El poeta, narrador y ensayista Marco Antonio Campos (1949) nos ofrece un magnífico texto en torno a José Revueltas. En el año de su centenario, Campos indaga en las relaciones entre el narrador y el militante a propósito de Los días terrenales y escribe: “Hasta el día de su muerte, en junio de 1976, Revueltas nunca dejó de ser marxista leninista pero estuvo profundamente escindido a lo largo de los años entre ser un escritor militante y un escritor marxista independiente”.
LOS DÍAS TERRENALES Y EL ESCÁNDALO DE LAS IZQUIERDAS
Nota introductoria
Desde adolescente, José Revueltas (1914-1976), cuando asistía a leer a la Biblioteca Nacional, fue introduciéndose en lecturas marxistas y leninistas. Esto, y quizá el ejemplo y la influencia de sus hermanos, el músico Silvestre y el pintor Fermín, lo llevaron hacia 1930[i] a ingresar al PCM (Partido comunista Mexicano). Hasta el día de su muerte, en junio de 1976, Revueltas nunca dejó de ser marxista leninista pero estuvo profundamente escindido a lo largo de los años entre ser un escritor militante y un escritor marxista independiente. Sería una u otra cosa en distintos periodos, queriendo creer, no sin inocencia pura, cuando era miembro del partido, que podía ser escritor militante e independiente a la vez. La realidad le mostró que no. Debemos decir, sin embargo, que su conducta, pensamiento y literatura, sobre todo su narrativa, donde destacó en especial, no se entiende en su conjunto sin su condición de comunista, y aún más, de comunista crítico. El ejemplo extremo lo representan sus dos novelas mayores (Los días terrenales,1949, y Los errores, 1964), que son una reprobación despiadada de la vida del partido y en particular de los militantes rabiosamente dogmáticos. La crítica más profunda a los comunistas mexicanos no la fundamentaron o retrataron los escritores “burgueses”, sino un ex miembro del PCM.
En agosto de 1949 se publicó en la editorial Stylo una novela, Los días terrenales, y en abril de 1950 se estrenó una obra de teatro, El cuadrante de la soledad, que incendió la polémica dentro de la izquierda, y más, dentro de la izquierda comunista. Sin embargo, Revueltas por ese entonces tenía seis años de no pertenecer al PCM. Había renunciado, luego de trece años de militancia (1930-1943), entre otras razones, como relata en varios artículos –que Andrea Revueltas y Philippe Cheron recogieron en el primer libro de sus Escritos Políticos[ii]—, porque su espíritu crítico lo enfrentaba con el esquematismo y el oportunismo de las dirigencias históricas. En la década de los treinta y principios de los cuarenta Revueltas tuvo profundas diferencias con el comité central del partido por sus estrategias erróneas, el verticalismo jerárquico y el dogmatismo a ultranza, los cuales, en vez de acercar a la clase obrera al partido, la había alejado: primero, de 1929 a 1935, porque la directiva había roto con sus aliados naturales (la pequeña burguesía, la burguesía liberal, el campesino medio), dejando al partido aislado y con menguada capacidad de acción, y después, de 1935 a 1939, por dejar los comunistas la iniciativa al gobierno de izquierda cardenista, y porque la dirigencia, encabezada por Hernán Laborde y Valentín Campa, se había hundido “paulatinamente en el oportunismo y la corrupción, y en la que órganos dirigentes en cada una de sus instancias, a partir de la más alta hacia abajo (sic), eran un semillero de intrigas, fracciones e intereses personales”. Desde entonces hasta su muerte, salvo en el periodo cuando estuvo de nuevo en el PCM (1956-1960), Revueltas consideró que el partido no era –nunca lo fue en sus sesenta y dos años de vida (1919 a 1981)–, [iii] la vanguardia de la clase obrera. Antes de volver a entrar al PCM, luego de doce años difíciles de exclusión, militó en el grupo El Insurgente y en el Partido Popular de Vicente Lombardo Toledano.
En este trabajo queremos ver el ciclo que siguió la novela: el proceso de escritura, los contenidos, la publicación, las primeras críticas positivas, la polémica, la abjuración del autor de la novela, las consecuencias perniciosas que tuvo esta abjuración en su vida, en su literatura y en su pensamiento y, de algún modo, en la conducta y el pensamiento de las izquierdas en los siguientes diez años, y finalmente, la recuperación revueltiana de su conducta y pensamiento libres dentro de la izquierda pero lejos del PCM.
En un momento cuando empezaban a hacer las acusaciones y cargos al estalinismo soviético por sus grandes crímenes (entonces y poco después) Arthur Koestler, Margarete Buber-Neumann, Albert Camus y Ernesto Sabato, entre otros, un mexicano, sin saber mucho de lo que ocurría en otras partes del mundo, realizaba una crítica de la izquierda comunista desde la izquierda comunista. Si bien la crítica de Revueltas estaba dirigida contra los comunistas de nuestro país, y en especial contra miembros del partido comunista mexicano, y los arriba citados señalaban ante todo las atrocidades del estalinismo en la URSS, incluyendo sus gigantescas falsificaciones y deformaciones ideológicas, había, menos en el fondo que en la superficie, en una escala infinitamente menor, una perturbadora coincidencia en conducta, métodos y fines entre ambos partidos.
Guardando las proporciones, la polémica de Revueltas en 1949 y 1950, con el poeta chileno Pablo Neruda, y con dos comunistas amigos de él, Enrique Ramírez y Ramírez y Antonio Rodríguez, prefigura la que tendrían Albert Camus y Jean-Paul Sartre en 1951, una controversia moral e ideológica que sería la gran discusión de las izquierdas en el siglo XX. Si bien, en un principio, los pontífices del comunismo, los inquisidores ideológicos del Bien, parecen triunfar en el debate, muy pronto la historia, sobre todo luego de la muerte de Stalin en 1953 y del XX y del XXII congreso de la URSS, darían la razón a aquellos que creían, por un lado, que los grandes crímenes cometidos por una ideología u otra, llámese nacional socialista, comunista o capitalista, eran igualmente espantosos y despreciables, y, por otro, que el fin no justifica los medios delictivos de estado.
A fines de 1943 Revueltas empieza a escribir Los días terrenales.
Nacimiento de la novela y proceso de escritura
Gracias a unas cartas a su primera esposa y a las libretas de apuntes[iv] que Revueltas escribía, es posible seguir, en pequeños detalles y perfiles, el nacimiento y desarrollo de la novela.
El arranque coincide de hecho con su salida del partido comunista mexicano. Como comunista independiente, ya no lo sujetan los grilletes partidistas y puede escribir con toda libertad, sobre todo de lo que conoce más de cerca: la vida de los camaradas y de los guías del partido. En cartas fechadas el 23, el 26-27 y el 31 de diciembre de 1943 (está de viaje por el Perú[v]), enviadas a su primera mujer, Olivia Peralta, dice que se “halla muy despejado y con gran vigor intelectual”, que ha empezado a escribir la novela. Y con intachable optimismo, añade: “conforme al plan trazado puede resultar realmente una cosa extraordinaria”.
Ha logrado establecer el desarrollo y cree que puede terminarla a mediados de 1944. Calcula que será de 400 o 500 cuartillas. [vi] Le explica la “línea” de la novela, que, como se verá, no es la línea argumental definitiva, la cual no resulta tan ambiciosa. Escribe: “México tiene una intuición sobrenatural para entender su destino. Sin embargo, parece ser un pueblo ciego y es, por otra parte, tremendamente escéptico y fatalista”. Y con una valoración y estima exageradas, que tuvo siempre por la conducta y el destino de los comunistas, observa: “Los comunistas tal vez hayamos sido –o quizá lo continuemos siendo—una fracción equivocada del pueblo mexicano. Pero nuestra vehemencia hacia el bien y el hecho de que representemos una parte de la intuición apasionada, terrible, de México, nos hace ser una de las mejores entidades de su conciencia” (El subrayado es mío). Ya anuncia que sus personajes se desenvolverán “dentro de una trama violenta, dura, llena de luces y sombras”, lo que en efecto así fue, salvo quizá que hubo muchas más sombras que luces.
En la libreta de apuntes que redacta en los años de 1945 y 1946 hay unos renglones sugestivos, los cuales, serán recreados reflexivamente en la novela y despertarán la ira de sus amigos de izquierda: “La vida del hombre es limitada e inútil, individualmente. Sólo actúa y se manifiesta a través de la clase y la sociedad. El hombre no tiene un fin, como la naturaleza no tiene un fin. La conservación del hombre constituye su propia esencia”. Y luego de hacer unas observaciones sobre el hombre despersonalizado, dice que su intención en la novela es expresar todo eso “ a través de la vida cotidiana, común, antiheroica, de hombres vivos y reales, que luchan por dar un significado apersonal a su existencia, así como a través de los que no quieren o no pueden darle ese sentido”.
Por dos esquemas y un croquis de abril de 1945 sabemos que el primer título de la novela fue El árbol de oro. Está tomado de unos versos reflexivos que Goethe pone en boca de Fausto: “Gris es toda teoría y verde es el árbol de oro de la vida”. Un título y un epígrafe que auguraban –sólo auguraban– una novela vitalista.
