La mirada de Laura: flor de recato y de belleza

El poeta y ensayista Rubén Márquez Máximo (1981) nos recuerda que un día como hoy, 6 de abril, Francisco Petrarca vio por primera vez a Laura. Ese encuentro cambiaría la historia de la poesía y la belleza de occidente. Dice Márquez Máximo: “El 06 de abril de 1327, en la iglesia de San Pablo de Aviñón, Petrarca mira por vez primera a Laura. La misma fecha pero de 1341 es coronado con laureles. Finalmente, otro 06 de abril, ahora de 1348, muere Laura”..

 

 

 

 La mirada de Laura: flor de recato y de belleza

“Bendito sea el día, el mes, y el año

y la estación, la hora, y el instante,

y el país, y el lugar donde fui preso

de los dos bellos ojos que me ataron…”

Francesco Petrarca

 

El 06 de abril de 1327, en la iglesia de San Pablo de Aviñón, Petrarca mira por vez primera a Laura. La misma fecha pero de 1341 es coronado con laureles. Finalmente, otro 06 de abril, ahora de 1348, muere Laura. Las tres fechas que confluyen nos hablan del designio o de la huella del hado. Cierta o falsa esta coincidencia, lo fundamental se encuentra en el planteamiento de la construcción simbólica de la verdad poética en la vida del poeta. De esta manera, la constelación alegórica de Petrarca estará marcada por la herida fatal del amor que lo hace cantar, la consagración de su canto por medios laudatorios y la pérdida definitiva de Laura que coronará su travesía poética, pues sólo ante la presencia de la muerte se logra la trascendencia. Como Dante, Petrarca elevará su pensamiento al contemplar y vivir la fatal ausencia.

            La búsqueda amorosa de Laura y de los laureles remite a un nuevo símbolo: la persecución de Apolo hacia Dafne. Petrarca configura su imagen como el propio dios de las artes y la poesía que ama inconclusamente, ya que la ninfa guarda su virginidad convirtiéndose en laurel con ayuda de su padre Peneo, representación del río que fluye al igual que Dafne. El mito le sirve a Petrarca para consagrar a Laura a través del amor casto y por lo tanto celestial del mundo medieval cristiano, por ello la presencia constante de la mirada que no llega al tacto. Por otra parte, el poeta de Arezzo cantando ante la muerte de su amada, nos recordará a Orfeo, hijo de Apolo y príncipe de los poeta. La contemplación de la lejanía del ser amado será su designio.

            El acto de mirar a Laura es el otro elemento con el que Petrarca construye su mundo alegórico, pues la epifanía nace del deslumbramiento que nos produce la contemplación del ser amado. Como si se tratara de un abrir los ojos por vez primera, la mirada crea el mundo, lo ilumina y lo hace latente. El canto que da vida, es decir, la poiesis, emerge de los ojos: “Si Virgilio y Homero hubiesen visto / aquel sol que yo veo con mis ojos, / todas sus fuerzas para darle fama / habrían puesto, mezclando los estilos.” (Petrarca 603) Existe un desbordamiento tan intenso que un estilo sería insuficiente para expresar esa belleza rodeada de misterio.

            Ese instante amoroso de mirar que nos lleva a la contemplación estética es doble, ya que la mirada captura pero también es capturada. Por ello, el lance amoroso se representa como un intercambio de miradas para contemplar y al mismo tiempo estar en el mundo del otro. Aquel 06 de abril de 1327 marcado por Petrarca como un Viernes Santo dará pie al poema III del Cancionero que nos situará en este juego de la mirada: “Era el día en que al sol se le nublaron / por la piedad de su hacedor los rayos, / cuando fui prisionero sin guardarme, / pues me ataron, señora, vuestros ojos.” (135). Los versos marcan ingeniosamente el contraste entre la posible pérdida de la visión ante la oscuridad del día por la muerte de Cristo con la iluminación reveladora por la presencia de Laura. En segundo lugar apuntan a que el develamiento que tiene el poeta marca también su captura, pues la propia mirada de Laura es una red que lo aprisiona.

            La red simbolizará el amor de igual manera que la lanza, pues serán esos mismos ojos las flechas de Cupido que herirán de muerte al poeta. El mismo poema III nos dice más adelante: “Hallóme Amor del todo desarmado, / con vía libre al pecho por los ojos, / que de llorar se han vuelto puerta y paso…” (135) En el instante en que los ojos capturan la mirada también la traspasan con agudeza hasta llegar al órgano vital que es el corazón. De esta manera, en la mirada confluyen las dos armas fulminantes del amor.

            En la imagen de un Eros que captura porque hiere, se propone la paradoja entre el sufrir y el gozar. El amante permanece en la encrucijada de la huida y el encuentro, sabiendo que a fin de cuantas está perdido, pues no se puede vivir ni con la mirada ni sin ella: “Si me mata ese dulce mirar de ella, / y sus palabras suaves y prudentes, / y si Amor sobre mí la hace tan fuerte / tan solo con hablar, o sonreírse, // ay de mí, ¿qué sería si ella desvía, / o por malvada suerte o por mi culpa, / de Compasión sus ojos, y me reta / a morir, donde ahora me preserva?” (597) Este estado intermediario entre “el estar” y “el no estar” es lo que eleva la experiencia del poeta.

            Por otra parte, la mirada de la mujer querida nos aparta del mundo y de nosotros mismos: “Los ojos que cantara ardientemente, / y los brazos, las manos, pies y rostro, / que tanto me apartaron de mí mismo, / volviéndome distinto de los otros.” (851) El sentimiento amoroso es soledad, ausencia de los demás e incluso de nosotros. La captura nos abstrae y nos confronta con nuestra verdadera existencia. Recordemos que para Petrarca el sentimiento amoroso es una forma de la trascendencia y por lo tanto liberación.

            La ausencia de uno mismo se une a la virtud de Laura que puede observarse a partir de la templanza aristotélica para formar todo un espectro de misticismo. El equilibrio entre belleza y castidad nos coloca en el lugar del aura de lo sagrado debido a la tensión construida por el deseo de prohibición y de trasgresión: “Dos grandes enemigos se juntaron, / Belleza y Castidad, con paz tan grande / que nunca rebelión sintió aquel alma / después de que consigo fuesen juntas…” (861) La templanza también se acentúa en los siguientes versos: “La flor antigua de armas y virtudes / ¡qué estrella tan igual tuvo con esta / nueva flor de recato y de belleza!” (603). La descripción de la amada como una flor de armas y virtudes se asemeja paralelamente a la flecha que hiere y la red que cautiva por sus bondades. Desde aquel día, la mirada de Laura nos conmueve tan certeramente por representar esa flor extraña, imposible y fulminante del deseo y del recato.

 

 

Referencias

Petrarca, Francesco. Cancionero I. España: Ed. Cátedra, 2006.

Petrarca, Francesco. Cancionero II. España: Ed. Cátedra, 2004.

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