Presentamos un ensayo de Federico Díaz Granados en torno al trabajo del poeta colombiano Mario Rivero (1935-2009). Este texto es el prólogo de la antología que el propio Díaz Granados ha preparado sobre Rivero en la colección BBVA / La Sibila. “Mario Rivero es el más contemporáneo de los poetas de Colombia. Sus poemas tienen como trasfondo la ciudad, las calles, los cafetines y las casas viejas y exaltan como protagonista al hombre marginal, anónimo, de barrio que observa el mundo desde el desarraigo, la soledad y la fugacidad”.
MARIO RIVERO: LA MODERNIDAD COMO TERRITORIO DE LO POÉTICO
Mario Rivero es el más contemporáneo de los poetas de Colombia. Sus poemas tienen como trasfondo la ciudad, las calles, los cafetines y las casas viejas y exaltan como protagonista al hombre marginal, anónimo, de barrio que observa el mundo desde el desarraigo, la soledad y la fugacidad. El tiempo, las cosas gastadas y los temas comunes a la modernidad hacen parte de una preocupación constante por su papel en la civilización. Rivero nace en Envigado, Antioquia en 1935 el mismo año en que muere trágicamente en Medellín Carlos Gardel, fecha indeleble en la memoria de los amantes del tango y la música popular, precisamente dos sustratos que alimentan la poesía de este inmenso poeta colombiano.
“Hay que ser absolutamente modernos”, sentenció Rimbaud, el más alucinado de los cantores de su tiempo, al intuir que el hombre en su decadencia entraría “con ardiente paciencia en las espléndidas ciudades”. Mario Rivero, con paciencia de Job, puso a hablar a los habitantes de una ciudad, dándoles voz, identidad y gestos a seres anónimos. Dotó de una lengua y expresión a una ciudad como Bogotá que para esos días, algunos años después del llamado “Bogotazo” del 9 de abril de 1948, era una ciudad con aires de parroquia y con ínfulas de metrópoli.
Es por eso, entre otras cosas, que la poesía de Mario Rivero no pretende que se le tenga en cuenta como acto estético. Sus versos pueden parecer antideclamatorios, alejados de las formas de la poesía convencional, de los metafísico y filosófico. Prescinden de lo decorativo para llenar de nuevos significados la realidad, mediante una palabra sencilla y una expresión verdadera. Esta poesía lleva consigo la impronta de una clase social. No se trata de visiones sino de vivencias frente a la condición humana. Por eso el tono de Rivero es contenido y directo que parte de un gusto de hablar del mundo y de sus cosas y de todo lo gastado con las palabras más comunes y marcando una ruptura porque rechaza una tradición adherida a los planos retóricos. Rivero incorporó una sociedad marginal en la poesía en la cual encuentra la materia para iniciar una aventura del lenguaje a través del tango y la balada. Su lengua materna, su idioma de patria es el de los barrios bajos y la calle. Huye del adjetivo porque considera que la poesía de siempre es sustantiva. Basta con asomarse a su amplia producción poética para darse cuenta de su vocación de cotidianidad, de coloquialidad y de construir un croquis donde participen todas las voces de los hombres y las vivencias totales del ser humano.
Si bien a primera vista la poesía riveriana podría parecer narrativa, por el hecho de contar cosas de manera continuada y secuencial, en realidad no lo es. Hay en estos versos un gran andamiaje lírico heredero de páginas de T.S. Eliot, Ezra Pound, Saint John Perse y el coro amplio de la poesía latinoamericana contemporánea heredera de Neruda, Vallejo, Borges, Huidobro, Paz entre otros, deudora toda ella de páginas de Rubén Darío y los padres modernistas. También hay allí una honda huella de los poetas norteamericanos, de quienes el poeta valora la actitud de escribir mientras viven, y de la poesía china de donde toma una inmensa actitud de contemplación frente a las zozobras y los asombros que nos pueden dejar la belleza o el horror del vivir.
“POEMAS URBANOS”
Fue 1963 un año climático y de muchos sismos para la historia del mundo contemporáneo. Era el año de la muerte del Papa Juan XXIII y del asesinato de Kennedy. Pero igualmente fue el año en que Martin Luther King pronunciaría su famoso “I Have a dream” y en el que Julio Cortázar publicaría su ya legendaria novela Rayuela.
