La poeta colombiana Andrea Cote nos entrega un ensayo sobre la poesía de los objetos, en el que afirma que “la poesía sobre objetos cotidianos es una de las formas que el poeta tiene de desprender sentidos trascendentes desde su realidad más inmediata.” Andrea Cote es autora de los libros de poemas:Puerto Calcinado, Cosas Frágiles y Chinatown a toda hora (Libro Objeto). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia en el año 2003, Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga (2005) y el Premio Cittá de Castrovillari Prize (2010).
Poesía sobre los objetos
Hay días en que los relojes, las tazas, los sombreros o las llaves son simplemente objetos cotidianos, pobladores imprecisos de las casas, que se llevan con descuido de un lado a otro de los cuartos. Pero hay también cuando esos mismos enseres habituales se cubren de importancia inesperada y pueden suscitar revelaciones que les convierten en el tema de un poema.
La poesía sobre objetos cotidianos es una de las formas que el poeta tiene de desprender sentidos trascendentes desde su realidad más inmediata.
No hablo de baúles misteriosos, antiguos medallones o estatuillas de precio incalculable; hablo de las objetos anodinos, aquellas sobre los que nadie piensa mucho: tiliches, utensilios de la vida diaria que sin saberlo a veces se vuelven la parte visible de un espíritu.
Del amor por las cosas que tenía el poeta chileno Pablo Neruda nos quedan varios versos, entre ellos, por ejemplo, el poema: Oda a los Calcetines, donde a partir de un motivo tan trivial logra el poeta, escapando de las frases obvias, escribir un texto sobre el tiempo y el amor.
“resistí la tentación
aguda de guardarlos como los colegiales
preservan las luciérnagas,
como los eruditos coleccionan
documentos sagrados,
resistí el impulso furioso de ponerlas
en una jaula de oro y darles cada
día alpiste y pulpa de melón rosado.
Como descubridores que en la selva
entregan el rarísimo venado verde
al asador y se lo comen con remordimiento,
estiré los pies y me enfundé
los bellos calcetines, y luego los zapatos.
Y es esta la moral de mi Oda:
Dos veces es belleza la belleza,
y lo que es bueno es doblemente bueno,
cuando se trata de dos calcetines
de lana en el invierno.”
Fragmento de Oda a los Calcetines de Pablo Neruda
También el poeta Jorge Luis Borges escribió sobre la persistencia de los objetos que nos sirven con ciega lealtad. Son nuestras cosas, que se quedan en el mundo cuando el resto de nosotros falta: “¡Cuántas cosas,/ limas, umbrales, atlas, copas, clavos,/ nos sirven como tácitos esclavos,/ ciegas y extrañamente sigilosas!/ Durarán más allá de nuestro olvido;/no sabrán nunca que nos hemos ido. (Las Cosas). A esta misma imagen se refiere el cubano Eliseo Diego en su poema Las Herramientas todas del hombre donde la persistencia del objeto revela lo efímero del hombre:
Estas son las navajas de filo exacto con que se afeita el tiempo.
Y estas tijeras para cortar los paños,
para cortar los hipogrifos y las flores
y cortar las máscaras y todas las tramas y, en fin,
para cortar la vida misma del hombre, que es un hilo.
Estas son las sierras y serruchos -también cuchillos, sin duda, pero imaginados
de tal modo que los propios defectos del borde sirvan al propósito.
Y esta es una cuchara que alude a los principios y a las postrimerías
y en resumen
al incalificable desvalimiento del hombre.
Fragmento de Las Herramientas todas del hombre Eliseo Diego
También Antonio Machado describió en Las Moscas la manera en que la realidad más común, la que de tan presente se nos torna imperceptible, lleva la cifra de lo que ha tenido lugar. Incluso en las “vulgares moscas” puede el de mirada atenta abrir la puerta más distante del olvido.
Y en la aborrecida escuela
raudas moscas divertidas,
perseguidas, perseguidas,
por amor de lo que vuela.
Yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas
ni brilláis cual mariposas,
pequeñitas, revoltosas,
vosotras amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
Fragmento de Las Moscas de Antonio Machado
Estos poetas, entre muchos otros, eligen las cosas cotidianas como motivo del poema. En cualquier caso, un pincel, un reloj o incluso los juguetes de la infancia son susceptibles de hablar de asuntos trascendentes, así nuestras cosas personales se revelan como las ruinas del deseo, del tiempo o del amor.
La poesía de lo simple es una prueba de que el poeta no precisa de sucesos especiales para escribir, basta una leve alteración de los sentidos o la costumbre de vivir atento pues, como afirmaba Federico García Lorca: “la poesía es el misterio que hay en las cosas y todas las cosas tienen su misterio”
Más versos a los objetos cotidianos:
de Guitarra
“La guitarra es un pozo
con viento en vez de agua”
(Gerardo Diego)
de Reloj
Quiróptero
de una paciencia extraordinaria
no exenta de crueldad,
sobre todo
con los ajedrecistas y lo novios.
(Eliseo Diego)
de Oda a las Cosas
los abanicos en
cuyos plumajes
desvaneció el amor
sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene
en el mango, en el contorno,
la huella
de unos dedos,
de una remota mano
perdida
en lo más olvidado del olvido.
(Pablo Neruda)
de Las cosas
mi armario se estremece si lo abro y me asomo,
las sábanas son sábanas cuando me echo sobre ellas
y la cama se queja cuando yo me levanto.
Qué será de las cosas cuando el hombre se acabe?
Como perros las cosas no existen sin el amo.
(Gloria Fuertes)
de Objetos y apariciones
Monumentos a cada momento
hechos con los desechos de cada momento:
jaulas de infinito.
Canicas, botones, dedales, dados,
alfileres, timbres, cuentas de vidrio:
cuentos del tiempo.
(Octavio Paz)
de Balada para mis juguetes
Han pasado calendarios
y se han despoblado los minutos de mi vida
y aquellos amigos a quienes di un nombre y una historia,
ciudadanos de mi cuarto
no sobrevivieron a mis guerras.
Ahora -en tiempos del deshielo-
cuando la infancia y la muerte
me juegan a los dados con mis manos
pido asilo entre mis juguetes
aunque sea ya un extranjero
en ese país de luces y fantasmas.
(Federico Díaz Granados)
Amanecer
El radio de acción
de la escoba
intenta en vano alejar
de las plazas sucesivas
este cerco de blancura irremediable
(Ramón Cote Baraibar)
Reloj de arena
El reloj de arena
juega
a llenarse de luz
a vaciarse de sombra
Nosotros le damos vuelta
jugamos a no perdernos:
nos vaciarnos de luz
nos llenarnos de sombra.
(Jorge Cadavid)
de Muerte sin fin
No obstante -oh paradoja- constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.
En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota a gota,
marchito el tropo de espuma en la garganta,
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando ya una sed de hielo justo!
¡Mas qué vaso -también- más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinda así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de cándidas prisiones!
(José Gorostiza)