Federico Díaz Granados entrevista a Juan Gustavo Cobo Borda

En la siguiente conversación se encuentran dos de los poetas colombianos más representativos de nuestro momento estético, Juan Gustavo Cobo Borda (Bogotá, 1948) y Federico Díaz Granados (Bogotá, 1974). Una conversación que repasa la trayectoria y la poética, las influencias y la educación sentimental de Cobo Borda, poeta, ensayista y crítico literario. Uno de sus poemarios, ya clásico, es Todos los poetas son santos e irán al cielo (1983).

 

 

 

LA POESIA ES LA CASA DEL SER

 

 

Siempre es grato visitar a Juan Gustavo Cobo Borda en su inmensa biblioteca de más de 18.000 libros. Estantes completos para Octavio Paz, Jorge Luis Borges, antologías de poesía y para las grandes “empresas editoriales” y colecciones que ha dirigido. Sobre la mesa están las pruebas definitivas de su Poesía reunida que aparecerá en pocos meses en Tusquets editores  Entre todos esos volúmenes Juan Gustavo me comenta que acaba de entregar a la Biblioteca Luis Ángel Arango todo su archivo literario y correspondencia desde los inicios de la Generación sin nombre. Me cuenta de las carpetas de don Baldomero Sanín cano que encontró en un closet cuando estuvo en la agregaduría cultural en la embajada de Colombia  en Argentina entre 1983 y 1990 y de la entrevista que le hizo recientemente a Fernando Botero.

 

Juan Gustavo es ya para las nuevas generaciones una de las figuras más entrañables de la literatura colombiana. Escuchar sus disertaciones sobre poetas latinoamericanos resulta un deleite y un asombro. Combina a la perfección, tanto en sus ensayos como en sus conferencias, la erudición, el rigor, el humor y la anécdota. Todo eso ha permitido forjar un estilo personal y una impronta indeleble. Sabe burlarse de sí mismo y de los demás consciente que no hay que tomarse tan en serio en la vida porque la literatura, como la vida es un gran divertimento.

 

Preparar esta antología ha sido un motivo adicional para revisitar toda su obra (poética, ensayística y de divulgación) y he podido corroborar que el mundo que define Juan Gustavo a lo largo de tantos de volúmenes, es un mundo generoso y habitable gracias a la poesía y a los libros. Desde ambos territorios él comparte con sus lectores tantas emociones y verdades de a pulso de cada página leída, de cada página escrita.

 

Conversamos toda una mañana como si fuéramos dos viejos amigos que se reencuentran en un café. Hablamos de tantas cosas idas y venidas  y recordé qué nos separan dos generaciones. Él es un maestro, un clásico de nuestras letras.

 

 

 

 

Federico Díaz Granados: Juan Gustavo hablemos de tus inicios como lector

Juan Gustavo Cobo: Como es natural en un hijo de un republicano español, descubrí con fruición la biblioteca de mi padre, donde había una serie de libros que tenían que ver, muchos de ellos, con la historia a través de plumas como la de Salvador de Madariaga en sus libros sobre Colón, Hernán Cortés e incluso sobre Bolívar y luego otra serie de libros como los clásicos. De aquella época también se remiten mis primeras lecturas de biografías como las de Stefan Sweig sobre María Antonieta, Magallanes y en especial las de Erasmo De Rotterdam y Fuché que mi papá había forrado con un papel más grueso. Después en la biblioteca del Liceo de Cervantes empecé a descubrir simultáneamente la poesía colombiana y la poesía española.

 

F.D-G: ¿Y en ese momento qué poetas te impactaron?

J.G.C: En ese momento me impactó un poeta que no se volvió a leer mucho en Colombia y es Espronceda y luego más tarde descubrí con perplejidad y emoción que era uno de los poetas sobre los cuales leyó y escribió Jaime Gil de Biedma y entonces fue como una revelación. Después empezaron a aparecer los poetas que fui amando y que divulgué cuando hicimos la página Vanguardia en El Siglo con María Mercedes Carranza. Fue como un mapa de la poesía latinoamericana en entregas dominicales con Octavio Paz de México, Nicanor Parra de Chile, Enrique Molina de Argentina, Carlos Germán Belli de Perú entre otros. Desde entonces quedé un poco magnetizado, atraído por la poesía latinoamericana.

 

F.D-G: ¿Cuándo empiezas a escribir los primeros poemas?

J.G.C: En el Liceo Cervantes, quizá por una especie de reacción un poco adolescente, porque sentía que empezaba la tensión entre materias que me eran totalmente ajenas  y que me eran imposible asimilarlas o entenderlas, llámese física, química o matemáticas y una especie de desvío y evasión a través de la lectura. También tenía que ver con algo físico porque en un momento dado me di cuenta que yo media 1.93 y es como si se alterara el mundo, porque no puedes manejarte a ti mismo, ni a tu cuerpo y no sabes si debes dedicarte al baloncesto; no bailas bien porque no sabes donde tienes las piernas, entonces toda esa especie de enredo tenía un poco que ver con un afán de expresar las cosas.

 

F.D.G Entonces en el 65 te gradúas en el Liceo de Cervantes del norte y viene la universidad y posteriormente tu abandono de las aulas para dar paso al autodidactismo.