El 30 de marzo de ese mismo año, en los talleres de Antares-Tercer Mundo ubicado en la Transversal 3 N° 27-10 de Bogotá, se terminó de imprimir Poemas urbanos libro que se impuso en corto tiempo e hizo de la voz de su autor una de las más resonantes e interesantes. Para esos días La llamada generación de “Mito” ya había dejando una impronta en el mundo cultural colombiano y el movimiento Nadaista rompía con su actitud frontal los viejos vicios académicos y retóricos de la literatura colombiana. Dicho libro, compilación de poemas publicados entre 1958 y 1963 en el suplemento dominical de El Tiempo dirigido entonces por Eduardo Mendoza Varela, ubicaría A Rivero en el panorama literario de Colombia como un poeta del devenir, de la truhanería y la antiacademia. Las cosas humildes, el asfalto, las luces de neón y el olor de la gasolina tenían a su portavoz lírico. Él tan sólo quería contar historias, de ahí que su posterior voz estuviera llena de palabras como balada, tango, saga, etc. Desde entonces la poesía colombiana no volvió a ser la misma. Al finalizar el siglo pasado, dicho libro fue catalogado dentro de los veinte más importantes de la lírica colombiana en el siglo XX en las diferentes encuestas realizadas a críticos, poetas y periodistas.
Años después de su aparición, el escritor y crítico Andrés Holguín habría de sentenciar: “Cuando Mario Rivero publicó sus Poemas Urbanos, en 1963, este libro lo situó en un primer plano. Fue elogiado, con razón, por Nadaístas y no Nadaístas. Poesía peculiar, fuera de serie, nueva, de un andar sonámbulo en medio de las cosas habituales. Poesía, sí, de la vida diaria, pero en profundidad, con honda intuición de lo real más allá del motivo fútil. Poesía densa, opaca, insonora, desarticulada, que a veces hechiza, subyuga. En varios volúmenes posteriores esta poesía de Rivero se ha afirmado, y ha buscado un cauce distinto a través de sus Baladas”. Eran los tiempos en que Colombia había empezado a incorporarse a la vida de un siglo en el cual Rivero intentaba armar una suerte de “comedia humana” conformada por sagas, baladas, tangos que tanta cohesión e identidad le darían después al hombre colombiano, a su cultura y a sus voces.
Desde sus Poemas urbanos pueden verse en Rivero rasgos de arqueólogo y de sociólogo. Hay un gran tejido mitológico con los héroes de la época en un registro amplio de escenarios y de experiencias donde la poesía trasciende la fugacidad del ser humano y su permanencia en la tierra sin hacer concesiones. Muestra el mundo a través de breves crónicas del desencanto y la contingencia donde el lector se regocija y se entristece; contempla instantáneas de su inútil trajín como si fueran un collage de fotos viejas. Y esos obreros, modistillas, rameras, vendedores callejeros, conformaron desde entonces el inmenso universo de la poética riveriana. Sobre esto, el poeta Darío Jaramillo señaló “Una hipótesis ya imposible sería que Rivero no hubiera publicado más que ese libro: Poemas Urbanos. En ese caso, que el tiempo ya descartó por la publicación de otros volúmenes, Mario Rivero sería importante por haber protagonizado una ruptura, por haber abierto caminos, por haber intentado la claridad, por haber logrado la exactitud. Y “la poesía es exactitud”, ha dicho Cocteau”.
“MIL INSTANTES DE VIDAS DISTINTAS”
Rivero tomó los grandes temas de la poesía como el amor, la muerte, la soledad, la añoranza; temas representativos de la modernidad y de todos los tiempos, y los habitó del desencanto, el desasosiego, la duda, en una original forma de poetizar, contando en verso el diario vivir de unos habitantes con guiños de ironía y trasfondo de lágrimas. Y esa reinvención de la realidad urbana la convirtió en un puñado de versos multicolores. Desde su lenguaje irreverente, el poeta se burla del entorno alienado que preside la ciudad, hasta un universo donde ingresan la nostalgia, la reflexión del ciudadano marginal y sus acciones cotidianas. Uno de los más interesantes aportes de Rivero fue nombrar asuntos antes poco visitados por la poesía colombiana; tan hermosa resulta la imagen sorpresiva de aquella Virgen de la Amnesia como la de las calles de La Candelaria, de “las muchachas amontonadas en la habitación que emanaban una gran niebla dulce”, la vendedora de crispetas con el vientre puntiagudo, el paseante solitario del Parque Nacional, el crudo retrato del padre oloroso a aceite entre su overol azul, y el dolor de encontrar los sitios del recuerdo destruidos, sin aromas ni misterios, apenas rescatados por su memoria.