Como se sabe por sus manuscritos y papeles marginales, Revueltas gustaba de hacer no sólo planes y esquemas de novelas, sino también listas de nombres para que los personajes creados se parecieran o se identificaran naturalmente a los ojos del lector con su nombre o con su nombre y apellido. Por primera vez en el croquis de 1945 aparecen nombres de personajes de la novela: unos, que permanecerán en las páginas (Fidel, Julia, Gregorio, Rebeca), otra, Lucrecia, una prostituta que tendrá una vida bullente en Los errores (1964), y otro, Andrés, que transformado, se convierte en la versión definitiva en Rosendo. Victor y Blanca serán al final Jorge Ramos y su esposa Virginia. En el plan de trabajo, Rebeca y no Julia es la esposa de Fidel Serrano. Como en el caso de los personajes poderosamente vívidosde las ficciones de Juan Rulfo o de Gabriel García Márquez tenemos la impresión de que los revueltianos sólo pudieron ser así y llamarse así. Por el croquis y uno de los planes de trabajo sabemos asimismo que el lugar donde ocurre el primer capítulo (en el plan de trabajo es el segundo) es Acayucan, Veracruz.
Resulta revelador descubrir en estos apuntes unas palabras que dijo Jean Rostand en una entrevista, que Revueltas reproduce, y las cuales servirán de epígrafe definitivo a Los días terrenales (ya no el bello verso de Goethe): “Hay una cierta lógica, una línea que cada uno debe dar a su destino. Yo soporto solamente la desesperanza del espíritu”.
Desde esos años, desde antes, Revueltas buscó distanciarse con claridad del llamado realismo socialista, el arte que sistematizó teóricamente Georg Lukacs, y que sirvió de base estética a los artistas de los países del socialismo burocrático. Un arte basado en un optimismo programado, comprometido en ayudar a la formación de la clase obrera y en enaltecer sus avances y triunfos que juzgaban innegables. Desde una perspectiva distinta o contraria pero con la felicidad y el optimismo como raíz y mensaje, los productos social realistas se parecían a “la fábrica de sueños” hollywoodense de los decenios de los treinta, cuarenta y cincuenta. En sus desmesuradas falsificaciones de la realidad, las estéticas de dos ideologías contrarias se tocaban.
Revueltas creyó encontrar una nueva vía en lo que llamó realismo crítico, como lo muestra un apunte de esos años. Apoyándose en una reflexión de Gorki, escribió que el realismo crítico consistía en crear “tipos literarios”, siguiendo el procedimiento de la abstracción y la combinación, o sea, “primero se destacan los rasgos sobresalientes de un grupo, para combinarlos en un solo personaje, sin traicionar por ello la realidad”. No se daba cuenta, o no quería darse, que ésa es una base técnica para escribir casi cualquier clase de novela y no sólo del realismo crítico: fantástica, policial, de horror, política… Muchos años después, en una entrevista de 1972 pero publicada hasta 1977, un año después de su muerte, daría una definición mucho más precisa: es “un realismo que toma el mundo exterior, el mundo circunstante, para someterlo a una crítica artística, a una depuración de elementos, y así buscar ciertas esencias estéticas”.
El 14 de enero de 1947 escribe a su mujer que está mal de dinero pero trabaja mucho. Se ilusiona diciéndole que la novela estará lista en un mes. En septiembre de ese año escribe a María Teresa Retes, quien será su segunda esposa, que no halla el hilo de la película (de la que está escribiendo el guión) y que en mente tiene “tres o cuatro obras más de teatro”. Y se lamenta respecto a la escritura de la novela: “La pobre debe estar enojada con mi infidelidad, aunque todos los días la acaricio suavemente”.
La segunda libreta de apuntes va de 1947 a 1951. En ella aparece, por segunda vez, el posible título, o mejor dicho, los posibles títulos. Piensa llamarla El ancla terrenal o Los años terrenales. Una cosa es clara: la obsesión por lo telúrico dominó siempre como idea en la narrativa del escritor duranguense. No sólo tituló dos libros de cuentos Dios en la tierra y Dormir en tierra y una novela Los días terrenales, sino quiso aun que el conjunto de su obra de ficción se titulara así: Los días terrenales. Aunque el ateo Revueltas estuviera pegado a los elementos terrenales del planeta, citas, referencias, imágenes, pasajes bíblicos y cristianos, el sentido profundo del sufrimiento y la idea del sacrificio extremo existentes en sus cuentos, novelas y piezas teatrales, lo trasladaban también al otro polo: el cielo católico. Incluso en estos apuntes hallamos una frase que define en sustancia a muchos de sus personajes: “El hombre nació para la santidad, para el sufrimiento horrible de sí mismo”.
En otro apunte posterior vuelve al sentido de libertad dentro del comunismo. Dice que el hombre y la humanidad deben luchar por éste pero sin quitar al hombre su función consciente. Al escribirlo, Revueltas quizá pensaba en la caracterización que realizaba en la novela de Gregorio Saldívar y de Bautista Zamora.
La novela se publica en agosto de 1949. Las reacciones, a favor y en contra, son inmediatas.
Pablo Neruda abre fuego
Si bien la crítica no izquierdista elogia con entusiasmo el libro, las izquierdas, en especial la comunista, rumian lenta pero implacablemente su furia.
El gran poeta chileno Pablo Neruda, después de que el presidente Miguel Alemán y el secretario de Relaciones Exteriores Jaime Torres Bodet, en nombre de la guerra fría, le niegan asilo en enero de 1948, viene a México en septiembre de 1949 a participar en el Congreso de la Paz. Neruda es el primero que abre fuego en su alocución en el Congreso contra el antiguo amigo y camarada. El ataque nos parece desproporcionado, y desde luego, injusto. Revueltas en la novela no impugnaba el comunismo, sino a los fundamentalistas de izquierda, que creen ganar el paraíso marxista erigiéndose en jueces de todo el mundo, principiando por sus compañeros de partido, y dictaminando, desde su falso nicho de pureza y desde sus escuetos esquemas, qué está bien y qué mal y quién está bien y quién mal. La alusión de Neruda a la novela es clara:
“Acabo de leer un libro de José Revueltas. No quiero decir cómo se llama. Para
algunos de los que aquí están, este apellido puede no tener significación. Para mí la
tiene y muy grande. Es el nombre de una dinastía del pensamiento americano, es el
nombre de una familia del pueblo que ha traducido en un alto lenguaje en la pintura en
la literatura y en la música las victoriosas luchas de un pueblo. Y hoy este nombre me
trae, en las páginas de mi antiguo hermano en comunes ideales y combates, la más
dolorosa decepción. Las páginas de su último libro no son suyas. Por las venas de
aquel noble José Revueltas que conocí circula una sangre que no conozco. En ella se
estanca el veneno de una época pasada, con un misticismo destructor que conduce a
la nada y a la muerte”.
En los años cuarenta, cuando Neruda representa a Chile como cónsul general en México (agosto de 1940-agosto de 1943) dos jóvenes muy talentosos, ambos comunistas, José Revueltas y Efraín Huerta, son muy próximos a él. Les lleva diez años. La relación de ambos con Neruda la han relatado con excelente información una hija de José (Andrea) y una hija de Efraín (Raquel) en los números 3 y 18 del antiguo Periódico de Poesía que publicaban la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto de Bellas Artes. El ataque de Neruda, a quien Revueltas veía como un querido y admirado hermano mayor, lo deja paralizado, y aún más, inerme. Su hija Andrea recuerda en el artículo (“Dos intelectuales comunistas”), que cuando su padre oía el nombre de Neruda, guardaba un silencio doloroso. “No profería palabra alguna, acaso un gemido”. En su libro Los Revueltas, Rosaura, en cambio, recuerda que muchos años después José comentó que la crítica de Neruda “lo dañó enormemente”[vii].
Andrea cuenta en su texto que Neruda y José nunca volvieron a encontrarse. No fue así. En 1966, cuando Neruda visita nuestro país por cuarta y última vez, la noche que da el recital en el auditorio de la facultad de Ciencias de la UNAM, hay después una reunión en casa de Javier Wimer. Esa noche Revueltas y el poeta Eduardo Lizalde conversaron largamente con Neruda tratando de convencerlo de que no podía seguir engañándose y engañando, conociendo muy bien como estaba la URSS, y que debía, en base a su gran prestigio, denunciar la existencia criminal de los Gulags, de la persecución sin fondo contra los disidentes, de la falta asfixiante de libertades y de la economía maltrecha de las repúblicas. Neruda escuchaba, me dice Lizalde, no sin cierta aprensión.
