Macedonio Fernández: Creía yo seguido por Elena Bellamuerte

Presentamos dos poemas de Macedonio Fernández (1874-1952). Poeta, filósofo y narrador argentino. Se presenta a sí mismo: «El Universo o Realidad y yo nacimos el 1º de junio de 1874  y es sencillo añadir que ambos nacimientos ocurrieron cerca de aquí y en una ciudad de Buenos Aires. Hay un mundo para todo nacer y el no nacer no tiene nada de personal, es meramente no haber mundo…». De él, Jorge Luis Borges dijo: «Lo imité hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio […] Macedonio Fernández no está en los libros que ha escrito, los libros son inferiores a él, más que leerlo, a Macedonio, había que conocerlo».

 

 

 

 

 

 

 

Creía yo

 

No a todo alcanza Amor pues que no puede

romper el gajo con que Muerte toca.

Mas poco Muerte logra

si en corazón de Amor su miedo muere.

Mas poco Muerte logra, pues no puede

entrar su miedo en pecho donde Amor.

Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte.

 

 

 

 

 

 

 

Elena Bellamuerte

 

 

No eres, Muerte, quien por misterio

pueda mi mente hacer pálida

cual eres ¡si he visto

posar en ti sin sombra el mirar de una niña!

De aquélla que te llamó a su partida

y partiendo sin ti, contigo me dejó

sin temer por mí. Quiso decirme

la que por ahínco de amor se hizo engañosa:

«Mírala bien a la llamada y dejada

obra de ella no llevo en mí alguna

ni enojéla,

su cetro en mí no ha usado

su paso no me sigue

ni llevo su palor ni de sus ropas hilos

sino luz de mi primer día,

y las alzadas vestes

que madre midió en primavera

y en estío ya son cortas;

ni asido a mí llevo dolor

pues ¡mírame! que antes es gozo de niña

que al seguro y ternura

de mirada de madre juega

y por extremar juego y de amor certeza

—ve que así hago contigo y lo digo a tus lágrimas—

a sus ojos se oculta.

Segura

de su susto curar con pronta vuelta».

Si he visto cómo echaste

la caída de tu vuelo ¡tan frío!

a posarse al corazón de la amorosa

y cual lo alzaste al pronto

de tanta dulzura en cortesía

porque amor la regía

porque amor defendía

de muerte allí.

 

¡Oh! Elena, oh niña

por haber más amor ida

mi primer conocerte fue tardío

y como sólo de todo amor se aman

quienes jugaron antes de amar

y antes de hora de amor se miraron, niños

—y esto, sabías, este grave saber

tu ardiente alma guardaba;

grave pensar de amor todo conoce—

así en tiernísimo

invento de pasión quisiste esta partida

porque en tan honda hora

mi mente torpe de varón niña te viera.

Fue tu partir así suave triunfando

como se aquieta ola que vuelve

en la ribera al seno vasto

cual si fuera la fría frente amada un hondo de mar.

En tu frente un fin de ola se durmió

por caricia y como en fantasía

de serte compañía

y de mostrar que allí

ausencia o Sueño pero no muerte había;

que no busca un morir

almohada en otra muerte

pero sí sueño en sueño;

niño se aduerme en madre.

 

Y te dormiste en inocente victoria.

¿Te dormiste? Palabras no lo dicen.

Fue sólo un dulce querer dormir

fue sólo un dulce querer partir

pero un ardiente querer atarse

pero un ardiente querer atarme.

¿Dónde te busco, alma afanosa,

alga ganosa, buscadora alma?

Por donde vaya mi seguimiento

—alma sin cansancio seguidora—

mi palabra te alcance.

La que fue entendida

entendida en su irse

en ardiente intriga a un esperante.

 

Y si así no es ¡no cortes Hombre mi palabra!

Y si así no es, es porque es mucho más.

 

Criatura de porfía de amor

que al tiempo destejió

que llamó así su primer día,

se hizo obedecida a su porfía;

y se envolvió la frente

y embebió su cabeza

y prendió a sus cabellos

la luz de su primer sagrado día

dócil al sagrado capricho

de hora última de mujer

en el terrenal ejercicio.

 

Y me decía

su sonreír en hora tanta:

«Déjame jugar, sonreír. Es un instante

en que tu ser se azore.

Llévome de partida

tu comprenderme. Voyme entendida,

torpeza de amor de hombre ya no será de ti».

 

Niña y maestra de muerte

fingida en santo juego de un único, ardiente destino.

Fingimiento enloquecedor

que por palabra tuvo

lágrimas brotando.

 

Cual cae en seriedad y grave pulsa

pecho de doncella turbado

por cercanía de amor

y pónese en valentía y pensamiento

de la prueba fortísima

quedó aquél para sólo quien

fue entendida, oculta, y mostrarse de nuevo

la Amorosa.

 

Yo sabía muerte pero aquel partir no.

Muerte es beldad y me quedó aprendida

por juego de niña que a sonreída muerte

echó la cabeza inventora

por ingenios de amor mucho luchada.

 

¡Oh, qué juego de niña quisiste!

Niña del fingido morir

con más lágrimas visto que el más cierto.

Tanta lucha sudorosa hizo la abrumada cabeza

cuando la caíste a dormir tu «muerte»

en la almohada

—del Despertar Mañana—.

Ojos y alma tan dueños del mañana

que sin amargarse en lágrimas

todo lloro movieron.

Tanta certeza florecida en el ser de una niña

secos tuvo sus ojos: todo en torno lloraba.

Oh niña del Despertar Mañana

que en luz de su primer día se hizo oculta

con sumisión de Luz, Tiempo y Muerte

en enamorada diligencia

de servir al sacro fingimiento

del más hondo capricho en levísimo juego,

de último humano querer de la ya hoy no humana.

 

Muerte es Beldad

Mas muerte entusiasta

partir sin muerte en luz de un primer día

es Divinidad.

 

Grave y gracioso artificio

de muerte sonreída.

¡Oh, cual juego de niña

lograste, Elena, niña vencedora!

a alturas de Dios fingidora

en hora última de mujer.

 

Mi ser perdido en cortesía

de gallardía tanta,

de alma a todo amor alzada.

¡Cuándo será que a todo amor alzado

servido su vivir, a su boca chocada y rota última copa

pruebe otra vez, la eterna Vez del alma

el mirar de quien hoy sólo el ser de Esperada tiene

cual sólo de Esperado tengo el ser!

 

 

 

 

1920

 

 

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