Presentamos un poema de María Baranda (1962), perteneciente al volumen de poemas Atlántica y el Rústico, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2002. En 2003 publicó Dylan y las ballenas con el que mereció el Premio de Poesía Aguascalientes.
De la historia natural de el rústico
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VENUS LAVA SUS GENITALES en la selva. Los purifica.
De púrpura su vista se engaña a la advertencia.
Siete veces bebe la pócima de cola seca con miel ática
y una onza de azafrán para henchir su cuerpo.
Es el ascenso.
Sabe que en su tribuna de siemprevivas y girasoles
el grito es un rastrojo que se acrecienta.
Toda la claridad en la inmundicia que lo separa del avispero.
Son los signos sutiles lo que no enfrenta.
La potencia del ojo es el límite de su fuerza.
Coloca suavemente cordones blancos junto a unos bulbos.
Iridisciones. Recuerda el vermis formado en periferia. La sustancia dispuesta
en el árbol de la vida. Y por delante, la parábola superior: colmadamente.
Su frescor es el del vino maduro, su olor el de los collados pedregosos. La copa
de succión son sus anhelos, en células de asombro el índigo es una
página de vidrio. Apunta.
Ojo pendiente, visible, pecíolo. Todo para nadar es superficie.
Mi amigo se prolonga al fondo del mar en formación de greda.
Sucede que se asocia con la vida individual. Va con lombrices,
blanda simetría de dos puntos.
En la barranca una ordalía de cardos de desploma. Su voz delira. Percute
la batalla de quien calla. Mi Amigo ama.
Lo sé porque pinta en láminas de uranio: redivivus.
Pronuncia suavemente el nombre del endrino, ha dicho que bajo el mar
hay una arena muy fresca y tan porosa.
Arriba hay una cerca. Subimos por un camino de gruesas costras y lajas
Escocidas. Culebras.
El sol quema la yerba en la ceniza. La aventura de la lluvia es la alquimia
del aire, dice, y yo en sus partículas sé que ama.
Mi Amigo mira el mar en su escritura.