Poesía bizantina: Canción de Armuris

Hoy, día del Aetos Kosmou, presentemos la Canción de Armuris, poema épico de tradición bizantina. Originalmente escrito en griego. La traducción es de Óscar Martínez García.

 

 

Aetos Kosmou

Durante el Imperio Bizantino (395-1453), el año comenzaba el 1º de septiembre, día del Aetos Kosmou (Edad del Cosmos). Fecha en la que consideraban había ocurrido la creación del mundo (1º de septiembre de 5509 a.C.). En nuestro calendario correspondería, en realidad, al 14 de septiembre. De ese modo, estaríamos en el año 7524 en lugar del 2015. Otras convenciones para medir el tiempo indican que este es el año 5775 (año nuevo judío) o el 1437 (Hégira musulmana). Sin embargo, tan arbitrario como el resto, para la inmensa mayoría de los habitantes de la tierra hoy es 1º de septiembre de 2015. Aprovechamos para compartir un breve poema épico de tradición bizantina.

 

 

 

 

 

 

 

 

Canción de Armuris

 

 

 

Hoy otro es el cielo, hoy otro es el día,

hoy los jóvenes señores saldrán a cabalgar,

el único que no cabalga es el hijo del caudillo Armuris.

Mas he aquí que el niño[1] hasta su madre se llega:

«Atiende tú a mis hermanos, que yo, [madre, tengo que cabalgar»[2];

para que vuelvas a ver a mi padre, madre, tengo que cabalgar».

 

Y, entonces, su madre contéstale a Armuris:

«Tú eres un niño chico, y el caballo no te conviene,

pero si tu voluntad, mi buen hijo, es salir a cabalgar,

arriba tienes colgada la lanza de tu padre,                                                                                        10

la que tu padre ganó en Babilonia[3],

de punta a punta cubierta de oro, guarnecida con perlas:

si una vez la blandes, si la blandes dos,

si la blandes tres veces, entonces podrás cabalgar».

 

Y he aquí que el chiquillo, el pequeño Armurópulo[4],

subió llorando escaleras arriba, mas riendo bajó;

pues antes de asirla ya se ve asida, antes de sacudirla se ve sacudida

y en su brazo la toma, la sacude y la blande.

 

Entonces el niño, hasta su madre se llega otra vez:

«¿Deseas, madre mía, deseas que la quiebre ante ti?»

 

Y he aquí que la madre convoca a los nobles señores:

«Venid, contemplad, nobles señores; aparejad el corcel;

volved a enjaezar, nobles caudillos, la negra montura de su padre,

que doce años lleva sin acercarse al agua,

que doce años lleva sin ser cabalgada,

royéndose las herraduras amarrada a la estaca».

 

Hasta allí acuden los señores a enjaezar el corcel,

y, ayudándose de sus brazos, hallase en la grupa.

En lo que dijo «hasta pronto», se alejó treinta millas,

y en lo que ellos contestaron, recorrió sesenta y cinco.

 

Se pasea arriba y abajo, por la orilla del Éufrates,

remontándola de un lado a otro, pero vado no encuentra.

En frente suya se alza un sarraceno que se burla de él:

«Los sarracenos tienen corceles que apremian al viento,

que capturan al vuelo a la perdiz y a la paloma

y dan alcance a la liebre que sube corriendo monte arriba:

las atrapan, juegan con ellas y las sueltan de nuevo,

y, cuando se les vuelve a antojar, galopan y les dan caza.

Sin embargo, son incapaces de atravesar el río Éufrates;

¿y tú, con ese jamelgo, pretendes cruzarlo?»

 

Cuando el joven lo oyó, sintió una rabia inmensa

y picó espuelas a su montura por ganar la otra orilla.

Pero el Éufrates iba crecido, corría cubierto de lodo,

formando pesadas olas y desbordando su cauce,

Mas de un golpe de espuelas saltó hacia adelante

y lanzó un penetrante alarido con todas sus fuerzas:

«Te doy las gracias, Buen Dios, y te las doy mil veces,

pues Tú me concediste el coraje que el Éufrates me arrebata».

