Presentamos, en el marco del dossier Poesía norteamericana contemporánea, preparado y traducido por el poeta nicaragüense Francisco Larios, textos de Robert Wrigley (1951). Ha merecido distinciones como el Kinsley Tufts Poetry Award, el 2005 Poet’s Prize y el San Francisco Poetry Center Book Award. Ha obtenido becas como el National Endowment por the Arts y la de la Guggenheim Foundation. Penguin publicó el 2006 su Beautiful Country, Earthly Meditations: New and Selected Poems.
Después de un aguacero
Como he llegado hasta el corral y es de noche
los caballos se acercan desde el antiguo establo.
Dejan que acaricie sus largas caras, y yo noto
a la luz de la luna que ahora emerge,
como ellos, un Morgan y un Cuarto de Milla, traen
sus grupas moteadas por una lluvia
convulsa, transformados así en
Apalusas, los caballos ancestrales de este lugar.
Quizás porque es de noche, están nerviosos,
o quizás porque ellos también saben
en qué se han convertido, me parece
que esperan verme hablar
con los viejos fantasmas que aún merodearan,
y ver si logro despertarlos de este sueño confuso,
en el cual hay establos y corrales y un hombre
que no sabe una palabra que ellos comprendan.
After a Rainstorm
Because I have come to the fence at night,
the horses arrive also from their ancient stable.
They let me stroke their long faces, and I note
in the light of the now-merging moon
how they, a Morgan and a Quarter, have been
by shake-guttered raindrops
spotted around their rumps and thus made
Appaloosas, the ancestral horses of this place.
Maybe because it is night, they are nervous,
or maybe because they too sense
what they have become, they seem
to be waiting for me to say something
to whatever ancient spirits might still abide here,
that they might awaken from this strange dream,
in which there are fences and stables and a man
who doesn’t know a single word they understand.
Religión
Lo último que la perra, ya anciana, trajo a casa
de sus peregrinaciones por el bosque,
fue un zapato de hombre, un negro y todavía reluciente punto-en-ala.
En un principio temí que hubiese en él un pie.
Pero no, no era más que un zapato ordinario.
Y aunque claramente alguien lo había calzado,
la boca de la perra—
una cobradora, hábil recolectando patos y gansos—
era tan suave, que el zapato estaba aún en buena condición
y yo podría habérselo entregado
a algún amigo sin pierna
pero ya todos ellos vestían sus prótesis,
o sea que ahí estaba: Un zapato salvado,
o robado, y non. Aunque en los últimos meses
de la vida de la perra, noté
que el zapato se había convertido en su amigo, casi,
un cuerpo a cuyo lado o sobre el cual dormía,
y siempre, al pasar, olfateaba
como asegurándose de que
en su ausencia, el misterioso, consabido,
ausente pie, no hubiese regresado.
Religion
The last thing the old dog brought home
from her pilgrimages through the woods
was a man’s dress shoe, a black, still-shiny wing-tip.
I feared at first a foot might be in it.
But no, it was just an ordinary shoe.
And while it was clear it had been worn,
and because the mouth of the dog —
a retriever, skilled at returning ducks and geese —
was soft, the shoe remained a good shoe
and I might have given it
to a one-legged friend
but all of them dressed their prostheses too,
so there it was. A rescued
or a stolen odd shoe. Though in the last months
of the dog’s life, I noticed
how the shoe became her friend, almost,
something she slept on or near
and nosed whenever she passed,
as though checking it to see if,
in her absence, that mysterious, familiar,
missing foot, might not have come again.