En noviembre de 1968 Revueltas es apresado luego de los sucesos de Tlatelolco. Como si actuara de personaje de una de sus novelas de grandes sacrificados por la causa, como si fuera el Gregorio Saldívar del final de Los días terrenales, se declara cristiana y, en un sentido camusiano absurdamente responsable de cuanto delito se incriminaba a los participantes del movimiento estudiantil. Tres meses después, en febrero de 1969, Neruda envía una preciosa y conmovedora carta al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, que después se publica con el título de “Los Revueltas” en el libro Para nacer he nacido, donde habla de Silvestre, de Rosaura y de José y reclama la libertad de éste, porque tiene la seguridad de su inocencia, y “además –apunta–, porque tiene la genialidad de los Revueltas, y también, lo que es muy importante, porque lo queremos muchísimo”. Profundamente emocionado, Revueltas dedica a Neruda una de sus obras maestras, El apando, una novela vertiginosa y cruel, impresa ese mismo año. El abrazo de la reconciliación había llegado muy tarde pero había llegado. Ya no se encontrarían más. El 23 de septiembre de 1973 Neruda muere en condiciones tristísimas[viii]. En octubre de ese año el poeta Óscar Oliva organiza un homenaje a Neruda en el vestíbulo del palacio de Bellas Artes. En unas palabras finales, que son un grito, Revueltas reclama al hermano mayor: “¡Te lo pedimos, te lo lloramos, Pablo Neruda, no descanses en paz!”
Los muros de agua y El luto humano
Pero en 1949 las cosas eran distintas. Si bien Revueltas ya había escrito dos desconsoladoras novelas (Los muros de agua y El luto humano) y una compleja y honda serie de cuentos de marginales y desesperados (Dios en la tierra), es en Los días terrenales donde encuentra su espléndida madurez y se convierte en un gran narrador. En sus dos primeras novelas, sobre todo en Los muros de agua, aparecen personajes comunistas. ¿Por qué las izquierdas mexicanas no protestaron a principios de los cuarenta contra estas novelas que estaban muy lejos de dibujar al héroe positivo y a ensalzar los dominios victoriosos de las masas?
Los muros de agua, su novela inicial, publicada en 1941, tiene como escenario siniestro las Islas Marías, adonde se mandaba a la peor ralea de criminales pero también presos políticos, en especial comunistas. El muy joven Revueltas estuvo dos veces: en 1932 y 1934, es decir, en años cuando el gobierno del general Abelardo Rodríguez mantenía una persecución implacable de comunistas. Si bien no está escrita según los cánones literarios, la breve novela es de tal manera violenta, y en ocasiones tan escalofriante, que apenas se puede seguir leyendo porque falta respiración. Las escasas luces, incluyendo la final[ix], que surgen ante todo por los sacrificios y los actos de solidaridad conmovedores e inesperados de los criminales, no logran iluminar lo suficiente la casa del alma como para equilibrar los continuos hechos que lindan con el horror. En la novela aparecen por primera vez personajes comunistas, o aún más preciso, miembros de las Juventudes Comunistas, pero no están tratados como la viva imagen de la fraternidad y de la pureza, sino como víctimas propiciatorias de un entorno de violencia inicua. Son cinco muchachos (cuatro varones y una mujer), cuyos nombres, salvo Ernesto, tienen ya resonancias religiosas: Marcos, Prudencio, Santos y Rosario. En las Islas, en vez de ser tratados con más estima por su juventud y por su estatus político, son vistos como la encarnación del demonio y tratados como bestias. No sólo entonces, sino por varios sexenios más, los gobiernos príistas, los llamados gobiernos de la revolución mexicana, estigmatizaron como comunista a cualquiera que tuviera ideas de avanzada o apoyara luchas sociales, perteneciera o no al PCM.
La novela
En los meses finales de 1949 y hasta mediados del 1950 Los días terrenales conmocionó a la izquierda mexicana, en especial a los miembros del Partido Comunista.
En 1949, la novela despertó la admiración de algunos críticos, ayunos de fanatismo ideológico, destacando en especial dos poetas y periodistas notables: Salvador Novo y Alí Chumacero. En anotaciones en su diario público del 30 de septiembre y del 2 de octubre, Novo escribe que José le parece la síntesis de sus dos hermanos: con las palabras, pinta como Fermín y compone como Silvestre. El 2 ya la ha terminado. La juzga magnífica y opina que en otro idioma sería un best-seller. Lo deslumbraron tanto los tipos principales como los secundarios: “Gregorio, que abre y cierra el libro en tinieblas; el tuerto Ventura, cíclope tremendo; Fidel, el jesuita del comunismo despiadado; Bandera, la niña muerta; Julia, Epifania, Virginia –tres mujeres antípodas con un común denominador sexual–; ‘Ciudad Juárez’ y los comunistas que salen a fijar propaganda al amanecer…[x]” Por su lado, Chumacero termina su nota diciendo una frase que se ha vuelto ya una cita común: “Por mí sé decir que, después de la lectura de Los días terrenales, me he reafirmado en la creencia de que la novela es, en efecto, una obra de arte”[xi].
En Los días terrenales la prosa de Revueltas se ha vuelto clara y precisa, cambia con habilidad los ritmos narrativos (el primer capítulo tiene la marea y la velocidad verbal de un libro como El apando), las historias, salvo en dos o tres capítulos, fluyen sin tanta digresión, pero ante todo ha creado, ha logrado crear, personajes intensamente representativos, complejos y contradictorios, como Fidel Serrano, el comunista inhumana y detalladamente dogmático, y su contraparte, Gregorio Saldívar, el intelectual comunista crítico. Sin embargo, cerca del final, Fidel se humaniza cuando se abre hasta el fondo del alma con Gregorio y le pide que lo ayude a regresar con su mujer, y Gregorio, a su vez, se fideliza cuando se acuesta con la prostituta de Acayucan sabiendo que contraerá la sífilis y cuando es martirizado en la cárcel: en sus extremos sacrificios cristianos se confunde –se acaba integrando– con su hermano enemigo.
Pero ante todo creo que el personaje de Serrano es lo que erizó los cabellos de nuestros hombres de izquierda. En la novela, Serrano es el hombre que se enorgullece de observar puntualmente los principios comunistas, de creerse, con fe ciega –con una fe que ciega— un justo, un puro, un hombre tan comprometido con la causa que continúa redactando en la máquina de escribir un informe reprobatorio sobre un camarada (Gregorio), mientras su hija Bandera yace muerta en el mismo cuarto, un hombre que no acepta el dinero reunido para el entierro porque un muerto “puede esperar” pero no el periódico Espartaco[xii], órgano de las Juventudes Comunistas, que debe enviarse a provincia y pagarse con ese dinero. Es quien cree que el sentimentalismo no cabe en las tareas revolucionarias y que con tal de conseguir los fines es válido aun utilizar los medios más atroces. Ese justo, ese puro, que es, sin embargo, para otras personas que han convivido con él –como su esposa– “sórdido y por dentro vacío y helado”, “un horrible fariseo del demonio”, “un santo capaz de cometer los más atroces pecados de santidad”, o como para Gregorio, un “seminarista rojo”, alguien que habiendo perdido el alma la ha sustituido políticamente por “un esquema de ecuaciones”, “una máquina sin dudas”, “un fenómeno de deformación, de esquematismo espiritual”. Ese Serrano que solía juzgar a los otros como “pequeños burgueses con desviaciones a la derecha”, como conspiradores (“estás deconspirando”, le reprocha a Bautista Zamora), que despreciaba cualquier arte que no estuviera destinado a las masas, y de quien su camarada Bautista Zamora se horroriza, porque si tuviera el poder en las manos –Bautista está seguro—se convertiría en “una pesadilla inenarrable”.
En una anotación imaginativa, que hubiera encantado a Luigi Pirandello, escrita en dos tarjetitas [xiii] sin fecha, Revueltas habla de la rebelión de los personajes villanos, o sea, de que estos últimos, en un momento determinado, se vuelven contra su creador en la realidad diaria haciéndole la vida imposible. Emblemáticamente era lo que le sucedía entonces y le sucedería por años a causa de su novela y su obra teatral. O dicho con sus propias palabras: “En una obra en exceso contemporánea, el novelista, el dramaturgo no sólo tiene que responder por las ideas y la conducta de sus personajes, sino que ha de hacer frente a una rebelión de los mismos en la vida real. Tales personajes saltan de la escena o se desprenden de las páginas del libro para increpar al autor, para cubrirlo de insultos, para organizar en su contra toda clase de conspiraciones”. Suponemos que escribió estas líneas hacia los primeros meses de 1950, antes del retiro de la navela, porque todavía dice: “Lo grave del caso es que el escritor no debe traicionarse, ni gratuitamente ni porque lo fuercen a ello”. Ningún personaje se rebeló tanto contra él, lo acorraló tanto, lo humilló de tal manera y lo obligó a desdecirse con la cabeza baja en el baile de disfraces de los sacerdotes rojos del Santo Oficio, como Fidel Serrano, quien por cosa de diez años le puso su máscara estalinista al propio Revueltas.
Me parece que hay dos cosas más en la novela que sacaron de quicio al aparato del partido comunista mexicano: una, el dibujo sin concesiones de la miseria moral de los personajes, y la otra, sus críticas al Comité Central, en particular el retrato de Hernán Laborde (Germán Bordes en la novela), antiguo secretario general del PCM.
