El lirismo como búsqueda de la alteridad. Entrevista con Jean-Michel Maulpoix

Presentamos, en la traducción de Lina Teresa Ramírez, una entrevista con el poeta y crítico francés Jean-Michel Maulpoix en torno al lirismo contemporáneo. Entrevista a Jean-Michel Maulpoix realizada por Bertrand Leclair, publicada en la Revista La Quincena literaria n° 785 del 16 de mayo de 2000, a propósito de la publicación El lirismo, en ediciones José Corti.

 

 

 

 

EL LIRISMO COMO BÚSQUEDA DE LA ALTERIDAD…

Fue denunciado por la mayoría de las vanguardias del siglo XX (con la notable excepción del surrealismo) y estuvo bajo sospecha, más que nunca, después del nazismo. No obstante, el lirismo hace su retorno con insistencia, más en la prosa incluso que en la poesía. Pero si todo el mundo tiene una vaga idea de lo que se dice con la palabra lirismo, nadie es capaz, sin embargo, de arriesgar un principio de definición. Susceptible de caracterizar tanto lo peor así como lo mejor, el lirismo bien merecería que finalmente se hiciera algo por él. Esto es, precisamente, lo que hizo Jean-Michel Maulpoix, que nos entrega el resultado de veinte años de investigación, rescatando un valioso instrumento crítico del enredo de los estereotipos que abarrotan la noción de lirismo.

 

 

El volumen que ahora publica nació de un ensayo que publicó en 1989, La Voz de Orfeo. ¿Cuáles son las principales modificaciones?

La Voz de Orfeo surgió esencialmente para sostener una tesis de 1987 sobre “el lirismo, definiciones y modalidades, 1829-1913”. La obra es recogida íntegramente: estoy contento de  haber podido afinar o precisar ciertos elementos que encontraba demasiado imprecisos o demasiado ingenuos, pero así el ensayo adaptado tiene el doble de volumen. Añadí varios capítulos, en particular el primero, «Incertidumbres de un neologismo» que recuerda la historia del neologismo después de su primer caso conocido, en 1829, y aporté nuevos elementos nacidos de trabajos recientes, como “El crepúsculo de Baudelaire”, o el capítulo sobre la inspiración… Ya que la noción de lirismo vuelve a menudo en los debates desde hace algunos años, y si a veces se encuentra es violentamente criticada, por esto quise dotarla de más sustancia y proponer algunos ejemplos, (Rimbaud, Valéry, Claudel, Saint-John Perse), o proponer una historia de la oda y de la elegía, más que entrar en polémica, o intentar determinar lo que sería un lirismo contemporáneo.

 

¿No hay una paradoja al querer sobrecargar  con un trabajo de erudición una noción que es también fugaz e inestable?

El combate está perdido por anticipado. Pero es por su misma inestabilidad que me interesa la noción: en tanto que cuestiona la posibilidad de teorizar. Cuestiona la urgencia misma de la poética, subraya y agrava las tensiones internas. Es decir, todo gesto crítico es también un modo ponerse él mismo en observación. Tengo  viejas cuentas que justar con el lirismo: asunto de temperamento, de historia personal, de generación quizá… Esta noción, yo la adopté muy temprano, el día en que uno de mis profesores de khagne (clases literarias preparatorias) citó la frase de Valéry: «el lirismo es el desarrollo de una exclamación». Aquí está el tipo de elemento lírico que llega a los veinte años: ¡a partir de una declaración, estar tentado a redefinir toda la literatura! Y me acuerdo de aquella época en la que de buena gana sobreponía esta cita de Valéry a la palabra de Camus definiendo el arte como “una exigencia de absoluto en una forma”.

 

De hecho, usted muestra claramente que el neologismo, si bien aparece en pleno romanticismo, comienza a ser verdaderamente empleado sólo a fines del Romanticismo, con un distanciamiento crítico.

