El traductor Rodrigo Yuani (Ciudad de México, 1988) nos ofrece un ensayo teórico en torno a la traducción. “Es la traducción más un arte que un simple despeje de variables”, dice Yuani, quien es Licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Actualmente cursa el programa de Maestría en Estudios Mesoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Los escollos y alcances en la traducción de poesía
El buen traductor de poesía es un traductor que, además, es un poeta […]; o un poeta que, además, es un buen traductor. Octavio Paz[1]
La traducción es un ejercicio complejo, difícil y, las más de las veces, impreciso. Siempre ha sido así, y quien piense lo contrario es que nunca ha venido a toparse con un texto –de cualquier naturaleza– pensado y construido desde otra lengua. Es la traducción más un arte que un simple despeje de variables, y que conste que en sí mismo tal procedimiento guarda ya cierta dificultad, no importando el que las reglas para efectuarlo sean claras y concisas. Baste para ejemplo un ejercicio propio del oficio para matizar el sentido de lo que es el traducir, recurriendo a tres distintas lenguas:
En el célebre diccionario de la RAE, “traducir” viene a ser “expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresando antes en otra”, “mudar, trocar, convertir”, “explicar” e “interpretar”. En náhuatl, en cambio, este mismo ejercicio viene a ser tlahtolcuepa, que podríamos traducir, valga el oxímoron, como “cambiar, regresar, voltear la cosa dicha”, es decir, la palabra. Hasta aquí parece armonizar con nuestro “traducir”, pero ahí no acaba la cosa, pues ¿en qué sentido una cosa puede ser cambiada, regresada, o volteada en la tlahtolcuepa? Aquí es donde entran los matices propios del arte, pues da la casualidad que tlahtolcuepa es también equivalente a nuestra “traducción”, donde in tlahtolcuepa sale lo mismo que decir “la traducción”; a la vez que se halla emparentada con nuestra “persuasión”, como en nahuatlahtolcuepa, que podemos entender como enamorar, “hablar bonito” o seducir “con verbo”. Nótese que en este caso no es la palabra el paciente, sino el medio, la herramienta para cambiar al otro.
A su vez, el tlahtolcuepa náhuatl podemos traducirlo al inglés translate, que difiere de nuestro “traducir” en tanto que el primero porta en su etimología el sentido de nuestro “traslado” (del translatus latino, llevado a través), y por ello mismo se fija más en el camino que en los extremos; en el proceso, más que en el producto y el agente. Curioso también que la voz “hermana” de nuestro “traducir”, nuestro traducere (que del latín se traduce al castellano como “hacer pasar de un lugar a otro”, “conducir a través”), en la lengua inglesa corresponde a traduce; voz que traduciríamos como “difamar” en tanto que “vituperar”, ya que conserva el sentido latino de la humillación pública de ser llevado en escarnio al frente de una comitiva burlona.
Partamos de aquí.
La traducción implica, entonces, un cambio, una transformación que mueve el significado y el sentido[2] de un texto para tratar de acomodarlos en moldes que le son, en mayor o menor medida, ajenos. En esta operación el chiste es desarrollar la técnica (entiéndase aquí técnica como en su origen etimológico, la tekné griega) adecuada para conservar el sentido y el significado lo más posible, prefiriendo siempre el primero por sobre el segundo. Lo que resulta especialmente importante en el caso de la poesía.
La poesía, tal y como la entendemos nosotros actualmente, el discurso de carácter lírico, favorece la transmisión de sentidos más que de significados: da preminencia al efecto, es acumulativa antes que progresiva. La poesía, antes que desarrollarse y entenderse como un relato, más bien es y afecta. Los medios a los que acude para lograr su cometido son tan variados como las lenguas que se hablan, tantos como géneros, estilos, autores y temas hay, y aún tantos como sus números multiplicados entre sí, por lo que el traductor requiere estar alerta ante los propios de su campo de experiencia, generalmente delimitado por las lenguas que domina; pero sin descuidar la posibilidad de intrusiones y nuevos desarrollos. Valga el ejemplo: traducir un caligrama conlleva el conservar la imagen, aun cambiando las palabras; tanto más si es para un público que desconoce la referencia visual, en cuyo caso además hay que saber explicar, es decir, “traducir” la imagen presentada.
Hay, sin embargo, una serie de criterios más o menos generales al momento de ejercer el oficio. Estos criterios parten de la consideración de las dimensiones semióticas y semánticas derivadas de las interacciones entre y al interior de los niveles de la lengua, a saber:
Lo “sonoro”. Corresponde a los efectos producidos en el nivel fónico-fonológico de la lengua, incluyendo los elementos de carácter onomatopéyico, el ritmo, la rima, y cualquier otro propio de las tradiciones poéticas entre las cuales esté mediando el traductor. Un breve ejemplo:
Noom (Fragmento)[3]
there are tribes there of scarecrows
hunters of heads who eat humane bones
crink skull & clavicle[4]
Aciago mediodía (Fragmento)[5]
hay allá tribus de espantapájaros
cazadores de cabezas que comen huesos
[humanoscruje calavera y clavícula
Lo “visual”. Corresponde sobre todo al nivel morfo-sintáctico de la lengua, donde la posición de las palabras y de los componentes de las mismas aportan algo al sentido del poema, como en el caso de la anáfora, del caligrama, o de los versos y estrofas antitéticos. Sirva para ilustrar lo anterior:
Tus labios menores (fragmento)[6]
Con mi lengua sus aguas han sabido
saciar su desembocadura
En un recodo de tu pubis
donde sus márgenes
estrechas fluyen
con aliento
de peces
nace
un
r
í
o
d
e
s
e
d
Lo “mental”. Corresponde principalmente al nivel léxico-semántico, y es comúnmente entendido como el principal (o incluso el único) nivel en el que se da la traducción. Si bien le he denominado como “mental”, cabe aclarar que abarca las estructuras representacionales que operan en la conciencia y median la misma, las categorías a través de las cuales aprehendemos el continuum de la experiencia vital. Los matices propios de cada voz en cada lengua, la función de una interjección o de una expresión altamente lexicalizada, son algunos de los puntos a notar en este criterio.