De una u otra manera, cada personaje, detrás de la pureza de sus sueños o de su trabajo perseverante para alcanzar esos sueños, es detallado en varios pasajes con sus debilidades, sus alevosías, sus ingratitudes y pequeñas atrocidades morales. ¿Quién se salva? Ni siquiera, como en Los muros de agua, existe el saludo último de la fraternidad constructiva, un saludo donde Revueltas parecía decir a sus lectores: “Un comunista es distinto: es una de las reservas morales de la humanidad”. Pero en Los días terrenales las historias están inficionadas de traiciones al amigo queriendo simular que no se hacen, de envidias sin estilo que buscan aniquilar, aun si son camaradas, a los que no piensan como nosotros, de sacrificios extremos y absurdos, de infidelidades conyugales (no hay casi de hecho esposa de los protagonistas más visibles de la novela que no haya sido adúltera o haya buscado serlo). Desde luego no faltan en la novela los personajes revueltianos típicos: prostitutas, lesbianas, sifilíticos, mutilados físicos, no excluyendo empleadillos, opacos burócratas que nos recuerdan a personajes ínfimos de Gogol o Chéjov, o entre nosotros, de Salazar Mallén o, más adelante, de Sergio Galindo.
Pero ciertos miembros del Comité Central del partido, empezando por su secretario general, no eran menos intransigentes y espantosamente puros que Fidel Serrano. Gregorio se decía que no llegaban a comprender, “no por falta de honradez, sino simplemente porque no podían ver las cosas a través del compacto tejido en que estaban envueltos; no podían razonar sino dentro de la aritmética atroz que aplicaban a la vida”. Dos y dos. Siempre e innumerablemente dos y dos, dos y dos. Nada se podía con ellos, a menos que se les sustituyera por seres que no fueran el equivalente a ellos, es decir, algo como piedras o cadáveres.
Evodio Escalante ha demostrado[xiv], en base a detalles en la narración, que la novela sucede a principios de los años treinta y que tiene un fondo vivamente autobiográfico. En ese entonces Hernán Laborde (Germán Bordes) era secretario del PCM. Si bien en sus escritos políticos Revueltas lo había tratado sin ninguna conmiseración, en la novela es más condescendiente, aunque termina describiéndolo como un ser deshumanizado, sin sentimientos y menos sentimentalismos, un actor político que actúa muy bien su personaje ante sus correligionarios en sus puestas en escenas de todos los días.
De 1928 a 1935 fueron algunos de los peores años en la historia de los miembros del partido comunista mexicano debido ante todo a la política detalladamente equivocada que dictaba la cúpula: persecuciones, exilios, cárcel, asesinatos. Presionado por las decisiones internacionales del Comintern en 1928, se decide en México no pactar en nada con la burguesía y buscar que el partido asuma del todo la integración de las masas campesinas y obreras. De eso habla Germán Bordes en el denso capítulo VIII en casa del arquitecto Jorge Ramos (“con voz filosa, de navaja, sin ningún matiz de afecto”), cuando refiere en su discurso ilusorio que la burguesía del país ha claudicado y es tarea del partido comunista “formar un bloque campesino, bajo la dirección del proletariado”, para que los campesinos tomen la tierra y los obreros las fábricas. Asimismo, en otra parte del discurso, se refiere al oportunismo de derecha dentro del partido una tendencia que significa no creer “en la claudicación de la burguesía, y suponerle aún reservas revolucionarias, al grado de creer posible, y hasta necesario, un entendimiento con ella, so capa de realizar las aspiraciones de la Revolución Democrática”. La alusión es clara en la novela a Gregorio Saldívar y, por extensión, en la vida real a lo que pensaba y combatía el entonces muy joven José Revueltas. Visto por Bordes, Gregorio Saldívar es un izquierdista desesperado, un anarcoide, un pequeño burgués irresimisible.
Contra el blanco fijo de Hernán Laborde[xv] y Valentín Campa, Revueltas enderezará en particular sus flechas emponzoñadas en sus escritos políticos de fines de los años treinta y principio de los cuarenta.
Pero Revueltas no imaginaba ni en sus peores pesadillas lo que ocurriría en 1949 y 1950, y cómo esa crítica, se volvería contra él como un afilado boomerang.
La polémica y los trastos rotos
Dos artículos en especial conmocionaron en 1950 a Revueltas: uno, el de Enrique Ramírez y Ramírez, “Sobre una literatura de extravío”, que aparece el 26 de abril de 1950, y el otro, del luso-mexicano Antonio Rodríguez, del 8 de junio de 1950. Entre ambos artículos, el 28 de mayo, se publica una magnífica entrevista de Díaz Ruanova con Revueltas, donde éste responde con lucidez y hondura lo que en verdad pensaba.
Al margen del largo texto de su amigo y camarada Ramírez y Ramírez, Revueltas escribió unas notas de contestación que sólo se publicaron después de su muerte, en las que reconoce algunas observaciones críticas pero descalifica otras y descalifica en momentos al mismo Ramírez y Ramírez como calumniador o se mofa de sus opiniones y consideraciones. Como dicen Andrea Revueltas y Philippe Cheron en las notas finales de Cuestionamientos e intenciones: “En unos casos estas notas muestran que Revueltas estaba en abierta contradicción con la crítica que se le estaba haciendo; sin embargo, posteriormente, como su Esquema lo demuestra, abandonó sus posiciones.” Resumamos en una palabra: abjuró.
Si bien en momentos la crítica de Ramírez y Ramírez es confusa y marxistamente pretensiosa, hay otros aspectos, al menos dos, que hubieran podido suscitar un buen debate, como el párrafo donde le reprocha filosofar “con insistencia, con monotonía”, “filosofar sobre todo y a propósito de todo”, y por haber hecho “no un tratado, pero sí un libelo filosófico, o filosofante, para decirlo con más propiedad” (quizá Ramírez y Ramírez no sabía bien a bien lo que es una novela de tesis). Y lo anula, quiere anularlo, diciendo que desde las primeras líneas se siente que el novelista ha sido sustituido del todo por el predicador.
El otro párrafo es aquel donde Ramírez y Ramírez, tomando unas líneas del capítulo VIII –en el que el novelista habla de que el hombre se inventa absolutos (Dios, justicia, libertad, amor) porque necesita asideros para defenderse del infinito y porque teme descubrir su “inutilidad intrínseca”–, cree encontrar la “concepción central de la filosofía de Revueltas”. El articulista reprueba que Revueltas vea al hombre como un ser inútil, sin ninguna razón ni fin de vivir y a quien debe preparársele para no conocer la felicidad.
En la espléndida entrevista del 20 de mayo de ese 1950 Revueltas busca hacer su defensa y responde lo que en verdad pensaba, opiniones que luego reprimió o negó durante el siguiente decenio y que terminaría retomándolas a principios de los sesenta. En la entrevista toca varios asuntos fundamentales, que con sus vaivenes, seguirá debatiendo en las siguientes décadas: la literatura positiva y negativa, la literatura comprometida, el realismo crítico, las izquierdas, la real o supuesta influencia del existencialismo en su narrativa y la real o supuesta influencia de Sartre en su narrativa y en su teatro.
Uno de los rasgos característicos de la crítica literaria en occidente durante el siglo XX fue su alejamiento del criterio ético como argumento para juzgar si era bueno o no un libro; prevaleció el juicio estético. Sin embargo, eso no ocurría en los países del socialismo burocrático, donde se impuso desde las cúpulas un arte positivo que estuviera al alcance de las masas. Las asociaciones de escritores cumplían muchas veces un papel inquisitorial o censor que hacían pagar caros a los herejes las desviaciones y los desafíos. No quedó allí: los partidos comunistas occidentales, que seguían la línea rusa, tenían también, siguiendo el modelo, su tribunal sagrado. El partido comunista mexicano no era una excepción.
Revueltas logró algún tiempo marcar distancias con el partido y con izquierdistas fundamentalistas sin partido. No se trataba en las novelas o los cuentos de resolver los problemas, sino de presentarlos o plantearlos, ni tampoco se trataba de escribir literatura positiva o negativa, sino buena literatura. El artista, respondía a Osvaldo Díaz Ruanova, ”no puede ir más allá de la denuncia o la protesta”. Es una utopía creer que pueden darse las claves al hombre. Eso –agrega– no lo han entendido las izquierdas, que califican las obras de positivas y negativas sin comprender ni ahondar que el Bien y el Mal conviven de manera compleja en el hombre. Puede aspirarse a hacer el bien, como Fidel Serrano, y terminar haciendo el mal.
En la novela, dice en otra contestación, que es una verdad a medias, no quiso hacer la crítica a la moral del partido comunista mexicano, sino “única y exclusivamente retratar la condición del hombre”.
Niega asimismo en otra respuesta ser un existencialista y un heterodoxo del marxismo y se reconoce sólo como “un fruto de México”, país fascinante, monstruoso y contradictorio. Desde luego no admite, como se ha venido escribiendo, la influencia de Sartre, quien es sólo “un dramaturgo chapucero, un autor habilidoso que traiciona a sus mejores personajes para justificar una situación”.
La cosa estaba lejos de terminar allí.
