Presentamos la poética, la concepción de la poesía, del mayor poeta colombiano de nuestro tiempo Giovanni Quessep (19939). Algunas de sus obras: El ser no es una fábula (1968); Duración y leyenda (1972); Canto del extranjero (1976); Libro del encantado (1978);Madrigales de vida y muerte (1977); Preludios (1980); Muerte de Merlín (1985); Antología poética (1993), Un Jardín y un desierto (1993). Carta imaginaria (1998), Antología poética (1993) y Brasa lunar (2004) entre otros. En el año 2006 apareció en su obra reunida en la editorial Galaxia Gutemberg bajo el título Metamorfosis del jardín. Ha merecido el Premio Nacional de Poesía José Asunción Silva.
ARTE POÉTICA
El poeta no teme a la nada. Sabe la lengua del coloquio de los pájaros, que aprendió Adán en el paraíso terrenal. Y sabe, también, que la poesía es una danza, y que hay un arte de pájaros en su asombro y en su vuelo. Los ojos del poeta están tejidos de un cristal mágico; en su pasión tiene la esfericidad de los cielos y de su música extremada. A medida que se distancia de lo real, hallan la verdad de la poesía, o duración de las fábulas, que es el alma. El poeta, que no lo ignora, pone en juego su ser; pero, si quiere perseverar en este, debe entregarse a la única ley que rige la creación poética: la palpitación del abismo. Y el abismo es el centro del universo: están en él las constelaciones, pero también la rosa, espejo del tiempo, semejante a la luna en la metáfora del místico persa. Belleza o abismo, palabra y música: encantamiento total, orden del espíritu que descubre la ciencia del amor y abre las puertas de lo desconocido.
El poeta va por su castillo interior, donde se unen los cuatro puntos cardinales de lo ilusorio y lo real. A ellos corresponden, en la escala de la imaginación, el aire y la luna, la llama y los espejos; y en la del sentimiento el dolor, el vacío, la soledad y la melancolía. Con ello hace el poeta su mítico tapiz, en el que puede ver todo lo que no puede verse, y oye el cantar de lo que únicamente puede oírse en el rumor del hielo sagrado: las voces de lo invisible, que convirtieron a Serezhada en un libro de hojas color de vino; el palacio de cristal donde Merlín encantó a Dulcinea, y el huerto donde Eva inventó una manzana para curar ansias de amor y nostalgias de enamorado, como en las mil y una noches; el escudo de plata que dejó ciego a Homero; el árbol del fin del mundo que le dejó a Alejandro que no volvería a ver las calles ni las muchachas de Grecia; Las ciudades celestes de torres de lapislázuli que prefiguran el cielo estrellado en la mitología de los Babilonios; la desgarrada túnica de jeroglíficos y pájaros del adolescente adorador de la luna: cosas que, en feliz expresión de Salustino, no ocurrieron jamás, pero son siempre.
El poeta no teme a la nada. Sabe de la existencia de lo que nunca ha sido dicho, de lo que aún no tiene nombre en los ideogramas de la escritura divina: cree en la palabra, pero también en el silencio, en lo callado, en lo oculto, en lo que podría hacerse fantasma a la luz de la vigilia o abarasadora presencia en la penumbra del sueño, bajo la luna, reloj de pitagórica cadencia. El poeta nada tiene, y entre asombros y vuelos y peligros interiores escribe su carta imaginaria, y allá lo diverso y lo único, y se halla así mismo en la brasa que ilumina la noche oscura de la poesía.