El poeta granadino Daniel Rodríguez Moya (1976) ha ganado la XXXIX edición del Premio Ciudad de Burgos por el poemario “Las cosas que se dicen en voz baja” que próximamente editará Visor. Rodríguez Moya es miembro de Poesía ante la incertidumbre. Su voz se caracteriza por un suave lirismo y por imprimir nueva vitalidad al discurso social en nuestra lengua. Aquí uno de sus poemas más celebrados.
‘La bestia’
(The American way of death)
Somewhere over the rainbow
Way up high,
There’s a land that I heard of
Once in a lullaby.
E.Y. Harburg.
Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.
Dámaso Alonso.
Para Claribel Alegría.
Tan filoso es el viento que provoca
la marcha de la herrumbre
sobre largos raíles,
travesaños del óxido…
Y qué difícil es
ignorar el cansancio, mantener la vigilia
desde Ciudad Hidalgo
hasta Nuevo Laredo,
sobre el ‘Chiapas-Mayab’ que el sol inflama.
Nadie duerme en el tren,
sobre el tren.
Agarrados al tren
todos buscan llegar a una frontera,
a un norte que a menudo se distancia,
a un sueño dibujado como un mapa
con líneas de colores:
una larga y azul que brilla como un río
que ahoga como un pozo.
Atrás quedan los niños y su interrogación,
las manos destrozadas de las maquiladoras
que en un gesto invisible
dicen adiós,
espérenme,
es posible que un día me encarame a un vagón.
Queda atrás Guatemala,
Honduras, Nicaragua, El Salvador,
un corazón de tierra que late acelerado.
Las gentes congregadas muy cerca de la vía
con un trago en la mano,
el olor a fritanga y a tortilla
como si fueran fiestas patronales,
esperando el momento para subir primero,
y no quedarse en el andén del polvo,
montar sobre ‘la bestia’, en el ‘tren de la muerte’
o esperar escondidos adelante,
en los cañaverales,
con un rumor inquieto.
Y esquivar a la migra
para poder entrar
en la parte delgada de los porcentajes,
en el cuatro por ciento que, aseguran,
llega al fin del trayecto
más o menos con fuerza para cruzar un río.
Después habrá silencio durante todo el día,
un silencio asfixiante,
como un arco tensado que no escogió diana
y una tristeza
de funeral sin cuerpo
y paz de cementerio.
Es mejor no pensar en las mutilaciones,
en la muerte segura que hay detrás de un despiste.
O en los rostros tatuados
que igual que los jaguares amenazan,
aprovechan la noche y sus fantasmas
y ya todo es dolor y más tragedia.
Muchos cuentan historias de los que no llegaron,
de los que no volvieron,
pero no hay deserciones:
No existe un precio alto si al final del camino
se alcanza la promesa de un futuro mejor.
Aunque haya que bajar a todos los infiernos
merecerá la pena.
Es tan lenta la noche mexicana…
Bajo la luna inquieta
una herida de hierro y de listones
traza un perfil oscuro,
un reguero de sangre que seguir.
El olor de la lluvia sobre la tierra seca
se corrompe mezclado con sudor y gasóleo.
Es agua que no limpia, que no calma la sed,
que sucia se derrama
entre las grietas de la vieja máquina,
una oscura metáfora del animal dormido.
Con el amanecer llega el aviso.
Hay que saltar a un lado,
la última estación ya queda cerca.
Escrito en un cartel: “Nuevo Laredo,
¡Lugar por explorar!”
Pero no queda tiempo
el coyote ya espera
para cruzar el río,
atravesar desiertos,
y burlar el control, la border patrol,
los perros, helicópteros,
¿aquello tan brillante es San Antonio?,
el sol de la injusticia que percute las sienes.
Sopla el viento filoso en la frontera
y otro tren deja atrás el río Suchiate,
los niños, las maquilas,
la arena de un reloj que se hace barro.
Transitan los vagones por los campos
donde explotan las más extrañas flores.
Pasan noches y días
como sogas del tiempo en marcha circular.
Cada milla ganada a los raíles
aleja en la llanura otra estación del sur.
Marcha lenta la máquina
con racimos de hombres a sus lados.
El humo del gasóleo
difumina un perfil que se pierde a lo lejos.
Ha pasado ‘la bestia’ camino a la frontera.
Avanza hacia el norte
el viejo traqueteo de un tren de mercancías.