El 8 de junio, el crítico de arte comunista luso-mexicano Antonio Rodríguez, con su seudónimo de Juan Almagre, publica su crítica contra El cuadrante de la soledad (donde en momentos se detiene asimismo en Los días terrenales). La nota la leemos ahora con incomodidad por los insultos desproporcionados y su violenta injusticia. Rodríguez acusa a “Pepe” de buscar que se crea que el partido comunista “rebaja y aniquila la dignidad humana”, de parapetarse detrás de un pasado con el cual ya rompió del todo, de haber ganado en brillantez literaria pero perdido en profundidad filosófica y social, y de lograr (acaso citaba indirectamente lo dicho por Neruda) que el apellido de los Revueltas y el pueblo ya no sean uno. El cuadrante de la soledad es una gran obra, según su juicio de valor, pero Los días terrenales son aburridísimos. En la línea final concluye que él, que si cree en el hombre, se avergüenza de su amistad.
El cuadrante de la soledad se había estrenado en febrero de 1950, en el antiguo teatro Arbeu, con un elenco de primer orden: Rosaura Revueltas (hermana de José), Virginia Manzano, Prudencia Griffel, Silvia Pinal, José Solé, Rafael Banquells, Manolo Calvo. La escenografía fue de Diego Rivera y la dirección de Ignacio Retes. A decir del poeta y director de teatro Ignacio Hernández en el prólogo a las piezas dramáticas de Revueltas, El cuadrante de la soledad ( y otras obras de teatro), fue la “primera obra de autor nacional que llegó a las cien representaciones”. Podía haber durado más pero Revueltas, ante el viento de flechas envenenadas, se dobló.
¿Pero Rodríguez estaba en lo cierto cuando enaltecía el Cuadrante de la Soledad y liquidaba Los días terrenales como “aburridísimos”? Desde hace lustros la crítica considera la novela, no sólo como una pieza mayor de Revueltas, sino una de las grandes novelas mexicanas del siglo XX; el Cuadrante, en cambio, ha tenido una escasa resonancia posterior. Debo aclarar que sólo he leído (no visto) la obra teatral, pero no siento, pese al tema de estercolero, un gran vigor dramático. Como en general en sus novelas, Revueltas deja cuadros o escenas que no necesariamente siguen una secuencia posterior, no siendo esto, de ningún modo, un elogio. Pongamos, al menos, un ejemplo en la novela y en la obra teatral. Si el crítico de arte Jorge Ramos y su esposa Virginia tienen una presencia vehemente en el que es quizá el capítulo más denso de Los días terrenales, salvo alguna mención, no se vuelve a saber de su vida y su destino. En el Cuadrante de la soledad tenemos la impresión de que el suicidio al final del joven Eduardo no encuentra un antecedente o una señal a lo largo de la obra que justifique tal acto extremo.
Antonio Rodríguez había dicho que en el Cuadrante Revueltas halló su madurez literaria pero que no se cansó de degradar, como Sartre, al hombre, y de retratar, no a los obreros en las fábricas, sino la vida en las calles “donde vegeta el lumpenproletariat”, es decir, en este caso, el dibujo inmundo de la vida diaria en la calle de la Soledad, y más específicamente, en un ínfimo hotel de paso y en un café de chinos donde corre la droga al por menor. En vez de héroes positivos y de grabar un mensaje de luz para la clase obrera, según el criterio de Rodríguez, el descastado amigo había dibujado sólo personajes ínfimos y repugnantes y un recado de desconsuelo. ¿Qué héroes positivos podían ser, según este punto de vista, pequeños traficantes de droga, policías cómplices de una mafia ruin y menor, una pobre dueña de hotel que ha vendido su alma al demonio por un joven amante –un raterillo de barrio—que la utiliza y la explota, un vejestorio de ramera que es capaz sin embargo de detalles de ternura, una bella estudiante con alma de prostituta –una joya indecente—que se acuesta con su profesor casado quien es visto en el colegio como ejemplo de probidad, el padre de la estudiante y el rector del colegio que, para guardar las formas, hacen un juego cómplice porque también son terriblemente culpables, y, en fin, un muchacho sin carácter que acaba siendo víctima de todos. Un mundo sin salidas donde, como dice el autor al final (lo que despierta desde luego la cólera de Rodríguez): No amanecerá nunca. Un mundo donde todos, a su manera, buscan salvarse y crear sus sueños, pero que en la superficie o en el fondo se saben predestinados para el infortunio, saben que han nacido sucios y que son peleles de una mano que los señalará y los conducirá a un paraíso negativo donde sólo son reales la cárcel, el cuarto de tortura, el hospital psiquiátrico y el cementerio.
Más que una crítica literaria (de literatura parecía saber muy poco), Rodríguez hizo en sus notas, como el mismo Ramírez y Ramírez, una lectura política, y aún más que política, partidista, que él quiso llamar moral.
Seis años después, en su Teatro Mexicano del siglo XX, el dramaturgo Celestino Gorostiza, quien sabía de lo que hablaba, escribió: “Técnicamente ambiciosa, esta pieza alcanzó un éxito halagüeño, y si no puede considerarse como una obra totalmente lograda, sí marcó rumbos y posibilidades que autores de cuño más reciente han utilizado provechosamente”. Esos autores a quien se influyó, según Ignacio Hernández en el prólogo, fueron Sergio Magaña (Los signos del zodiaco) y Héctor Azar (Olímpica).
En un tono moderado Revueltas contesta a Rodríguez el 11 de junio. Empieza por subrayar los múltiples y graves malentendidos que se han suscitado sobre su labor literaria. Todos han venido de compañeros de lucha. Él quería dejar para un momento más apropiado su respuesta y abrir un debate teórico pero la violencia de la nota lo obligó a adelantarse. “En efecto, nadie como tú ha procedido con mayor violencia, mayor injusticia y mayor encono”. Puntualiza que él no necesita avergonzarse de la amistad de Rodríguez para responderle calumnias tales como la de que él (Revueltas) buscaba demostrar “que el partido del proletariado rebaja y aniquila la dignidad humana” y de que había roto en definitiva con su pasado revolucionario. Ni una cosa ni otra: no pertenece al PCM pero se sigue considerando comunista, cree en el partido del proletariado y “en el triunfo mundial del socialismo y del comunismo” y ama y defiende a la URSS y nunca ha renegado de su pasado revolucionario ni lo hará.
En un tono más templado, Rodríguez vuelve a contestar el 14 de junio en El Nacional. Insiste en el divorcio que existe entre “Pepe” y sus libros, en el dibujo feroz que el novelista hace del partido de la clase obrera como un basurero moral, de que la obra revueltiana es la negación de los principios del PCM, de que él (Rodríguez) y sus compañeros del partido sí confían en el hombre, mientras José no. Y Rodríguez termina su crítica con frases dignas de poner en boca de Fidel Serrano en páginas de Los días terrenales: “Pero no te queremos tenerte a medias. A ti mismo no conviene servir a dos amos. Además, no se puede. Nadie ha logrado hacerlo durante mucho tiempo”.
Pero el mal ya estaba desde poco antes hecho. Un día después Revueltas escribe una carta de retractación que se publica el 16 y el 20 de junio en varios periódicos: El Nacional, El Popular y Foro de Excélsior, donde informa que ha decidido sacar de circulación Los días terrenales[xvi] y ha pedido que se retire de escena El cuadrante de la soledad. Esa carta y las sucesivas autocríticas que hizo a lo largo de la siguiente década no dejan de leerse con incomodidad, con una ligera angustia, pero ante todo con mucha pena, en especial cuando vemos en frío el perjuicio y el menoscabo que se hizo a la literatura mexicana, que se hizo a un hombre y que se hizo él mismo. Ya desde principios de junio lo habían convencido Vicente Lombardo Toledano y Enrique Ramírez y Ramírez en una discusión en la que supuestamente se revisó su trabajo (así lo dice creyéndolo del todo) “a la luz del pensamiento más avanzado de nuestro tiempo, el pensamiento crítico por excelencia, que es el de los grandes maestros universales del marxismo, y de cotejar mi producción literaria con las enseñanzas y los anuncios de la realidad”. Quizá ni Revueltas ni nadie, en la izquierda o no, pensaba en esos días en la posterior conversión de ambos críticos: Lombardo Toledano, una de las grandes inteligencias del siglo, se volvería el líder de un partido de oposición domesticada, de una oposición sin color ni sabor, el Partido Popular Socialista, que servía de cómplice a las estafas electorales del PRI, y Ramírez y Ramírez a su vez sería director de un diario oficial (El Día) e ideólogo priísta.
Sintiéndose solo y sin defensas, vejado y abandonado por amigos que poco antes no dejaban de buscar su compañía, Revueltas baja la cabeza.
La penosa década de los cincuenta
Viene la penosa y espinosa década de los cincuenta. A partir de la decisión de suspender las representaciones de El cuadrante de la soledad y la solicitud al editor para que retire Los días terrenales, da la impresión de que empieza en Revueltas una terrible batalla consigo mismo para modificar sus ideas políticas y estéticas, es decir, de autoengañarse para poder engañar a los otros. Una de las tareas lesivas y nocivas que se impuso, quizá sin tener gran conciencia, fue la negación sistemática de los valores de su novela
El 27 de noviembre de 1953, en una conferencia titulada “Teatro, hombre y sociedad”, recuerda en unos párrafos que cuatro años atrás había publicado “un libro irracional, negativo y desmoralizador”, donde los protagonistas tipos eran “gentes de las cuales nadie tiene la menor necesidad social o política, ni en México ni en ninguna parte del mundo”. En la novela distorsionó la verdad, su contenido era idealizante y tenía “tendencias teóricamente reaccionarias”. Y concluía de manera lapidaria: “Confieso sin pena alguna que me siento satisfecho del justo y merecido olvido a que condené ese libro”.