Su vasta obra se encuentra reunida en más de quince volúmenes publicados a lo largo de los últimos cuarenta años: Poemas Urbanos (1963), Noticiario 67 (1967), Y vivo todavía (1972), Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar (1973) , Mis asuntos (Antología, 1980), Los poemas del invierno (1984), Vuelvo a las calles (1989), Del amor y su huella, (1992), Mis asuntos (Obra reunida, 1995), Poema con cámara, Camirí 1967, (1997), Flor de pena (1998), Qué corazón (1999), V Salmos penitenciales, (1999), La balada de los pájaros (2001), Elegía de las voces (2002), Remember Spoon river (2003) y Balada de la gran señora (2003) y Viaje nocturno (2008) libros que crean un puente de ida y regreso dentro de su misma poética, pasando del desenfado a la melancolía, de la reflexión a la imprecación, del amor al desamor, reinventando su propia voz y sus propios sueños en cada volumen.
Los motivos de la poesía de Mario Rivero son tomados no solo de lo cotidiano sino también de lo urbano. Son una reveladora mirada sobre las cosas que a diario nos rodean, penetrando su misterio sin descartar su banalidad. Por eso los poemas de Rivero simulan pobreza en recursos expresivos, porque están comprometidos con un lenguaje que ante todo quiere ser directo: una visión honda y sencilla de la realidad. La diafanidad de la palabra se relaciona con unas imágenes de compresión inmediata: nada de metáforas y vocablos suntuosos o herméticos o simplemente complicados, sino que se entreguen totalmente a la sensibilidad del lector.
La cercanía de Rivero con la esencia de la vida, en todas sus manifestaciones y en sus distintas visiones estéticas, lo ha formado como un autor educado en la academia del mundo, que desmitifica la grandilocuencia de la literatura y crea la belleza con la palabra. Esa fuente suprema del misterio creador donde el malevaje, los orilleros el bajofondismo, los arrabales y los cafetines dejan su testimonio a través de la voz del poeta. A lo anterior María Mercedes Carranza agregó: “Pues bien, ese niño grande que regala manzanas y versos ha escrito lo que es a mi parecer, una de las obras más sólidas e interesantes de la poesía colombiana de todos los tiempos. Con maestría, Rivero ha sabido hablar de las tristes gentes anónimas de nuestras ciudades, de sus sueños y de sus fracasos y a ello le ha dado como fondo los frenazos de los buses, el vocinglero de los vendedores ambulantes, la suciedad de las calles, la luz turbia de los hoteles de paso”.
Poemas como Palabras a un amigo que se llama Dios, Tangos para Irma la dulce, Una Flor para Vincent, Memento para Saulo Salinas, Balada de los hombres hambrientos, Balada de Juanito Goez alias “El hombre” (a petición del honorable y con sonido), Balada de las cosas perdidas y los V salmos penitenciales entre otros tantos textos, hacen parte de la insobornable antología que realiza el tiempo. Son poemas habitados por las distintas lecturas que marcaron lo marcaron desde su infancia: la sencillez de los poetas norteamericanos, la sabiduría de la poesía china ya mencionada y Francoise Villón, Charles Baudelaire, la Biblia, Enrique Santos Discépolo, Agustín Lara y Carlos Gardel, consciente siempre de que la poesía es la matriz de la música y de que el epicentro de la música popular latinoamericana reside en el tango y el bolero, ritmos que sirven de escenario a muchos de sus poemas, porque Rivero quiere contar y es por eso que se siente cómodo con el ropaje de las baladas y las sagas.
“CONOZCO LA INSOBORNABLE TRISTEZA DEL TIEMPO”
Hablar de Mario Rivero es aludir de uno de los capítulos más interesantes y fecundos de la lírica colombiana. Con su voz, pertenece al selecto grupo de poetas insulares que han inscrito su nombre en el mapa de la tradición lírica de nuestro país. ¿Para qué le puede servir la poesía a un poeta como Rivero? Para justificarse, para castigarse, para transgredir. Sin duda pertenece a esa gran tradición occidental, de la tierra donde el sol declina, donde nos preguntamos por la inmortalidad del alma y el devenir en el tiempo, donde la relación con Dios y el golpe de calendario tanto preocupan al hombre de nuestra época. Es su palabra un homenaje a la memoria para desterrar a quienes olvidan y a partir de la medida exacta del alma pesar las circunstancias del existir y hace de sus temas un inventario de desencantos.
