Para esta entrega de Pleamar, nuestro columnista Rubén Márquez Máximo preparó un texto a propósito del 2 de octubre en el que relaciona con una de nuestras lecturas fundacionales, al episodio trágico que aconteció en nuestro país hace 48 años.
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Antígona o de la juventud sensata.
A propósito del 2 de octubre de 1968
Para mi madre que encarna los ideales
de fraternidad y justicia entre los hombres.
En los tiempos políticos y sociales que corren es necesario regresar a nuestras lecturas fundacionales. Una de ellas, Antígona de Sófocles, tiene un lugar privilegiado para entender y discutir el papel que juegan los gobernantes en relación a los gobernados. Dentro de las múltiples interpretaciones que ha tenido esta tragedia me quedo ahora con la que ve a Antígona como el símbolo de la juventud desprendida y rebelde que le hace frente al gobierno tiránico tras considerar insensatos sus decretos. El arrojo y cierta imprudencia que nos dan los años de la adolescencia probablemente sean los elementos necesarios para empezar cualquier movimiento social que quiera revolucionar el orden las cosas.
El 2 de Octubre de 1968 vivimos en México uno de los episodios más trágicos y lamentables de nuestra historia. La muerte, en manos de un Estado déspota y tirano, de una gran cantidad de jóvenes que decidieron buscar un cambio en su realidad inmediata, nos deja hasta nuestros días el sabor amargo de la injusticia. Pienso en Antígona como la heroína de muchos movimientos sociales, como la mujer que con todas las desventajas posibles decide cumplir su deber de hermana sin importarle las consecuencias funestas.
Para el soberano Creonte el deber hacia el Estado se antepone al deber hacia el individuo. La amistad entre los hombres poco significa si no se encuentra en un marco de la amistad con el grupo dominante. La metáfora que usa Creonte, del Estado como un navío, permite argumentar el hecho de que si alguien no trabaja en la misma dirección se pone en peligro a la tripulación entera: “(…) nunca mantendría como amigo mío a una persona que fuera hostil al país, sabiendo que es éste el que nos salva y que, navegando sobre él, es como felizmente haremos los amigos.” (Sófocles 256) Según Creonte, el navío debe seguir su curso harmoniosamente, sin embargo, dentro de esta unilateralidad del pensamiento se deja fuera la crítica y el malestar ante la posible dirección que se persigue por considerarla equivocada. La harmonía es una construcción incluyente, ya que como diría Hemón, el hijo de Creonte, “No existe ciudad que sea de un solo hombre.” (276) La ciudad es llamada de esta manera porque está constituida por ciudadanos y no por un gobernante. Por lo tanto, el arte del ejercicio político, pensando en la construcción de la verdad de Bajtín, tendría que ser un encuentro dialógico de varias consciencias. Antígona menciona que si bien desobedeció el decreto de Creonte fue para seguir la voluntad de los ciudadanos que creen importante ser justos con el difunto Polinices por lo que desean su entierro siguiendo los rituales fúnebres.
De acuerdo al pensamiento de Ismene, no tendría sentido perseguir lo imposible y enterrar con dignidad a su hermano cuando Creonte ha ordenado lo contrario para dar un ejemplo de obediencia al pueblo de Tebas. Ella argumenta que el sometimiento hacia los más fuertes corresponde al orden natural de las cosas para lograr la sobrevivencia, por lo que trata de persuadir a su hermana para que desista de su empresa. Sin embargo, Antígona encuentra una justificación más profunda en el cumplimiento de las leyes universales que sobrepasan las leyes del Estado. Estas leyes eternas, pues no son sólo de hoy o de ayer, se podrían enmarcar en torno al deber ante la familia y el individuo, por lo que se justifica que el cuidado de la dignidad humana es mayor que el cuidado del Estado. Ser un buen ciudadano bajo esta perspectiva radica en construir deberes ante nuestros congéneres evitando todo lo que podría dañar su integridad. No puede existir ley alguna que infrinja este derecho. Para Antígona morir cuidando la dignidad del hermano caído es más bello que vivir bajo la opresión de las leyes injustas que dañan la moral del hombre. Tarde o temprano, todos moriremos, lo que importa entonces es el motivo.
El uso de la razón basada en profundos fundamentos también encarna en la juventud del hijo de Creonte que tiene como prometida a la misma Antígona. Hemón, antes de interponer sus pasiones amorosas para interceder por la mujer que sería su esposa, da uno de los discursos más bellos y elocuentes sobre la importancia de la sensatez y el saber retractarse ante el error:
“No mantengas en ti mismo sólo un punto de vista: el de que lo que tú dices y nada más es lo que está bien. Pues los que creen que únicamente ellos son sensatos o que poseen una lengua o una inteligencia cual ningún otro, éstos, cuando quedan al descubierto, se muestran vacíos.
Pero nada tiene de vergonzoso que un hombre, aunque sea sabio, aprenda mucho y no se obstine en demasía. Puedes ver a lo largo del hecho de las torrenteras que, cuantos árboles seden, conservan sus ramas, mientras los que ofrecen resistencia son destrozados desde las raíces.” (275)
En Antígona la razón no está con el viejo Creonte sino con los dos jóvenes. Los argumentos que da Hemón a su padre para salvar a Antígona no obedecen a sus sentimientos sino que logran liberarse del apego personal a favor de lo considerado justo. La verdad idealista e incorruptible que promueve en varias ocasiones la juventud debiera resonar en los oídos de todos con su vitalidad y frescura.
En esta obra se engrandece la condición humana de una manera inigualable, pues a diferencia de Edipo, Antígona elige conscientemente su destino trágico haciendo lo justo aunque sepa que morirá por dicha acción. La lucha mítica entre el padre, en este caso el viejo gobierno autoritario de Creonte, y el hijo, representado por la juventud sensata de los valores fundamentales en boca de Hemón, alcanza un dramatismo que podría alumbrar una gran cantidad de manifestaciones sociales cuyas demandas son justas y necesarias.
El gesto de amor que tiene Antígona por su hermano es el acto revolucionario por antonomasia. La fraternidad hacia la familia y el prójimo marca las conciencias y las realidades sociales. Si como ciudadanos, incluyendo a los gobernantes porque ellos mismos no están por encima de la ciudad sino que son parte de ella, fuéramos defensores de la integridad humana, la ciudad llegaría a la harmonía social tan anhelada.
Al pensar en los jóvenes caídos en Tlatelolco y otros lugares que sufrieron las misma represalias, nos queda el consuelo y la satisfacción de que ellos a pesar de morir, al igual que Antígona y Hemón, dignificaron su existencia porque buscaron no ser silenciados a causa de sus creencias que rompían con el status quo. Mientras tanto, todo gobierno autoritario y represivo, como el mismo Creonte, está condenado a la desgracia y la ignominia social que manchará para toda la eternidad su nombre.
Bibliografía
Bajtín, Mijaíl. Yo también soy. (Fragmentos sobre el otro). México: Editorial Taurus, 2000
Sófocles. Tragedias. España: Ed. Gredos, 1981.