Presentamos una breve semblanza, poemas, y notas críticas del poeta español, Fernando Valverde, invitado al Encuentro Internacional de Poesía CDMX 2015, a celebrarse del 26 al 29 de noviembre de 2015 en la ciudad de México.
Fernando Valverde nació en Granada en 1980. Cerca de 200 críticos de más de 100 universidades (Harvard, Oxford, Columbia o Princeton, entre ellas) lo eligieron uno de los 40 poetas más relevantes en lengua española nacido después de 1970. Entre sus libros de poemas destacan Viento favorable, Madrugadas o Razones para huir de una ciudad con frío (Visor). Los ojos del pelícano fue publicado en México por Círculo de Poesía. Su último libro, La insistencia del daño (Visor), ha sido elegido Book of the Year por el Latinoamerican Writers Institute de la University of New York. En 2014 fue nominado al Grammy por el disco Jugar con fuego a lado del cantaor Juan Pinilla. Es profesor de literatura en Emory University y en University of North Georgia, en Estados Unidos.
Con una sabiduría poco común, este libro insiste en ser testigo de lo que destruye y envuelve, y en esta insistencia nos lleva a donde todo sucede a la vez, al momento en que el mundo comparte una herida. Con un lenguaje cincelado, crea lírica de las ruinas. Su objeto es la justicia, la traición de la memoria, la persistencia de la mancha humana. La importante voz de Fernando Valverde está marcando desde hoy su lugar en la historia de la literatura española dejándonos versos grabados en la conciencia y un misterio que trasciende el dolor.
Nathalie Handal
Los pelícanos de San Juan del Sur planean hasta avistar su presa y de repente se dejan caer en picado. El golpe contra el agua es brutal y siempre salen con el pez en el pico. A Fernando Valverde le asombró la perfección milimétrica de su caza hasta que un pescador le reveló que aquel portento escondía una tragedia enorme. De tanto golpear su rostro contra el océano muchos pelícanos mueren ciegos, perdidos en el horizonte. De todo eso habla este libro, del destino de los pelícanos y de cómo los sueños de la gente normal se estrellan una y otra vez contra la realidad. Lleno de imágenes deslumbrantes, de situaciones límite como la agonía y el sufrimiento, del color y el dolor de la infancia; su autor nos regala estos hermosos poemas, entrañables, muestra de piedad por los otros y despiadados con quien testimonia o recuerda. Hermosos poemas.
Darío Jaramillo
EL JUGADOR
Nos jugamos la vida a cara o cruz.
Sé que no va a gustarte,
pero no hemos logrado responder
por qué vale la pena,
qué significa todo,
dónde espera la nada
que está menos presente
pero en todas las cosas.
No vayas a quejarte,
por esta oscuridad han pasado tus dedos
palpando las paredes.
Ya tienes la moneda entre las manos
y no será el azar quien la deslice
ni la suerte su impulso.
Hoy sujetas los días que vendrán
y los lanzas
y flota
la tristeza en el aire
girando con el vértigo
de lo que pudo ser
otra vida contigo.
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EL VIEJO ESTADIO
Ya no crece la hierba entre tus párpados,
han levantado plazas y bloques de hormigón
que humillan la ciudad de los vencidos.
Cuando vuelvo al pasado
puedo rozar tu sombra y el rostro de aquel niño
que de mayor sería periodista.
Al cumplirse los sueños
queda una sensación vacía e incompleta,
el tiempo detenido y el vértigo al futuro.
Qué lejanas resultan aquellas ilusiones
y sin embargo
qué cerca queda ahora mi temor favorito.
Cada vez cuenta menos el final,
es lo más previsible,
una apuesta segura sin valor,
un empate que deja insatisfecho.
Las semanas, que pasan como insectos
que amenazan la piel,
desembocaban siempre
en la emoción sincera de la incertidumbre.
Con los años, he preferido amar
las cosas predecibles
para evitar el miedo y el dolor.
Tal vez parezca una renuncia,
pero empiezo a pensar que el tiempo detenido
es mejor que el futuro.
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EL TIEMPO
El 25 de mayo de 1869, mientras el alma de Don Juan era enviada a los infiernos en presencia del emperador, hicimos el amor con la luz encendida. Te engañó la ciudad y prometiste amarme para siempre. No hubo música después, se cerraron los labios y no pude encontrarte.
Te esperé en el incendio, en las salas de té y en las escalinatas, y decidí marcharme después de que Viena descubriera a Leonor disfrazada de Fidelio, en un sueño que sólo perteneció a Beethoven. Aquella noche del 5 de noviembre de 1955 quise reconocerte disfrazada, con vino y pan en las manos, escondiendo una pistola. No eras real y me llevé conmigo las cadenas, que hablaban de tus pechos y de la libertad.
Adquirí desde entonces un gusto incontrolable por la tragedia, y la imaginación me hacía recordarte desnuda en la terraza de una habitación de hotel en Milán, unas horas después de que el Réquiem de Verdi devolviera el verano a un continente errante.
No duró muchos años, pero el color rosado de tus pechos nunca se envenenó, por más que desfilaran ejércitos de muerte tentando las ciudades que pudieron ser nuestras.
Pocos días antes de que 1991 se convirtiera en pasado, cuando mis once años hacían imposible el gusto por la melancolía que aprendí de tus piernas, lloramos por Dubrovnik junto a dos copas de vino, mientras las llamas consumían los tejados y calculabas cuánto te costaría asesinarme aquella noche, desgarrarme la piel hasta dejar el futuro tan frágil como el humo que golpeaba las estrellas del Adriático.
Son las mismas estrellas que iluminaban hoy el patio de tu casa. Las mismas que afilaban las calles para hacerme dudar, sin dejarme escoger uno de tantos siglos y ciudades que saben de nosotros.
He apurado la magia hasta saber del mundo por tus ojos. He abrazado tus dudas y he querido volver a una noche de mayo de 1869 en la que fue posible caminar por tu vientre, sin que el miedo anunciara un cuerpo arrepentido que sabe de tu pérdida, que conoce el camino que lleva a la derrota. Es otro nuestro tiempo.