Sobre Cantando El Triunfo de las cosas terrestres, de Efraín Bartolomé

El poeta sinaloense Alfonso Orejel reseña el más reciente poemario de Efraín Batolomé, Cantando El Triunfo de las cosas terrestres, publicado por Juan Pablos. Bartolomé (1950), desde su primer libro, Ojo de jaguar, es una de las voces más significativas de la poesía mexicana.  

 

 

 

 

 

EL TRIUNFO DE LA POESÍA[1]

 

           Hace dos meses aproximadamente me enteré de la existencia de un nuevo libro de poemas de Efraín Bartolomé. Su título: Cantando El Triunfo de las cosas terrestres. Sonreí emocionado. Semanas después lo tuve en mis manos y empecé a leerlo de inmediato.  Saltaba de una página a otra, acatando el dictamen del azar, y la emoción fue creciendo más y más. Me detuve tratando de dosificar el enorme placer, la secreta felicidad que aquellos poemas me brindaban. Una interrogación vino a mi cabeza: ¿Qué secreto posee el poeta, cuál fórmula infalible conoce, que le permite escribir estos poemas tan cercanos a la perfección?

            Porque Efraín logra renovar en cada libro nuestra capacidad de asombro y nuestra, a veces. deteriorada sensibilidad. Es admirable, casi inhumano, que este talento no tenga declives. Leo poema tras poema y no puedo mantenerme al margen del escalofrío.  Quizás esto obedece a que no concibe una obra que no haga visibles sus raíces desde el corazón humano. Y a que evalúa con gran rigor su propia obra, evitando hacerse la menor concesión.  En este principio  se finca la ética y la estética de su trabajo. No encontramos en él la más mínima voluntad de deslumbrar, de ofrecer espejitos y cuentas de colores, de practicar inútiles ejercicios circenses o de encender fuegos artificiales  a los que son tan afectos algunos clowns de la palabra –a veces tan en boga para la poesía como espectáculo vodevil-.  Su compromiso es con el hombre y con el lenguaje. Esta ha sido su carta de creencia desde que pulsó la pluma y escribió Ojo de jaguar (1982), un libro emblemático dentro de la poesía mexicana contemporánea.

            Cantando El Triunfo de las cosas terrestres es un libro que se puede leer por dos rutas. Una es la poesía y otra la prosa. El libro en prosa es el diario de campaña de la expedición a El Triunfo que condujo al libro de poemas. En realidad son semejantes pues ambas conducen al centro del poema y de la reserva natural que da nombre al libro: El Triunfo. Un territorio donde aún ciertas criaturas aguardan esperando ser nombradas por primera vez y donde otras sobreviven en una cápsula del tiempo. Un paisaje donde la mirada del hombre apenas se ha asomado. Una extraviada parcela del paraíso. Cada lector elige el sendero que prefiera, la poesía o la prosa, y en ningún caso se va a equivocar. Por ambos caminos llegará al corazón de esta reserva donde la naturaleza no ha perdido una sola sílaba.

            El primer poema, En el Parteaguas, es espléndido, de una hermosura sutil y categórica. Anuncia como una plegaria amorosa su devoción por la naturaleza, que es La Madre, el Vientre terrestre pero anuncia también su enorme fragilidad. La panorámica que observamos a través de sus palabras registra el concierto de trinos, los caudalosos cristales de la lluvia, los colores excitados del plumaje, las nubes exhaladas por las montañas: la Belleza que aún posee un rincón donde ejerce su majestad. La belleza que parece huir del ojo humano, quien suele observarla como un depredador.

            Este poema despeja un poco el follaje y permite vislumbrar la maravilla. En estos poemas se respira el aire que emana de la tierra virgen, pisada cautelosamente por esa sombra de la divinidad que es el jaguar,  se escucha el aullido de los monos en la alta fronda, el canto multicolor de los pájaros que han brotado de la imaginación de la Madre. En Cantando El Triunfo de las cosas terrestres contemplaremos como jamás lo hemos hecho, la fugitiva hermosura del quetzal, el signo de interrogación que es el pavón, el precipitado viaje de los ríos hacia el mar.  El caudal de imágenes nos arrastra en su torrente y algo se desprende en nuestra entraña. A veces resulta muy difícil continuar leyendo pues el estremecimiento hunde sus uñas en la espalda y el temblor nos impide sujetar el libro. No estamos acostumbrados a soportar la belleza despiadada del entorno, tanta hondura en un puñado de poemas.

