Presentamos, en el marco del dossier de poesía española contemporánea, algunos textos de Francisco Onieva Ramírez (Córdoba, 1976). Ha publicado los poemarios Los lugares públicos (finalista del Andalucía Joven), Perímetro de la tarde (accésit del Adonáis) y Las ventanas de invierno (XXI Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad). Como narrador mereció el Premio Andalucía de la Crítica 2012 a la Opera prima.
CONVERSACIONES CON JOSÉ DURANTE UN PASEO POR LA COSTA
El sol, por estas tierras,
no pone de oro el fondo de las fuentes,
ni siquiera de plata los recuerdos
que caen como caspa en mi chaqueta
y deshacen lo poco que me queda de España:
las siestas en el patio sevillano
de mi infancia,
los campos de Castilla de mi primer amor
-con el tiempo se muestra reincidente-,
la Baeza soñolienta
o el Madrid de mi hermano, mi Manuel,
de Mairena, los mítines,
las manifestaciones y entrevistas
de apoyo a la República.
Cómo envidio, José, a los pescadores
de estas casas, que viven
…………………………………….libres
de las preocupaciones que desangran los labios.
Se adhiere a las ventanas un salitre
que al mediodía baila en nuestros ojos
y sugiere que en el interior
amanece
con un olor a leche bien caliente,
y a bollería.
Te confieso, José, aunque no lo creas,
que necesito aproximarme
a una visión más cercana del mundo,
si quieres más humana y comprensiva,
que sepa valorarlo
en sus detalles más pequeños,
y que a nadie parecen importar,
que olvide que la vida, aunque nos cueste,
acostumbra a mostrarnos
nuestra parte más húmeda,
con una sensatez de cirujano,
ahondando en la sangre de los que ya se fueron
y de los que nos vamos ligeros de equipaje.
(de Los lugares públicos, 1998; corregido y ampliado en 2008)
LLEGADA
Llegas como cualquier amanecer,
mezcla frágil de sueños, frío y luz.
Desnuda te derramas suavemente
sobre la piel. Sin ruido.
Te entregas, con arena en tus palabras,
perdiéndote en el pozo
de unos brazos que tienen la cadencia
de la espuma del mar.
Levantas con tus manos castillos de papel,
pentagramas de jaras,
la marea de los charcos sin límite
y las alas quebradas del deseo.
Tú, guía, que presentas el anverso
de la ciudad y de sus luces,
la penumbra del labio amado,
y traes a los sueños
el aroma de las escurridizas
leyendas infantiles.
No bastan las cenizas que se vierten
sobre el tallo sesgado del jazmín
ni el aire que se escapa a bocanadas
por las rendijas entreabiertas
del cielo.
La vida es una torpe elipsis
y nos cuesta.
MILENARIA CURIOSIDAD
Cuando el agua se enfría
y adquiere su mayor volumen,
las carpas recelosas
y adormiladas, sobre el lecho inmóvil,
se tragan la corriente
con su invernal torpeza.
De un movimiento seco
y preciso, pretenden capturar
las burbujas de sol
que penetran el cuerpo sagrado de las aguas.
Inútiles. Aguardan. Inflexibles.
Pero cuando el invierno se muestra más benigno,
miran con curiosidad milenaria
la pizarrosa orilla
y te buscan en cada ion de silencio.
Se alejan de la orilla una palabra.
Aprovechan las sombras de los árboles
y remontan el fluir
detenido del mundo.
COLUMPIO DE NIEVE
Ha nevado. La imagen
del parque marca un nuevo itinerario
para los niños:
caleta abierta al mar,
avefría perdida entre las lomas.
El columpio de nieve tiembla.
El silencio se vuelve más audible
en lo blanco
y la vida recorta su silueta
desde pequeños.
Sedimenta la nieve en nuestra piel.
TEMPUS FUGIT
El tiempo se hace musgo entre las piedras
de los linderos.
De la lluvia, del sol,
de sus rigores y de sus cuidados
sabe la piedra,
como los leños del baile del fuego.
Crepita la memoria en tu mirada.
(de Perímetro de la tarde, 2007)
UN HOMBRE MIRA LA LLUVIA
Un hombre mira la lluvia que cae.
La lluvia es del tamaño
del hombre
que refugia su silencio
en ella.
Cae despacio sobre él mismo.
Él es de lluvia.