En efecto, la palabra aparece en el momento en el que el Romanticismo compromete su propia crítica, en particular en Flaubert que es el primero que hace del neologismo un uso significativo, en su Correspondencia. Es tomando la medida de esto que yo comencé a oponerme a la armonía corta y evasiva de la noción, la que ve en el lirismo una especie de efusión, de expresión sentimental complaciente. Todavía hoy, Christian Prigent, por ejemplo, identifica al lirismo como la “béance baveuse du moi“ (brecha babosa del mío), esto relativamente no le interesa a un trabajo de “desgasificación” del alma que piensa trabajar en su escritura… En todo caso, yo por mi parte me esforcé en eliminar de la palabra el sentimentalismo al que estaba atada, y en demostrar que el lirismo no se reduce a las flores azules de la escritura. Mi primer trabajo fue el de volver a llevar la noción de lirismo al lado de lo sublime; para esto bastaba con abrir el Littré (Diccionario de la lengua francesa, obra de Émile Maximilien Paul Littré), que propone como  primera definición: “carácter de estilo elevado, de inspiración solemne, el lirismo de la Biblia”. ¡Difícilmente podemos decir que la Biblia sea el lugar de las efusiones personales! Luego, me percate de la importancia de un segundo sentido, igualmente esencial: la idea de la circulación y de la energía. Así, cuando Flaubert habla del lirismo, él lo compara de buena gana con el movimiento de la sangre. Esta idea de animación, de calor, significativa en la forma no en las palabras, nos viene a la cabeza a veces con frecuencia, me parecía tanto más interesante porque se oponía al humor estancado de la melancolía. En el tercer lugar, observé que esta palabra de “lirismo” se había dividido de golpe en un sentido positivo y en un sentido negativo: subimos hasta el lirismo, es el canto, y caemos en el lirismo, es el énfasis, el pathos… La noción esta “dividida” desde el inicio, significa una amenaza, tanto como una ambición, significa el riesgo que toma el poeta en el poema. Finalmente, el último punto sobre el cual se lleva a cabo esta recuperación de la noción de lirismo, se refiere a la importancia que conserva el famoso dato subjetivo. ¿Cómo articular este a la cuestión de lo sublime y del calor del discurso? No es por casualidad que se compare fácilmente el lirismo con mi expresión: la urgencia del neologismo es precedida por la larga historia de la poesía lírica. . .

 

 

A lo largo de los ejemplos que usted proporciona, terminamos con una idea de lirismo que sería casi contraria a su percepción estereotipada: esto sería más la expresión de la brecha del mío, o por el contrario el desgarramiento de esta brecha, una tentativa de alejarse del “mío” para alcanzar él “yo” y tomar la palabra.

Surge entonces también la parte de la alteridad como la impersonalidad. ¡Lo que yo llamo la sed! El ensayo que había consagrado al lirismo contemporáneo en un libro precedente, “La Poesía como el amor”, se titulaba “Comedia de la sed”. Recuperar el título de un famoso poema de Rimbaud en el que me parece que toda la obra se pregunta “¿cómo beber?”. No pudiendo quitarse la sed, Rimbaud se pone a favor de la alteración: llegando así al programa del vidente, al hombre que se implanta verrugas en el rostro, y que llega a desear «licores fuertes como metal hirviente».

 

Al hacer estallar la noción de lírica como usted lo hace, ¿no llega un momento en el que ésta se confunde con la idea misma de literatura?

La literatura en su energía y en el movimiento se esfuerza hacia una dirección pidiendo prestado lo que Michaux llama “la vía de los ritmos”. La literatura, en tanto que haya, siempre trata de recuperar el por qué. También es interesante constatar cuánto la noción de lirismo mete en desacuerdo las fronteras entre los géneros. A menudo es una palabra de prosistas lo que la poesía pica. El poeta, al contrario del filósofo, debe descender a esta especie de desorden que él es, a esta masa de ilusiones que él acumula. En otro tiempo a él le pertenecía la lira, que era capaz de pacificar los elementos desencadenados. La armonía del canto fue por mucho tiempo tributaria de un orden que el lirismo tenía por objeto recobrar. Se trataba entonces de volver a ponerse al nivel de una creación intrínsecamente buena. ¡Para nosotros, la experiencia del lirismo nos conduce más bien a descender en el pozo oscuro de la lengua! Me gusta que este verbo “descender” invierta el vuelo de Ícaro sumergiéndolo en un foso profundo. En este descenso en la lengua, en el trabajo de figuración propio de ella, podemos llegar a una  justa postura, donde se equilibrarían el demonio de lo absoluto y el principio de realidad. Tal podría ser el horizonte del trayecto lírico. ¡Un rodeo que aproxima, una mentira que reenvía a la verdad, un vuelo que nos arroja al suelo, esto es posiblemente, el lirismo! Pienso de nuevo en Rimbaud: “Soy devuelto al suelo con el deber de buscar la áspera realidad que hay que abrazar”.