El telón de fondo nos muestra un fresco de toda una época que se puede apreciar en poemas a Roman Polansky, Marilyn Monroe, Bob Dylan, el “Che” Guevara, el astronauta, John Fitzgerald Keneddy, Porfirio Rubirosa, Irma La Dulce, Ho Chi Min y Perry Smith entre otros. De igual forma, en muchos de sus textos hay un homenaje a múltiples poetas y figuras tutelares y cercanos como José Asunción Silva, Silvya Plath, Arthur Rimbaud, Héctor Rojas Herazo, Maria Mercedes Carranza, Fracoise Villon, Vincent Van Gogh y Franz Kafka entre otros. Y la patria herida que aparece en poemas a Omaira Sánchez, la niña que conmovió a tantos en la catástrofe de Armero en 1985, los V Salmos penitenciales y La Balada de los pájaros, (dos libros que se leen de manera secuencial donde se puede ver la violencia de los últimos 60 años de vida nacional) , Simón Bolivar y el Indio Kogui.
De su vida nómada y sus diversos oficios se ha nutrido su obra. En ella ha plasmado los azares sorteados por un cantante de tangos, declamador, granjero, vendedor de libros y de obras de arte, trapecista, editor y voluntario de guerra, y manejador de toreros, entre otros, para sobrevivir en un tiempo tan complejo, caótico y adverso para toda propuesta estética.
Desde su primer libro, Rivero tomó partido por el hombre, por la libertad, siendo el tiempo una constante estación a la cual llegan todos los temas de su poesía. En Baladas el paisaje y lo irracional se visten con la piel de la palabra, habitando el sueño y la intuición con los ritmos del asombro; en Vuelvo a las calles, el tiempo gravita en calles donde los fantasmas y demonios encuentran su habitat, con la metáfora como un fuerte estallido de emociones, y la vida y la ciudad como divisa máxima de la reflexión. En general, en el grueso de su poética los ejes temáticos son la ciudad y el cuerpo; la primera como espacio de convivencia, de paisaje o antipaisaje de sus habitantes, y el segundo como capital de sus heridas, sus dolores y la magia de las sensaciones, siendo este, la primera derrota de los hombres. Del amor y su huella es un volumen de fascinación por el lenguaje, donde la poesía hace vigilia a través de sus signos desconocidos por un país cerrado a sí mismo, ungido por la muerte y el desalojo de la alegría; sin duda otro de los libros de Rivero que marcan una ruptura. Y en sus últimos libros como La balada de la gran Señora y Viaje nocturno su poesía se volcó hacia la infancia y la vejez como universo mítico, con sus héroes y antihéroes, sus pequeños milagros llegados al territorio de la fábula; donde la poesía pasó a cumplir una suerte de milagro o taumaturgia.
De Los poemas del invierno nos dice Héctor Rojas Herazo: “Mario Rivero se reduce, exclusivamente, a narrar una fascinación: la de ese instante en que nuestras secretas experiencias nos obligan a reconocer que la muerte no es sólo nuestra propiedad más entrañable sino que está, entre nosotros y a nuestro lado, para darnos la señal de aliento que nos ayude a resistir y prolongar el camino”.
Los retratos de la noche, la casa de la memoria, el viaje que no exorciza los fantasmas sino que ayuda a convivir con ellos; el mismo, eterno e irreverente tiempo permanece indeleble a lo largo de una obra donde la vocación creadora se sitúa una vez más en el hemisferio de la reflexión y el hombre, desde una auténtica voz personal, que busca la ruta desconocida de un paraíso, de un idioma lejano de Babel y de una belleza anclada en los litorales del corazón, que sin duda es la verdadera sede de la memoria y del pensamiento. En 1964 Gonzalo Arango había descrifrado la poética riveriana: “Así es la poesía de Mario: maravillosa y humana; rutilante y contingente; tierna y despiadada. Poeta del devenir, de la truhanería, de las cosas humildes, de los despojos del festín de la academia y la literatura oficial. En una palabra: poeta de lo anti-poético. Yo, y todos los poetas de mi generación Nadaísta que rivalizan con él por los honores de una primacía estética, creemos que Mario es uno de los más netos y puros poetas actuales; que es uno de los grandes poetas colombianos, que se pueden contar con los dedos de la mano”.
“EL HUSMEACOSAS, EL CUENTACOSAS”
En 1972 fundó, en compañía de sus amigos Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Giovanni Quessep y Jaime García Maffla, la revista Golpe de Dados, la más importante publicación de poesía de Colombia en los últimos treinta años, que además da nombre a toda una generación que se formó a través de sus páginas. Ha sido Golpe de Dados otra de las aventuras riverianas que ha sobrevivido. Desde el primer número, enero-febrero de 1973, y que traía poemas de Vicente Alexandre, Aurelio Arturo, José Emilio Pacheco y Mario Rivero, hasta el número 216, noviembre-diciembre de 2008, Golpe de Dados ha conservado su sobriedad, su mismo diseño, tamaño, tipo de papel, y exacto número de páginas. Allí se han divulgado poetas colombianos y extranjeros de distintas generaciones. Entre los números memorables vale la pena destacar los monográficos dedicados a poetas como Héctor Rojas Herazo, María Mercedes Carranza, Álvaro Mutis, Aurelio Arturo, Luis García Montero, Francisco José Cruz, Américo Ferrari, Giovanni Quessep y Gonzalo Mallarino Flórez así como las traducciones de Poetas norteamericanos contemporáneos realizadas por Jaime Manrique Ardila, y los Poetas rusos del Siglo de Plata vertidos por Jorge Bustamante, entre otros.