Su sombra es de la misma materia que la sombra
del agua.
Sus palabras, construidas del metal de los campos
y las ausencias,
menguan
como su silueta.
Sus ojos son azules,
como la luz
que cristaliza en cada gota,
y miran, con la ayuda de los tuyos,
todo lo que no es él,
todo lo que no es lluvia,
con la sonrisa inquieta
de quien descumple días.
Se abre
entre tus manos
como el mapa del agua.
LOS RELOJES DE SOMBRA
Una mujer
arrastra
una maleta,
llena de inviernos,
por el andén.
Es mediodía
y las ventanas duermen
en el silencio hospitalario
del frío sol de enero.
Mecánica,
mira por todos los rincones,
imprecisa y flexible, como el junco.
Los toquetea
y busca los relojes que durante la siesta
se refugian allí;
solo desea darles cuerda,
ponérselos en la muñeca
y sentir el tic-tac.
Suenan como sus pasos,
que se vuelven de los mismos inviernos
de la maleta.
Tartamudea.
Se sienta. Mira el aire
y busca la silueta de los pájaros
que él le ha ido soltando por el cielo.
Los recoge y los guarda en su sonrisa
de niña que conoce
las no palabras.
SOSTENER LA LLUVIA
Desprendes la gastada luz
del sauce
que se dobla en la ribera
del Cuzna.
Huele a madera mojada en la umbría,
como en tus ojos.
Tan solo permanecer en silencio.
Estar callada. Sostener la lluvia
en la retina.
Mirar como una extraña el volumen
ajeno de las cosas.
No esperar nada, no esperar a nadie.
No recordar el sol
que se hace hoja entre las retamas.
No recordar.
Eres lo más efímero
de un invierno
con ventanas a un campo entreabierto
y has ido reduciéndote
a una costumbre
circular
de paseos
y de bosques en sepia.
En tu mirada muestras
una extraña conciencia
de que todos los noviembres del año
se condensan en un único día,
aunque pierda su fuerza
la línea titubeante
que tu mano recorre entre mis dedos
y la luz vuelva a hacerse prescindible.
MI CASA
Esta casa es mi cuerpo
y sus cimientos, mi memoria.
Tus caricias están en lo más hondo,
entre las piedras que unen los muros a la tierra.
Mi herida está en cada una de las paredes
que, verticales,
recogen
la luz
y la gavillan
en un fino haz de ausencias;
son la certeza de la cal
y en ellas he aprendido
que es imposible
la vida más allá del propio cuerpo.
La cansada humildad de mis manos moldea
uno a uno todos los rincones
para evitar lo oscuro
y recordar tus labios
-transformaban la luz de fuera
en el vivo rescoldo de una vida-,
aunque los materiales
se van endureciendo,
como la arcilla al sol.
Esta casa es mi cuerpo, donde estar vivo es poco.
(de Las ventanas de invierno, 2013)
Datos vitales
Francisco Onieva Ramírez (Córdoba, 1976). Unido familiarmente a Villanueva del Duque, reside en Pozoblanco, donde es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES Antonio María Calero. Ha publicado tres poemarios, Los lugares públicos (aparecido como plaquette en 1998, corregido en profundidad y ampliado en 2008; finalista del Andalucía Joven), Perímetro de la tarde (Rialp, 2007; accésit del Adonáis) y Las ventanas de invierno (La Oficina Ediciones, 2013; XXI Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad). Ha coordinado el libro colectivo Palabra compartida (2007) y su obra poética ha sido recogida en antologías como Los círculos del aire (2008), Entre el puente y el río (2009), Antología del beso (2009), Terreno fértil (2009), Tintas para la vida II (2010), Un rayo que no cesa (2010) o El mercado de los pájaros (2011). Como narrador, ha publicado el libro de relatos Los que miran el frío (Ediciones Espuela de Plata, 2011; Premio Andalucía de la Crítica 2012 a la Opera prima) y ha colaborado en el libro La puerta de los sueños (Ayto. de Pozoblanco, 2009; Premio Solienses 2010) con un relato titulado “Tourmalet, 3000 piezas”. Además de la vertiente creativa, ejerce la crítica literaria en Cuadernos del Sur y ha publicado numerosos estudios sobre Cervantes, Bécquer, Unamuno, Alberti, Aleixandre, Cernuda, Borges, Rivas, Teresa de Jesús, Onetti…