Nigerian Poetry: Wole Soyinka

Today at Círculo de Poesía: Wole Soyinka (Abeokuta, 1934) is an nigerian poet, essayist, playwriter and novelist. In 1989 he received the Nobel Prize in Literature and he became the first african writer to be honored with such distinction. The present Spanish versions are by Mario Bojórquez.

Presentamos, en versión bilingüe, un poema de Wole Soyinka (Abeokuta, 1934). Poeta, dramaturgo y ensayista nigeriano. En 1989 mereció el Premio Nobel de Literatura, siendo el primer escritor africano en recibir tal distinción. Las versiones al español son de Mario Bojórquez.

 

 

 

 

 

 

 

 

Dedication

for Moremi, 1963

 

Earth will not share the rafter’s envy; dung floors
Break, not the gecko’s slight skin, but its fall
Taste this soil for death and plumb her deep for life

As this yam, wholly earthed, yet a living tuber
To the warmth of waters, earthed as springs
As roots of baobab, as the hearth.

The air will not deny you. Like a top
Spin you on the navel of the storm, for the hoe
That roots the forests plows a path for squirrels.

Be ageless as dark peat, but only that rain’s
Fingers, not the feet of men, may wash you over.
Long wear the sun’s shadow; run naked to the night.

Peppers green and red—child—your tongue arch
To scorpion tail, spit straight return to danger’s threats
Yet coo with the brown pigeon, tendril dew between your lips.

Shield you like the flesh of palms, skyward held
Cuspids in thorn nesting, insealed as the heart of kernel—
A woman’s flesh is oil—child, palm oil on your tongue

Is suppleness to life, and wine of this gourd
From self-same timeless run of runnels as refill
Your podlings, child, weaned from yours we embrace

Earth’s honeyed milk, wine of the only rib.
Now roll your tongue in honey till your cheeks are
Swarming honeycombs—your world needs sweetening, child.

Camwood round the heart, chalk for flight
Of blemish—see? it dawns!—antimony beneath
Armpits like a goddess, and leave this taste

Long on your lips, of salt, that you may seek
None from tears. This, rain-water, is the gift
Of gods—drink of its purity, bear fruits in season.

Fruits then to your lips: haste to repay
The debt of birth. Yield man-tides like the sea
And ebbing, leave a meaning of the fossilled sands.

 

 

 

Abiku

 

Wanderer child. It is the same child who dies and
returns again and again to plague the mother.
Yoruba belief

 

In vain your bangles cast
Charmed circles at my feet
I am Abiku, calling for the first
And repeated time.

Must I weep for goats and cowries
For palm oil and sprinkled ask?
Yams do not sprout amulets
To earth Abiku’s limbs.

So when the snail is burnt in his shell,
Whet the heated fragment, brand me
Deeply on the breast – you must know him
When Abiku calls again.

I am the squirrel teeth, cracked
The riddle of the palm; remember
This, and dig me deeper still into
The god’s swollen foot.

Once and the repeated time, ageless
Though I puke, and when you pour
Libations, each finger points me near
The way I came, where

The ground is wet with mourning
White dew suckles flesh-birds
Evening befriends the spider, trapping
Flies in wine-froth;

Night, and Abiku sucks the oil
From lamps. Mothers! I’ll be the
Suppliant snake coiled on the doorstep
Yours the killing cry.

The ripest fruit was saddest
Where I crept, the warmth was cloying.
In silence of webs, Abiku moans, shaping
Mounds from the yolk.

 

 

Season

 

Rust is ripeness, rust

And the wilted corn-plume;

Pollen is mating-time when swallows

Weave a dance

Of feathered arrows

Thread corn-stalks in winged

Streaks of light. And, we loved to hear

Spliced phrases of the wind, to hear

Rasps in the field, where corn leaves

Pierce like bamboo slivers.

Now, garnerers we,

Awaiting rust on tassels, draw

Long shadows from the dusk, wreathe

Dry thatch in woodsmoke. Laden stalks

Ride the germ’s decay – we await

The promise of the rust.

 

 

 

 

 

 

 

 

Dedicatoria

 

para Moremi, 1963

 

La tierra no comparte la viga de la envidia; suelos de estiércol

Cortado, no la ligera piel de la salamandra, sino su caída

Sabor de este suelo a plomo y muerte en su vida profunda

 

Como este ñame, totalmente enterrado, aún vivo tubérculo

En la calidez de las aguas, enterrado como los manantiales

Como las raíces del baobab, como el corazón.