Afirma el poeta y profesor Jorge Cadavid: “Mario Rivero elabora continuas rupturas en su obra, haciendo que su poesía se torne dinámica, desde una poesía exteriorista hasta una lírica imaginista que articula lo pictórico con lo narrativo, en formas verbales que varían su tipografía, fonología y construcción sintáctica. Rivero anuncia una nueva voluntad poética que da libertad al romper con un lenguaje retórico, amarrado al ritmo y a una musicalidad forzada. Su discurso se transforma en un lenguaje antipoético, luego se metamorfosea en un lenguaje coloquial, social, hasta llegar a un coloquialismo íntimo que lo llevará, por último, a un lenguaje sacro, de versículos bíblicos, en sus Salmos penitenciales”.
Mario Rivero puso a la poesía colombiana a la altura de su tiempo pues en sus palabras se pueden reconocer los gestos de un país carente de misterio. Por eso los jóvenes poetas lo buscan como a un secreto confesor para que revise sus primeros intentos y los aconseje. Es incuestionable: la poesía colombiana necesitaba las certidumbres y las heridas de un poeta como Rivero, que nos hablara al oído de nuestras tantas pesquisas, de nuestra marginalidad para reconciliarnos con el hecho de estar vivos. Desde ese desarraigo y marginalidad, Rivero nos deja un puñado de versos que persiguen una razón ética para vivir. Y son los desahuciados, los burlados y tardíos, quienes miran perplejos e inocentes los que protagonizan su poesía.
La poesía de Mario Rivero no pasa impune ante los ojos de un lector desprevenido. Tiene el don de remover los secretos pasadizos del hombre con sus temblores. Debe leerse varias veces en la vida: en la juventud, en la vejez, y sobre todo en la soledad. Su primera lectura nos sugiere el desenfado. Las siguientes, reflexión. Rivero es el derrotado y el marginal por excelencia, como lo somos casi todos los seres humanos quienes caminamos por el mundo con el saco de la soledad y lo vemos con la tristeza empañando los ojos. La torpeza, la inutilidad de tantas cosas, el fracaso de las jornadas cotidianas, siempre serán los temas a los que inevitablemente retornaremos. Si la poesía sirve para develar el significado del mundo entonces la poesía riveriana nos ayudará a mirar ese mundo que él miró; nos devolverá las palabras vaciadas, vacías. Cada expresión suya carga una secreta enseñanza. De ahí que los jóvenes poetas acudan en su búsqueda para recoger las breves lecciones de vida y poesía. Esa es la prueba concreta de su desapego por el mundo y de su compromiso con una desaforada vocación vital.
Del bando de los equivocados, los dispersos, los roncos y débiles viene la poesía de Rivero el poeta que nos contiene a todos, nos interpreta. Lleva su palabra nuestra desesperanza, nuestro desencanto y nuestros terrores diarios. Y así, Saulo Salinas, Juanito Goez, Aracelly Badillo y la muchacha de la pollera pronta, este original “cuarteto de Alejandría” podría ser en cualquier latitud alguno de nosotros.
Prólogo al libro Mario Rivero Obra poética,
Colección BBVA La Sibila, Sevilla, 2009.
Datos vitales
Federico Díaz Granados nació en Bogotá en 1974. Poeta, ensayista y divulgador cultural. Ha publicado los libros de poesía: Las voces del fuego (1995); La casa del viento (2000) y Hospedaje de paso (2003). Han aparecido tres antologías de su poesía: Álbum de los adioses (2006), La última noche del mundo (2007) y Las horas olvidadas (2010). Preparó las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997), Inventario a contraluz (2001), Doce poetas jóvenes de Colombia (1970-1981) y Antología de poesía contemporánea de México y Colombia (2011). Coautor de El amplio jardín (Antología de poesía joven de Colombia y Uruguay, 2005) En el año 2009 le fue concedida la Beca “Álvaro Mutis” en la Casa Refugio Citlaltépetl, en México. En 2012 apareció su libro de ensayos La poesía como talismán.
Es director de la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. Dirige la Tertulia Literaria y el Premio Nacional de Poesía “Obra Inédita” que allí se convoca.