Presentamos una selección poética de Hamlet Ayala Lugo (Guadalajara, 1993). Seguida por el breve homenaje que rinde al poeta chileno Gonzalo Rojas. Hamlet Ayala es estudiante de Gestión Cultural en la UDG. Residente en Tijuana. Ha publicado en la Revista de la Universidad de México y en Paso de Gato, revista dedicada al teatro. Esta entrada es parte del Dossier de Poesía Finimilenar preparado por Roberto Amézquita.
Raíz abandonada
Pongo tierra de mi mano sobre la palabra Nosotros
y renuncio. Quito la sal que escalda los sueños.
Cenizas recuestan una cabeza sobre sí y esperan
su ascenso en el bostezo.
Entonces rompo en todo, y todo lo ablando con sudor,
con saliva que me sobra sobrante cuando digo dos
una por todas las veces que sustituí verbo por tacto
todas las horas que proferí carne en vez de canto
cada luz diaria que destejí en dos.
Canto para la buena ofrenda del buen despertar
contra todos los muros a deshoras,
contra el sueño repartido en las casas,
contra los murales violentos
de traspatio de memoria, pisados los nervios de cada extremidad
a oscuras apenas intuidos, restregados los surcos
de las huellas de mis dedos —única cosa mía —
contra todo lo visible y lo no,
perdidas en la primera conmoción de la caricia,
repartidos el ángel y los ojos en los sudores de esa llama,
lumbre a puerta cerrada donde dejé mis adentros más expuestos
ofrendados sin saber y sin querer saber
todo vientre y sombra y entrepierna.
Ahí roté embelesado mi no
por eso que me fue dicho al oído
y los otros sentidos para amarrar el fruto
con el hilo indetenible del ahora;
se puede ver aun el nudo entre mi escama
y la rotura que niega ese edén,
pero ¿qué ventolera arrebató las sábanas
y me dejó el soplo de las sobras
apenas al alcance?
Uno espera despierto mirando
amaneceres sucesivos para ver arribar el destemor
al abismo de los ecos más duros en tormenta,
tomar por fin un puñado o toda la levedad y beberla de un sorbo;
destemor a lo suave de las alas, y dejarlas quemar sobre la tierra;
destemor al dolor que nos duele desaparecer;
a la gota más fría lamiendo el surco enllaguecido;
a la sombra de la noche extendida horneando el alba
nada ya en todo
más y más lejos de eso que nos escuece:
raíz abandonada que duele y busca
todavía, debajo de la tierra,
el agua de tu mano.
Así
Algo parecido a esta niebla
que viene a chorro desde la costa,
a su apertura suave y violeta,
a darse cada quien
a caminar su torrente; algo
al frío insomne que puebla este suelo
y nos vuelve azul junto con él;
a la raíz del hueso
que se estremece inerme aquí
a la orilla del Río y la tarde
y nos lo hela todo de lo alto a lo bajo;
al camino algo que
como una medialuz reconocible
se pone a nomas estar
con la vida única de ser
poblada por el cruce de tantos o tan pocos:
algo así se encuentra en la tabla del pecho
cuando se anda hoy por el Río
y ayer, pero a solas.
Certeza única
Algo balbucea una niña en la playa
porque sabe qué quiere
pero no sabe decir
es liviana su voz puesta en el aire
y nada sucede
Así uno escribe en la arena
una confesión perdidiza
Saber que va a borrarse
sin haber alcanzado los oídos del mundo
es el pulso volátil de lo humano
única certeza a la qué asirse
el silencio de todo
lo desaparecido.
Desmemoria
“Ya no concibo una embirguez más grande
que ese convencimiento con que irradias
la falsa luz de las estrellas muertas.”
—Carlos Marzal
Por no sé qué motivos,
no me acuerdo,
siempre estoy escuchando tu nombre:
el eco del chasquido animal de la carne
tuya contra mí;
la constelación marina de todos tus lunares
y el canto silencioso de sirena que tienen;
tus piernas esplendentes, esos puentes
alargando el horizonte
marcándome el camino de la respiración;
el doliente alarido del sol
cuando ya no te toca (y el tuyo colorado cuando yo);
tus manos aferradas al aire en el que duermes;
la liviandad floral de tu tacto y el temblor
con el que se prolonga y todo
todo lo hallo
misma y tiernamente, así
atroz, con insistencia —por qué?
siempre lo encuentro
a la sombra de los poemas y las canciones
de la pérdida.