 

Entonces, una voz angelical bajó de lo alto del cielo:

«Clava tu lanza en la raíz de una palmera

y reata tus ropas al pomo de tu silla,

aguija tu negro corcel y cruza a la otra orilla»[5].

 

Picó, pues, espuelas a su caballo y ganó la otra orilla.

Y sin dejar que se secaran sus ropas, el joven

espoleó su montura y se llegó ante el sarraceno,

a quien propinó un puñetazo y le desencajó la mandíbula:

«Habla maldito sarraceno, ¿dónde están las mesnadas?»

«¡Por Alá, qué insensato es el modo en que los bravos preguntan,

primero te dan de puñadas y después te interrogan!

¡Mas, por el dulce Sol soberano, por su dulce madre!,

que ayer nos juntamos en torno a los cien millares,

todos ardidos y excelentes, pertrechados de escudos verdes[6],

y muchos eran de esos que no tienen miedo a mil hombres,

ni a mil ni a diez mil, ni a cuantos quiera que encuentren».

 

Picó espuelas a su montura y subió a la cima de un cerro,

y, divisado que hubo las huestes, las juzgó incalculables.

Por su parte, el muchacho cavilaba y para sí se decía:

«Si los ataco y no tienen armas, siempre blasonarán

de que los hallé desarmados y por eso gané la liza».

 

Y, acto seguido, lanzó un penetrante alarido con todas sus fuerzas:

«¡Armaos, perros sarracenos, poneos las corazas;

poneos las corazas, sucios perros, sin más tardar!

¡Y no dudéis ni un momento de que Armuris cruzó el río;

Arrnuris, Armurópulo, el valeroso Arestis!»

 

¡Mas, por el dulce Sol soberano, por su dulce madre!,

cuantas estrellas hay en el firmamento y hojas hay en los árboles,

tantas sillas cayeron sobre los negros corceles.

Así, aprestadas las bridas, de un brinco se echaron a cabalgar.

Por su parte, el chiquillo también se había preparado,

y, sacando su preciosa espada de la funda de plata,

lanzola al cielo y en la mano la recogió.

 

Picó espuelas a su negra montura y marchó contra ellos:

«¡Reniegue yo de mi estirpe, si os pongo en el olvido!».

 

Trabó, entonces, combate con arrojo y bravura.

Lanzaba tajos a ambos costados y por el centro abría brecha.

¡Mas, por el dulce Sol soberano, por su dulce madre;

que el día entero se estuvo tirándoles tajos río arriba,

que la noche entera se estuvo tirándoles tajos río abajo!

Una y otra vez embestía y no perdonaba a ninguno.

Echó pie a tierra el muchacho por que recobrara el aliento,

mas he aquí que un perro, un sucio perro sarraceno,

le aparejó una añagaza y le robó su negro corcel,

le arrebató su negra montura, le arrebató su maza.

Mas, por el dulce Sol soberano, por su dulce madre;

cuarenta millas fue persiguiéndole, a pie y con coraza,

y aún otras cuarenta y cuatro, a pie y con sus grebas

hasta que al fin le dio alcance allá por la Puerta de Siria![7]

Entonces, desenvainado que hubo su espada, tajole la mano[8]:

«¡Ve, sarraceno maldito, y da este recado!».

 

He aquí que su padre, sentado a la puerta de la prisión,

reconoció su negro corcel y la maza de su hijo,

mas como no viera jinete ninguno, turbósele el alma

y lanzó un gemido tan hondo que tembló la torre entera.

Entonces, el Emir a sus caudillos les dijo:

«Id a ver, mis señores, qué es lo que tiene que tanto suspira;

si su almuerzo está malo, que coma del mío;

si su vino está rancio, que beba del mío;

si hiede su celda, que la perfumen de almizcle;

y si le son pesados los hierros, que se los hagan más leves».

 

Y, por su parte, mi Armuris a los caudillos les respondió:

«Ni mi almuerzo está malo para que coma del suyo;

ni mi vino está rancio para que beba del suyo;

ni hiede mi celda para que la perfumen de almizcle;

ni me son pesados los hierros para que me los hagan más leves.