En pocas palabras ahora vindicaba lo positivo contra lo negativo, el realismo socialista contra el realismo crítico y los designios del partido (al que quería volver) contra la libertad creadora.
Un mes y medio más tarde, el 10 de enero de 1954, declara en una entrevista: “Cuando yo he retirado (sic) de la circulación un libro mío, por considerarlo inconveniente, inadecuado y desmoralizador, lo he hecho en justicia por considerar que la literatura en sí misma (…) es totalmente inútil”.
¿Qué es lo nuevo en esta declaración? Algo que comenzaba en él a volverse un conflicto íntimo profundo: su vuelta al partido comunista mexicano. Ya no recomienda ni busca ser un escritor comunista independiente; ahora señala que el escritor “debe militar en los partidos, ayudar en los sindicatos y ser, en suma –sin que esto implique apartarse de sus tareas literarias—un trabajador social”. Añade que no ha publicado otro libro, porque está en periodo de revisión y reconstrucción de sí mismo.
Un año y un mes después, en febrero-marzo, en su carta de reingreso al PCM, al hablar del escritor comunista, se critica lanzándose dolorosamente una a una las flechas de San Sebastián:
“Mis años de contradicciones políticas y de confusión, a partir de mi ausencia del
partido, podrán explicarles, mejor que cualquier cosa, el por qué de las deformaciones
teóricas, las inexactitudes y el cuadro de la vida, distorsionado y negativo, que pinto en
Los días terrenales. Por otra parte, este es un libro muerto, y yo me encargué, por los
demás de conducirlo al cementerio”.
En febrero de 1956, en su declaración política de reingreso al PCM, vuelve hacer una doble autocrítica: como militante y como escritor. Recuerda su salida del partido en 1943 y subraya que las diferencias se debieron ante todo a que él y un grupo de amigos creían que el PCM no representaba la vanguardia de la clase obrera pero que los métodos y las vías para hacer la crítica dentro del partido habían sido equivocados.
Se defiende tajantemente de la crítica negativa aparecida en 1950 en La voz de México, órgano periodístico del partido comunista, de que el contenido de Los muros de agua y El luto humano es “profundamente reaccionario y decadente” y apegado al existencialismo pero acepta que estuvo equivocado el concepto del cual partió para escribir Los días terrenales:
Los días terrenales parten de una consideración negativa, antidialéctica, antimarxista,
que es la de considerar al hombre como un ser sin finalidad alguna sobre la tierra. Los
días terrenales juzgan al hombre valiéndose de la misma medida con que se juzgan los
demás fenómenos, como si el hombre fuera una entidad inconsciente. Aquí radica el
error básico, mecanicista, que me hizo caer de lleno en una filosofía reaccionaria y
pintar un mundo falso, de seres abyectos, deshumanizados, extravagantes, enfermos
moral y físicamente, para quienes no hay ninguna salida fuera del suicidio. Es lógico
que una novela semejante no tenga otro resultado que un efecto desmoralizador y que
no tienda –de igual modo que la literatura decadente actual, que es inspirada por el
imperialismo y sufragada por él– sino a desarmar al proletariado, calumniar a los
comunistas y a predicar la disolución y quiebra de todos los valores”
Como se ve, Revueltas, pierde el sentido de las proporciones y da un exagerado poder de destrucción a su novela. Sólo faltó en su declaración enfatizar de que, si no la retiraba, podría haber servido instrumento para una Tercera Guerra Mundial, porque los imperialistas estadounidenses hallarían en sus páginas la debilidad abyecta de los comunistas.
No sólo en su vida fue su peor decenio, lo fue también literariamente. Publica dos novelas breves: en 1956, En algún valle de lágrimas, y en 1957, Los motivos de Caín. Correctamente escritas, las novelas conservan personajes y temas revueltianos, pero los personajes carecen de las complejidades en ideas, sentimientos y emociones de las anteriores, y salvo fragmentos o páginas, no existen las atmósferas densas, los pasajes poderosos, y en momentos, turbadores o escalofriantes, de novelas anteriores. Por una parte, es probable que los años solitarios y arduos en que ha dejado casi de escribir, que lo llenaron de confusión y de sentimientos de culpa, le hayan hecho perder confianza en su habilidad y fuerza narrativas, y por otra, que la autocensura política lo haya limitado sustancialmente. Ambas novelas, si no es por el autor de que se trata, estarían en el cementerio de los libros sin nombre.
La publicación de la primera novela en las ediciones artesanales de Los Presentes, que editaba Juan José Arreola, coincide con su reingreso al PCM, pero se redactó antes. Por las notas, al final del libro, sabemos que una primera versión estaba terminada en octubre de 1954 y que el autor había pensado en varios títulos antes del definitivo. Sin duda los títulos no son muy afortunados pero tienen que ver con contenidos de la novela: Los gatos (don Braulio), El hombre de los gatos, Los orines del bien, Retrato de un hombre bueno y El trono de la virtud. Tal vez el que mejor resuma el contenido de la novela, en un sentido irónico, sea el penúltimo. En el primer título aparece el nombre del personaje central pero ya en la versión definitiva de la novela, el casero –el personaje central– no tiene nombre, como si Revueltas, dibujándolo insignificante, hubiera querido borrar su identidad y volverlo cero, nada, nadie.
El casero es un solterón, un pobre diablo de unos cincuenta años, que alquila cuartos y departamentos, y que por cobrar unos diez o doce días después y donar aquí y allá cien monedas mensuales, se siente y se piensa un hombre bueno. Pero detrás de ese menudo autoengaño, no es sino un pequeño miserable, racista, clasista, misógino, un cicatero incapaz de comprarle ni siquiera un buen ataúd a la ama de llave que le ha servido largos años con fidelidad, un hombre que ejerce la crueldad innecesaria, que llega hasta una matanza de gatos recién nacidos, con animales indefensos. Como en novelas y piezas de teatro anteriores, hay personajes que quedan como hilos sueltos en la trama, como el del abogado defraudador o el de la prometida. Asimismo tenemos la convicción de que ayudan muy poco al brillo de su obra narrativa los pasajes que muestran la afición escatológica de Revueltas, en este caso, el apego del casero a los mingitorios y el WC. Dentro de una novela que nunca acaba de levantar el vuelo, apenas realzaríamos las páginas sobre los castigos en la vieja escuela de infancia que nos hicieron sentirlos en carne propia y el pasaje grotesco cuando la prometida va a su casa y él hace un teatro mediocre para no casarse con ella.
Un año después publica Los motivos de Caín. Quizá porque contiene todos los perfiles característicos de una novela del realismo socialista, se imprime en el Fondo de Cultura Popular, la editorial del partido comunista mexicano[xvii]. En ninguna de sus novelas políticas es tan claro el compromiso militante y tan endeble el resultado estético. Está pintada en blanco y negro. Se tiene como escenario de fondo la guerra de Corea, calles pobres de Tijuana y la calle Carmelita en el barrio del Hoyo en Los Ángeles, California. El protagonista central es un sargento de origen mexicano, Jack Mendoza, quien luego de una experiencia minuciosamente dura con un joven comunista norcoreano, quien fue hecho prisionero en un campo de espigas del país asiático, decide desertar. El espía preso resulta tener antecedentes mexicanos (su familia vivió en Culiacán), pero por diversas razones ha vuelto a su país, donde decide luchar por la causa del comunismo. El sargento Mendoza tenía asimismo en los Estados Unidos antecedentes de fuerte sindicalismo comunista (un pasado que en la novela parecía desconocer el ejército estadounidense –algo escasamente creíble para el lector–).
El prisionero es detalladamente torturado por soldados estadounidenses pero no confiesa nada. A lo más dice su nombre, o lo que en un principio, los torturadores suponen su nombre: Kim. Pero Kim, descubren pronto, resulta ser asimismo las siglas rusas de la Internacional Juvenil Comunista. Los soldados torturadores llaman a Jack para que lo interrogue. Empieza éste a hablarle en español. El muchacho se conmueve.