            Este poema está vinculado a otro que leí hace más de quince años: Ala del Sur (incluido en  Ojo de jaguar). Un poema dramático, lacerante, que relata la tragedia de otra gran selva madre. Un tema doloroso los hermana. Da cuenta del latrocinio y  de las víctimas del progreso. Alejado, de cualquier tono panfletario, este libro es capaz  de provocar al lector con una bofetada verbal, con una sacudida que lo haga volver en sí. En la exuberancia, en el follaje, en esta fronda de palabras subyace la otra exuberancia, el otro follaje, la verdadera fronda de esa selva real, que la ignorancia o la ambición pueden devastar. Es curioso pero tuvimos la fortuna de escuchar a Efraín leyendo (cantando) un fragmento de estos poemas ante un grupo numeroso de niños y éstos pudieron visualizar la selva de niebla, sentir el aguacero, oír el trino y los gorjeos de los pájaros, a través de la voz del poeta. Niños que nunca tal vez conocerán la selva con sus propios ojos, niñas que jamás mirarán de frente aquél prodigio de la tierra, y que esa mañana tuvieron la oportunidad de constatar la existencia de ese milagro, atisbándolo en los espléndidos poemas de Efraín Bartolomé.

           Cantando El Triunfo de las cosas terrestres constata el retorno del poeta a su tierra natal, al mundo registrado en su primer gran libro Ojo de jaguar, a su remota maravilla. Y todo en él está signado por la armonía. Las imágenes telúricas cinceladas con gran pulcritud, la emoción que cada una de ellas cifra, y la música. ¡Ah, la música de estos versos! La cadencia, el ritmo suave, el ritmo vertiginoso, los giros, los arpegios de la palabra. Es la música que surge de las entrañas mismas de cada poema construido como ingrediente de una partitura. Es cosa de armarse de valor y leer en voz alta para escuchar esta magnífica lluvia que está latente en sus palabras y que se desata al pronunciar las primeras líneas del poema.

             El poeta es un hombre que puede desentrañar algunos enigmas humanos a través de la palabra.  Efraín Bartolomé es uno de esos elegidos. Su pluma es una astilla de luz que al escribir ilumina.  Su poesía nos brinda una sensación de permanencia que aspira a vencer a la muerte. Va mi mayor gratitud por permitirnos recobrar la confianza en la poesía como un instrumento de revelación, conocimiento y redención.

 

 

 

 

 

 

 Datos vitales

 

ALFONSO OREJEL nació en Los Mochis, Sin., en 1961. Es Licenciado en Ciencias Políticas y fundador de la revista Manchas de tinta. Es autor de los poemarios Inscripciones en el vaho del espejo (Difocur, 1989), La luna y otros hallazgos de la noche (Los Goliardos, 1994) y Las bellas bestias (Difocur, SEPyC, 2002) así como de los libros de cuentos La balada del hombre muerto (Ficticia, 2008) y La sombra (Andraval Ediciones, 2009). Ha publicado los libros para niños Caldo de perico, El cucaracho y Matangaguangalachanga, y El sendero de los gatos apachurrados. Dos de estos fueron incorporados por la SEP al Programa Nacional de Bibliotecas de Aula (Libros del Rincón). Fundó y dirigió desde 1996 hasta el 2000 el taller de literatura infantil “¿Quieres que te lo cuente otra vez?”, y fue coordinador del taller de poesía del Museo Regional del Valle del Fuerte por dos años. Actualmente dirige el taller literario para niños Alas de Papel, en la Escuela Vocacional de Artes. Coordina en la zona norte el programa “Sinaloa, un estado de lectores”, donde asiste a 50 círculos de lectura al mes. Forma parte del Comité que coordina la Feria del Libro de Los Mochis desde su creación, en 2002. Ha obtenido el Premio y el Nacional de Narrativa Inés Arredondo y el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen. Pertenece actualmente al Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA.

[1] Efraín Bartolomé, Cantando El Triunfo de las cosas terrestres, Universidad de Ciencia y Tecnología Descartes-Casa Juan Pablos, México, 2011.

 

 

 

 

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