Ocurre más bien que reconocí mi caballo y la maza de mi hijo,

mas como no vi jinete ninguno, turbóseme el alma».

 

El Emir, a su vez, contéstale a Armuris:

«Ten calma, mi Armuris, ten un poco la calma.

Resuenen graves las trompas, resuenen las grandes trompetas,

y que se reúna Babilonia y la Capadocia entera[9],

que donde quiera que ande tu hijito, habrán de traértelo atado:

habrán de traerlo ante ti atado y bien atado.

Aguarda, pues, mi Armuris, aguarda aún otro poco».

 

Resonaron graves las trompas, resonaron las grandes trompetas

para que se reuniera Babilonia y la Capadocia entera,

mas ninguno se presentó, sino que solamente fue el manco.

El Emir, por su parte, al manco le espeta:

«Habla, sarraceno maldito, ¿dónde están las mesnadas?»

 

Entonces, el sarraceno al Emir le responde:

«Aguarda, mi señor, aguarda aún otro poco,

que cobren luz mis ojos y tome aliento mi alma

y me acuda la sangre a mi brazo sano,

que entonces te explicaré dónde están las mesnadas.

Mas, por la verdad, caudillos, que os lo contaré todo entero:

ayer nos juntamos en torno a los cien millares,

todos ardidos y excelentes, pertrechados de escudos verdes,

y muchos eran de esos que no tienen miedo a mil hombres,

ni a mil ni a diez mil, ni a cuantos quiera que encuentren.

Y en esto que apareció un niño chico sobre la cima de un cerro,

y, acto seguido, lanzó un penetrante alarido con todas sus fuerzas:

‘¡Armaos, perros sarracenos, poneos las corazas;

y no dudéis ni un momento de que Armuris cruzó el río,

Armuris, Armurópulo, el hijo de Armuris, Arestis!’.

 

¡Mas, por el dulce Sol soberano, por su dulce madre!,

cuantas estrellas hay en el firmamento y hojas hay en los árboles,

tantas sillas cayeron sobre los negros corceles.

Así, aprestadas las bridas, de un brinco se echaron a cabalgar.

Entonces el chiquillo, entonces el hijo de Armuris,

sacando su preciosa espada de la funda de plata,

lanzola al cielo y en la mano la recogió.

Picó espuelas a su negra montura y marchó contra ellos:

‘¡Reniegue yo de mi estirpe, si os pongo en el olvido!’.

 

Lanzaba tajos a ambos costados y por el centro abría brecha.

¡Mas, por el dulce Sol soberano, por su dulce madre;

que el día entero se estuvo tirándonos tajos río arriba,

que la noche entera se estuvo tirándonos tajos río abajo!

Una y otra vez embestía, y no perdonaba a ninguno.

Echó pie a tierra el muchacho por que recobrara el aliento,

y yo, bravo y astuto de mí, le aparejé una añagaza,

le aparejé una añagaza y le robé su negro corcel,

le arrebaté su negra montura, le arrebaté su maza.

¡Mas, por el dulce Sol soberano, por su dulce madre;

que cuarenta millas me fue persiguiendo, a pie y con sus grebas,

y aún otras cuarenta y cuatro, a pie y con coraza

hasta que al fin me dio alcance allá por la Puerta de Siria!

Entonces, desenvainado que hubo su espada, tajome la mano:

‘¡Ve, sarraceno maldito, y da este recado!’»

 

Y he aquí que el Emir a Armuris le espeta:

«¿Bravas son, mi Armuris, las empresas que tu hijo acomete?»

 

Y, entonces, mi Armuris escribe un hermoso billete

y lo envía por medio de un pajarillo, de una hermosa golondrina:

«Dile al hijo de perra, al fruto de la ignominia,

que allí donde encuentre un sarraceno se apiade de él,

no sea que caiga en manos de alguien y misericordia no obtenga»[10].