La palabra comunista en casi todos los idiomas se corresponde en su fonética.. En una de las partes del diálogo Revueltas, en un error elemental como escritor, hace que diga el joven espía en cinco líneas y media cuatro veces la palabra comunista y que aun lance vivas a China Rusia y a Corea, y se declare orgullosamente comunista, pero esto supuestamente no es entendido por los soldados, sino sólo por una testigo del ejército, una doctora de nombre Jéssica, una gorda ninfómana, que descubre el doble juego de Mendoza. La doctora gorda (ya se ha quedado sola con Jack) hace que ambos torturen al muchacho bajo la amenaza de denunciarlo. El final es grotesco hasta la irrisión. Erotizada por la tortura (cada uno jala de un testículo al joven norcoreano), la gorda ninfómana apremia con desesperación a Jack para que la posea allí mismo. Jack, que ha perdido toda voluntad, acepta con la condición de que mate al espía para que ya no siga sufriendo y para que (esto no lo dice) no acabe de soltar toda la sopa. Es una novela en blanco y negro: de un lado, los comunistas son los buenos, los perseguidos que quieren ayudar a los perseguidos y las víctimas propiciatorias de una potencia imperial. En estas páginas encarnan en el sargento desertor Jack Mendoza, en el joven espía norcoreano y en Bob y Marjorie, amigos mexicanos de Jack, simpatizantes comunistas, que habitan en el barrio del Hoyo en Los Ángeles y que lo ayudan a cruzar la frontera estadounidense y pasar a Tijuana; del otro lado, como encarnación del Mal, están soldados y grupos furiosamente racistas y anticomunistas estadounidenses. Es una novela que por el tema merecía mayor complejidad humana y política. Una lástima: parece escrita más para el aplauso y la palmada en el hombro de los camaradas del partido que para un lector mínimamente crítico. En ese 1957 los miembros del tribunal del Santo Oficio del partido comunista mexicano podían frotarse las manos de gusto y dormir con tranquilidad. La oveja negra, la oveja descarriada, había vuelto al redil y pastaba de nuevo pero ahora con mansedumbre.
La nueva ruptura y los años críticos
Pero al final de la década todo cambió. Rompe de nuevo y en definitiva con el Partido Comunista Mexicano en 1960, funda con un grupo de jóvenes intelectuales la Liga Leninista Espartaco, y publica varios libros: uno de cuentos Dormir en tierra (1960), donde se hallan algunos de los mejores cuentos de la literatura mexicana, uno de ensayos políticos, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1961), donde discute la historia de la izquierda mexicana y en especial el partido comunista, y una novela extraordinaria, Los errores (1964), donde deja caer un ácido corrosivo sobre la ortodoxia y las paranoias de miembros del PCM. Revueltas ha regresado a la vía correcta. Ya no la abandonaría.
Un texto definitivo para observar la recuperación de su pensamiento fue el formulario que responde por escrito al investigador argentino-mexicano Luis Mario Schneider en 1962. Empieza con un ajuste de cuentas con sus ex camaradas del PCM y del Partido Popular, entre otros, con los tres que lo quemaron vivo en 1950 en la hoguera pública y quemaron simbólicamente Los días terrenales: Antonio Rodríguez, Enrique Ramírez y Ramírez y Vicente Lombardo Toledano.
Contra Rodríguez la emprende diciendo que escribió “en el mismo lenguaje convulso y escandalizado de aquellos fanáticos clérigos de partido” y cita frases del crítico mostrando su saña dogmática y su odio a lo diverso. A diferencia de lo dicho en 1950, subraya ahora que el paralelismo con Jean Paul Sartre lo honra, y acomete contra “el estalinismo dogmático de los burócratas y arribistas” y en particular contra Rodríguez por revolverse “enloquecido y rabioso” contra él y Sartre.
De Ramírez y Ramírez reconoce que su crítica, a pesar de las diferencias políticas, fue hecha desde “mi campo marxista” y se trató de la única seria y justa. Sin embargo aclara que ni él ni Ramírez estaban en ese tiempo en condiciones de entender a fondo y del todo el problema. ¿Cuál era la raíz del problema? “Los comunistas de Los días terrenales no eran comunistas verdaderos porque en México no existía un verdadero Partido Comunista”.
Años más tarde volaría también la cabeza a Ramírez y Ramírez. En una entrevista concedida a Adolfo A. Ortega en 1972 pero publicada en la revista Siempre! hasta 1977, un año después de su muerte, invalida la antigua crítica de Ramírez porque no era literaria sino ideológica.
De Lombardo Toledano habla con dura decepción, tanto por su crítica como por su posterior giro ideológico. Sobre lo primero dice que las premisas para que naciera un partido marxista-leninista debían buscarse “en el terreno de la realidad ideológica del país, en el terreno de la lucha de clases”, y no en la literatura, como parece que le dijo Lombardo en una conversación. En cuanto a lo segundo, sugiere desilusionado: “Y ya vimos de qué modo nos equivocamos los dos –cuando yo militaba en la tendencia encabezada por Ramírez y Ramírez—al creer que Vicente Lombardo Toledano podría encarnar las premisas de dicho partido”.
Da la impresión de que ya en los sesenta Revueltas se ha curado del todo de la difícil y larga enfermedad y su mente ha recobrado su penetrante lucidez. Revueltas ha vuelto a ser el verdadero Revueltas. Sigue siendo marxista pero crítico y ya no se reconoce en nada con los “sacerdotes del templo” del PCM. Después de negarla no tres veces sino muchas, vuelve a hacer suya íntimamente la novela sacrílega.
Revueltas niega asimismo de manera rotunda que en sus novelas, en especial en Los días terrenales, se haya vuelto contra el comunismo ni contra los preceptos del partido, sino contra las falsificaciones e imposturas del PCM, y reacciona con ironía rabiosa contra “la monstruosa falsificación de la estética del materialismo dialéctico,” es decir, contra el realismo socialista, con sus ingredientes de “alegría, optimismo, puritanismo, fe, buenos sentimientos, esperanza, héroe positivo, medallas, condecoraciones, rosicleres y todo el resto de quincallería subjetiva y pragmática del estalinismo en materia de arte”.
En 1967, en el prólogo a su Obra literaria (donde, luego de 17 años, incorpora de nuevo Los días terrenales), se queja, con algún resentimiento amargo, de ser, como Sartre, mal leído. Recuerda el retiro de la novela: “Cometí esa dolorosa injusticia, de la que no me arrepiento, bajo la violenta presión de una crítica plagada de deformaciones, de equívocos deliberados y de rabiosos ataques, provenientes todos ellos de la izquierda”. Se trataba, como en otros casos ilustres o de poca fama, de regalarlo “a los adversarios del marxismo y de la URSS” con la intención de acabarlo de pulverizar. Pero él, si bien era un escritor aislado, no era un débil. A causa de que sus libros estaban en “el Index de las obras prohibidas por el Santo Oficio estalinista y dogmático”, siguió con los años siendo mal y poco leído. Y concluía con desaliento que los escritores marxistas independientes parecían estar sentenciados a la incomunicación.
Por cierto, en una entrevista en el periódico El Día de diciembre de 1967, vuelve el fantasma del personaje de Fidel Serrano que tanto lo persiguió ideológica y literariamente. Pero ahora lo ve como cualquier lector crítico que conoce a esta fauna abundante que se halla en las filas de la izquierdas latinoamericanas. “Fidel representa el prototipo del dogmático para quien el marxismo es una religión precisamente y no un método de conocimiento. Fidel es un fanático, un cura rojo. El cree que está haciendo el gran sacrificio lastimándose a sí mismo”. Son esos hombres para quienes es más importante la abnegación que la inteligencia.
Las consecuencias de su participación en el movimiento estudiantil de 1968 representaron para él una gran herida y una deslumbrante reivindicación: por un lado, un encarcelamiento injusto y erróneo por más de dos años que minaron su salud pero que le permitió realizar en su celda un arduo trabajo intelectual, y por el otro, una amplia y justa revalorización de su pensamiento crítico, de su conducta política y de su fascinante e intrincada obra literaria por la intelligentzia mexicana y por un amplio público lector. Los jóvenes de entonces empezamos a verlo como un maestro y un modelo de cómo debe ser un artista de izquierda. Luego de su salida de la cárcel en 1971, donde llegaba lo seguían los jóvenes. Pero quizá Revueltas no estaba demasiado preparado para eso.
En el prólogo a la edición crítica de Los días terrenales, escrito en octubre de 1995, un texto inteligente y objetivo y a la vez conmovedor, Andrea Revueltas hace notar muy bien que su padre “fuerte y frágil, esperanzado y desesperanzado, era una conciencia desgarrada”. Sí, y añadiríamos aun: una conciencia que vivió en colisión continua ante los hechos de los que fue testigo y a veces testigo y parte desde los años treinta hasta su muerte en 1976. Su militancia lo hizo a participar en huelgas y en organización de sindicatos. Eso lo llevó, al menos cuatro veces en su vida, a padecer la cárcel, la cual muy lejos estuvo de ser un paraíso, pero que le permitió escribir, en base a sus experiencias en los penales, novelas terribles y alucinantes, como Los muros de agua y El apando, y algunos cuentos sumamente dolorosos como “El quebranto” o de una intensidad grotescamente angustiosa como “Hegel y yo”. Los fantasmas y demonios que conoció en sus temporadas en el infierno de las prisiones mexicanas lo acosaban de pronto con ferocidad. Su hija rememora “que con frecuencia soñaba gritando, defendiéndose de algo o de alguien”.
A menudo en su lucha Revueltas sintió el aislamiento y la incomunicación. Dos hechos en especial, precisa Andrea, le causaron una decepción amarga: no poder publicar en vida sus escritos políticos y la falta de interlocutores de altura.
