Tarfia Faizullah: Leyendo a Celan en el museo de la Guerra de Liberación

Presentamos, en versión de José Luis Justes Amador, un poema de Tarfia Faizullah (Brooklyn, 1980), poeta blangladeso-estadounidense que creció en Texas; cursó su Máster en Literatura Creativa en la Universidad Commonwealth, en Virginia y, el pasado 2014, su libro Seam ganó el Crab Orchard Series in Poetry. Una obra «hermosa y necesaria», según Natasha Trethewey (Pulitzer Prize 2007 y U.S. Poet Laurate 2012). A continuación, una nota del traductor seguida por el poema.

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre su libro, ella mismo dijo: «no creo que haya un arte que pueda expresar siquiera algo tan irracional y tan violento como el sufrimiento humano. He intentado escribir un libro que trate de las limitaciones que tiene ese expresar». A ese libro pertenece el siguiente poema.

 José Luis Justés Amador

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Leyendo a Celan en el museo de la Guerra de Liberación

—Día de la Celebración de la Independencia, 2011, Dhaka

 

 

 

i.

 

 

En el jardín, en estas pilas de sillas

delante del escenario vacío – cerca estamos

Señor, cerca y a la mano. Señor,

acepta estas ofrendas humildes:

 

pilas de galletas envueltas en celofán,

pilas de hueso tras el cristal: tibia,

columna. Pilas de platillos blancos, círculos

de porcelana con pilas de tazas

 

limpiadas por labios. Quijada, Señor. Galerías

de recortes laminados declarando la Guerra.

Hay manos desapilando las sillas en filas. Los muertos:

                siguen suplicando. ¿Para qué, Señor?

 

Bayonetas melladas ¿afiladas alguna vez como el viento?

¿Pilas de clavículas pálidas como luna? Una mano

 

 

 

 

                ii.

 

Pilas de clavículas pálidas como luna a los que una mano

les limpia el polvo. Perdí la única palabra

 

que me quedaba: hermana. El viento

nos atraviesa – nos sentamos, esperamos

 

los cantos de la nación y perdidos en limpias

y largas filas bajo esta bandera

 

verde hoja – sus círculos cosidos en rojo nos

manchan de brillantes brotes rojo sangre, nos

 

manchan de seda de río –te vi, hermana, parada

        en ese brillo – vi la luz aserrando

a través de la ventana del carro, cardándonos

de rosa – te vi, hermana, tu cabeza

 

sangrando, un flor de shapla desplegándose

despetalándose lenta por el agua muda –

 

 

 

 

 

                iii.

 

Despetalándose lenta

por el agua muda

proas de traineras

redes de arrastre

de peces plateados que se doblan

en las manos abiertas

que les han de tallar

la piel.

Somos manos,

                         vaciamos

a dos manos la oscuridad. Somos

enraizados

cuerpos en fila delante

de los miembos

azules de los bailarines

que pintan

de índigo la luz oscura, después

el jazmín iluminando

una taza, después

las manos dando vuelta

a postales con la bandera

y una flor, manos

acunando la replica de un barco,

               manos

que empujan aquí y allá

                                               a la nada. Tú,

un cadáver, hermana, bañada

en jazmín, azul-

 

 

 

 

 

   iv.

 

Un cadáver: hermana, bañada en jazmín. Azul,

 

la luz me lleva de la tienda de regalos

 

a una galería de piedra gris: charcos de corazón gris,

                               dos bocados de silencio: la sombra

 

que arroja el retrato de una mujer violada atrapada

 

en un marco, el rostro oculto detrás de su propio

 

río de cabello: fotografía ante la que una muchacha

 

de la edad de tu cadáver se detiene

 

y pregunta. ¿Alguien le hizo daño?

 

           ¿Alguien le hizo algo malo? Su madre

 

no contesta. Su padre se vuelve, se estremece

 

mientras la luz bebe nuestros silencios,

 

mientras yo me vuelvo también luz, estremecida hasta el hueso

 

enseña enseña a tus manos a dormir

 

 

 

 

 

v.

 

enseña enseña a tus manos a dormir

 

porque sus manos no pueden contener la forma

 

de una flor de shapla arrancada de su hoja verde

 

porque sus manos no pueden contener la pena

 

ni luz ni hermana             en sus manos puños

 

de su propio pelo      en sus muñecas pulseras de cuentas

 

como esa con la que luchabas con tu mano

 

la misma mano que golpeó el rostro pálido

 

de la hermana    mira    la joven se para delante

 

de la foto de la joven que juró que no

 

se convertiría en la anciana

 

que se enrosca en un colchón de yute

 

que te tiende una pulsera    una extraña perdida fue

 

corporalmente presente       llegaste casi a vivir

 

 

 

 

 

vi.

 

Corporalmente presente, llegaste casi a vivir,

la poeta, en ese pequeño vestido azul todavía manchado,

 

dice la cédula, con la sangre de niño

aplastado hasta la muerte por una bota de soldado. ¿Quién falló

 

y falla? – noches en las que no podías soportar los sonidos

trillados de tu propio latir apresurado. Presiono

 

un botón: 1971 salta de pronto: cuerpos en blanco y negro

que marchan en pixeleadas columnas. Las noches

 

que resucitaste la Palabra, abrumada por el mar,

abrumada por la estrella. Un mujer pixeleada atada

 

con una cuerda blanca a un palo negro, sus sari

blanco manchado de barro o de sangre. Noches

 

en las que eras la cera para sellar lo no escrito

la pantalla se vuelve blanca en la luz que cae.

 

 

 

 

 

vii.

 

La pantalla se pone blanca. En la luz que cae

el hueco de la escalera es un túnel chamuscado. Salimos

por él al jardín – mi falda enciende una rasgadura

en la noche quemada. Algo silente,

algo siguió su camino – algo rechina los dientes

dentro de mí, hermana – por las brechas

de la pintura que me guían a través de esas salas alineadas

con vitrinas, pasando cintas de ametralladora

 

que forman la palabra Bangla. Aquí, en este

escenario, un bailarín frente a nosotros inclina

sus miembros una vez más. El escenario se silencia.

Nos reunimos otra vez: souvenirs de hueso.

 

Reza, señor. Estamos cerca. Cerca estamos, Señor

en un jardín, en estos montones de sillas.

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