Nuevos poetas colombianos: Annabell Manjarrés Freyle

Como parte de la muestra de poesía colombiana preparada por Federico Díaz Granados, presentamos los textos de Annabell Manjarrés Freyle. Posee dos poemarios inéditos ‘El Espejo Lunar Blanco’ y ‘Óleo de una Mujer acosada por el tiempo’. Este último trabajo fue merecedor del primer lugar en el Concurso de Poesía y Cuento Joven 2013 de la Gobernación del Magdalena. En el mismo concurso, su cuento: ‘La Calle de las Guacamayas’, ocupó el segundo lugar.

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Ya no me leo el tarot

 

 

El espejismo del medio día

me demostró

que el bailarín sofocado,

solo era la humedad.

 

Y en el sopor de la tarde pude ver

el rostro de quienes

se disfrazaron de Dios y me conjugaron.

 

Les manifesté mi ignorancia

como única verdad,

y me convertí

en una creyente de pacotilla.

 

Arruiné todas las predicciones

quemando las cartas,

de tanto barajarlas al azar.

 

Tomé un puñado de arena…

lo arrojé al mar.

Y la arena fue mi destino

y el mar la nada.

 

No tiene caso para una criatura de cristal

ver más allá de la noche.

No tiene caso.

Las espadas que me despedazaron

yacen en el suelo  con mi sangre primigenia.

 

Una mujer ajena

es la sangre que me circula con su perfume metálico,

con su oxígeno de manantial que

no supo nombrar a las cosas.

 

Ya no me leo el tarot, es cierto,

porque se me hizo

destino todo aquello que quise,

junto a la suma

de palabras sueltas que

proferí irresponsable.

 

De lejos fueron llegando

los espejos que me agotaron

abordándome con el instante,

 

y sin embargo,

de la verdad del instante

no tuve más

que

existencia.

 

 

 

 

 

Mi voz en un laberinto

 

 

Mi voz se deshizo de la lengua.

Fue herramienta de malas palabras en mi contra.

Me condenó en una constelación

de actos predecibles.

 

Me mantuvo supeditada

a otros cantos,

pero yo no sé de cantos

o de palomas silenciosas.

 

No sé de seres que me sobrevolaron

en tardes de playa acompasada

por arpegios,

donde me importó un bledo

separarme del alma y arrojarla a la vida.

 

Gesticulé en un papel

un grito poderoso,

para matar a aquellos…

los ilustres de la voz,

y compadecerme:

 

Pobre de mi voz, pobre.

La que se separó del habla

y habló por hablar.

 

La que aparentó ser una

guardadora de silencios

mientras llevaba la casa

sucia de ruidos interiores.

 

Pobre de ella, pobre.

La que visitó soles

y atardeció

en las

esquinas.

 

 

 

 

 

Himno a Santa Marta

 

 

Nadie ha venido a salvar a la ciudad dos veces santa.

Los idiotizó el azul.

Se quedaron sentados en los parques

surfeando los maremotos.

Están cansados de las mismas caras en los cafés,

pero se convierten en lluvia

cuando fingen asombro.

 

Se tragaron el mar y lo vomitaron.

Heredaron la Ciudad de las Ventanas.

Y la ciudad de las ventanas

tiene un fondo dibujado:

aves que deambulan como bolsas de rayas azules,

y una marina que les cicatrizó mal el rostro.

 

Nadie respondió por la ciudad dos veces mártir.

Ya no le hacen el amor después del lucero.

Lleva el pelo marginado hasta las rodillas.

Abrió sus piernas al pirata europeo.

 

Deberías volverte isla, Santa Marta,

desprenderte de este país sin recuerdos,

y elevarte.

 

¡Allá va un planetoide despoblado!

¡Se arrancaron las raíces de sus árboles agónicos!

 

Desde las fronteras se observa

una pequeña estrella indefinida

girando

quién sabe,

alrededor de otro fuego.

 

 

 

 

 

Autorretrato

 

 

Soy el dedo que me señala,

La que de las sombras

Iluminada brota.

 

Todo me atraviesa

El agua, la luz, el viento,

La esperanza,

Mi hombre,

Los sentimientos más oscuros

Y los más clementes.

 

Me voy con los días de silencio

Y me quedo en ellos,

Abrazo las espaldas de quienes

Me las dan,

Obligo a los parques

a sacarme de la rutina

Y es mi pelo la hierba herida

Que pronuncia mi nombre.

 

Voy a tientas tocando cuerpos

De hombres y mujeres,

Voy abanicándome

Con mis soberanos matices.

 

Y me lanzo.

Óyeme como caigo

de mis falsas ilusiones

Junto a ese otro que

me enseñó a volar.