 

El aire no te lo negará. Como un alto

Girar sobre el ombligo de la tormenta, por el azadón,

Las raíces de los arados bosques son una vereda para las ardillas.

 

Ser eterno como la turba oscura, pero que sólo lluevan

Dedos, no los pies de los hombres, por más que estén lavados.

Largo ropaje de la sombra del sol, correr desnudo hacia la noche.

 

Pimiento verde y rojo – mi niño- su lengua arco

Su cola de escorpión, volver a escupir directamente las acechanzas del peligro

Aún, con el arrullo de la oscura paloma, zarcillo de rocío entre tus labios.

 

Escudo que te gusta la carne de la palma de la mano, hacia el cielo dirigida

Colmillos en nido de espinas, sin cáscara como el corazón de la semilla

La carne de la mujer es aceite – mi niño, aceite de palma en tu lengua

 

Flexibilidad para vivir, y el vino de esta calabaza

Desde su propia prisa corriendo arroyos como repuestos

Sus esfuerzos, mi niño, son el destete con que nos abrazan

 

Tierra de enmielada leche, el vino de la única costilla.

Ahora enrollo su lengua en miel hasta que sus mejillas son

Enjambres, panales -su mundo necesita dulcificarse-, mi niño.

 

Irosun, el árbol rojo, ronda el corazón, tiza para el vuelo

De la mancha -¿puedes verlo mi niño? ¡Ya amanece!-bajo el antimonio

De las axilas, como una diosa, nos deja este largo sabor

 

De sus labios, de sal, que tú puedes buscar

Nunca en las lágrimas. Esto, agua de lluvia, es el regalo

De los dioses-bebida de su pureza, frutos de estación.

 

Frutas luego a sus labios: apresurado por recompensar

La deuda del nacimiento. Pleamar en el hombre-marea como en el océano

Y su reflujo, dejando un sentido de fósiles arenas.

 

 

 

 Abiku

 

Niño errante. Es el niño que ha muerto y regresa,

una y otra vez, para atormentar a su madre.

Creencia Yoruba

 

En vano su sonar de ajorcas
Encantados círculos a mis pies;
Yo soy Abiku, llamando una
Y otra vez.

¿Debo llorar por las cabras y las conchas valiosas
Por el aceite de palma y los ruegos esparcidos?
Ñames no retoñando amuletos
en la tierra de las ramas de Abiku

Así que cuando se quema el caracol en su concha
Afilado el fragmento caliente, me marca
Profundamente en el pecho-debes reconocerlo
Cuando Abiku llame de nuevo.

Yo soy el diente de la ardilla, craquelado
La criba de la palma; recuerda
Esto, y cava aún más profundo en mí
Al dios de los pies hinchados.

Una vez y otra vez, sin edad
Sin embargo vomitando, y en el momento de
Las libaciones, cada dedo me acerca a
La forma en que vine, donde

 

La tierra es húmeda con luto
Blanco rocío chupa-carne de pájaros
El atardecer se hace amigo de la araña, atrapa

Moscas en el vino-espumoso;

 

Noche, y Abiku chupa el aceite
De las lámparas. ¡Madres! Seré la
Suplicante serpiente enroscada en el umbral
Su llanto de muerte.

La fruta madura fue la más triste
Donde me arrastré, el ardor se sacia.
En el silencio de las redes, Abiku gemidos, formando
Montículos desde la yema.

 

 

Temporada

 

El moho es la madurez, el moho.

Y el marchito maíz-pluma.

El polen es el apareado-tiempo cuando tragamos

Tejiendo una danza.

De emplumadas flechas

La hebra del maíz- tallo en aladas

Líneas de luz. Y nos encantaba oír

Empalmadas frases del viento, oír

Raspaduras en el campo, donde el maíz-hoja

Perforaba como astilla de bambú.

Ahora, cosechadores nosotros,

En espera del moho de borlas, dibujando

Largas sombras del crepúsculo, enroscando

La paja en la madera-humo. Tallos cargados

Llevando el germen de la decadencia-esperamos

La promesa del moho.

 

 

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