 

Esto evoca la extraordinaria e inesperada citación de Gide, que usted nos hace recordar: «Creo que llamo lirismo al estado del hombre que consiente en dejarse vencer por  Dios (…). Y estoy dispuesto a creer que se es artista sólo a condición de dominar el estado lírico; pero es importante, para dominarlo, el haberlo experimentado primero». Por eso, en la mayoría de los prosistas, la reivindicación lírica ha sido siempre rechazada.

El lirismo provoca a la vez un rechazo y una tentación. No olvidemos que puede dar lugar a los peores desbordamientos y a los peores desvíos. Los regímenes totalitarios han hecho un uso particularmente eficaz de él. La exaltación nacionalista toma de buen grado como arma de propaganda una forma lírica. El lirismo es, pues, también lo que se trata de tener bajo vigilancia. Bien bajo su propia pluma o dentro de su propia voz, como todo a su alrededor. Por ejemplo, estoy sorprendido de la forma en la que nuestro presente está inundado por el sentimentalismo mediático. ¡La expectativa “lírica” del público se deja fácilmente desviar y corromper! Allí también radica en mi opinión, la obligación de tratar seriamente esta noción: darle la espalda con desprecio, es también dejar dar rienda suelta a estos desbordamientos. Reconsiderar con cierta seriedad lo que se juega con el lirismo, también tiene sentido en relación a lo que nos amenaza mientras que estamos bajo un cielo vacío, y que los medios de comunicación se esfuercen en disponer de esta especie de fervor no empleado en cada uno.

 

Reunimos allí, recorriendo la distancia crítica impuesta por la Historia, las polémicas por las que ha  atravesado la poesía después de una década ¿Todavía siguen vivas estas polémicas?

Más que nunca, aunque estas se inscriben ahora en un trabajo de reflexión sobre lo que es poesía. Numerosos libros aparecidos en estos últimos años, como los de Michel Deguy, Bernard Noël, Jacques Roubaud o Christian Prigent, le dieron seriedad a este debate directamente menos polémico. Por eso, tengo la impresión de que si no hay una lírica de la poesía contemporánea, ésta no necesita oponerse a nadie para existir, no ocurre lo mismo para todo un formalismo que necesita de un adversario, y por tanto para mantener esta noción de lirismo en una especie de sospecha originaria, también se deben renovar los lugares comunes.

 

En particular revelando una dimensión religiosa a la que estaría ligada.

Sí, el santo lado, el lado de la sospecha, etc. Por cierto, hay en el lirismo un movimiento hacia una forma de sublimidad o de religiosidad, que no es lo mismo… Pero lo importante que el cielo ansiado quede vacío. La aspiración a lo que Mallarmé llama “otra cosa” ¡queda sin valor y abierta a la discusión! “Por consiguiente la palabra Lirismo queda en suspenso”. Posiblemente una palabra circense.  Me interesa considerar a través de él este movimiento extraño que inspira al escribir a avanzar al hilo de la voz. Sin duda la dimensión más importante ahora es la de la dirección hacia un lector desconocido e inalcanzable; el lirismo dilatado hacia el otro. Menos ávido de Dios que preocupado por su semejante, no deja de intentar o de soñar reconciliar la escritura y la vida. Si el acto de escribir supone un corte con relación a la parte exterior, el lirismo querría abolirlo. Hacer entrar en la lengua la sustancia y la energía de la vida. Pero también descender a este misterio que permanece en el lenguaje, acercarse a la forma en que vive en nosotros, inflamándonos o estando ausente de nosotros.

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