Estación final de Lêdo Ivo

La editorial mexicana Taberna Libraria Editores, dirigida por el poeta y narrador zacatecano Juan José Macías, ha publicado recientemente Estación final. Antología de poemas 1940-2011 del poeta brasileño Lêdo Ivo, espléndidamente traducido por Mario Bojórquez. El libro se publicó originalmente en Los Torreones de Colombia y posteriormente en Valparaíso Ediciones para España.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Preparando la edición de las antologías española (Valparaíso Ediciones) y mexicana (Taberna Libraria) de Estación Final de Lêdo Ivo (aparecida y presentada en la Feria Internacional del Libro de Bogotá el pasado mayo por Caza de Libros y la Agenda Cultural del Gimnasio Moderno), nuestro poeta murió en Sevilla durante un viaje familiar. Dos días antes de partir de Madrid a Sevilla acompañado de su hijo Gonçalo Ivo, me escribió desde la cuenta de correo de éste, y, esperando por las nuevas ediciones que aparecerían en apenas algunas semanas, me expresó su deseo de seguir promoviendo esta publicación: “Vamos continuar juntos até o fim do mundo.” Fueron éstas las palabras finales de esa comunicación. Efectivamente, el mundo, tal como lo conocimos, terminó el pasado 21 de diciembre de 2012, el 23 la voz más priviligiadamente límpida de la lengua portuguesa actual, cesó también. Sus amigos y lectores volveremos sobre estas páginas en la soledad de la lectura y con él penetraremos en un mundo de extraña belleza y lucidez, donde la vitalidad de la poesía nos confortará de la vida pesarosa, y donde sabremos que el poeta vive sobre todo en sus versos, que sus poemas trascienden su circunstancia concreta, que la poesía es la única forma de vencer a la muerte. Larga vida a Lêdo Ivo.
 
 
 
27 de diciembre de 2012
Coyoacán
Mario Bojórquez
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 

Oficio de la mortaja

 

Futuro, el vivo yace dentro del muerto

y su mano inmóvil no fustiga

las moscas circundantes, ni las flores

reales y metafóricas que lo rodean.

El hombre muerto desvive y forja la fábula

de una tumba cambiada en luz y altura.

Las moscas abren las alas para verlo

pasar en dirección a la eternidad.

¡Oh gloria de estar muerto y reclamar

el Reino prometido a todos los hombres

que en el muro de la vida buscaron

el portón del jardín del Paraíso!

Y el muerto siente el olor de las frituras

en el restaurante cercano de la capilla:

los vivos comen carne y beben lágrimas.

Y el sudor de los que se aman, y el estremecimiento

de las ortigas a los vientos funerarios

y las heces que, en el mar, hablan de los hombres,

a todo atento el lúcido finado,

y su oreja nota el anacoluto

de la pálida viuda en negro duelo;

y sus ojos contemplan, formidables,

el tránsito soberbio de la ciudad

cuando anochece, abeja gigantesca,

babilonia de luz, música y vidrio.

El antiguo transeúnte que hay entre los muertos

lo convida a tomar café de pie

a la puesta del sol que huele a sandwich

y a gasolina –-adiós, oh vida inmensa

que se nutre de risa, polvo y plegaria,

adiós, oh papagayo que haces cabriolas,

adiós, rodillas amadas, brisa pura

de la playa, a todo adiós. No sólo de moscas

vive, crucificado y mudo, el muerto.

Guerrero de lo absoluto, mata a la muerte.

Ser de promesa, horizontal y póstumo,

el hombre vive de la espera. Y ni difunto

renuncia a su eternidad.

 

 

 

 

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