Poesía mexicana: Octavio Paz

Sobre la poesía de Octavio Paz

Recordamos uno de los poemas más significativos de la primera etapa de la obra de Octavio Paz (1914-1998), “Himno entre ruinas”. Paz recibió el Premio Nobel en 1990. Hace un par de años Eliot Weinberger revisó la poesía de Paz para publicar el volumen The poems of Octavio Paz en New Directions.

 

 

 

 

 

 

Himno entre ruinas



donde espumoso el mar siciliano…
Góngora



Coronado de sí el día extiende sus plumas.

¡Alto grito amarillo,

caliente surtidor en el centro de un cielo

imparcial y benéfico!

Las apariencias son hermosas en esta su verdad 

momentánea.

El mar trepa la costa,

se afianza entre las peñas, araña deslumbrante;

la herida cárdena del monte resplandece;

un puñado de cabras es un rebaño de piedras;

el sol pone su huevo de oro y se derrama sobre el mar.

Todo es dios.

¡Estatua rota,

columnas comidas por la luz,

ruinas vivas en un mundo de muertos en vida!

Cae la noche sobre Teotihuacan.

En lo alto de la pirámide los muchachos fuman marihuana,

suenan guitarras roncas.

¿Qué yerba, qué agua de vida ha de darnos la vida,

dónde desenterrar la palabra,

la proporción que rige al himno y al discurso,

al baile, a la ciudad y a la balanza?

El canto mexicano estalla en un carajo,

estrella de colores que se apaga,

piedra que nos cierra las puertas del contacto.

Sabe la tierra a tierra envejecida.

Los ojos ven, las manos tocan.

Bastan aquí unas cuantas cosas:

tuna, espinoso planeta coral,

higos encapuchados,

uvas con gusto a resurrección,

almejas, virginidades ariscas,

sal, queso, vino, pan solar.

Desde lo alto de su morenía una isleña me mira,

esbelta catedral vestida de luz.

Torres de sal, contra los pinos verdes de la orilla

surgen las velas blancas de las barcas.

La luz crea templos en el mar.



Nueva York, Londres, Moscú.

La sombra cubre al llano con su yedra fantasma,

con su vacilante vegetación de escalofrío,

su vello ralo, su tropel de ratas.

A trechos tirita un sol anémico.

Acodado en montes que ayer fueron ciudades, 

Polifemo bosteza.

Abajo, entre los hoyos, se arrastra un rebaño de hombres.

(Bípedos domésticos, su carne 

-a pesar de recientes interdicciones religiosas- 

es muy gustada por las clases ricas.

Hasta hace poco el vulgo los consideraba animales impuros.)



Ver, tocar formas hermosas, diarias.

Zumba la luz, dardos y alas.

Huele a sangre la mancha de vino en el mantel.

Como el coral sus ramas en el agua

extiendo mis sentidos en la hora viva:

el instante se cumple en una concordancia amarilla,

¡oh mediodía, espiga henchida de minutos,

copa de eternidad!


Mis pensamientos se bifurcan, serpean, se enredan,

recomienzan,

y al fin se inmovilizan, ríos que no desembocan,

delta de sangre bajo un sol sin crepúsculo.

¿Y todo ha de parar en este chapoteo de aguas muertas?



¡Día, redondo día,

luminosa naranja de veinticuatro gajos

todos atravesados por una misma y amarilla dulzura!

La inteligencia al fin encarna,

se reconcilian las dos mitades enemigas

y la conciencia-espejo se licua,

vuelve a ser fuente, manantial de fábulas:

Hombre, árbol de imágenes,

palabras que son flores que son frutos que son actos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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