Presentamos un ingenioso ensayo de Laura Sofía Rivero (1993). Obtuvo la mención honorífica en el 6to Concurso Nacional de Ensayo Filosófico convocado por la Universidad Iberoamericana. Asistió al Curso de Creación Literaria Xalapa 2013 convocado por la Fundación para las Letras Mexicanas. Actualmente es editora de la Revista Sancara y miembro del Seminario de Metaficción e Intertextualidad en la FES Acatlán.
Escritura de la provocación
Arremángala, arrempújala, sí. Arremángala, arrempújala, sí.
Arremángala, arrempújala, no. Arremángala, arrempújala, no.
Los Karkis.
La canción de Los Karkis sobresale entre el murmullo del metro. La imagen cotidiana donde se confunden las voces de la señora con tamales, el niño de secundaria, la madre abnegada, el ejecutivo de la Doctores. Todo es una masa amorfa de ruido construido con cientos de distintos susurros. Esta pluma le sirve para lo que es la escritura, para lo que es la redacción, para lo que es la literatura, dice la voz de un marchante empíricamente doctor en sintaxis hispánica.
A mí me gusta que él grite, que se haga escuchar por encima de la aglomeración de sonidos, al igual que lo hacen ciertas obras literarias. Aunque también aprecio la belleza de las voces tenues con brillantez disimulada, éstas no me mueven más allá de mi lugar común. Parecen hijos mudos abandonados por sus padres anónimos. Son cartas sin remitente escritas a lápiz. Con movimientos tímidos, se esconden a propósito.
Lo comprendo; resulta difícil alzar la voz abruptamente en un contexto como el nuestro donde nos rige la falsa premisa del todo está permitido. Por encima de los panteones existentes se erige la figura de la Doxa, la Opinión, revestida de papel estraza, ocultando una corona de laurel que le arrebató a algún griego desprevenido. Dicen que los filósofos están en las nubes pero es porque desde allí ven mejor, apuntaba la propaganda de la UVM que tiré a la basura hace un tiempo. Inventamos pretextos para asirnos a la vida.
Por eso me gustan las voces violentas que irrumpen el silencio de la apatía general. Aquellas aseveraciones atrevidas que no dudan en proponer su propio punto de vista mediante un desnudamiento completo. Morboso gusto literario por la exposición directa, dosificada en destellos oportunos. Esas pautas del texto que se saben erróneas y correctas a la vez, y que, por lo tanto, abandonan los deseos de ser verdades absolutas aunque se presentan como tal, o muy parecidas a ellas. Sencillamente porque no busco verdades en la literatura, busco provocaciones.
Ante estas provocaciones se presentan dos tipos de lectores: los toros de Lidia y los amantes. Así pues, hay quienes disfrutan de encontrar paños bermejos que inciten sus ánimos para embestir cierto objetivo. Muera quien tenga que morir, caiga quien tenga que caer, gritan, como los tomatitos, a coro. Distingo aquí a los lectores caprichosos que, con lupa y guantes, buscan erratas en los textos, plagios, citas mal documentadas y un sinfín de minucias intrascendentales que cuelgan como medallas de catecismo en su chaleco dominical. Pequeñas moneditas guardadas en el cochinito de su ego cerdo.
Por otro lado, los amantes. Simpatizo más con ellos, los lectores eróticos. Quedan prendidos de provocaciones y guiños distintos; disfrutan la belleza propia de cada elemento ─incluso de los menos perceptibles─ pero se enganchan con las frases que dejan ver más allá de ellas mismas. ¿El lugar más erótico de un cuerpo no está acaso allí donde la vestimenta se abre?, dice Roland Barthes, mi compa de desveladas.
Miguelito, sentado en la primera fila del salón de clases, alza la mano. ─Oiga, pero vivimos en un mundo relativo─ afirma ─¿cómo pueden seducirnos la frases sentenciosas?─ pregunta luego de acomodar el bigote falso que se compró ayer en la Condesa.
¡Qué terquedad la nuestra por preocuparnos al decidir los nombres de los autores que cumplen con la tradición o con la novedad! Estas patrañas les corresponden e interesan a los monaguillos cuantitativos que basan su experiencia de lectura en la verdad que tiene, o no, el escritor correspondiente. ¿Quién busca verdades en el ámbito de la ficción? Nuestros ojos escépticos están acostumbrados a mirar con desconfianza. Por esto, el estilo sentencioso ofrece una provocación erótica con la cual entablamos un diálogo personal que nos llevará al fatal enamoramiento o al provechoso fracaso. Los textos de máximas y afirmaciones precisas deslizan sus manos por el cierre de sus faldas y abren la posibilidad de interesarnos en lo que subyace bajo la tela.
