Poesía mexicana: Pedro Serrano

Foto por Leo David

En esta ocasión presentamos algunos poemas de Pedro Serrano (Montreal, 1957). Ha publicado El miedo (1986), Ignorancia (1994), Turba (2005), Desplazamientos (2006) y Nueces (2009).  La construcción del poeta moderno: T. S. Eliot y Octavio Paz se publicó en 2011. Obtuvo la Beca Guggenheim para poesía en 2007. Actualmente es Editor del Periódico de Poesía de la UNAM. Enseña en la UNAM.

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SI LA SEMANA ASÍ

 

Es un rincón secreto,

bajando muy despacio

por el jardín de luz.

 

Hechos de maravillas,

arena, hojas, pedruscos,

risas almidonadas.

 

Cada uno su escalera,

con un cuento en el día

y la noche de duendes.

 

Surgen gatos y liebres,

corren ciervos azules,

pican los carpinteros.

 

Dos niños y sus padres

y sus madres de azúcar

y sus risas de leche.

 

Orejones en lunes,

meten goles en miércoles

y ruedan el domingo.

 

Ponen rompecabezas

en las cejas del jueves

y en el pulgar del viernes.

 

Van unos a la escuela,

o a redondear sus versos,

o hacia las oficinas.

 

Atesoran las horas

y en las rimas del martes

desayunan orejas.

 

Y llegan hasta el sábado

como canicas verdes

bañándose en el agua.

 

Comen como alumbrados

y entre panes y ajos

muerden sus corazones.

 

Padres, madres, e hijos

se encuentran cada noche

mascando agua y canela.

 

Van redondos los osos

y los árboles monstruos

y las calles ballenas.

 

Corren afuera ríos

entre nieblas y sombras

trapicheando las calles.

 

Ellos en su cubil

apretados a gufis,

recogidos en flashes.

 

Hasta que amanecida

comparten los pilones

y pies y escarabajos.

 

Y en la nube del día

la risa en su confín

es un rincón secreto.

 

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NADALESCA

 

El pino crece, ofrece

de sus manos a mis manos.

Árbol de ralladuras,

se desprende de sí,

como el agua del cuenco

o como el arroyo.

En los labios de mis hijos

brillan las esferas

que me pasan, una por una,

como estrellas de goce.

Recogido,

se esquina para abrirse

en mil brillos y nueces.

Tiembla y gravita

como la tómbola,

parábola de la casa.

Encendido de sí,

para la noche alumbra.

Pasa sus horas

como un árbol de sueños

ahuecando las alas,

cuidándonos.

Desde la infancia crece,

hace rondas de luces,

chispas de padre a hijos.

Recoge nuestras tristezas,

nuestras cenizas.

Viértelas en mis ojos, dales luz.

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PEREGRINAJE

 

Ya no estamos esos cuatro que viajamos

en busca de la claridad y la salvación.

La vida apegándose a sus muros de cal, a su paso.

Mi padre no tenía aún mi edad, mi madre era muy joven.

Como una burbuja de esperanza íbamos

en peregrinación hacia el norte,

Houston, Nueva York, Montreal, trenes, aviones,

hoteles metafísicos con vacas alzadas a la entrada,

albercas en los pies de la cama,

cuerpos negros brillantes y sedosos,

y todo novedad.

Ana Luisa en su jirafa con ruedas, pequeñita,

persiguiendo un mundo que ya no alcanzaría

y en el que me conduce.

Íbamos cruzando el cañón hacia el Empire,

arreando un sol por los desfiladeros de Nueva York,

hasta caer dormidos entre cabezales oscuros.

Y en el envés mis padres,

relucientes en vida adulta,

hacia el amanecer juntos de nuevo.

Agua de infancia.

Todo el itinerario en mi regazo.

Como el tren a Montreal,

en un último vagón por bosques aprehendidos,

abrazados,

viendo cómo se iba el paisaje

desde la barandilla

y venía siempre.

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CORTEZAS DE LA TIERRA

 

Se tornan los dos hemisferios

al palpar cada punto del cuerpo de mi hijo,

palmo a palmo de respiración húmeda durmiente,

felicidad recién nacida y en paz,

milimetría del miedo palpitando

de la cabeza a los pies.

 

Al apretar los píes de mi padre

también y al mismo tiempo y ahora y todavía

tibio de su muerte,

todavía prendado de vida,

todavía y aun mi padre siendo mío

en este rincón de cuerpo amoroso,

con su límpida frente acariciada,

su atemorizada dignidad acechante.

 

Rodeado mal que bien como Manrique

con lo que se pudo salvar del naufragio,

de nosotros,

la soldadesca de sus cuatro hijos hombres allí,

polvo hacia el polvo recurrente y torneable,

cirios o pilares en transigencia, transitorios,

y mi padre como gran capitán,

y mi madre en su nicho de vida recién soliviantado.

 

Toco entonces los pies de mi padre,

el arco reconocido de su música y su voz y su piel,

“mi hijo Pedro” sus palabras de reconocimiento y últimas,

y toco el cuerpo de Nicolás recién nacido

y todo sucede al mismo tiempo y para siempre.

