Perros de París, nueva novela de Luis Bugarini

Luis Bugarini 4

El crítico y narrador mexicano Luis Bugarini (Ciudad de México, 1978) publicará este diciembre, bajo el sello de Sediente Ediciones, la novela “Perros de París”, perteneciente a la trilogía Europa. Presentamos, a manera de adelanto, un fragmento del libro. Textos suyos han aparecido en revistas y suplementos culturales de México. Es autor de Álgebra y Perros de París, inéditas. Mantiene la columna “Asidero” en Nexos.

 

 

 

1.

 

 

Imagino que alguna vez lo supe o que, al menos, lo intuí sin concederle importancia. Debió haber sido por una de esas sobremesas familiares, cuando se sirve el café y ya no queda sino comentar lo más evidente. Y no obstante, ante lo innegable, mi congénita desgana interponía su natural distracción. Un weimaraner de pelo gris muy corto y ojos azul profundo sobresalía de los perros del vecindario por su proclividad a la reflexión. Las condiciones en las que llegó a mis manos importan menos que señalar que más de una vez lo salvé de la muerte. Padeció un moquillo que se volvió neumonía, y la diarrea lo frecuentaba acompañada de altas fiebres y considerables descensos de actividad en los días de lluvia. Además detestaba las croquetas —así fuesen las más caras—, y prefería la inanición a comer esas galletas insípidas. Refiero estos detalles porque lo imagino como un perro que deseaba, en el fondo de sí mismo, en los destellos de esa conciencia que nos escupía su radical independencia, morir vuelto aire, sin nadie que lo llorara. Sin nadie que levantara sus restos. Señalo, por principio, que nadie lo conoció mejor que yo. Fue un compañero de los días y las noches. Nos unía el amor por el paseo moderado, conocer fugazmente seres del sexo opuesto y fingirse inocente ante la travesura espontánea, demasiado esporádica en ambos casos. Lo compré por una cantidad muy elevada durante una convalecencia, esperando que me animase el espíritu y, a ser posible me aligerara la existencia. Tuve la curiosidad de hojear con paciencia algún ejemplar ilustrado de perros de raza —de los tantos que habían pasado de la biblioteca familiar a la mía—, y las descripciones sobre el weimaraner hablaban de un perro vivaz que disfrutaba el aire libre, la actividad física extenuante y la caza deportiva. Esto era lo que constaba en su legado genético. Por mi parte, la caza era algo tan lejano como la práctica de los viajes cósmicos. De no ser por un par de jornadas al lado de un cazador experimentado a las afueras de París, mis nociones de cinegética serían nulas por completo. Se puede afirmar, es cierto, que alguna vez volteó con inquietud hacia la copa de un árbol, intuyendo la presencia de un pájaro o un gato. Pero fuera de eso nada le hacía perder la compostura y elegancia. En algún momento pensé que podría estar enfermo y que lo aquejaba un dolor tan profundo que terminó en lo inexpresable, así que tuvo que ejercer el arte del estoicismo y dejar de lado toda posibilidad de quejarse. Me recomendaron llevarlo al veterinario y éste me corroboró su perfecta salud con pruebas innegables: radiografías, estudios de colegas, análisis de laboratorio, detalladas pruebas de sentidos y otras. El animal estaba en plena forma. Pasados algunos meses lo llevé con otro especialista y concluyó lo mismo, salvo que sugirió, en la intimidad impersonal de una taza de café, que se había contagiado de melancolía y era poco lo que podía hacerse, ya que desconocíamos las necesidades afectivas profundas de los perros, descendientes directos del lobo salvaje. Abrió un libro sobre la obra de Alberto Durero y en la sección de grabados señaló con énfasis Melencolia I (1514), pues en el extremo inferior izquierdo figura un perro flaco y adormilado.

—Este perro insufló desde su perpetuo dormir parte de su melancolía en todos los perros con características similares —dijo.

Se detuvo a señalar una coincidencia: si la imagen del perro no tuviera las orejas al modo de un pit bull terrier americano sin corte, algo al aire pero sin esa caída que termina por cubrir el orificio de la oreja, bien podría ser un weimaraner o cualquier otro perro de caza. Durero, al parecer, tuvo la intención de recalcar las virtudes de trabajo del animal, al colocarlo al lado de las herramientas para la forja y la medición. Pasado el tiempo, opté por aceptar que el perro tenía un temperamento especial, predispuesto a menesteres por encima de lo que la naturaleza le había condicionado al entregarlo al mundo. El perro se deleitaba en pasear por espacio de treinta minutos, olisquear en arbustos con expresión de asco y sólo ocasionalmente girar la cabeza con una mueca franca de reprobación, para indagar por qué le había jalado la cadena si es que no había necesidad de corrección. Entre líneas, me hacía un llamado a la natural mesura de trato que exige un perro con su categoría y refinamiento. Al final, acepté que era idéntico a mí, al menos por lo que hace al disfrute de ciertos placeres, y que no era posible hacer nada para obligarlo a ser como los otros cachorros que acudían a jugar al parque. Confieso que en más de una ocasión padecí envidia y una absoluta perplejidad. ¿Por qué mi perro no disfrutaba del lodo y el paso sucio por el agua estancada? ¿A qué temprana edad, por dar un ejemplo, entendió que brincar sobre las personas de ningún modo es una cortesía? ¿Por qué esa incapacidad de disfrutar como los demás perros, con esa ansia perturbada por descifrar el universo a través de la nariz? Intenté recordar la imagen de algún perro congénere suyo con tal temple de alma. Sin jadeos, movimientos irrespetuosos, uso de la lengua para lugares poco cristianos propios y ajenos, un perro palidece en imagen y figura. Había que ser paciente y darle tiempo a su maduración. En las visitas al parque se quedaba sentado a mi lado, mientras yo hojeaba el periódico, lejos de la lengua seca de los papeles de trabajo. Y ahí permanecía, sin movimiento, lejos de un estado natural de alerta, con los ojos puestos en un punto blanco del espacio, de donde sólo era posible arrancarlo con el tirón de la cadena que significaba el regreso a casa.

 

 

 

 

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