Sobre la poesía de Ricardo Muñoz Munguía

Presentamos dos poemas inéditos de Ricardo Muñoz Munguía (Chignahuapan, Puebla, 1970) seguido de un texto de Guillermo Samperio sobre su poesía. Muñoz Munguía ha publicado, entre otros, el poemario Amanterio. Mantiene una columna de crítica en la revista Siempre!

 

 

 

 

 

Abre su diario

 

 

 

Abeja

 

Nido de almas sin gozo

anhelos que vierten su sed

al envase laberíntico invulnerable

juego que fecunda renacimientos

sueño preñado al origen

de la flor enhiesta

campana hacia el firmamento

que deja sus rumores

y su ejército atigrado

en orificios de miel y veneno.

 

 

 

 

 

 

Beso

 

Se absorbe a veces lento a veces terco

hacia el mar de memoria incandescente

símbolos de luz con forma de sirena

labios de luna que imperan trepidantes

en corona de miradas de acero

estatuas pilares que alumbran

con su carne de sal y cemento

frenesí y brasas de boca en boca

del delirio que besa el sabor violento

al dulce candor de la piel de la fe

esperanza de fruta infantil

y aurora boreal que rodea el tiempo

del ser atado al poste senil.

 

 

 

 

 

 

Los suplicios melódicos de Ricardo Muñoz Munguía

por Guillermo Samperio

 

La trama poética del libro que nos ocupa, es el relato de las aventuras del inconsciente ante la imposibilidad de transformar lo posible en lo real, con el peligro de caer “sin red” a lo imposible, aunque está cerca de ello. Sabemos que lo posible precede a lo real, y la literatura surge en el momento en que el yo se transforma, de lo real, otra vez, a lo posible. De la realidad, al deseo. Lo que explica el nombre de su primera sección: “Sacrilegio de cicatrices”. ¿Y qué más cicatriz que la que deja el oficio de envejecer?, al que por suerte, el autor renuncia, en su poemario, pero que no obsta para entender: (cito) “Un temblor hace del hombre torre vulnerable/ que cruje al contacto con el frío viento de la muerte”.

         En toda literatura, somos testigos del modo en el que el Yo se enfrenta a su circunstancia para ejercer la equivalencia de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo a ellas, no me salvo yo”. Por eso esgrime el poeta: “Escribo en medio de un cementerio… a diario crezco dentro de un árbol… soy olvido a carta cabal”.

         La poesía de Ricardo Muñoz Munguía, por definirla con otro de sus versos, “es alma retenida en la mirada”, y cuenta una hazaña: las peripecias y vicisitudes del yo poético para salvar su circunstancia. El drama de la poesía radica en que tiene que salvar aquello que la realidad ha desahuciado, el lado amargo de la aventura de vivir, el cual no puede perder su condición de referente. Hay que evocarlo. Evocar, se utiliza como sinónimo de recordar, pero evocar es recordar con un matiz más poético. El poder del signo evocativo debe sobreponerse a la pura memoria; porque en ocasiones la memoria es dolorosa y entonces el que evoca no quiere acordarse, el poeta vive con esta pena, pero también con esta gloria. Porque el grito es de muerte y atraviesa por la literatura en la voz del poeta que repite: “La muerte es de metal y yo lo afirmo”, él lo convierte en vida que se agolpa en palabra: “para hacer de mi página/ una mañana recién nacida” y sosegarse luego ante el solo motivo que contiene la gloria de nacer y morir: “Sólo la casa sigue limpia/ por los latidos del peral sembrado por mí/ y por mi padre y por mi madre/ al final del jardín…

         Para el poeta Ricardo Muñoz, como para todo escritor que enfrenta sus sueños a la crudeza de lo real, la memoria se vuelve un dolor, pero un dolor que atrae, por eso en la segunda sección intitulada “Estuario”, él mismo define su quehacer poético como “Páginas plateadas por el olvido”. En la tercera sección llamada “Plegaria por las ciudades”, el autor elige como epígrafe el fragmento de Rosario Castellanos en donde ella propone: “Arrullemos con canciones de cuna a la memoria/ y amemos esta zona devastada”. Una pregunta que me surge al leer este intenso y profundo poemario de Ricardo Muñoz: ¿es la memoria una zona de derrumbes?, pienso que sí, porque uno lleva en la vida una idea mejor, que en el momento de pensarla, de acariciarla, fue mejor, pero en ocasiones la realidad la descobija, la bloquea, y el deber del poeta es salvarla a través de la poesía, que es precisamente lo que hace Ricardo. Cada sección del libro es como un nuevo poemario.

         Así, la que sirve de cierre denominada: “Luciérnagas núbiles”, trae un suave erotismo enredado en sus pliegues; a los amantes los iguala al oleaje que se mece, dice el autor  en “palabras encumbradas sobre tus pechos frescos, pozos de lumbre líquida/ de humo cierto, palpable”. Sentimos que era justo y necesario para poder decirle frente a frente al amor: “Esta noche sigue de luz, en ti, en mí”, porque el recuerdo, el puro recuerdo sin revivir, se hace duro, se seca, se vuelve almohada de piedra y lo que trata este libro es de comunicarnos qué se siente al recostarse en ella. Lo primero que acude es la noción de suplicio, pero arrullado, siguiendo la cita arriba mencionada de Rosario. Un suplicio a voces, a ritmo lento que va por lo perdido, y se le dificulta, se le atraganta traerlo, pero no se resigna a lo que dice el refrán: “De lo perdido lo que aparezca”, sino que se hunde hasta el fondo para rescatarlo, aunque le cueste sobrellevar su peso: “Cada vez rechina más el día, al abrirse”.

         La mayoría de las metáforas y símbolos utilizados parten de algo amargo, que se va destilando, purificando hasta quedar en poemas que son, precisamente, las Melodías del Suplicio. Que aprietan el suplicio y lo liberan o quizás, lo celebran, como en aquel poema titulado “Reloj”, cuyos versos trazan la geometría de un reloj de arena, o como en la vivencia de la “Soledumbre”, que dibuja el poeta “a su manera, desde dentro”: sabiendo que los que aman quedan para siempre encerrados en “soledumbre”, tendidos en la geometría/ de aves en fuga.

         De las múltiples formas de enfrentar esto, que a fin de cuentas es el drama humano, se desprenden diversas perspectivas que van, desde el “dulce lamentar” renacentista, hasta la desesperación romántica.  Tal como sintetiza Ricardo en un momento dado cuando expresa: “El corazón se me llenó de un grito…” que a fin de cuentas no ha terminado, ya que como dijo Rubén Darío: “¿Quién que es, no es romántico?”.

Ricardo Muñoz Munguía, Melodías del Suplicio, (Colección Alejandro Meneses), Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Dirección de Fomento Editorial, México.

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