Muerto enfrente del mar
“(…) descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.”
—Luis Cernuda
Pero además: grises vertiginosos
en la vastedad del viento
que apenas avanza suave y silencio.
Un inútil rollo de seda impávido aparece.
El globo lunar mueve estos hilos de agua, absorto
en el espejo -allá solo: acá solo-
siendo siete y un millón de millones de acentos
así en lo hondo como en el cielo
de la gran hamaca turbia.
La figura madre no se dispone al sosiego:
se mueve y acecha incesante en su vastedad,
orillando apenas unas cejillas, finas efervescentes
de salitre y espuma ávida de ser
contra lo seco del planeta.
Aquí, dos faroles
todos erguidos de solemnes
alzados contra la nada profunda nada
son rocío de leche blanca en filtración
con el abrazo de la bruma en todo entorno,
este sábado lúgubre
de venir nomás a respirar lo más salino,
lo mayor a uno, y saberse abrigado de veras
por lo realmente frío y tempestivo,
lo de veras hondo y sin fin.
Ése arrebato no se me revela,
truena, revienta en la nada
allá al frente en su oscuro,
hasta el fondo
y hoy, como se ve,
no me impide el aliento.
—y dónde habrá quedado nuestro aliento?
Todavía
“(…) y en el principio del amor y la forma
el frío recorre la inocencia
de quien exhausto la mira”
—José Ramón Ripoll
No supe qué palabras
sólo la voz
No vi sus ojos
No pude
Pero tiemblo
todavía
con su huella
suspendida en el aire
Y eso que ya no está
Y eso que fue en un sueño
Creo en la crisis
Creo en la crisis
y en la ruin subversión que guarda
el acto de querer ganar con la escritura
la bocanada
dar patadas de ahogado envueltas en papel
orlas de tinta haciendo salvavidas
que son acento de una carencia de branquias
alas o aletas que nos salven
después de todo el tiempo que pasó — ya
habrá pasado—, del patetismo de saber
que una vez dimos la pelea en eso de bracear
para hoy contar la historia de nuestras cicatrices
de un hundimiento al que no temimos
cuando no hemos sanado en realidad
en lo más hondo
el dolor y el miedo
No habrá vaivén
I
Piérdase entonces
si así lo decide.
Como no queriendo.
Pero piérdase bien:
tire la llave al mar,
descanse mi nombre sobre las aguas,
déjelo hundirse en ellas a nadar
en ese otro arrebato fluvial
y vuélvase a buscar alguna orilla
desentendida de toda música —que no la hay —.
El naufragio no está en el extravío, Usted,
sino en el propio abandono.
II
Toda la sal endeble que la abarca,
el repaso del agua turbia a su entrepierna,
todo el rumor constante en ventolera,
y sus pies perdidizos
escondidos en la arena
al fondo, lo inasible de la profundidad,
ya no serán más en Usted
cuando deje esta playa
y no habrá vaivén
que le meza el corazón.
Para silabear el mundo: Gonzalo Rojas
Escuchar a Gonzalo Rojas me abrió los oídos. De él descubrí esa otra música, la del poema, y con ello su pulsión rítmica en relación con el hombre. Leyéndolo encontré esa dimensión sacra de lo carnal, la joya del misterio y el juego de la respiración para nombrar las cosas: silabear el mundo. Gonzalo Rojas supo convivir con sus mayores y distanciarse de ellos lo suficiente para entender su tradición, digerirla y configurar su propio registro, siempre en tránsito, siempre llegando en tanto nacedor, palabra suya. En eso he encontrado una manera para andar y seguir, cual nacedor: ser siempre aprendiz (y con ello el privilegio de la fascinación y el asombro). Al viejo de la boina y la voz ronca no lo abandonó nunca la lozanía; padeció las pubertades cíclicas del poeta; reincidió en el amor contra la muerte una y otra vez; se divorció de los vanguarderos y los mercaderes del aplauso y apostó, siempre apostó en la apuesta por la palabra que es el enigma contenido en la poesía. Era vidente, se le aparecían otros iluminados ya muertos. Fue generoso y cercano con los jóvenes. Supo “ser —como los divinos— de repente.”