Lo que aire es, nuevo libro de Xavier Oquendo

Presentamos el prólogo que el poeta colombiano Santiago Espinosa escribe para Lo que el aire es, último libro de Xavier Oquendo y nuevo volumen de la prestigiosa colección de poesía Los Torreones, de De Caza de Libros y la Agenda Cultural del Gimnasio Moderno. Esta importante colección de poesía es dirigida por el poeta Federico Díaz-Granados.

 

 

 

XAVIER OQUENDO

DESOCUPAR EL DOLOR

Por Santiago Espinosa

 

Oquendo ha entrado en la edad en la que ya no hay re- gresos. Quemadas sus naves ahora es que sabe del dolor de lo que vive en tránsito, con un paso en la calle y el otro en los deseos. Y así es que sus palabras se despiden y se pliegan, buscando un cuerpo-otro para sentarse a conversar. Sabe que nada trasciende pero canta, canta porque sí o porque no, alumbrándose de adentro para fuera. No teme a la primera persona pero tampoco se contenta con ella.

Esta poesía ha comprendido que los poetas hablan solos, como los niños pero sin su inocencia. Pero tam- bién ha comprendido que la persona es pregunta, pro- mesa, y en esa desconexión de lo que no tiene forma es donde deja la comunidad huellas profundas, cantan los tiempos a través de nuestra voz, trazando en el papel ge- nealogías del viento. Y el “yo” se vuelve “él” para mirarse como extraño: su poesía es extrañamiento que vuelve, “dialéctica del verbo” dice; todos los “ellos” que entran en él como parientes fantasmales, y ya no sabemos dón- de termina lo vivido o se destejen las tramas.

Poeta-lector, Xavier Oquendo se ha preocupado por leer y difundir la poesía de los otros, especialmente la de los poetas ecuatorianos. Y ese aire de intérprete es lo que asoma entre sus páginas, cuando habla de sus amores o mira las montañas. “Cansado de recordar” o lamentarse, dice, pasando revista a través de su expe- riencia, el poeta escoge la vía del que rastrea huellas. Mirándose en los otros como los árboles de su poema, “queriendo cotejar su corazón de raíz con los otros”, o simplemente confirmando que en su ser, negativo de los días, “algo de los otros” también tembló.

Hay poesías que pueblan los espacios. Nos dejan su palabra sobre las cosas, construyendo arquitecturas verbales. Otras, y esta sería la de Oquendo, más que construir parece que se mudaran. Que el libro fuera un paréntesis entre dos puertos igualmente inciertos, y son las palabras las que levantan o desplazan los objetos para dejarnos su silencio inaugural, de pronto un rostro que hacía el fondo se desliza.

Desocupados los espacios del dolor, “Que se vaya el sabor a dolor. Que se aleje”. Idos esos que fueron y no alcanzaron la cita, “Voy camino, con paso firme, hacia la estación/ del recuerdo. Hacia el instinto de las som- bras.”, el ojo del poeta puede mirar las cosas desde otra altura, tantear lo que aire es, anterior a las palabras y a su transcurso sobre la tierra. Y observa las montañas de su país como un territorio inexplorado, “Hay tanto mun- do aún no conquistado por nadie./ Las montañas siguen solas,/ solteras…”, se sienta entre la conversación de los poetas como un lector indiscreto, “mientras pasa, por sus poemas,/ un ángel arrodillado” Libro de tránsitos. Nos queda la sospecha de un lenguaje que pregunta y que increpa alrededor, abriéndo- se campo en lo que deja. Y ese aire de un no se sabe entre lo etéreo y el juego, tan propio de los poetas ecuatoria- nos, algo que no acaba de pasar cuando ya nos marcha- mos, como el continente mismo. Debajo de estos despla- zamientos, de un estilo que se sabe en proceso, el poeta. Viviendo su propia encrucijada entre escribir y vivir, ese comercio tan obsesivo como peregrino:

 

DE CÓMO EL POEMA ESTÁ PROSTITUIDO POR EL POETA QUE NO QUIERE ESCRIBIR, PERO ESCRIBE

Sí. Ha vuelto.
Ha vuelto a pasar por aquí
la pura zorra del poema,
la perversa que aguarda en los caminos.

Ha vuelto el hilo de su halo de misterio.
Ella que es tan zorra como el sol cuando se enfría.

Ha regresado a que se le oiga animal.
A que se le huela con respeto.

La zorra pasa y deja ese verbo y esa garra
y enseña la intención de sus encías.

Quiere estar como la noche: tan firme como
inmóvil.

Me prostituye la zorra.

Y no me da ni para el tabaco.

 

Es esta una poesía de las vivencias. Quiere vivir en pareja y comunicar, decir lo que siente una vez más, así sea para hacer con las palabras lo que los antiguos con las máscaras: confirmarse como personas frente a cual- quier absoluto. Personas y no pantallas, números. Sólo que estas búsquedas no se limitan al sentimiento de lo inmediato, no se contentan, rasgan la realidad con la iro- nía para decirnos que quizá haya un todavía, imágenes que laten en nosotros como volviendo a vivir: “No sé si el corazón siga latiendo como el faro viejo/ de algún muelle enmohecido”; linajes que no vienen del padre o la madre sino todos los nombres del viento, y nosotros, sus lectores, detrás de ellas: “El padre se verá halagado/ por otro padre mayor/ que en vano espero en el hijo/ su reflejo blanco.”

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