Cinco años después de su muerte se fundó el Partido Socialista Unificado Mexicano (PSUM), que unía “cinco tendencias y partidos políticos entre los cuales el más importante, y con mucho el mayor, era el Partido Comunista Mexicano” (La izquierda mexicana a través del siglo XX, Barry Carr). Hubiera sido muy interesante saber la posición y el juicio del Gran Testigo al ver que su antiguo partido se alejaba de la URSS y se europeizaba, o al menos, ésa fue la primera intención. Mucho más hubiera sido saber su juicio sobre el desmoronamiento de los regímenes socialista burocrática de la Europa y del Este y la caída, como castillo de naipes, de la Unión Soviética.
Luchó por cambiar el mundo pero en el fondo parece no haber creído demasiado en ese cambio, quizá porque nunca acabó de creer del todo en el hombre ni en sí mismo. Esto lo hizo escribir una de sus frases más terribles y desconsoladoras –tómese en cuenta que la decía alguien que reflexionó tanto y tan profundamente sobre la vida y el destino del hombre y que padeció prisiones porque supuso que podía darse el cambio político y social en el planeta–. Con esa frase permítaseme terminar estas páginas: “¿Fe en el hombre? Quizás no pueda contestarse afirmativamente”.
[i] Otras veces dijo que ingresó en 1929, cuando tenía quince años.
[ii] Escritos políiticos. Editorial Era, México,
[iii] Revueltas ya no pudo testimoniar la legalización del partido comunista mexicano, con la reforma política de 1978, ni tampoco su disolución, para integrarse a otras corrientes y formar el Partido Socialista Unificado Mexicano (PSUM) en 1981. Murió en 1976.
[iv] Los días terrenales. Edición crítica preparada por Evodio Escalante. “Las opiniones de José Revueltas sobre Los días terrenales”. Págs. 401-439. Colección Arhivos de la UNESCO. París, 1991. Junto con Cuestionamientos e intenciones, selección de textos del propio Revueltas, hecha por su hija Andrea y Philippe, es un libro insoslayable para entender la que es muy probablemente la más honda caída política y moral en la vida de Revueltas.
[v] Había ido al Perú, acompañado por los escritores y periodistas Fernando Benítez y Luis Spota para entrevistar al cantante José Mújica, que había decidido tomar los hábitos e ingresar al convento.
[vi] La terminará sólo hasta el 19 de agosto de 1948 y se publicará un año y una semana más tarde. El colofón tiene como fecha de salida de publicación el 26 de agosto de 1949. En vez de 400 o 500 páginas, tuvo finalmente 307.
[vii] En una entrevista realizada el 28 de mayo de 1950 por Osvaldo Díaz Ruanova, contestó indirectamente a Neruda, diciendo que la estética de éste, que era la de las izquierdas americanas, no era la suya. “Como yo estoy fuera de ella, aunque reconozca que el Canto General es un poema extraordinario y Neruda un lírico eminente, se me acusa de heterodoxia y aun de rebeldía”. Su heterodoxia y rebeldía durarían menos de un mes: ante la presión izquierdista anunciaría el retiro de Los días terrenales y solicitaría que ya no se escenificara El cuadrante de la soledad.
[viii] Biógrafos, amigos y esposa testimonian coincidentemente que, aunque se hallaba muy enfermo (se hablaba aun de que podía vivir seis o siete años más), el golpe de estado pinochetista lo demolió de tal manera que apenas soportó doce días de vida.
[ix] Evodio Escalante ha reprobado continuamente este final idealizado. Por nuestra parte, creemos que el final nos sirve como bálsamo a las intensas emociones, de angustia y de horror, que recorren, casi sin dar aliento, las páginas de la novela.
[x] Apareció primero en la revista Mañana de los días antes citados y se transcribió en La vida en México en el periodo presidencial de Miguel Alemán. Empresas Editoriales, México, 1967. Págs. 416-417.
[xi] México en la Cultura, suplemento del periódico Novedades. Diciembre 18, 1950.
[xii] El periódico realmente existió a principios de los treinta y el propio Revueltas llegó a dirigirlo.
[xiii] Cuestionamientos e intenciones, “Sobre Los días terrenales”, pág. 23.
[xiv] Ibid. “Circunstancia y génesis de Los días terrenales”. La contextualización histórica y literaria se halla en la primera parte del ensayo (“El tiempo de la historia”). Págs. 191-201.
[xv] Laborde había sido expulsado del PCM en 1940. En 1949 aún vivía. No se sabe que haya hecho una expresión pública contra Revueltas por su clara personificación en la novela.
[xvi] Una cosa era la decisión y otra la realidad. Como escribiría en 1967, en el prólogo a sus Obras Completas, el editor de Stylo, Antonio Caso hijo, se negó a retirarla bajo el argumento de que el repudio permitiría que se acabara la edición en dos meses. Pero no pasaron dos, sino tres meses, y ante el desánimo del editor, apenas pudo venderse un solo ejemplar, pese a que siguieron saliendo textos periodísticos “que se arrojaron sobre el asunto en una ola de estupideces y majaderías fuera ya de toda proporción”. O dicho de otra manera por Revueltas en el párrafo siguiente: “Se había lanzado un cierto número de adjetivos contra mi obra y ya nadie se tomó el trabajo de leerme, ni de comprobar en el texto si mis críticos tenían o no razón”. En pocas palabras, la novela no se retiró pero quedó a la deriva, o quizá mejor, en las bodegas inmóviles de la editorial. Sus libros pasaron a figurar –para decirlo con una definición suya– en el Index de las obras prohibidas por el Santo Oficio estalinista y dogmático.
[xvii] Es desolador pensar que Revueltas sólo publicó en una editorial importante hasta 1964 cuando aparece Los errores en el Fondo de Cultura Económica. Antes tuvo que conformarse o habituarse a editoriales universitarias o de escasa presencia y circulación.
BIBLIOGRAFÍA SELECTA
Primeras ediciones
Obra narrativa
Los muros de agua (novela). México, 1940.
El luto humano (novela). México, 1942.
Dios en la tierra (cuentos). México, 1944.
Los días terrenales (novela). México, 1949.
En algún valle de lágrimas (novela). México, 1956.
Los motivos de Caín (novela). México, 1957.
Dormir en tierra (cuentos). México, 1960.
Los errores (novela). México, 1964.
El apando (novela corta, 1969).
Material de los sueños (relatos). México, 1974.
Las cenizas (relatos póstumos). México, 1981.
Obra teórica y política
Escritos políticos I, II y III, Obras completas, tomos 12, 13 y 14. México, 1984.
México: una democracia bárbara (ensayo político). México, 1958.
Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (ensayo histórico-político). México, 1962.
Cuestionamientos e intenciones, Obras completas, tomo 19 (artículos y ensayos). México 1978.
México 68: Juventud y revolución, Obras completas, tomo 15. México, 1978.
Dialéctica de la conciencia, Obras completas, tomo 20. México 1982.
Traducciones
Le mitard. Traducción de El apando por Philippe Cheron. Bruselas, 1990.
Die Schwester, die Feindin (Traducción de El apando y otros cuentos por Monika López). Frankfurt, 1991.
The stone Knife. Traducción al inglés de El luto humano por H.R. Hays. New York, 1947.
Il coltello di pietra. Traducción al italiano de El luto humano por Enzo Giachino. Turín, 1948.
Köröznek a keselyük. Traducción al húngaro de El luto humano por Emil Hartai. Budapest, 1948.
Le Deuil Humain. Traducción al francés de El luto humano por Jaime Castan y Philippe Cheron. París, 1987.
Human Mourning. Traducción al inglés de El luto humano por Roberto Crespi. Minneapolis, 1990.
The Youth Movement and the Alienation. New York, 1971.
Libros sobre su obra
Blanco, José Joaquín. José Revueltas. México, 1985.
Escalante, Evodio. José Revueltas. Una literatura del “lado moridor”. México, 1979.
Escalante, Evodio. Los días terrenales. Edición crítica. Madrid, 1991. Libro fundamental.
Frankenthaler Marilyn. José Revueltas: el solidario solitario. Miami, 1979.
González Rojo, Enrique. Ensayo sobre las ideas políticas de José Revueltas. México, 1987.
Negrín, Edith. Entre la paradoja y la dialéctica. México, 1995.
Rabadan, Antoine. El luto humano de José Revueltas o la tragedia de un comunista. México, 1985.
Ramírez Garrido, Jaime. Dialéctica de lo terrenal. Ensayo sobre la obra de José Revueltas. México, 1991.
Revueltas, Eugenia. José Revueltas en el banquillo de los acusados y otros ensayos. México, 1987.
Ruffinelli, Jorge. José Revueltas. Ficción, política y verdad. México, 1977.
Ruiz Abreu, Álvaro. José Revueltas: Los muros de la utopía. México, 1992.
Sheldon, Helia A. Mito y desmitificación en dos novelas de José Revueltas. México, 1985.
Slick, Sam. José Revueltas. Boston, Massachusetts, 1983.
Torres, Vicente Francisco. Visión global de la obra literaria de José Revueltas. México, 1985.
Varios. Revueltas en la mira. México, 1984.
Varios. Conversaciones con José Revueltas. México, 1977.
Varios. Nocturno en que todo se oye. José Revueltas ante la crítica. México, 1999.