Presentamos algunos textos del poeta mexicano Baudelio Camarillo (Tamaulipas, 1959). Ha publicado poemarios como Espejos que se apagan (1959), La casa del poeta y otros poemas (1992), En memoria del reino (1994), Agua dulce (2000), La noche es el mar que nos separa (2005), etc. Mereció en 1993 el Premio de Poesía Aguascalientes y en 2004 el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta.
LOS FRUTOS DE LA NOCHE
(Fragmento)
Te paseas desnuda por la casa
que construí para que tú la habites.
Muy alto es el lugar donde se encuentra.
No quise que bajaras,
yo ascendí por la cuesta escarpada
de mis noches
y las estrellas brillan al nivel de mis ojos.
Aunque pronto te vayas,
permite que me quede:
ya no puedo bajar
sin despeñarme.
CUARTO MENGUANTE
I
Era una calle oscura de noviembre.
Unas cuantas estrellas tiritaban dormidas
soñando en emigrar hacia mejores sueños.
El mundo estaba frío,
helado venía el viento,
pero toqué su piel; su pecho ardía
y para calentarme un poco el corazón
arrojé uno por uno mis huesos a la hoguera.
II
Afuera quedó el viento, la lluvia de granizo,
el vulgo enfermo y pobre tropezando agotado
por la calle tortuosa de nuestro fin de siglo.
Nada nos importó.
Afuera, el Bien y el Mal
se quedaron tocando a nuestra puerta.
III
Las tres de la mañana.
Por calles silenciosas vende sueños la Luna
Vengo de un largo viaje,
tanto peregrinar gastó mis fuerzas
y a paso lento avanzo como un rey expatriado.
Pero nada me importa: he tocado su piel,
la he amado largamente
y tengo para siempre mi sueño iluminado.
¿Qué brilla en la memoria
que hace más pura la mirada?
Doy vuelta en una esquina.
Triste violín el viento en un árbol desnudo.
Miro al cielo de nuevo:
mañana entra la luna en su Cuarto Menguante.
HOSPITAL DE INVIERNO
(fragmentos)
Ya han pasado las noches
cuando ardía el corazón
como una alegre hoguera
contra el frío de invierno.
Continúan los meses más mustios de la tierra
sin que en mi pecho avive algún rescoldo.
He caminado ya por estas largas calles
ejercitando el alma en busca del calor;
me he detenido en sitios donde la luz estalla,
pero todo es inútil.
El amor, lo sé ahora, no logra reavivarse
sino en aquellos cautos
que no quemaron todo en el primer incendio.
La ciudad viste ahora
sus atuendos de invierno.
Gruesos abrigos grises cultivan el calor
que un soplo de este viento marchitaría
en el acto.
Sólo el loco pasea medio desnudo
por el parque
y un par de enamorados ungen su juventud
con restos del verano en sus caricias.
Para ellos no el frío:
en esas latitudes
diciembre es un humilde visitante:
el invierno no llega
hasta esas islas.
Pasa un amigo por el parque y me saluda.
Quiere saber de mí: qué soy ahora,
qué hago,
en dónde están los versos
que he prometido al mundo.
No acierto a contestarle; no venía preparado.
Yo tan sólo quería mirar la gente
sin que nadie
me arrojara de nuevo
al precipicio.
Se vuelve humo en mi boca
la estrella más brillante de esta noche.
El tiempo se consume
en la brasa constante del cigarro
y he llenado de insomnio esta penumbra.
Tal vez si abriera las ventanas
y ventilara el corazón
podría dormir un poco,
pero toda la noche,
desde la rama desnuda del almendro
y a la luz de la luna,
ha estado mirando hacia mi cuarto
el gran Cuervo de Poe.
Entré al hermoso templo por una puerta de oro
y he salido de él por esa misma puerta.
Por eso es que al mirarla no me llena el olvido:
queriendo entrar de nuevo
con la ofrenda propicia
me he sentado en el atrio
a mendigar.
Pocas cosas habrá más asfixiantes
que el humo que resulta
de no dejar bien apagado el corazón.
Si pudiera reír
al menos volarían mariposas
en la roja corola de esta herida.
Epílogo
(Fragmentos)
He hundido el afilado bisturí
en la delgada piel de este recuerdo
y al instante mis manos se han cubierto de sol.
Yo esperaba encontrar días casi marchitos,
emociones cubiertas por tres capas de polvo
y un vago tono sepia
velando los colores brillantes del amor.
He sentido, al contrario, que la luz aún palpita,
que el corazón se duele dulcemente oprimido
y que al decir tu nombre mi cuerpo te recuerda
como alguien que en invierno
pasa cerca del fuego.
Después de una convalecencia dolorosa
cicatrizó la luz sobre mi pecho.
Terminó el escozor de las heridas
y puedo recordarte
sin que la piel anquilosada lo resienta.
Es cierto que aún hay claridad
donde tu resplandor fue más intenso,
pero ya no me ciega:
de ella me sirvo ahora
en tanto que madura
nuevamente la luna en este sueño.
Te he sepultado ya en la tierra que amaste:
debajo de estas cicatrices
se pudre lentamente
tu recuerdo.
Datos vitales
Baudelio Camarillo nació en Xicoténcatl, Tamaulipas en 1959. Ha publicado poemarios como Espejos que se apagan (1959), La casa del poeta y otros poemas (1992), En memoria del reino (1994), Agua dulce (2000), La noche es el mar que nos separa (2005), etc. Mereció en 1993 el Premio de Poesía Aguascalientes y en 2004 el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta.