Presentamos, en el marco del dossier de poesía española contemporánea, algunos textos de la poeta Martha Asunción Alonso (Madrid, 1986). En 2012, recibe el Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” por su libro Detener la primavera (Hiperión, 2011, Premio de Poesía Joven Antonio Caravajal) y el Premio Adonais por La soledad criolla. También ha merecido los premios Blas de Otero y La voz + Joven de la Obra Social de Caja Madrid.
The house among the roses (Monet, 1925)
Todos la señalaban con el dedo, asentían,
se alejaban para observar mejor, muy fijamente,
como niños siguiendo una cometa por la playa.
Una mujer incluso usaba unos prismáticos,
muy seria y sigilosa, la cabeza inclinada,
igual que si escrutase un mapa falso del tesoro.
Yo me sentía imbécil. Recuerdo que pensé: quizá
la casa entre las rosas esté fuera del cuadro,
donde nadie la piensa,
allí donde se nubla tu mirada.
Quizá hayamos perdido el tiempo buscando el animal,
nunca su sombra;
el destello del sol sobre la fuente, no la sed.
Seguí pensando un rato, como ciega,
mientras los japoneses sonreían.
Porque tal vez la casa sólo fuera las rosas
y aquel cielo turquesa,
alegría compacta y lumbre fácil.
Hoy creo que la casa entre las rosas siempre fuimos
Corazón de naranja
Todo lo que merece algo la pena
es circular. Tus pupilas.
Los neumáticos de aquel Seat Ibiza que tuve,
ya sabes: tus pupilas y las aceitunas
y aquella tarde en Ávila con Santa Teresa.
Cuando volví a encontrarte,
llevabas un anillo en el dedo meñique.
Me dejaste probármelo. Yo estaba mareada.
Gilipollas. Todo lo que hemos sido,
la forma en que estuvimos una junto a la otra,
nuestro amor, todo y nada, es circular.
El recuerdo. La samba. Carteles
de Se Alquila por la glorieta de Bilbao.
Todo lo que te quise.
La línea seis del metro. Estas ganas de hablarte.
La espera: circular.
Plegaria para la estación de los ciclones
Me dijeron: de alguna forma Dios sangra en todas las tormentas.
Y a su carne le rezo,
a las palmas broncíneas de su dolor les rezo,
porque toda oración es un complejo de poema,
porque todo poema es un cuerpo desnudo y un hechizo y la magia
es el nombre de pila del Señor.
No importa cuál de todos. Las cóleras de todos los dioses
se parecen.
Me dijeron: no importa que tu sudor sea invisible,
también para los celtas negros de corazón habrá un hueco en el arca de Noé.
Y me pasaré agosto rezándole a los cuellos mansos de las jirafas,
nubes como palmeras. Quisimos abrazarnos
igual que sus raíces, pero la luna salió de su volcán y nos jugó una mala fábula,
tenía un zorro dentro y no soltaba el cáncer
de la fruta con látigos.
Yo le rezo a los látigos, la sangre de los látigos
y la leche de coco en los látigos de amamantar panteras.
Yo le rezo a la lava.
Yo le rezo al café.
Yo les rezo a las aspas milagrosas de los ventiladores sin precio de los bazares árabes de Basse-Terre.
Yo les rezo a la lima y a los borrachos de los embarcaderos, una sola mirada
y adivinan cuántos besos con lengua
has dado en tu vida y cuántas veces cerraste
los ojos para darlos,
cuántas monedas te enferman todavía los bolsillos.
Yo le rezo a las olas con tiburón y a las cucarachas y a Vishnú.
Me dijeron: puedes tener miedo. Rézale al miedo.
Y eso hago. En la noche inundada, de rodillas,
voy rezando mi vida en Duracell, que es un santo y el nuevo criollo
de los blancos con padres superhéroes barbudos, padres que daban rabia
y están lejos y a quien pedir perdón
y conocer-
amar
antes de no morir.
Los perros
Estoy llena de perros.
Tienen grandes cabezas y cabezas oscuras, todas llenas de dientes,
hambre todas. Estoy llena de perros,
preñada hasta las cejas de perros con cadenas,
pero no me dan miedo. Soy hectáreas y hectáreas de docilidad para la espuma
contagiosa. Y me retumban.
Un océano de perros mariachis de perfil ladrándole
a la luna aquí en mi útero.
Yo les grito: SIT !
Y ellos ladran peor, porque tal vez les va la muerte
en ello. Le ladran a la luna, pero la luna sana está escribiéndose
por el otro hemisferio del dolor. Luego les grito:
¡Lorca!
Pero no. Tampoco. Ladra que te ladra.
Y me miran
con los ojos tapiados por la rabia,
como diciéndome: es la sangre. Como diciéndome:
quiérenos, o te muerdo.
Miss Trois Rivières
Los negros están solos.
Un poco más, peor. Solos con su negritud y sus poetas
negros que mandaban metáforas
como quien firma una postal desde París.
El concurso de Misses en Trois Rivières, por ejemplo.
Le han puesto banderolas a la plaza
y un látigo
de seda sobre los pechos que aún no tiene
a la reina en trikini de los solos. Hay que adornar la soledad.
La soledad se exprime.
La soledad se canta.
La soledad se come.
Hay que ponerle samplers para incendiar el valle
y gloss
y océanos de azúcar
y tanta precolombina soledad,
tantos siglos sin faros y al óxido en la quilla.
La soledad es el gran río que se bebió a nuestros ancestros.
La soledad se saca en procesión.
Están solos los negros,
solos con sus gwoká y su Frantz Fanon, soledad
por los monstros de los monstruos y amén,
lo mismo que los blancos. Pero
al menos la bailan.
(Tres poemas de La soledad criolla, RIALP, 2013;
Premio Adonais de Poesía 2012).
Datos vitales
Martha Asunción Alonso (Madrid, 1986) es licenciada en Filología Francesa y profesora de literatura en la secundaria francesa. Ha enseñado en distintos institutos de la Francia metropolitana y de ultramar. En 2012, recibe el Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” por su libro Detener la primavera (Hiperión, 2011, Premio de Poesía Joven Antonio Caravajal) y el Premio Adonais por La soledad criolla (RIALP, 2013). Es también autora de los poemarios publicados y premiados Crisálida (2010, Editorial Alhulia, Premio Nuevos Creadores de la Academia de Buenas Letras de Granada) y Cronología verde de un otoño (2008, Editorial UCM, Premio Blas de Otero). En 2009, fue además premiada en el certamen La voz + Joven de la Obra Social de Caja Madrid y obtuvo un accésit en el certamen Antonio Machado de la Fundación de Ferrocarriles Españoles. Sus poemas han sido traducidos al griego moderno por la editorial Vakxikon.