Ce xochitl iztac ihupan ce chichiltic otiquinmecoti ipan nomahuan (fragmento)[7]
tehua’ motoca[8] tlahuilli
ica motlahuil otinech-chocti
ica motlatzotzonal otinechpacti
motlahuil ihuan motlatzotzonal oyecoque
Una flor blanca y una roja hiciste llegar a mis manos (fragmento)
Tú te llamas luz
con tu iluminación me hiciste llorar,
con tu música me causaste alegría
tu iluminar y tu música llegaron
Así pues, la traducción de poesía no puede limitarse a la búsqueda de voces análogas a partir de referentes generales (literalmente, no se puede), pues no sólo se rompe la comunicación del sentido, sino que el resultado del ejercicio desluce y se nota extraño y ajeno; como una puerta que hicieran pasar por mesa sin remover el picaporte, o como un gato disfrazado de colibrí que fingiera volar. Antes bien la traducción debe desarrollarse de forma autónoma, pero siguiendo las pautas fijadas por el texto orinal; algo así como recurrir a un recetario para cocinar un platillo, sustituyendo los ingredientes faltantes con productos locales.
Cada lengua y cada tradición poética cuenta con sus propios recursos. El arte del traductor consiste en saber convertir, explicar, volcar, tornar, trasladar, mudar, cruzar, o torcer los propios de una tradición en una lengua para volver el poema inteligible para los “visitantes” de otros universos lingüísticos y culturales, conservando el meollo del asunto lo suficiente como para comunicar lo externo, lo mínimo necesario para enriquecer el diálogo intercultural en el ejercicio de la creación y de la lectura.
Referencias citadas
Brathwaite, Kamau. Los danzantes del tiempo. Antología poética, versión en español de Adriana López Mateos y Christopher Winks, UACM, México, 2010.
Paz, Octavio. Traducción: Literatura y literalidad. 3ra ed., Tusquets, Barcelona, 1990.
Ramírez C., Alfredo. Poemas en náhuatl, traducción de E. Fernando Nava, pp. 412. Consultado en línea el 10 de abril de 2012 en: http://www.historicas.unam.mx/ publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn19/319.pdf
Santana, Arturo. La iguana, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, Colección Peces Voladores, Querétaro, 2000.
Datos vitales
Rodrigo Yuani Chacón Torres (Ciudad de México, 1988). Licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), grado obtenido con una investigación sobre la dimensión social de la poesía popular morelense, con el caso del corrido zapatista. Actualmente cursa el programa de Maestría en Estudios Mesoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con una investigación sobre tradiciones poéticas en textos nahuas del siglo XVI. Ha laborado como corrector de estilo para el Instituto para la Equidad de Género en Yucatán (IEGY), y como traductor al español de textos académicos sobre arqueología. Ha participado como ponente y organizador en varios congresos y encuentros estudiantiles y de investigadores en el área de literatura; con trabajos sobre poesía en español, inglés, maya y náhuatl, en torno a los temas de tradición oral, interculturalidad y resistencia.
[1] Paz, Octavio. Traducción: Literatura y literalidad. 3ra ed., Tusquets, Barcelona, 1990.
[2] Para nosotros, el sentido viene a ser la “masa amorfa” que subyace a toda enunciación, común a todas las lenguas, en las que finalmente se hace inteligible al ser conformado como una entidad por la forma de la expresión, es decir, cuando se articula para significar. Por ejemplo: en japonés y en español podemos hablar acerca de lo que ocurrirá adelante en el tiempo, pues forma parte de la experiencia vital común a los seres humanos, pero resulta que la lengua japonesa no tiene, como el castellano, un tiempo verbal “futuro”.
[3] Kamau Brathwaite, en Los danzantes del tiempo. Antología poética, versión en español de Adriana López Mateos y Christopher Winks, UACM, México, 2010, pp. 192.
[4] Aquí y en el fragmento traducido las negritas son mías, señalan los grafemas que representan los sonidos que se aliteran y acompañan y refuerzan el sentido del verso.
[5] Op. Cit., pp. 193.
[6] Arturo Santana, en La iguana, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, Colección Peces Voladores, Querétaro, 2000, pp. 37.
[7] Alfredo Ramírez C., Poemas en náhuatl, traducción de E. Fernando Nava, pp. 412. Consultado en línea el 10 de abril de 2012 en: http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn19/319.pdf
[8] Un ejemplo sencillo: la palabra en negritas está compuesta por el posesivo de la segunda persona del singular mo y el sustantivo tocatl, que pierde la terminación del absolutivo (tl) en composición con el posesivo; es decir que, literalmente, podría traducirse como “tu nombre”, y el verso completo como: “Tú, tu nombre (es) luz”.