España en su poesía: Vicente Gallego

Presentamos, en el marco del dossier España en su poesía, un acercamiento al trabajo de Vicente Gallego (Valencia, 1963). Ha recibido el Premio de poesía Fundación Loewe, Premio Nacional de la Crítica Española y Rey Juan Carlos I. Su más reciente libro de poesía es Mundo dentro del claro (Tusquets, 2012). También escribe narrativa y recientemente ha publicado el volumen de ensayo Contra toda creencia (Hacia lo enteramente nuevo y vivo).

 

 

 

 

 

Septiembre, 22

 

Me dices que es absurdo el universo,

que la vida carece de sentido.

Pero no es un sentido lo que busco,

cualquier explicación o una promesa,

sino el estar aquí y a la deriva:

una simple botella que en la playa

aguarda la marea.

 

Sí, la palabra justa es abandono,

una dulce renuncia que me nombra

señor y dueño al fin de mi camino.

Queden hoy para otros

los afanes del mundo, y que mi mundo sea

la magia de esta casa

tomada en su quietud por la penumbra,

saber que nadie llegará

a interrumpir mi tarde,

que no habrá sobresaltos,

ni voces, ni horas fijas,

porque ahora es tan sólo transcurrir

mi gran tarea.

 

(del libro La luz de otra manera)

 

 

 

 

 

DELICUESCENCIA

 

                                   A José Saborit

 

Reventado clavel blanco y distante,

lepra inversa del cielo sois vosotras,

altas nubes de junio.

 

¿Qué sonora alegría le regala,

de cristal afinado,

vuestra espuma inocente a la mañana nuestra,

y de dónde nos llega esa emoción,

tan misteriosa y nítida,

que produce observaros en el día del hombre?

 

Formas breves de un sueño sois vosotras,

confirmación liviana de estos ojos

que os contemplan flotar,

calladamente,

sobre la cima hueca de la vida.

 

Delicuescencia pura y noble sois,

blancas nubes serenas,

felicidad sin causa

bajo el cobre encendido de este sol impasible.

 

Como nosotros mismos sois vosotras

y por eso miraros nos conmueve,

altas nubes de junio:

humo limpio de un tiempo en que juntos ardemos.

 

 

 

 

 

 

EL HIMNO

 

 

Hay un himno en la noche más oscura

que no todos consiguen entender;

pero no hay que entenderlo: el himno suena.

Hay un himno en el fuego, en el dolor;

sus diáfanas notas

se escuchan en el baile de los huesos,

en el pico del buitre y en las vigas

del hogar destruido.

 

Hay un canto sutil en lo terrible,

un salvaje concierto en la agonía,

un compás soberano absuelve el caos.

Hay un coro triunfal

que no apaga la muerte, porque siguen cantando

en él las voces secas de los muertos.

 

Hay un himno en la vida que es la vida.

No hace falta entenderlo: el himno suena

sin contar con nosotros, en el centro cumplido

del radiante destino de la carne.

 

Dichoso el que en su noche,

rodeado de frío y de tinieblas,

cierra con fe los ojos y es capaz de escucharlo.

 

(del libro Santa deriva)

 

 

 

 

 

 

MADRIGAL

            Para Encarna Oliva

Os debo un madrigal,

amada mía, tierra

mía, suelo

de las germinaciones,

solícita matriz de cuanto quiso

crecer en buen amor por nuestra casa.

 

Sois carne de mi carne,

gozadora, y sois también

mi coronela

de las verdades duras,

las que sólo se dicen entre dos.

Y amiga mía, sois, cuando gustáis,

la más misericorde engañadora,

mi acuerdo y mi disputa, mi querida.

 

Lo que puedo ofreceros, ya lo veis,

no tiene más valor

que el que vos le otorgáis al aceptarlo:

el carbón de mi edad, la oscura alpaca

que ayer fuera orgullosa platería.

 

Pues a mi lado vais,

por tan cierta,

mi hermana, puta mía,

dejad, consentidora, que os levante

la falda, y al desván

vayamos a sacarnos las vergüenzas,

vayamos a bebernos las heridas.

Porque os hice llorar, porque lloré,

os debo una canción aquí en la plaza:

no atendáis a su letra,

poned sólo a su música el oído,

que esa sí, que esa sabe

sonar sin más verdad que el puro son

del corazón metido a daros gracias

por todo y por acaso

lo que pueda llegar, si tuvierais a bien

compartir la quebrada.

 

Yo quiero la marchita

gardenia que ya asoma a vuestra piel,

el fatigado hueso,

la cabellera blanca,

yo quiero cuanto venga a derrotaros;

y a cambio, por defensa,

la saliva del viejo os he de dar,

la mano escueta, el miedo y el orín

de las noches en vela.

 

 

 

VAMOS ALTO

 

Vamos alto esta noche,

que me ha mirado mal

la noche mía.

Dame un dulce veneno y vamos lejos.

 

Dejémosle a la muerte

pan y agua,

que venga a compartir

la mesa y que no estemos.

Ni un respeto de más:

si este cuerpo le debe cortesía,

el amor lo traemos con nosotros.

 

Sin temor, vamos alto,

vamos hondo en el trago.

 

Y si alguien, un día,

os dijera que he muerto,

decidle que a la muerte

le di tan sólo aquello que era suyo,

pan y agua,

que el amor aún lo traigo de mi parte,

que del morir mi amor salvó su vuelo.

 

(del libro Cantar de ciego)

 

 

 

 

 

POR UNA LÁGRIMA NUESTRA

 

                        A Encarna Oliva y Cesar Gallego

 

 

¿Una lágrima amarga?

