Presentamos un poema de Karen Cano (Ciudad Juárez, Chihuahua). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Chihuahua, en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Fue reconocida por Grupos Unidos Femeninos de Acción Social por dos años consecutivos, en sus categorías cuento y poesía; con dos terceros lugares en el 2012 y un primer lugar en el 2013. Actualmente publica para la revista electrónica México Kafkiano.
LA HERENCIA DE SAMANTHA
Por Karen Cano
I
Hija mía: no sé en otras ciudades,
pero los niños de aquí cantan historias de amor, alcohol y narcotráfico
al ritmo de banda y sus trompones.
Lo hacen con tal inocencia y emoción,
que logran conmoverme de su encanto;
me toco el vientre y río con sus canciones,
sin esperar que este mundo sea mejor para cuando llegues.
De repente, ya quisiera que estuvieras aquí en mis brazos;
escuchando el canto de la infancia perdida del norte,
jugando antes mis ojos preocupados.
II
Ojalá no tuviera tantos problemas,
y nada terrenal ocupara espacio en mi mente,
para así poder abandonarme al deseo de que ya estés conmigo,
como cualquiera en mi lugar lo hace casi siempre.
Para bien o para mal,
tu mamá nunca hace las cosas como debería.
III
El mundo no es como imaginas,
podríamos apagar la linterna del nuevo día en el que te has aferrado a venir,
y podríamos acurrucarnos en las sábanas,
y seguir soñando con la mirada de tu padre,
y jugar a que eres feliz, mientras pateas mis llagas.
Espero que sepas que cargo con nuestras vidas en un costal roto;
y que abres cicatrices oxidadas cada vez que te mueves;
y que revuelves mi mundo cada vez que comes y creces.
IV
De mamá me quedé con la locura,
más no así con el semblante alegre.
Quien me viera descubrirá en mí los gestos de un niño majadero;
cuya proeza es la barbilla levantada y las maldiciones como segunda lengua.
De papá me quedé con el gusto por la cerveza,
y el orgullo que me impide correr a sus brazos.
Jamás fui aquella princesa sin sapo verde,
me saqué la corona desde temprano,
busqué un bar dónde besar ranas,
y fumé de lado hasta que se acabó el tabaco.
Ahora que has roto mi disfraz,
y mi herencia golpea al ritmo de Mozart
¿Dónde quedaron mis batallas?
Yo me pregunto y la nada me ignora.
No hay nada más que decirte en estos días vacíos,
observando la vida a través de pantallas de luminosas.
Hija mía: en este cuerpo sobra un corazón, y no es el tuyo.