Presentamos la poesía de Roger Reeves (New Jersey, 1980). Sus poemas han sido publicados en revistas como: Poetry, Ploughshares, American Poetry Review, Boston Review, y Tin House. Su poema “Kletic of Walt Whitman” fue seleccionado para la antología Best New Poets 2009. En 2008 recibió la beca Ruth Lilly de la Poetry Foundation, y en el 2013 otra de la National Endowment for the Arts. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Texas-Austin y es profesor asistente de poesía en la Universidad de Illinois, Chicago. Los poemas que aquí se presentan provienen de su primer libro, King Me (Copper Canyon Press, 2013). Las traducciones corren a cargo de Francisco Larios.
La yegua de Money
Otra yegua muerta espera
en los bancos de algún
cuerpo de agua su turno de ser carga
arrastrada hacia el mar espumoso,
donde podrá ser comida
de ballenas, o simplemente un vacío
significante—crines atadas a la ondulación del mar
como la belleza de Absalón,
enredadas en las ramas juguetonas
de un árbol que desea unidad,
amasijo, enorme confusión
–pero esta yegua no,
ella no tiene el privilegio de
una letrilla—una canción que haga nuestra ruina
o nuestra muerte, dulce incluso cuando vamos cayendo
al fuego para alzarnos como humo.
Este caballo tiene que yacer, con los ojos abiertos,
entre las piedras y los
cangrejos de río de Money, Mississippi,
oír las botas de los hombres rompiendo el agua
mientras dejan caer cerca de su cabeza el cuerpo de un muchacho negro,
lo levantan de nuevo, solo para tirarlo otra vez
en el mismo lugar: retorcido y ojo-a-ojo con la yegua,
como si la decadencia fuese algo
que requiriese testigo
–como si la yegua pudiera decir
“el martes cuando acabó de llover
el cuello del muchacho al fin colapsó
bajo el peso de la hélice del desmotador,
nunca más volvió a mirarme.”
O el muchacho pudiera decir
“Ya no más”. A partir de este momento
quedan separados—el cuerpo del muchacho
en brazos de otro hombre, que lo lleva de regreso
al pueblo, mientras el caballo no dice nada
porque los caballos no hablan, y además,
porque este caballo ya está muerto.
The Mare of Money
Another dead mare waits
in the shoals of some body
of water, waits to be burden,
borne into a foaming ocean,
where it might become food
for whales, or, simply empty
signifier—hair latched to the sea’s undulation
like Absalom’s beauty
caught in the playful branches
of a tree desiring union,
entanglement, thick confusion—
but not this mare;
she does not get the luxury
of a lyric—a song that makes our own undoing
or killing sweet even as we go down
into the fire to rise as smoke.
This horse must lie, eyes open,
amongst the stones and fresh water
crawfish in Money, Mississippi,
listen to the men’s boots break the water
as they drop a black boy’s body near her head,
pick him up, only to let him fall again
there: bent and eye-to-eye with her
as though decaying is something
that requires a witness
—as though the mare might say:
on Tuesday after the rain fell,
the boy’s neck finally snapped
from the weight of the mill fan;
he never looked at me again.
Or the boy might say:
No more. They part
here—the boy’s body found
in another man’s arms, carried back
to town, as the horse says nothing
because horses don’t speak, besides
this one’s dead.
De genocidio, o nada más sonido
Tanto callar
te sirve para ganarte un estornino o una joya.
Mete suficientes estorninos
en una caja y consigues una fábrica
de genocidio, o apenas un sonido
deshilachándose como un ala.
Junta suficientes personas
en un tren de carga
y puedes ver un país
desaparecer entre las cascarillas
de anís y la escarcha del amanecer
a la entrada de Alemania o Polonia.
No puedo hablar
por la gente enjaulada en vagones
amontonados sobre rieles
porque no he sido atravesado
ni por estrellas ni por gases ni por el hambre.
Soy de la paloma que zurce
los rayos perdidos
en el último atardecer de la Tierra
justo encima del casco de un soldado.
Soy del silencio de una granada
recién partida, cuyas rojas semillas
granizan sobre un plato blanco.
En otras palabras, soy más suicidio
que homicidio,
un pasaría que luce como un podría.
Si me permiten, les diré que
es así como comienza un genocidio.
Of Genocide, or Merely Sound
How much saying nothing
gets you a starling or a jewel.
Gather enough starlings
in a box and you have a factory
of genocide, or merely sound
unraveling like a wing.
Gather enough people
in boxes on a train
and you can watch a country
disappear into the husks of anise
seeds and the morning frost
just outside Poland or Germany.
I’m not allowed to speak
for people in boxes stacked
on boxes stacked on rails
because I have not been pierced
by stars or gas or hunger.
I belong to the pigeon
who darns the stray threads
of the last evening on earth
just above a soldier’s helmet.
I belong to the silence of a pomegranate
just cut open, the red seeds
pebbling a white plate.
In other words, I am a suicide
rather than a murder,
a could confused for a cloud.
If allowed, I might say
this is how genocide begins.
Niño espulgando
Imitando a “Ter Boch: Niño espulgando a un perro”,
por Jean Michel Basquiat
Aun los árboles tienen que actuar la tristeza. Miren,
en este momento actúan la actuación
de la tristeza. Como el Ícaro de Brueghel, por ejemplo,
porque un niño cae de una gran altura—
piernas blancas, verde chapoteo, alas de cera—
todo tiene que sufrir en carne ajena. Aun los Viejos
Maestros supieron que habrían de deshacerse
bajo los dientes y los eructos de una larva azul,
que no es posible evitar la picazón a una hermana, darle
vuelta como a un perro negro, curarla con un cerillo en llamas,
mientras las pulgas se dispersan entre los hilos de una hierba
otoñal. Su picazón debe seguir y seguir y seguir.
Pero un muchacho debe tratar, quemar lo que pueda. Quemar, quemar.
Boy Removing Fleas
—after Ter Borch: Boy Removing Fleas from a Dog
by Jean-Michel Basquiat
Even the trees must perform sorrow. Look,
now they are performing the performance
of sorrow. Like Brueghel’s Icarus, for instance,
because a boy falls from a great height—
white legs, green splash, wax wings—
everything must suffer by proxy. Even the Old
Masters understood they, too, would fray
beneath the teeth and belch of a blue maggot,
that a sister cannot be saved from an itch, turned
over like a black dog, cured with a lit match,
the fleas scattering into the threads of an autumn
lawn. Her itch must run and run and run.
But a boy must try, burn what he can. Burn. Burn.