 

 

 

 

 

Selva y origen

 

 

Estoy sola en mi selva de mujer

Tratando de ahogar

el símbolo

en mi selva inconquistable.

Poblada de bestias vírgenes

Y espíritus indomables,

Poblada de olores a lluvia

(barro en el aire)

Y olores a tigres acechando

A mis hembras celosas

 

Dejo crecer mi pelo en silencio

Para encontrar quietud, perdón, y brisa

Sobre el follaje muerto

de las palabras.

 

Desde esta jungla de deseos

Desemboco mis ríos

De sangre

 

Y grito

Para ahogar todos los símbolos,

Para volver a mí

Siempre volver.

 

 

 

 

Otro prejuicio

 

 

Me enseñaron

Que la vida de hombre en mujer es perra

Y que los años son maestros

De los días aprendices.

Pero hasta el tiempo es un suceso

De la tierra que gira y se desplaza,

El campanario de una catedral,

Un reloj caro en el brazo izquierdo,

Otro prejuicio más.

 

 

 

 

 

Siluetas

 

 

Tiemblo. Mi cuerpo espera.

Espera segundos,

Minutos,

Horas.

Es el presente una soledad incauta.

 

Veo siluetas de hombres

Escondidos en toda la habitación,

Pero son solo cosas:

Muebles, ropa tirada en la cama

y un pincel viejo.

 

Es aguda esta imaginación

Que se desborda

De mis ojos miopes.

 

Veo en mis manos

Una silueta de eróticos versos

Que consuelan mi sexo sollozante

 

Una inconsistencia en mí,

Mi sombra se estremece.

 

Quizás alguien detrás

Esté jugando con el bombillo.

Le pediré que salga,

 

Mis ojos se han encandilado

por ver su silueta a contraluz.

 

 

 

 

 

Premonición

 

 

Incluso antes de esta historia

De copas y espadas

Anudada en mi garganta.

En esos tiempos

En el que parecíamos

Ejemplo del amor

Encarnado en la tierra.

Yo, como Casandra

En quien jamás creíste,

Ya escribía poemas de desamor.

 

 

 

 

 

Caballero de espadas

 

 

El debe tener el corazón roto

y helado de tanta lluvia…

Alguien tuvo que abrir la puerta misteriosa

y robar sus tesoros

 

“Ya no quiero volver a verla”,

decía entre dientes

Y mordiendo las palabras

se le agotó la mirada gélida

 

En la tierra, todos lo empezaron a ver

como el más común de los hombres

y tuvo que volver al mar

para arrojar sus escudos quebrados

 

“Sólo soy un hombre”, repetía

y mientras murmuraba

se sintió como ese recuerdo ridículo

de una mujer que lo amó.

 

Para el mar…

qué insignificante

resultaba su tragedia.

 

 

 

 

 

Último vuelo

 

 

A pesar del páramo

me suda todo.

Tengo un efecto moreno

en la transpiración.

Soy una silueta sin contorno que llora al mar

por todos lados.

 

No he visto a Bogotá con ojos

de palmera dorada,

el viento enamorado

puede estar rumorando

en Santa Marta

o en algún sueño doloroso

y recurrente.

 

Mi soledad es sólo de dos horas

en el aeropuerto. Sin dramas.

Mi pecho se oprime

intentando abrazarse a sí mismo.

 

Por mi parte ya me desvestí en esta ciudad de parabrisas

y ahora me arropo

con un escándalo de arena que traje,

desprevenida,

en mis zapatos;

 

con un acento que desentona al parafraseo

de las nubes que me acechan,

y estos ojos que ahora miran

distinto al rostro.

 

Cálida por dentro

y sin las mismas células que me conformaron

hace más de tres años,

descanso arropada sin misterios

y sin las nostalgias

de una letra capital

iniciando

mis más incisivos

recuerdos.

 

 

 

 

 

Datos vitales

Annabell Manjarrés Freyle. Comunicadora Social y Periodista egresada de la Universidad Sergio Arboleda seccional Santa Marta.  Se ha desempeñado como gestora cultural y Jefe de Prensa en varias instituciones. Actualmente, es reportera de la sección cultural del periódico Hoy Diario del Magdalena y coordinadora periodística de la revista dominical Macondo. También dicta talleres de Escritura Creativa. Posee dos poemarios inéditos ‘El Espejo Lunar Blanco’ y ´Óleo de una Mujer acosada por el tiempo’. Este último trabajo fue merecedor del primer lugar en el Concurso de Poesía y Cuento Joven 2013 de la Gobernación del Magdalena. En el mismo concurso, su cuento: ‘La Calle de las Guacamayas’, ocupó el segundo lugar.

 

 

 

 

 

 

 

 

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