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PARÁBOLA DEL SUFRIDO

 

Baja como un ciclista recorriendo las calles

pegado a un costado sin dar y sin torcerse

para que no se escape ni el dinero ni la caca

que en el bolsillo izquierdo guarda como un tesoro.

 

Es un bulto boludo, macizo, pendenciero

lo que como un crucificado lleva a cuestas

y recorre el D F con prisa de incógnito

pues no quiere que nadie descubra su extravío.

 

Sin que se le escape o se caiga el mandado

al ver que algunos perros se empiezan a acercar

quiebra hacia un lado y otro para que no le huelan

ni el sobaco ni la entrepierna ni menos el andén.

 

No le importan los humos, los coches, los trajines,

los camiones, el ruido, la multitud, la bilis;

le preocupa qué hacer con ese cargamento

así que monta en un taxi como última escapatoria o santiamén.

 

Allí la carga se le desacomoda, la gente se le arrima

o se aprieta hacia un lado sin saber a qué huele,

pero él teme que lo roben o que descubran

que además de cartera guarda ese bonche vil.

 

Se baja palpitando y siente que lo llevan maniatado

y en vilo al púlpito o al carajo, así que sin fuerzas

se entromete en una vecindad entre cables y ropa tendida

y jaulas de pericos y tiestos y mocosos.

 

Al abrir el portal de una casa en que piensa

que puede refugiarse lo asaltan dos criaturas;

él cree que andan pidiendo algo para comer

pero en lugar de eso le plantan cloroformo.

 

Ya la cagué, se dice, al sentir en la boca el trapo

mientras ve que su cuerpo se desmadeja

en unos brazos menudos que lo afianzan

y no sabe lo que piensan hacer de él.

 

Los chamacos se lo llevan por entre los barrancos,

lo despojan de todo, le sacan las ortigas,

le vacían los bolsillos en los que sólo hay piedras,

le quitan los zapatos, la ropa, la camiseta

 

y cuando se despierta ve que desconcertado

con él se echan andar. Se van entonces los tres,

brillantes, errabundos, limpios de polvo y paja

y tan orondos por esos montes cojonudos.

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CORTEZAS DE LA TIERRA

 

Se tornan los dos hemisferios

al palpar cada punto del cuerpo de mi hijo,

palmo a palmo de respiración húmeda durmiente,

felicidad recién nacida y en paz,

milimetría del miedo palpitando

de la cabeza a los pies.

 

Al apretar los píes de mi padre

también y al mismo tiempo y ahora y todavía

tibio de su muerte,

todavía prendado de vida,

todavía y aun mi padre siendo mío

en este rincón de cuerpo amoroso,

con su límpida frente acariciada,

su atemorizada dignidad acechante.

 

Rodeado mal que bien como Manrique

con lo que se pudo salvar del naufragio,

de nosotros,

la soldadesca de sus cuatro hijos hombres allí,

polvo hacia el polvo recurrente y torneable,

cirios o pilares en transigencia, transitorios,

y mi padre como gran capitán,

y mi madre en su nicho de vida recién soliviantado.

 

Toco entonces los pies de mi padre,

el arco reconocido de su música y su voz y su piel,

“mi hijo Pedro” sus palabras de reconocimiento y últimas,

y toco el cuerpo de Nicolás recién nacido

y todo sucede al mismo tiempo y para siempre.

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ANTES

Todo pasa por Madrid hablando de Aute.

Siento que estoy perdido y las sombras se encuentran o lo encuentran.

Pasa por mí mi vida a pie juntillas y con exactitud,

nombre tras nombre, puerta tras puerta.

Son chispas y bullas con Inés y Elba en la Plaza Santa Ana

o la puerta de un restaurante en Recoletos con Francisco José

o las olas de vida en la Plaza Olavide con Blanca

o con Paloma en el reflejo de un café Viena que ya no fue lo que es

y que el metro y su padre conjuntan.

En este momento prenden como cerillas los años

iluminando cada cámara oscura de su propia luz

como si fuera el rasgo y el ruido conjunto

y yo todo eso que he sido y he escuchado,

visto con ellos y con ellas.

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Datos vitales

Pedro Serrano nació en Montreal en 1957. Sus libros son El miedo (1986), Ignorancia (1994), Turba (2005), Desplazamientos (2006) y Nueces (2009). La construcción del poeta moderno: T. S. Eliot y Octavio Paz se publicó en 2011. En colaboración con Carlos López Beltrán hizo La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas (2000) y 359 Delicados (con filtro). Antología de la poesía actual en México (2013). Ha traducido también King John de William Shakespeare e Iluminen la oscuridad de Edward Hirsch. La ópera Les marimbas del exil/El Norte en Veracruz con libreto suyo y música de Luc LeMasne se estrenó en Besançon y París en enero de 2000. Sus Tres canciones lunáticas, con música de Hilda Paredes, se estrenaron en febrero de 2011 en el Wigmore Hall de Londres.Obtuvo la Beca Guggenheim para poesía en 2007. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores. Actualmente es Editor del Periódico de Poesía de la UNAM. Enseña en la UNAM.

 

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