J.G.C. Lo de la Universidad fue una época muy bonita, porque entré a la Universidad Externado en el barrio Santa Fe y mis dos compañeros, en un momento dado, eran Rodrigo Lara Bonilla, que había venido de Neiva y Marcelo Torres que venía  de la costa. Entonces yo simultáneamente vi como lo que significaba un poco el estudio de algo que me parecía fascinante en ese momento que era el derecho romano desembocaba en dos cosas igualmente atractivas: el discurso y la pedrea. Eran los inicios de la carrera política de Lara Bonilla y de la agitación en la izquierda de Marcelo Torres. Luego pasé a los Andes a estudiar filosofía y letras y allí me encontré con figuras humanistas determinantes como Andrés Holguín, Abelardo Forero Benavides y Eduardo Camacho Guizado que nos llevaron a hacer una revista con los materiales que reuníamos y fue así como se fundó Razón y Fabula. Y finalmente fui a la Universidad Nacional donde estudié o me empapé un poco  de  historia de Colombia con Jorge Orlando Melo y en un momento dado cuando los de la JUCO decidieron que había que eliminar a Rafael H. Moreno Durán y a Cobo Borda por pequeños burgueses tuvimos un inesperado defensor que se llamaba Alvaro Fayad. En un mitin donde íbamos a ser linchados por fingir que éramos irónicos y cínicos, Fayad intervino y dijo:” no, no, Con Moreno Durán y Cobo Borda pierden el tiempo. Ellos son casos perdidos. No les hagan juicio, no los cuestionen. Déjenlos que se vayan tranquilos”. Desde entonces quedé con una formación política que pocas personas tienen en Colombia.

 

F.D-G: ¿Cómo eran esos años 60 y el ambiente literario?

J.G.C: Esos años eran maravillosos. Había una generosidad sin par de figuras como Héctor Rojas Herazo y Fernando Arbeláez que nos tomaban en serio, que nos presentaron en Letras Nacionales, que escribieron sobre nosotros en Lecturas Dominicales. Nos sentíamos partícipes o principiantes de un mundo maravilloso que se podía sintetizar en un triángulo: La Librería Buchholz, la Cafetería La Romana y las Lecturas Dominicales de El Tiempo. Era emocionante porque confluíamos gente de todo el país: Miranda y José Luis venían de Santa Marta, Darío y Elkin de Medellín.

 

 

F.D-G: ¿Qué emoción entraña para ti la aparición de un nuevo libro?,

J.G.C: Es hermoso comenzar de cero y la emoción es la imprenta, la emoción es el título. Sobre todo seguir de mensajero. Entonces si sale un libro cualquiera, la emoción consiste en llevárselo a los amigos, repartirlo, igual que a los 18 años. Y siempre repito estos rituales y en muchos casos pasan cosas tan fantasmales como pensar en llevarle el libro a gente que está muerta y por eso el último poema que publiqué La poesía es la casa del ser, un poema con los teléfonos y las direcciones de los poetas muertos en los cuales estaba pensando llevarles mi último libro. Por ejemplo tuve el impulso de llevarle mi último libro a Charry Lara que vivía en la calle 94.

 

F.D-G: ¿Intentas resolver en tu poesía asuntos de la historia?

J.G-C: Alguna vez me quedé pensando en la famosa entrevista de Guayaquil. Nadie sabe qué hablaron Bolívar y San Martín pero yo sí lo sé (risas) y no me cabe la menor duda de que ese enigma lo resuelve la poesía. Hay dos textos: uno de Borges,  un cuento que se llama Guayaquil y un poema de Pablo Neruda en Canto general  sobre lo que hablaron San Martin y Bolívar y cómo cada uno de ellos luego de despedirse se dirigieron hacia sus propias soledades. Así cuando lees ese cuento y ese poema sabes qué se dijeron los dos.

 

F.D.G : De tantas miradas que tiene la poesía escrita en español en la actualidad, cuál te interesa más: ¿una mirada desde la emoción y la experiencia o una mirada desde el conocimiento y la reflexión?

J.G.C.  Me atraen un poco las dos, no me gusta afiliarme a una línea. Hay algunos poetas complejos y difíciles como Góngora, Mallarmé y Lezama Lima, que te obligan a convocar mundos cerrados y necesitas mucho tiempo para lograr entrar en ellos y cuando vuelves una y otra vez, y de pronto encuentras la vía de acceso a esos mundos.  Y los otros poetas que uno piensa en muchos casos son poetas más diáfanos, más directos como tú dices, o más cotidianos,  o más conversacionales  y  te pones a mirar y te das cuenta que son poetas de gran complejidad, que además tiene n otras claves distintas. Entonces yo creo que la poesía tiene esa  maravillosa virtud de que tiene todos los caminos abiertos o cerrados y lo importante es lograr aproximarse a ellos.

 

F.D-G: Siempre has sido un poeta, que entre otros temas, te has detenido en lo doméstico. ¿Háblanos de tus hijas?

Natalia está en la diplomacia y Paloma estudia literatura en la Javeriana, entonces toda la acumulación insensata de la biblioteca no leída o mal leída ahora ya tiene una razón y un destino en quienes sí la leen atenta y minuciosamente. La una escarba las viejas ediciones para sus trabajos de la universidad y la otra prolonga algo que me ha fascinado y es el diálogo entre países y culturas como es el caso de esa comunicación entre Venezuela y Colombia.

 

F.D-G: Has escrito ensayos, artículos, poesía y crítica. ¿en cuál género te sientes más cómodo?

J.G.C: Es que sólo tengo un único género: el de lector. Un lector que trata de leer la pintura, el cine, la literatura.

 

 

 

 

 

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