Presentamos, en el marco del dossier de poesía española contemporánea, algunos textos de Daniel Rodríguez Moya (Granada, 1974). En 2001 obtuvo el Premio Federico García Lorca de Poesía por el libro Oficina de sujetos perdidos. Codirige el Festival Internacional de Poesía de Granada. Mereció el XXXIX Premio de Poesía Ciudad de Burgos por Las cosas que se dicen en voz baja (Visor, 2013). Es miembro de Poesía ante la incertidumbre.
Un murmullo
Todos los ruidos del mundo
forman un gran silencio.
Joaquín Pasos
Da igual que sea en un bar
o al abrigo del fuego
al principio del tiempo de los hombres.
Siempre ha habido un murmullo envolviéndolo todo:
Las voces de la tribu ocupando la cueva,
el clamor de guerreros tras la caza,
el estruendo incendiado en las revueltas,
el grito enardecido en un estadio,
aplausos y ovaciones en la televisión,
las risas de los niños que juegan en los parques.
Un zumbido presente todo el tiempo,
como un motor en marcha que nunca se detiene.
Ni siquiera en las noches se detiene,
temblor de luz eléctrica y de vértigo.
Son frases inconexas que abrazan la cadencia
de las ondas acuáticas
si se lanza una piedra en el centro de un lago.
Alguien cree que hay silencio justo antes
del disparo de gracia en un fusilamiento,
pero el eco devuelve repetidas
las últimas plegarias de los ejecutados.
Siempre ha habido un murmullo envolviéndolo todo,
un ruido permanente.
Más que el miedo al silencio,
el temor de sentir
las cosas que se dicen en voz baja.
Homenaje a Nicanor Parra
Sucede algunas noches
que el viejo Nicanor
abandona su casa de Las Cruces,
se acerca hasta la playa
y el mar le trae en las olas
diálogos de Hamlet:
Palabras, palabras, palabras.
Él escucha las frases
y todo se asemeja a la primera vez.
“Pareciera que no ha pasado el tiempo”,
escribe Nicanor cuando vuelve a su casa.
Winnipeg
Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece.
Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie.
(Pablo Neruda, Trompeloup, 4 de agosto de 1939)
El año de tu muerte y el lugar
grabado en una lápida pequeña
es toda la certeza que hay de ti.
Ni siquiera tu nombre y tu apellido,
José Manuel Bernardo,
la fecha en que naciste,
mil novecientos treinta, en la ciudad de Soria,
tendrían que ser exactos.
No sé mucho de ti.
Tan sólo que contabas una historia
que a los niños del parque les gustaba
aún más por escucharla con tus frases
de acento castellano
que nunca se endulzó.
De tus días de infancia recordabas
el trabajo en el campo, la muerte de tu padre,
la huida, los camiones,
las voces extranjeras en la noche.
El punto de partida del relato
comenzaba en un barco a punto de salir
con el nombre remoto de Winnipeg,
en un muelle de Francia.
Un larguísimo viaje del que siempre decías
que el mar estuvo en calma y las señales
que ayudan a las naves a llegar a buen puerto
se mostraron propicias hasta Valparaíso.
Cada vez que narrabas tus andanzas,
parecía la vida, a pesar de los golpes,
las derrotas y pérdidas,
una gran aventura,
igual que en las novelas con héroes y malvados.
Recorriste ciudades y paisajes
tan distintos en todo, tan opuestos
a los ásperos campos que pisaste de niño.
A menudo te hablaban de un lugar,
la más bella ciudad edificada
sobre la tierra firme del nuevo continente.
Del sol de amanecer sobre sus muros pálidos
devorando la cal,
y el cielo recortado por la frágil silueta
de iglesias coloniales.
Allí debo morir, en Cartagena de Indias,
que descansen mis huesos para siempre
al lado de una playa que voy a conocer.
Un brillo iluminaba tus ojos casi opacos
al contar esa parte de la historia.
Desvelabas tus planes que luego postergabas,
por falta de dinero, por cansancio.
Allí debo morir, en Cartagena de Indias,
que la vida me deje abrazar esas playas,
que mis huesos se fundan en su arena.
Es posible que en Soria nadie sepa tu nombre.
Pasaron muchos días, una guerra,
y la mala memoria se adueñó de los viejos.
El año de tu muerte y el lugar,
Los Chiles, Costa Rica, dos mil nueve,
grabado en una lápida pequeña
Los periódicos
Los periódicos son papeles lentos.
Nos cuentan que mañana
habremos enterrado un nuevo día
que no va a repetirse.
Así pasan sus páginas,
como briznas, un agua que emborrona
titulares, esquelas, anuncios por palabras.
No sé cuál es su magia,
si el olor de la tinta, sus manchas en los dedos
o tal vez sean sus fotos, nunca claras del todo
como el amanecer en un puerto con bruma.
Los periódicos nunca se recuerdan
pero llenan estantes de memoria imperfecta.
Es algo que aprendí poco después
del día en que murió el abuelo Tomás.
Él me enseñó a hojearlos, a leer entre líneas,
también a que se hicieran necesarios.
Esos lentos papeles de los que desconfío.
Datos vitales
Daniel Rodríguez Moya (Granada, 1976) es licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada y periodista. En 2001 obtuvo el Premio Federico García Lorca de Poesía, convocado por la UGR, por el libro ‘Oficina de sujetos perdidos’. Además, ha publicado ‘El nuevo ahora’, en la editorial Cuadernos del Vigía y ‘Cambio de planes’ (Visor, 2008). Forma parte de la antología Poesía ante la incertidumbre (Visor, 2011). Desde 2004 codirige, junto a Fernando Valverde, el Festival Internacional de Poesía de Granada (fundado por ambos). De su obra crítica y de investigación literaria destaca el volumen ‘La poesía del siglo XX en Nicaragua’, publicado por la editorial Visor en 2010. Mereció el XXXIX Premio de Poesía Ciudad de Burgos por Las cosas que se dicen en voz baja (Visor, 2013).