El poeta y ensayista Luis David Palacios reseña Las horas olvidadas del poeta colombiano Federico Díaz Granados (1974). El libro fue publicado por Valparaíso México y que se puede encontrar en todas la librerías Gandhi del país, así como en Toki [Sushi | Casa de té | Librería] ubicado en Córdoba #229 esq. Coahuila, colonia Roma. Díaz Granados es uno de los poetas colombianos incluidos en El canon abierto. Última poesía en español, antología de Visor Libros publicada este 2015.
Federico, un poeta de lo simultáneo.
El tiempo es una ilusión según la física contemporánea. Usted tiene ahora cerca de 13 700 millones de años de edad: la materia que lo constituye, sus átomos, nacieron con el universo. La velocidad afecta la percepción, el paso del tiempo. Si pudiéramos estar cerca de la velocidad de la luz, el tiempo transcurriría más despacio y el objeto aumentaría su masa mientras se contrae. Si explicáramos el tiempo como la sucesión ilimitada de pequeños instantes, de fotografías que se acumulan, usted y yo tendríamos una realidad en común en cualquier punto donde detuviéramos el ojo. Por ejemplo esta fotografía en la que hablo y usted me escucha, donde un ángel helado nos rodea, donde un niño muere al otro lado del mundo y una flor se abre con la luz del amanecer. En el tiempo de la vida, el tiempo habitual, todo parece inconciliable, lejano y usted y yo somos distintos.
Sin embargo, en una escala más amplia todo ocurre simultáneamente y no hay bordes entre el pasado, el futuro o la fugacidad de este momento que ya pasó y este que aún está por llegar. Pero para percibir esta simultaneidad tendría que haber una distancia tan grande entre nosotros como la que su imaginación le permita y usted, además, debería moverse hacia alguna parte, más cerca o más lejos. El tiempo, entonces, es sobre todo soledad. En tal escenario, si detuviéramos de nuevo el tiempo y usted estuviera acercándose, la fotografía que veríamos estaría desfasada, tendría un ángulo temporal hacia mi futuro; si en cambio, usted estuviera alejándose, la fotografía sería de mi pasado, probablemente de un tiempo en el que aún ni siquiera mi pasado existía. En esta realidad donde no existe el tiempo o todo el tiempo existe en un mismo instante o hay un tiempo vertical, desgarrado, habita la poesía de Federico.
Para superar la soledad hay dos caminos: el de la razón y el de la imaginación. En el primero, nos esforzamos por encontrar continuidad; y en el otro nos libramos de los grilletes de la historia para descubrir las cosas en su manifestación primigenia –arquetipos, diría Jung–. La poesía de Federico es una fotografía instantánea. Nos pone en el límite de nuestra visión del universo, nos coloca en una perspectiva distinta de lo cotidiano. En sus poemas se conquista la unidad temporal, se leen los colores de la infancia, la dicha y la alegría acumulada en el presente, la angustia por una muerte que acorta las aguas del tiempo. Su poesía tiene un modo de vencer la soledad porque acepta el aspecto trágico de su origen.
Si el tiempo, como decíamos, es la acumulación de pequeñas imágenes estamos hablando también de orden, de sucesión, de ritmo; en Federico esa musicalidad es ternaria. Evoca la noción vital de itinerario, moverse de un lugar a otro: es una metáfora de la vida. No hablamos, claro, de la noción trivial de metro, hacerlo sería explicar una sinfonía, un solo del jazz más obscuro en términos de compases, vacuos quebrados rítmicos. En los poemas de Federico el ritmo no se mide porque es imposible cuantificar una visión emotiva del mundo. El tiempo no existe porque estos poemas hablan también de usted y su pasado, de mí en el presente mientras Federico los dice en el futuro.