Presentamos a la Aurora, del más antiguo libro de los Vedas, el Rig Veda (1500-1200 a.C.). Estos himnos a los dioses, escritos en sánscrito, constituyen algunos de los más antiguos textos conocidos en toda lengua indoeuropea. El que hoy presentamos corresponde a la sección de Mandalas, puntualmente es el himno 113 del Mandala I. La traducción del sánscrito es de Juan Miguel de Mora.
a la Aurora
(I. 113)
La luz se aproxima, la más bella de las luces:
el radiante mensajero ha nacido ya poderoso.
La Noche había surgido impulsada por Savitar:
ahora cede su lecho a la Aurora.
La brillante ha venido en toda su blancura con su ternero esplendente;
La negra ha dejado su lugar ante ella:
una y otra de la misma raza, siguiéndose mutuamente de manera infinita,
las dos mitades del día avanzan alternando sus colores.
Común e ilimitada es la ruta de las dos hermanas;
e instruidas por los dioses, una tras otra la siguen.
Ni se tropiezan ni se detienen, están bien ajustadas,
Noche y Aurora, de un mismo corazón aunque de aspecto diferente.
Resplandeciente guía generosa, ella ha aparecido;
radiante, nos ha abierto las puertas.
Actividad de los seres vivientes, ha revelado nuestras riquezas:
la Aurora despierta todas las cosas.
El que estaba acostado cuán largo era,
es incitado por ella, la generosa, a levantarse;
algún otro, a buscar alimentos o riqueza.
Y a los que tienen débil vista, les hace, la Aurora, ver a lo lejos.
Uno buscando autoridad, otro la gloria
y aquél el honor: así cada uno va hacia su objetivo.
Para que consideren las múltiples formas de la existencia,
la Aurora ha despertado a todos los seres.
Esta Hija del Cielo se ha mostrado en la luz,
mujer joven de radiante vestido.
Tú que reinas sobre todos los bienes terrestres,
benéfica Aurora, brilla hoy hacia abajo.
Ella sigue el camino de las auroras pasadas
y marcha en cabeza de las que todavía van a venir.
Al brillar, hace aparecer todo lo que vive,
pero a lo muerto, la Aurora no lo saca de su sueño.
Ya sea que tú hayas hecho encender el fuego
o que a la mirada del Sol te hayas incendiado,
o que hayas despertado a los hombres para el sacrificio,
has recogido un espléndido mérito para los dioses.
¿Por cuánto tiempo estará ella a medio camino
entre las que han brillado y las que brillarán?
Se apega a las primeras llena de sentimiento;
pero pronto sigue, complaciente, a las otras que la esperan.
Quedaron atrás los mortales que vieron surgir la Aurora de otros tiempos.
Es de nosotros de quien ella se deja mirar ahora,
y he aquí que ya se acercan
los que verán las auroras del porvenir.
Rechazando los odios, guardiana de Rta,
y nacida en Rta, rica en favores, dadora de beneficios,
feliz en sus presagios y llevando al invitado divino,
levántate Aurora: tú eres la más bella de todas.
Hasta el presente la diosa Aurora se ha levantado siempre.
Hoy, una vez más, la Generosa apareció.
Se levantará en los días posteriores.
Sin envejecer y sin morir, ella marcha conforme a su destino.
En los pórticos del Cielo la diosa ha brillado con sus ornamentos;
ha rechazado de sí el negro adorno.
Despertando a los hombres llega la Aurora
sobre su bello tronco de caballos sonrosados.
Aportando su deseada generosidad,
dispone su emblema luminoso visible a los ojos.
Última de las Auroras pasadas, primera de las
que aún nos alumbrarán, ha resplandecido.
¡Levantáos! El espíritu de la vida está en nosotros;
las tinieblas se han ido, llega la luz.
Ella ha desembarazado el camino para que avance el sol:
llegamos a los lugares en que la vida se prolonga.
El oficiante que alaba, por las riendas del discurso
promueve y guía a las Auroras brillantes.
Alumbra pues hoy para el cantor, ¡oh, generosa!
Concédenos una existencia plena de hijos.
Para el mortal que les brinde honores, ellas guardan
las vacas y todos los héroes, las Auroras que suben.
Que pueda alcanzarlos el sacrificante, donador de caballos,
cuando el himno de las generosidades ha pasado como el viento.
Madre de los dioses, rostro de Aditi,
emblema del sacrificio, alta Aurora resplandeciente.
Haz honor a nuestra plegaria, levántate,
déjanos nacer entre los hombres, tú que todo lo concedes.
La espléndida, la bienhechora recompensa,
que dan las Auroras a quien sacrifica y realiza el rito,
quieran conferírnosla Mitra, Varuna, Aditi
y el Río, la Tierra y el Cielo.