Presentamos, en versión del poeta, traductor y crítico Gustavo Osorio de Ita (1986), tres textos del poeta australiano Peter Boyle (Melbourne, 1951). Contrajo polio durante la infancia. Con su primer poemario, Coming Home From the World (1994), ganó el New South Wales Premier’s Award y el National Book Council Banjo Award. The Blue Cloud of Crying (1997) mereció el Banjo Award y el Adelaide Festival Poetry Prize. Es traductor de García Lorca y de Vallejo.
Robert Frost a los ochenta
Pienso que hay poemas más grandes y extraños que cualquiera que hayamos [conocido.
Me gustaría encontrarlos.
No están en los gisaceos papeles de viejos libros
o cantados en oscuros labios.
No están en el lenguaje de las sirenas
o en los adjetivos de las filosas lenguas del desaparecimiento.
Corren como rasgados hilos a través de las baldosas.
Están agrietados como el cráneo de un hombre viejo.
Se revuelven en el espejo
a los cincuenta,
a los ochenta.
Mi oído sigue intentado escucharlos
pero el malecón es frío.
La marea avanza.
Migran como cuervos hacia un campo de grillos.
Tocan a la puerta cuando estoy fuera.
He hecho con destreza.
¿Cómo puedo enfrentar fantasmas con inteligencia,
el hábil deslizamiento de la paradoja y el ritmo
que transforma al prejuicio
en quebradizas gemas de aparente sabiduría?
Aunque entierre todo lo que poseo o mantengo cerca
aunque mi piel sobreviva a los árboles
aunque las líneas se precipiten resquebrajando las piedras
no puedo atraparlos.
Tienen el cantarín acento
de una casa que alguna vez vi pero a la cual nunca entré.
Son el sonido que escucha un niño –
el agua, la tarde, el cielo.
Los veo ahora
goteando a través del espejo abierto.
Algunas veces, pero casi nunca
tocamos aquello que deseamos.
Robert Frost at Eighty
I think there are poems greater and stranger than any I have known.
I would like to find them.
They are not on the greying paper of old books
or chanted on obscure lips.
They are not in the language of mermaids
or the sharp-tongued adjectives of vanishing.
They run like torn threads along paving stones.
They are cracked as the skull of an old man.
They stir in the mirror
at fifty,
at eighty.
My ear keeps trying to hear them
but the seafront is cold.
The tide moves in.
They migrate like crows at a cricket ground.
They knock at the door when I am out.
I have done with craft.
How can I front ghosts with cleverness,
the slick glide of paradox and rhyme
that transforms prejudice
to brittle gems of seeming wisdom?
Though I bury all I own or hold close
though my skin outlives the trees
though the lines fall shattering the stone
I cannot catch them.
They have the lilting accent
of a house I saw but never entered.
They are the sounds a child hears –
the water, the afternoon, the sky.
I watch them now
trickling through the open mirror.
Sometimes, but almost never
we touch what we desire.
Educación
Siete años de edad
encargado con un tío
y un manojo de billetes se perdió.
Por tres días encerrado en un cuarto, golpeado.
Los dorados orbes de peniques ardían en un horno
sujetados por tenazas
brillan sobre la piel de una niña
mientras ella grita y grita.
Estas blancas, rondas cicatrices
que permanecen hasta hoy en día
sin pigmentación
sin la sombra del color
sólo con la posluminiscencia de la ceniza.
Tras contar la historia
quemas tu mano con el hierro,
la quemas tú mismo,
tu castigo por romper el silencio.
Corriste hacia el balcón pero te jalaron de regreso adentro.
Querías escupir, gritar insultos a los soldados
para que parasen la golpiza que le daban al viejo en la calle.
“Escucha,” dijo ella, al detenerte, tu madre.
“Escucha, tienes que aprender a decir nada.”
Aprender a ser nadie.
Aprender a ser una pared blanca
que no tiene cara ni lengua.
Education
Seven years old,
on loan to an uncle
and a bundle of cash went missing.
For three days locked in a room, beaten.
The golden orbs of pennies roasted in an oven
removed by tongs
glisten on a child’s skin
as she screams and screams.
These round white scars
that remain even today
without pigment
without the shadow of colour
with only the ash’s afterglow.
After telling that story
you burnt your hand on the iron,
burnt it yourself,
your punishment for breaking silence.
You rushed to the balcony but they pulled you back inside.
You wanted to spit, to scream insults at the soldiers
to stop them beating up the old man in the street.
“Listen,” she said as she held you back, your mother.
“Listen, you have to learn to say nothing.”
Learn to be nobody.
Learn to be the white wall
that has no face and no tongue.
Parálisis
Enteramente recostado
en la batea de una camioneta prestada a mi padre
veo hacia arriba:
las hojas son inmensas,
verdes y doradas con la clara luz del verano
atravesándolas –
aunque sólo puedo girar mi cuello
puedo verlas todas
a lo largo de esta avenida sin límites.
¿Qué importa
que sea sólo ojos
si debo ser cargado
con tan poco peso
bajo los árboles del mundo?
Desde más allá del entumecimiento de mi extraño cuerpo
la riqueza de las hojas
cae eternamente
en mi pequeña y quieta visión.
Paralysis
Laid out flat
in the back of the station wagon my father borrowed
I look up:
the leaves are immense,
green and golden with clear summer light
breaking through –
though I turn only my neck
I can see all of them
along this avenue that has no limits.
What does it matter
that I am only eyes
if I am to be carried
so lightly
under the trees of the world?
From beyond the numbness of my strange body
the wealth of the leaves
falls forever
into my small still watching.