Quien ha llorado entiende

cuánto gozo gravita en una lágrima.

Bebedla con afecto,

sabiendo que su sal es vida cierta.

¿Quién querría vivir sin esa gota

cristalina de honduras?

Si el amor no pudiera ser llorado

como el amor se llora,

no nos diera el amor su plata fina.

 

Una lágrima quiero

gustar y luego otra

para que no me falte

el gusto de la lengua,

no fuera que llegase

a besarme mi amada y me supiera

a broza su saliva.

 

El que llora su causa que la llore

hasta parirla entera en la alegría.

Sed valientes: llorad

como el pájaro vuela ensimismado.

 

¿Qué son esos pesares,

dónde paran aquellos que os mataban?

Bien está todo esto,

aunque tan sólo fuera por probar

una lágrima amarga.

¿Amarga? ¿Cómo puede

amargarnos la prez de las medidas?

 

Por ella sabe el hombre

qué profunda y qué suya es esta tierra.

No hay cima en lo encumbrado,

ni hay astro entre las lumbres

del verano aquel vuestro que os alcance

cuando lloráis de veras.

Pero no os lamentéis, que pronto acaba.

 

Cuanto lloré y me queda

vedlo aquí

vuelto en agua de luces,

hecho altura de estrellas.

 

 

 

 

 

SI TEMIERAIS MORIR

 

                   A Consuelo Martín

 

Sentado al sol

solté,

fui desasido.

La vida,

por su centro,

vino en quiebra, se abrió

de cuajo con la luz

y en ese hueco

sonaba la metralla de los pájaros.

 

Cuando quise encontrarme,

cuando quise volver,

vi mi cuerpo tendido,

vegetal,

varado en la pinocha,

regresando.

 

La fe tejió una esfera,

se apagaba;

rodó sus blancas aspas

y allá adentro,

en lo negro clavado,

se me dijo quién somos.

 

Si temierais morir,

mirad en el reverso

de esa idea, detrás

de la bobina

que va desenredando

el cobre de la muerte.

 

El tiempo ha aparecido sobre mí,

lo he conocido:

Yo lo espiro y lo trago con las jaujas

y su finezas dentro,

con la hoguera

donde arden los nombres,

con el miedo y sus siete

desoladores clavos.

 

Sentado al sol

solté,

fue allí la hora.

Los pájaros picaban

la burbuja de luz donde sucede

el oropel del mundo.

La rosa de la carne

se deshizo.

 

Sentado al sol me supe:

Yo era antes

que Adán y su pecado.

 

Si temierais morir, abrid los ojos.

 

 

(del libro Si temierais morir)

 

 

 

 

 

 

QUIEN LA ENCUENTRE

 

                        A David Pareja

 

Se hizo sin pensar:

me vi partiendo, al borde del camino,

la rama del hinojo.

Sabía de su anís, de su olor viejo,

y todo lo ignoraba de esa mantis

vegetal de amarillas floraciones

más allá de su nombre y de su efluvio.

Y fue al llevarme el corte verde al rostro

para aspirar la idea que tenía

de su aroma de antaño,

cuando perdí la cara a lo aprendido.

 

¿Qué era entonces el mundo, este lugar

del que puede borrarnos

la fragancia violenta de un hinojo

al metérsenos dentro y así abrirnos?

 

Un trago a lo real di en un descuido

y los montes se irguieron como montes;

el cielo se hizo cielo; el hombre un ver

libre ya de su sombra bajo el sol.

 

¿Es que puede una planta

al borde del camino darle muerte,

sin quitarle la vida,

a un desprevenido

que nada pretendía sino olerla?

 

Quien la encuentre, que parta

la rama de su hinojo

 

 

 

 

 

CANTÓ UN PÁJARO

           

                        A Antonio Praena

 

Mirando esta mañana la mañana,

¿qué miraba, qué vi?

Las flores matinales,

también las nubes negras

deshaciéndose al sol.

 

¿Qué liviandad traspasa

las cosas que se ven, que se me dan

todas juntas y en una,

y me dejan tan pobre como era

cuando aún no sabía de las cosas?

 

Ah, esta plena riqueza

de no haberme siquiera poseído,

de tenerlo por fin todo a la mano

y no hallar la manera de añadirle

un bien a mi tesoro.

 

Cantó un pájaro, oí

su decir claramente,

y en todo el universo sólo había

certeza y gratitud.

 

La flor, la nube negra.

 

 

(del libro Mundo dentro del claro)

 

 

 

 

Datos vitales

Vicente Gallego (Valencia -España-, 1963) ha publicado los siguientes libros de poemas: La luz de otra manera (ed. Visor), Santa deriva (ed. Visor), Cantar de ciego (ed. Visor), Si temierais morir (ed. Tusquets) y Mundo dentro del claro (ed. Tusquets). Como narrador su último trabajo es El espíritu vacío (ed. Pre-Textos). En el año 2012 dio a conocer su primer ensayo en la editorial Kairós: Contra toda creencia (Hacia lo enteramente nuevo y vivo), un repaso a las principales tradiciones sapienciales y religiosas de la Historia de la Cultura. Entre otros, ha recibido los premios de poesía Fundación Loewe, Premio Nacional de la Crítica Española y Rey Juan Carlos I. Actualmente trabaja en mitad del monte como pesador en el vertedero de residuos urbanos La Matrona, en el término municipal de Dos Aguas.

 

 

 

 

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