En este reciente siglo, disfruto del coqueteo intelectual literario que se desdobla en dos: un sentido fácilmente apreciable por el lector no informado y también la connotación oculta para quien prefiere hundirse entre los muslos del texto interno. Disfruto también de aquellas experimentaciones que se jactan por tener como contenido el trabajo difícil de una exploración personal. Sin embargo, sólo están hechas para ser interpretadas ─y ellas mismas lo afirman─. Contar chistes para que nadie te entienda y luego regodearte en la estupidez de los demás. Aplaudo estas ocurrencias. Celebro su dificultad. Aprecio sus valores. Me motivan, pero no me seducen. Se consideran reacciones a un sistema burgués opresor y tienen como finalidad hacer pensar a la masa. Y la masa no entiende, qué es lo que quiere la masa, qué va a pedir la princesa, qué quiere la niña fresa.
Pretenden crear polémica pero nadie escucha sus voces. Aborrezco la apatía que no intenta seducirme de ninguna manera, que se esconde tras una excusa automática. Obras que no me han lanzado una mirada ni una sola vez. Me acercó a ellas intentando entablar una comunicación y no alcanzo a percibir más que un murmullo casi inaudible que se pierde en la confusión del ruido.
Busco una provocación que me seduzca, porque el erotismo literario coquetea en todos los géneros. La novela es como un novio. Durante meses te encuentra para llevarte a cenar, teme que comiences a aburrirte y llega a tu casa con flores. Sabe que es necesario dosificar la serie de regalos y atenciones durante los meses o años que dure la relación. Si agotara sus recursos… ¿qué podría hacer después?
Sin embargo, como lectores narrativos frecuentamos otros lugares. Cansados, tal vez, del trabajo, decidimos ir a bailar al bar de la cuadra. Entramos, buscamos la barra y pedimos algo relajado para iniciar la noche. Un hombre nos mira desde el otro extremo. Se acerca. Luego de un rato, voltea nuestra cabeza y nos besa. El cuento suele ser así; a veces, como minificción, hunde sus palabras en nosotros sin previo aviso.
Este es el erotismo literario en el cual la técnica varía regularmente. Los muy interesados en ofrecer variedad consultan de vez en cuando el kamasutra artístico: talleres, cursos y manuales. Cómo escribir con cuaderna vía y no dormir en el intento. Pero eso sí, todos tienen su propia manera de coquetear y satisfacer. Hay salvajes sadomasoquistas que adoran la novela negra y de narcotráfico; desde el fondo de la página una voz mete su lengua en tu cerebro. Los poetas son especialistas en dar placer por medio del ritmo. Deberían ser los idóneos para hacer el amor. Aunque para exactitud en el clímax, están los narradores. Hacen esperar, pero vale la pena.
No importa la táctica o estrategia. En la diversidad encontramos lo que ni siquiera estábamos buscando. También leo con gozo las escrituras que lanzan una mirada fugitiva, erótica; que dan una señal. Y, aunque en la superficie parecen no ser galantes, proponen una seducción, oculta a primera vista pero finalmente presente. Gritan, aunque esperan el momento oportuno en que el vagón esté en silencio. Cada quien tiene sus propios procederes.
Comprendo que la escritura apática sea tan solicitada últimamente. A muchos les hace falta compañía para su propia soledad contemporánea. Desean tener amigos de viaje. No importa que los dejen después, mientras no se separen de ellos en el trayecto de un destino a otro. Sin embargo, a mí me gustan aquellos libros que me despegan de la vida, como Vasconcelos anota. Aquellos textos que provocan una necesidad de grabar en mi memoria cada una de sus palabras que, como el recuerdo de la camisa entreabierta, invitan a no olvidarlas. Las líneas del cuerpo literario quedan marcadas en mi tacto, en mi boca se disuelven el beso y la mordida de otra lengua.
¿Arremangar y arrempujar? O, de plano, no. Pobres Karkis; plantean una pregunta existencial que nos remite a la voz de Hamlet, el danés, quien patea aquel afamado cráneo y saca un acordeón. Delante del grupo norteño de banda, aparece la duda. Hasta a ellos la relatividad los ha alcanzado.
Datos vitales
Laura Sofía Rivero (1993) es estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán de la UNAM. Obtuvo la mención honorífica en el 6to Concurso Nacional de Ensayo Filosófico convocado por la Universidad Iberoamericana. Asistió al Curso de Creación Literaria Xalapa 2013 convocado por la Fundación para las Letras Mexicanas. Actualmente es editora de la Revista Sancara y miembro del Seminario de Metaficción e Intertextualidad en la FES Acatlán.