Marco Antonio Campos: Presea Ignacio Rodríguez Galván 2016

El día de hoy, 22 de marzo de 2016, le fue impuesta la Presea Ignacio Rodríguez Galván al Mérito Literario y Cultural al poeta Marco Antonio Campos. Hoy presentamos el discurso de aceptación de dicha condecoración al cumplirse los 200 años del nacimiento del primer poeta romántico de México, Ignacio Rodríguez Galván, (Tizayuca, Hidalgo, 22 de marzo de 1816 – Habana, Cuba, 25 de julio de 1842).

 

 

 

 

 

IGNACIO RODRÍGUEZ GALVÁN

Marco Antonio Campos

 

 

Hoy se cumplen 200 años del nacimiento de nuestro primer poeta romántico Ignacio Rodríguez Galván. Permítase en esta breve alocución nombrarlo aquí sólo Rodríguez como le decían a él los amigos de la época. Para mí es una emoción muy honda recibir esta presea por el nombre que lleva, es decir, el de nuestro primer gran poeta romántico, y mucho más aún, aquí, en el pueblo donde nació.

Agradezco mucho al señor alcalde Juan Nuñez Perea, a la diputada Mabel Gutiérrez, y muy especialmente, a mi buen amigo, el poeta Jorge Contreras, también de Tizayuca, que tanto y tanto ha hecho por la preservación de la memoria del hidalguense.

Quizá de aquellos años de los treinta y cuarenta del siglo XIX, José Joaquín Pesado y Manuel Carpio escribieron una mayor cantidad de poemas bellos, pero ninguno escribió poemas tan vehementes y dolorosos, tan intensamente recordables, tan llenos de la emoción y el dolor por México, como Rodríguez. Sin duda escribió el mejor poema de la primera mitad del siglo XIX, «Profecía de Guatimoc», que es a la vez raíz, tronco y follaje del árbol de la poesía mexicana del México como nación libre. Paralelamente es también una síntesis de una vida —la suya— de tristezas e infortunio.

Una cosa es hablar de literatura nacionalista y otra hacerla; él la hizo, y en momentos en que México, como nación, estaba en ciernes, y muchas veces hasta la República Restaurada, es decir, hasta 1867, estuvo a punto del naufragio, de escindirse y aun romperse, y más que nunca después de la guerra de despojo emprendida por Estados Unidos entre 1846 y 1848 y por Francia en los años del Segundo Imperio entre 1863 y 1867. Nadie profetizó mejor eso en la poesía, principalmente en su «Profecía de Guatimoc», escrita a sus milagrosos 23 años, que Rodríguez. El peligro —escribía en 1839— ya no estaba en España, o no tan manifiestamente, sino en Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Y así era y así fue. La profecía se cumplió desde el siglo XIX, pero también buen número de sus poemas contra los ricos magnates con su inconciencia social, contra los políticos a quienes no les importa un comino el pueblo, contra los militares que tardaban más en hacer  un pronunciamiento o dar un golpe de estado que meses después otros militares de la época hacían lo mismo, en fin, sus denuncias contra el hermano que mata  roba al hermano, contra aquel que se levanta para robar al más indefenso. Todo, todo eso tiene, salvo las asonadas militares, una actualidad quemante. Sin varios de sus poemas, sin su teatro, sin las revistas que hizo, no se explicaría la literatura de nuestras primeras décadas independientes y no se explicaría la poesía, la literatura y el teatro mexicanos. Tómese en cuenta que quien hizo eso tenía apenas 26 años.

Quisiera, para terminar, decir unos versos —una cuarteta— que me he repetido muchas veces en tierras lejanas y que resumen toda la nostalgia por México que anticipadamente ya tenía Rodríguez en el barco que lo llevaba de Veracruz a La Habana el 12 de junio de 1842:

Así como hoy la luna

En México lucía.

Adiós, oh patria mía.

Adiós tierra de amor.

Esa luna que lucía en las aguas del Atlántico y era tan similar a la que él aún veía poco antes en la Ciudad de México, sintetizaba el amor a un país, una patria, una tierra, que no volvería a pisar, y adonde ni muerto regresaría.

Marco Antonio Campos

Tizayuca, 22 de marzo de 2016

 

 

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