedra que desechan los turistas—

propaga su valor en el exilio

de una demanda nula.

 

[Tierra adentro, 2008]

 

 

 

Versiones encontradas

 

Mancho el papel de sílabas

y qué sé yo.

 

La noche se descubre en la tronera

y qué sabe ella

desde su desapego

más cerca del jamás que del quizás

del griego que por siglos

borda la misma tela

del cálculo y la ciencia

en su atiborrado gabinete.

 

Qué sabe el día siguiente

del trébol que amanece sin noticia;

o bien, de la retama

que ayer no estaba aún entre nosotros.

 

Sucede la neblina,

el resbaloso musgo de la cuesta,

la humedad forestal que enerva a las luciérnagas, el molusco

que transpira la gruta

sin que uno lo sepa,

la no sembrada flor del precipicio.

 

Entra en materia una infusión extraña. Y todo

se pone en marcha

o deja poseer

por la deidad sin nombre.

 

[Metrópolis, 2008]

 

 

 

 

Teoría de la luz

 

Sentado a solas en el comedor

sin más vitualla que la del ayuno

qué tanto contemplaba.

 

Era un dejarse estar

lo que me retenía, un dejarse caer

en el instante sin fondo

de la perplejidad.

 

El polvo gravitaba con el ritmo

de una constelación en movimiento,

 

y todo cabía ahí: las conjeturas

y formas del deseo, los audaces

polígonos del sueño, las falacias

que desplegaba el párpado

                                           preñado de incoherencias

y el alba diluía.

 

La ventana era la hoja en blanco,

el intocado folio, la pulida visión del inocente

en que la voluntad pactaba con los planes.

 

Y todo estaba ahí

porque no estaba escrito.

 

La luz borraba el mundo

y lo restituía.

 

[Calendario de la poesía en español, 2008]

 

 

 

 

Bedia

 

Cruzamos el umbral sin darnos cuenta

hasta llegar al centro.

 

¿Qué sabíamos nosotros de fronteras?

 

Entramos al desierto

como entrar en el agua,

como salir del agua

y entrar de nuevo a lo seco.

 

“Pásele a lo barrido”

—pensó uno de los dos.

 

Y sonreíste a la nada que se abría

como un vasto paréntesis

a la torpe

sintaxis

de nuestro paso confiado.

 

Ignoramos aún

si estar dentro del círculo

es estar en el centro

o si el centro

es el círculo.

 

La brisa que cabalga por tu frente

nos libra de indagarlo.

 

[Voz & off, 2008]


 

 

 

 

Vitral

 

Cómo decir los colores

que aún no tienen nombre,

los matices inéditos

que el sol funde y olvida

en tus ojos atentos.

 

Contemplas lo inmutable con azoro;

no es la medalla fiel de la rutina

o el gusto de saber lo que posees

otra vez donde mismo, no la ciencia

de mirar distinto

lo que no cambia ni se desplaza.

 

Es lo de afuera, lo que no está en ti,

el lienzo mineral erguido a solas

en la gruta polar de la penumbra;

lo que no ostentas,

aquello que se ofrece de otro modo

y hace la diferencia

embriagando la espera

de interrogación y maravilla.

 

Renuncia al paradigma

y conserva su lustre,

la piel de las variantes.

 

   El vitral

seguirá ahí, pero la luz no siempre

volverá de igual suerte a atravesarlo

para imprimir en la retina

un firmamento de nuevos esmaltes

que no podrás nombrar.

 

[La Opinión de Tenerife, 2008]

 

 

 

Datos vitales

Jorge Ortega (Mexicali, Baja California, México, 1972) es poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y, desde 2007, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en el área de letras. Publicó su primer libro de poemas, Crepitaciones de junio, a los 20 años de edad. Hasta ahora su bibliografía la integran ocho títulos de poesía y tres de ensayo literario. Sus libros más recientes son Ajedrez de polvo (tsé-tsé, Buenos Aires, 2003) y Estado del tiempo (Hiperión, Madrid, 2005), este último finalista único del vigésimo Premio de Poesía Hiperión convocado en España por la editorial homónima. Colabora en distintos medios culturales y literarios de Iberoamérica, tales como Crítica, Ínsula, La Estafeta del Viento, Letras Libres, Mandorla, Nexos, Revista Atlántica de Poesía y Revista de Occidente. Reseña mensualmente para la revista española Quimera las novedades en poesía. Ha ofrecido lecturas y participado en presentaciones editoriales, festivales, encuentros, conferencias y congresos de literatura en múltiples ciudades de América y Europa. Su poesía figura en las antologías poéticas de su generación en México El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora (2002), Árbol de variada luz. Antología de poesía mexicana actual (2003) y La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México (2007). Textos suyos fueron recogidos en las publicaciones colectivas A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (2005) y El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI (2006). Como investigador de la literatura se ha especializado en poesía, prosa y cultura del Siglo de Oro, poesía iberoamericana contemporánea y poesía mexicana del siglo XX. Pertenece a la Asociación Internacional de Hispanistas y a la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos.

 

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