 

Y el chiquillo, en respuesta, le escribe un hermoso billete

y lo envía por medio de un pajarillo, de una hermosa golondrina:

«Decidle al señor mío, decidle a mi dulce padre

que mientras contemple mi hogar atrancado con doble cerrojo,

mientras contemple a mi madre vestida de negro,

mientras contemple a mis hermanos vestidos de negro,

allí donde encuentre un sarraceno, me habré de beber su sangre.

Que si excitan mi furia, caeré sobre Siria,

y las callejas angostas de Siria las llenaré de cabezas,

y los arroyos secos de Siria los llenaré con su sangre».

 

Cuando el Emir lo escuchó, le entró un gran espanto,

y, entonces, una vez más espetó a sus caudillos:

«¡Marchad, marchad, mis señores, id a soltar a Armuris,

guiadle hasta el baño para que se lave y mude sus ropas

y luego traedle a mi mesa para que almuerce conmigo!»

 

Y allá que fueron los caudillos a soltar a Armuris:

le libraron de los hierros y de los pesados grilletes,

le guiaron al baño, donde se lavó y mudase las ropas,

le condujeron ante el Emir y se sentó con él a la mesa.

 

Y entonces, una vez más, el Emir le habló a Armuris:

«¡Marcha, marcha, mi Armuris, regresa a tu patria

y cría a tu niño, que lo quiero tomar como yerno;

no para mi sobrina, ni para su prima tampoco,

sólo para mi hija, que es mi luz y mis ojos!»[11].

 

 

 

 

 

 

 

Notas

[1] El de la infancia prodigiosa es un motivo recurrente en esta suerte de can­ciones heroicas. En este sentido cabe destacar, aparte de Armuris, a héroes co­mo el propio Digenís o los protagonistas del «Ciclo de los Ducas», sobre todo el excesivo y precoz Porfírís que, con un día de vida, se come nueve hornadas de pan y un saco de habas, y, con un mes de vida, desafía al emperador.

[2] Para la disposición de los versos, para los añadidos y las supresiones, remi­timos a la edición crítica de St. Alexíou, Basíleios Dígenés Akrites hai to Asma toa Annoúre, Atenas, Hermés, 1985, págs. 171-178.

[3] Bagdad.

[4] En el poema, al joven héroe se le dan los nombres de Arestis, de Arrnuris y de Armurópulo (literalmente, «Hijo de Armuris»).

[5] El motivo del paso del Éufrates es un lugar común que, sin ir más lejos, también aparece en el poema de Digenís Ahritas (DA VI, 572-578). Aunque allí está narrado de forma más sucinta, aparecen los mismos elementos, salvo el de la intervención del ángel, que leemos aquí: el río desbordado, el golpe de espuelas y el hecho de que el enemigo espera al héroe de pie y bien asentado en tierra firme.

[6] El verde o, más bien, el verde azulado, era el color de la tribu de Mahoma (Quraysh) y, por tanto, el color característico de los musulmanes.

[7] Desfiladero a la entrada de Siria en el camino a Bagdad.

[8] Se trata del castigo que se aplica a los ladrones de cabalgaduras.

[9] Nótese cómo la importante región bizantina de Capadocia está, en la época en la que está ambientado el poema, en manos árabes.

[10] El contenido de la carta no va dirigido directamente al destinatario, sino que en ella se pide que se le comunique al receptor el mensaje de la misiva; puede que el que la reciba no sea el destinatarío o puede que éste no sepa leer ( cf. M. Castillo Didier, Poesía heroica griega: epopeya de Diyenís Ahritas. Cantares de Ar­muris y de Andrónico, Santiago de Chile, Centro de Estudios Bizantinos y Neohelénicos «Fotíos Malleros», 19941 pág. 327, nota ad loe.). La situación es más clara unos versos más abajo, donde es el Emir el que «escucha» la carta que Armuris le envía a su padre.

[11] Los manuscritos aún ofrecen unos versos más, resultado de una interpola­ción posterior: «… y enséñale a tu hijo que allí donde encuentre a un sarraceno, se apiade de él, y si obtiene un botín, que juntos lo compartan y se quieran»

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